jueves, 28 de abril de 2011

2º Parte - Capítulo 5

–V–

La tranquila vista posada en el horizonte de un vigía de las torres albarranas, se exaltó al ver, a lo lejos, un jinete aproximarse a todo galope. El centinela lo siguió con la mirada hasta poder distinguir en sus ropas el blasón  de la orden de Deriven. Pero la azul tela del brial estaba manchada de sangre, al igual que la piel del guerrero. Unos segundos después el sujeto que se acercaba, se desplomó y cayó pesadamente al suelo, inmóvil. El vigía sorprendido, alzó la vista justo sobre el horizonte y vio asomarse infinidad de cascos que brillaban bajo la luz del sol.
Como si hubiese recibido una repentina estocada. El guardia perdió la fuerza de sus músculos, y sus rodillas sólo comenzaron a temblar. Luego de maldecir el día en que le tocó apreciar tal paisaje de desesperación,  corrió hacia uno  de los costados de la torre y tomó del suelo un cuerno de guerra, el cual hizo sonar con toda la fuerza de sus pulmones.

            El rostro de la marquesa Tynide estaba ensombrecido, y su mirada era esclava de un inmenso mapa amarillento de bordes carcomidos, en donde se podía apreciar los límites noroeste entre el reino de Gore y Thira, La Marca Norte. Los puños de la dama presionaban el papel sosteniendo todo el peso de su cuerpo, que se abalanzaba sobre el mapa. Sus ojos no se movían, al punto de ni siquiera parpadear; pero su mente divagaba en el pasado, en el cual había algo que aún le angustiaba.
            –Aerion… ¿Cuáles son nuestras opciones ahora…? –dijeron sus labios con apenas fuerza en las palabras.
            Uno de los tres hombres que acompañaban a la marquesa en el aula mayor se acercó hacia ella.
            –Esperar los refuerzos de Herdenia… Si no llegan con presteza no tendremos oportunidad… Nuestras tropas fueron masacradas, apenas quedaron tropas para defender el castillo.
            –¡Os lo dije mi señora! Haber atacado el puente central del río Meriel fue una sucia trampa. Yo os advertí de los riesgos.
            –¡No me juzguéis ahora sir Jornr! –la mirada de la marquesa se despegó del mapa y se fijó en el capitán–. Había que responder al ataque de nuestro puesto en el río. Si no lo hacíamos, hubiésemos estado reconociendo que no teníamos tropas suficientes a nuestro mando, y el ataque a la fortaleza hubiese sido inminente…. Tuve que arriesgarme…
            –Pero por ello, ahora hemos perdido todas nuestras fuerzas… Sólo cadáveres trajimos de Meriel –insistió Jornr, quien tenía el rostro cubierto de marcas recientes de cortes y raspones. 
            –Roguemos por que el enemigo no lo sepa… –profirió la dama.
            –Siento decirlo, pero creo que eso ya no importa…. Las tropas enemigas nos atacarán igual. En la batalla nosotros perdimos todo, mientras que ellos tuvieron bajas mínimas…. Fue una sucia trampa... –interrumpió sir Grego.
            –Es verdad, mi señora… Tenemos muy poco tiempo. Las tropas enemigas se deben estar agrupando, si aún no lo han hecho. Si los refuerzos no llegan hoy mismo, tal vez no haya un mañana… –agregó Aerion con palabras duras, pero sinceras.
            –¿Y Yurkea? ¿No nos podría ayudar? –inquirió Tynide, buscando una esperanza.
            –Yurkea está tan débil como nosotros. Si nos ayudara quedaría indefensa. Y si a pesar de su ayuda esta fortaleza cayera igualmente en manos enemigas, ya no habría barrera alguna contra el enemigo, hasta las puertas de la misma capital… En cambio, si nosotros quedamos bajo asedio, Yurkea tendrá tiempo para organizarse –clamó Grego.
            –¡Maldición! No tenemos posibilidades –gritó Jornr, al tiempo que golpeaba con su puño envuelto en placas la gruesa mesa del recinto.
            –O sea que sólo contamos con lo que tenemos… –dijo la dama entre dientes–. Sir Aerion ¿Ya se hizo el recuento de tropas, sin contar los heridos de ayer?
            –Si; las tropas efectivas que poseemos, sin contar a los heridos de gravedad, ascienden a novecientos treinta hombres a espada; trescientos sesenta arqueros; cuatrocientos veinte lanceros y doscientos diez caballeros. Esto es sin contar armeros; asistentes; ingenieros y demás, que también pueden pelear si es necesario.
            –Debéis organizarlos ya mismo. Encargaos de que todos estén listos y armados. Haremos guardia permanente hasta que lleguen los refuerzos de Herdenia –dijo Tynide con voz calma.
              –Sí mi señora, así será –contestó el hombre al tiempo que asentía con la cabeza.
            Aerion saludó con una leve inclinación al resto de los presentes y abandonó el aula mayor.
            –Grego, Jornr… Aconsejadme… ¿Qué probabilidades hay de recuperar el puesto en el río Meriel? –inquirió la marquesa a sus dos colegas restantes.
            –Intentarlo sólo sería un nuevo desastre, y ahí sí perderíamos la marca norte entera… –contestó Jornr, consternado.
            –¿Grego?
            –Opino igual… Ya ha quedado claro que las fuerzas enemigas se han engrosado repentinamente. Por lo que no bastaría con los refuerzos que llegasen para realizar un contraataque –Grego pausó sus palabras un instante, para meditar con mayor claridad y luego continuó–. La única posibilidad de recuperar el puente sobre Meriel sería solicitando un gran caudal de tropas al rey  y justificar las intenciones ofensivas…
            –Justificación hay de sobra. Si perdemos el puente, definitivamente no sólo perdemos una fracción del territorio de la marca en manos enemigas… Ambos sabéis la importancia de ese puente. Si dejamos de controlarlo, las tropas de Thira podrán cruzar y diseminarse sobre las tierras de Gore. Es obvio que un ejército no podría pasar por delante de nuestras narices sin que lo percatemos, pero sí lo harían pequeños grupos, que comenzarían a saquear y quemar los poblados empezando por el monte Kite y bajando hacia la capital. El descontrol sería tal que todos los soldados de la orden tendrían que evocarse a apaciguar a la muchedumbre. Luego llegaría el grueso del ejército invasor y creo que el final es obvio. Si no recuperamos el puente del río Meriel, tarde o temprano perderemos todo –clamo Tynide con un gran vigor, alimentado de cierta forma por lo desesperante de la situación que enfrentaba.
            –Nadie ha dicho que no sea así, pero por más que debamos recuperarlo, no podemos. Por lo menos no ahora –profirió Jornr.
            –Por lo menos hay que esperar que Herdenia arme un ejército capaz de enfrentar las fuerzas enemigas. Cosa que llevara su tiempo, mi señora… –agregó Grego.
            –El problema es que tiempo es lo que no tenemos… Debemos recuperar el puente… –la marquesa volvió a fijar la vista en el mapa y luego de unos segundos volvió a hablar–. Thira… a Thira también le debe haber costado reunir al ejército con el que nos enfrentamos. Lo que vimos ayer deben ser la mayor parte de sus fuerzas armadas. Si logramos recuperar el puente, aunque sea con un hombre de ventaja, Thira no podrá atacar nuevamente, ya que estará tan débil como nosotros.
            –Es probable mi señora; pero también hay que considerar la posibilidad que Thira esté recibiendo apoyos por mar; por lo que nunca nos enteraríamos de sus verdaderas reservas. Es un riesgo que no podemos correr… –dijo Grego.
            –No Grego, es un riego que debemos correr; si tardamos mucho en recuperar el puente el daño ya estaría hecho. Ya habría decenas de bandas quemando y saqueando nuestras tierras. Además, de esta forma Thira habrá logrado su objetivo. Intimidarnos con un gran ejército, para que no intentemos un contraataque.
            –Mi señora, por favor, escuchadme. Ya se han perdido demasiadas vidas en vano y creo que seguir arriesgando a los pocos soldados que quedaron, es la peor de las opciones –dijo Jornr.
            De repente, la discusión en el aula mayor cesó sin previo aviso en cuanto los presentes comenzaron a escuchar a un hombre correr por la antecámara, acercándose a ellos. Pronto los portones del recinto se abrieron de par en par, y una figura enardecida apareció gritando.
            –¡Mi señora, Thira nos ataca! ¡Sus tropas ya se aproximan a gran velocidad! –el hombre, luego de hablar, se quedó sin aliento. Permaneció en silencio mirando a la marquesa, al tiempo que llenaba sus pulmones agitados.
            Por un segundo, el semblante de la marquesa se petrificó ante la noticia, sin poder reaccionar de inmediato. Sus dos acompañantes la miraron en el mismo estado. Al recuperarse de la violencia de la noticia, tragó saliva y dijo sin perder la calma:
            –¿Por dónde vienen?
            –Oeste, directo a la entrada principal –anunció el informante.
            –¿Cuántos son? –inquirió inmediatamente la dama.
            –Muchos… Cuatro mil… Tal vez cinco mil…
            La dama endureció los nervios, para digerir la aplastante superioridad que esos números suponían. Inmediatamente se volvió y se dirigió con presteza a uno de los ventanales de la sala, los cuales abrió de un fuerte tirón. Ante sus ojos se encontraba la entrada principal de la fortaleza que comandaba. Y más al oeste, sobre el horizonte, los cascos y los blindajes de placas de la caballería enemiga relucían con fulgor bajo el sol de mediodía. Las tropas se aproximaban a gran velocidad, y ya estaban lo suficientemente cerca como para distinguir los briales escarlata de la infantería, que teñían la pradera como si ésta se desangrara a cada paso del enemigo. Los números que acababa de escuchar se quedaban cortos ante lo que sus ojos veían… La imagen terminó  erizando la piel de la dama, y por un instante sus fuerzas se encogieron de temor ante tal espectáculo.
            –Mi señora, tenemos poco tiempo antes de que estén enfrente de nuestras puertas. ¡Debemos organizar las defensas inmediatamente! –clamó Jornr, quien estaba al lado de Tynide observando por el ventanal.
            Las palabras de sir Jornr volvieron en sí a la marquesa, quien se separó del ventanal y profirió con vigor:
            –¡Jornr, ubicad a los soldados detrás del portón! ¡Grego, encargaos de cubrir el adarve!
            Sus hombres no dudaron, e inmediatamente salieron del aula mayor para organizar la defensa. La dama también salió del recinto, rodeada de guardias, y siguió clamando.
            –¡Traedme mi armadura! –dijo dirigiéndose a uno de los guardias; luego volteó su mirada a otros dos y continuó– ¡Ustedes, buscad a Aerion inmediatamente!
            Tres de los guardias que la rodeaban salieron disparando para cumplir con sus tareas. Tynide siguió avanzando a paso firme hacia el portón principal, pasando por el patio de armas.
            –¡Arqueros a las almenas! ¡Arqueros a las almenas! –se escuchaba por doquier y sin cesar de varias voces roncas y alarmadas, entre las que pudo distinguir a la de sir Grego, quien aguardaba en el centro del patio el alistamiento de sus hombres.
            Mientras la dama avanzaba, ante sus ojos comenzaron a cruzarse decenas de soldados, armados o a proveerse de este. El metálico sonido de las armaduras moviéndose se reproducía constantemente, opacado solamente por los gritos desesperados de los capitanes dando órdenes. Al cruzar el patio de armas y encontrarse sobre el pasillo central, un guardia se le acercó velozmente, portando en manos un blindaje templado con un dragón grabado en el pecho, blasón de Gore. Tynide tomó su armadura y comenzó a ponérsela, sin ni siquiera detener la marcha, mientras seguía avanzando hacia al portón central. El guardia que le trajo la armadura la ayudó a ajustársela al torso, dejando bien firmes las tiras de cuero laterales. Pronto su mirada se encontró con uno de sus fieles hombres.
            –¡Aerion, Aerion! –gritó la dama a su capitán, quien inmediatamente al oírla fue a su encuentro.
            –¡Mi señora, el enemigo nos supera abrumadoramente! –clamó el hombre, quien ya se hallaba con una gruesa loriga sobre sus hombros.
            Segundos después, sir Jornr apareció rodeado de una gran cantidad de soldados a espada.
            –¡Mi señora, ya han sido todas la tropas alertadas; en poco tiempo estarán todas listas para lo que haya que enfrentar!
            –¡Muy bien, los quiero a todos listos cuanto antes! ¡Aunque seamos minoría tenemos estos muros que nos defenderán lo suficiente! Aerion, fijaos de cubrir todas la arqueras internas –continuó la marquesa.
            –Así será –contestó Aerion, quien partió con presteza.
            –¿Creéis que será un ataque directo? –pregunto sir Jornr.
            –No, esta fortaleza es imposible de atacar directamente. Por más hombres que tenga el enemigo, el foso es lo suficientemente profundo como para mantenerlos alejado un buen tiempo. Pero igualmente, quiero a todo el mundo en sus posiciones.
            Mientras terminaba de decir tales palabras, un soldado se le acercó.
            –¡Mi señora, el enemigo ha frenado su marcha a unos treinta estadales de distancia aproximadamente, y ahora está dividiendo sus tropas para rodear la fortaleza!
            –¿Armas de asedio?
            –Por ahora no se ha divisado ninguna, mi señora.
            –Gracias, podéis ir –terminó diciendo la marquesa, mientras el vigía volvía a su posición.
            Luego de asegurarse de los progresos de la organización defensiva, la marquesa se retiró nuevamente al aula mayor, requiriendo con presteza la presencia de sus tres capitanes. Mientras las tropas de Gore terminaban de distribuirse y organizarse en toda la fortaleza; las tropas enemigas dejaban claros sus objetivos, al rodear por completo el bastión de la marca norte. El día transcurrió con velocidad y al tiempo que el sol descendía anunciando el atardecer, las tropas de Thira comenzaron a instalar las primeras tiendas de lo que sería la base de su campamento para el asedio. 
            –¿Qué haremos mi señora? No podremos superar este asedio con las escasas tropas que poseemos… –exclamó Aerion.
            –Lo sé… Ahora ya no importa si nos libraremos del asedio o no. Lo que nos es prioridad es mantener el mando de esta fortaleza todo el tiempo posible… –Tynide volvió su mirada al gran mapa– ¡Maldición! –terminó diciendo la dama, entretanto pasaba sus manos una sobre otra; nerviosa.
           
            –Estaban claras las altas probabilidades de un ataque, pero jamás pensé que se organizarían tan rápido –agregó Jornr.
–Ya he avisado a las tropas de la muralla exterior que tengan listos los onagros y catapultas para responder el ataque enemigo –intervino sir Grego.
La marquesa solo asintió con la cabeza y luego dijo:
–¿Cómo están los suministros?
–Bien… Gracias a la cantidad de bajas de ayer, hay suficientes suministros para por lo menos seis meses. Sólo el agua es lo que más escasea de las reservas; pero el aljibe recogerá el agua suficiente de las lluvias, para abastecernos lo que haga falta –contestó Aerion.
–Esperemos… Ahora debemos avisar cuanto antes a Yurkea e interceptar los refuerzos de Herdenia para que no lleguen hasta aquí… Si eso pasara serian aniquilados por completo… –dijo la marquesa en tono bajo pero firme.
–Sí. Los refuerzos deberían aguardar en Yurkea hasta recibir noticias del rey  –agregó Grego.
–¿Estáis diciendo que Yurkea no nos ayudaró? –preguntó Jornr, temiendo la peor respuesta.
–Dudo que lo haga, por más que reciban los refuerzos. La estrategia más sensata es aguardar el grueso de las fuerzas de Herdenia. Si el rey es avisado a tiempo, probablemente logre liberarnos del asedio… Pero no sabemos el tiempo que llevaró  organizar las fuerzas suficientes para tal tarea… –interfirió Tynide, para contestarle a su capitán.             
–Mi señora, estamos completamente rodeados ¿Cómo pensáis dar aviso a Yurkea? –inquirió Aerion.
            –Vuestra merced hace poco que llegó a la marca, por lo que es justo que no estéis al tanto, pero debo informaros que contamos con un pasaje secreto subterráneo que tiene la suficiente distancia como para pasar sin riesgos el cordón de tropas enemigas –le contestó la marquesa.
            –Ese pasaje se construyó al mismo tiempo que el aljibe del castillo y tiene el propósito para el que le daremos uso, poder salir de la fortaleza sorteando el asedio enemigo. Su salida es sobre una densa arboleda, cerca de una ermita provista de caballos para quien los necesite luego de salir del túnel –comentó Grego, completando la explicación de la dama.
            –Mi señora, es probable que haya varias tropas enemigas explorando los alrededores… No debemos tardar –clamo sir Jornr.
            –Así es. Pero tampoco podemos enviar un mensajero con la luz del día, estaría menos expuesto en la noche… Esta noche –la marquesa se giró y miró a otro de sus compañeros de la sala–. Sir Grego, ve y alista un buen soldado que se encargue de la tarea. Deberá ir solo y deprisa. Encargaos de que salga en cuanto se ponga el sol. Primero que de aviso a los pueblos sobre el monte Kite, luego que vaya directo a la fortaleza de Yurkea.
            –No será problema, yo me encargo –terminó diciendo Grego.

            La oscuridad de la noche era profunda y los vientos fríos que bajo esta se resguardaban azotaban las frágiles viviendas de los mineros de Timun, y helaba los huesos de sus ocupantes. Aún era verano; el frio de aquella noche estaba completamente fuera de lugar. En una de la viviendas, sir Self de Gore yacía arropado bajo gruesas pieles de cordero, en una cama de pino; sin lograr conciliar el sueño. Mientras su cuerpo se paralizaba del frío, su cabeza deliraba del calor, haciendo que el sudor brotase de su frente como si fuese una fuente. Apenas alumbrado por las débiles llamas de unas velas distribuidas en la habitación, se mantenía despierto esforzándose por no perder la razón ante el avance de una fiebre que no parecía cesar. El martillar de su cerebro contra su cráneo era tan fuerte y doloroso que apenas podía escuchar otros sonidos, como los vientos nocturnos o hasta el mismo chasquido de sus dientes temblar. Por lo menos el frío y la fiebre lo distraían del dolor de sus huesos rotos. La parte superior de su torso se hallaba completamente envuelta en vendajes, mientras que justo detrás de su omóplato izquierdo tenía una fina, pero resistente, tablilla de madera que mantenía su brazo en la posición correcta. Durante el día el barbero del pueblo había tratado sus fracturas lo mejor que pudo y le puso un ungüento de raíz de valeriana para reducir el dolor de las primeras horas. Mientras que para la fiebre, la cual apareció inmediatamente, le dejó  preparada una infusión de genciana, mezclada con germandrina, pero evidentemente no había logrado el efecto deseado.  
            La puerta de la vivienda se abrió bruscamente, cruzando por ella uno de los cadetes que respondían a Self. Éste avanzó a paso firme hasta la cama en la que su líder reposaba.
            –Mi señor, hemos terminado de realizar la tercer búsqueda en el interior de las ruinas y no hemos podido dar con la roca que vuestra merced nos ha descripto. La cámara final que nos indicó del templo oculto, se encuentra totalmente vacía…
            Self no contestó inmediatamente. Tratando de que las palabras que sus oídos escucharon no pierdan el sentido debido a la fiebre, ordenó un poco sus ideas y luego respondió:
            –Al alba, en cuanto el sol se asome, volved a buscar… La roca debe estar allí… No puede haber simplemente desaparecido… –dijo con notoria preocupación al no encontrar la gema por la que el erudito de la Tierra Mágica había dado su vida. Gema que le había confiado y el perdió en la batalla…
            –Así se hará. ¿Vuestra merced desea otra cosa en la que pueda servir? –clamó el cadete de Kirkhia.
            –No, estaba bien, podéis iros.
            El muchacho dio la media vuelta para retirarse, pero sus pasos se vieron frenados por un ligero galope a la lejanía, que percibían sus oídos. Giró su semblante y volvió a mirad a Self.
            –Un jinete…
            –Sí… Cada vez se escucha con más claridad. Averiguad de quien se trata y si me concierne, avisadme; sino, podéis ir a dormir tranquilo –repuso Self.
            El cadete asintió con la cabeza y se dispuso a abandonar la habitación. Justo antes de salir, un claro grito llegó a sus oídos.
            –¡Despertad pueblo de Timun! ¡Despertad pueblo de Timun! –los alaridos del jinete eran lo suficientemente fuertes y constantes como para lograr el cometido de sus palabras.
            El joven cadete inmediatamente desenfundo su espada y salió al encuentro de aquel inesperado visitante.
            –¡Despertad pueblo de Timun! ¡La Fortaleza de la Marca Norte está bajo asedio! –seguía gritando el hombre sin agotar su garganta.
            Pronto las teas y los faros de aceite comenzaron a brillar como estrellas sobre la tierra, alumbrando la plaza central de Timun. La mayoría de los habitantes se acercaron nerviosos y atemorizados al extraño, por lo que sus gritos les significaban.
            –¡Despertad pueblo de Timun! ¡La Fortaleza de la Marca Norte está bajo asedio! ¡Debéis abandonar vuestros hogares y aguardar detrás del río Then, en Urthia!
            La masa de pueblerinos apiñados junto al orador comenzaron a gritar, negándose a abandonar sus viviendas y cuestionando la veracidad de sus noticias. En medio de la muchedumbre, el cadete de Gore se abrió paso y con la espada en alto le exigió al extraño que baje de su caballo y pruebe sus anuncios ante el juicio de su espada.
            –Calmaos, yo también soy hombre de la orden de Deriven –clamó el mensajero al ver las ropas de su inquisidor. Paso continuo, apartó su capa de cuero a un costado y dejó al descubierto el brial con el blasón de la orden en su centro, el mismo que el de la familia real–. Veo que aún eres cadete en Kirkhia. ¿Quién os manda? –continuó diciendo el hombre, al tiempo que descendía de su caballo. La muchedumbre que los rodeaba aguardó en silencio al ver que de un soldado de Gore se trataba, por lo que probablemente sus palabras sobre la Marca eran ciertas.
            –Sir Self de Gore es quien está al mando. Acompañadme e informadle personalmente vuestras noticias –respondió el muchacho mientras guardaba su arma.
            El mensajero asintió con la cabeza e hizo una seña para que le indicasen el camino.
            La puerta de la vivienda en la que Self se encontraba rechinó al abrirse lentamente, luego se escucharon los pasos de dos hombres pisar la desgastada madera del suelo. En pocos pasos los dos sujetos llegaron en frente del caballero postrado en la cama. Self miró al visitante desconocido, pero sus facciones se escondían bajo la capucha de cuero de su capa, impidiendo que la débil luz de las velas tocara su rostro.
            –No puedo creerlo… Pareciera que los dioses jugaran con nuestras vidas…
            –¿Qué habéis dicho? –preguntó Self entre jadeos, sin entender a lo que el mensajero se refería.
            El cadete tampoco comprendió sus palabras y lo miro fijamente, esperando que volviese a hablar, pero éste no lo hizo. El visitante aguardó un segundo y luego se corrió la capucha velozmente con su mano derecha. Una oscura cabellera recortada y prolija  brilló con la débil luz, enmarcando un rostro que Self distinguió inmediatamente. Rápidamente ambos sonrieron, casi soltando carcajadas por el gusto que les producía reencontrarse. Self, revitalizado, estiró su brazo derecho, el cual fue raudamente tomado con firmeza por ambas manos de Alexfre.
            –¡Alexfre, estáis vivo! Cómo me alegra veros en una pieza –clamó Self entre risas.
            –¡A mí también me alegra veros, camarada! Pero veo que no estáis en buen estado ¿Estáis bien, sir Self?
            –Podría estar mejor… Apenas me estoy recuperando de una dura batalla...
            Self y Alexfre soltaron sus manos y este último se alejo unos pasos para no atosigarlo en su reposo.
            –¿Batalla? ¿Habéis estado en el frente? –inquirió Alexfre.
            –No, por suerte no. Hemos venido en misión especial que nada tiene que ver con la Marca y su enfrentamiento directo con Thira. Ya os contare lo que me ha pasado. Ahora por favor, decidme que son esas malas que habéis traído a mitad de la noche.
            El rostro de Alexfre se ensombreció repentinamente y la alegría que hasta un segundo alumbraba su rostro se desvaneció por completo.
            –La Fortaleza de la Marca Norte está bajo asedio. Se me ha ordenado avisar a todos los pueblos sobre el monte Kite para que abandonen inmediatamente sus hogares, llevando sólo lo mínimo. Los hombres deberán quedarse en Yurkea como voluntarios y sus familias aguardaran detrás del río Then, en Urthia –explicó Alexfre.
            El semblante del resto de los presentes también se ensombreció, al escuchar nuevamente al mensajero. La guerra se hacía sentir con fuerza y parecía acariciarle las espaldas a todo Timun.
            –¿Esas medidas no son demasiado apresuradas? ¿Cuál es el estado de las fuerzas de la Marca? –cuestionó Self, alarmado por la inminencia de las medidas tomadas por la marquesa.
            –Debo deciros que su estado es pésimo. La marquesa acaba de perder el puente del río Meriel, en donde también perdió el grueso de las tropas. Yo estuve presente… El enemigo por lo menos nos duplicaba en fuerzas… Por eso al veros pensé que habíais estado en esa batalla. El ataque a la fortaleza sólo llego un día después…
            La mirada de Self parecía abatida y sus labios permanecieron cerrados sin saber que decir; en su mente se mezclaron el avance repentino del enemigo y las palabras que el erudito no dejaba de repetir sobre aquella gema que aparentemente se había esfumado de aquel templo. Ya no podía hacer nada al respecto… Sólo rogar que haya desaparecido realmente de la faz de la tierra.
            –El asedio va a ser corto, las tropas de Gore no podrán defender la fortaleza por mucho tiempo. Es por eso que hay que organizarse en Yurkea y avisar inmediatamente al rey de lo sucedido –continuó Alexfre.
            –Entonces debemos partir cuanto antes… –dijo con la mirada perdida; un segundo después ésta recuperó su rumbo en el rostro del cadete de Kirkhia–. Llamad inmediatamente al resto de los cadetes y ayudad a los pueblerinos a organizarse ordenada y velozmente, también fijaos si podéis conseguir una carreta lo suficientemente grande como para que yo pueda viajar recostado en ella.
            –Así será mi señor –clamó el cadete, que partió inmediatamente del lugar.
            Luego Self miro a Alexfre y continuó:
            –Yo también debo informar al rey…

miércoles, 20 de abril de 2011

2º Parte - Capítulo 4

–IV–

Bajo la protección y juicio del eterno firmamento, los consejeros de la Tierra Mágica se reunían nuevamente. Siete eran los que enfrentaban sus miradas, las cuales cada tanto se desviaban hacia la silla vacía de aquella gran mesa de ocho lados. Allí, postrados en sus sillas forradas en satín, los consejeros tenían que tomar una de las decisiones más difíciles que comprendían el cargo que ocupaban.
Edorias, el consejero con mayor tiempo en el cargo, se puso de pie y, apoyando suavemente las palmas de sus manos sobre la mesa, dijo:
            –La presente reunión  indica el fin de los Siete Días de meditación. Se efectúa sin la presencia de nuestra maestre justamente porque no está en condiciones de presidirla –Edorias hizo una pequeña pausa, bajó la vista y luego de un instante la volvió a alzar–. Todos los aquí presentes estamos al tanto de que nuestra venerable líder padece una terrible enfermedad, que durante estos últimos meses ha avanzado terriblemente, perjudicando su salud a tal punto que nos obliga a estar hoy aquí sin ella –Edorias volvió a cesar, mientras que el resto de los consejeros lo miraban sombríamente, sin interrumpirlo–. Por lo tanto la tarea que hoy nos compete es la elección de uno de nosotros como regente de la señorita Margawse D’eredoth Shonen, hija de Martinique Shelia Shonen y heredera de la maestría de Tierra Mágica. La regencia debe ocupar el lapso de once años; hasta que la señorita Margawse alcance la edad de veinticinco años –Edorias hizo una pausa para tomar aire y continó–. En ese tiempo, quien sea electo regente deberá cumplir las funciones de la maestría de la Tierra Mágica y deberá cuidar y guiar a la señorita Margawse, legitima sucesora del cargo de maestre… –volvió a pausar un instante. Un leve suspiro escapó de sus labios–. Una breve y simple reunión que marcara el curso de la Tierra Mágica por muchos años… A continuación, cedo la palabra al consejero Agharol para comenzar la votación  –terminó diciendo Edorias.
            Agharol asintió con la cabeza y luego de esperar a que su compañero se sentara, se puso en pie y dijo:
            –Creo que ya debéis estar al tanto de las reglas de la votación, pero es mi deber decirlas nuevamente en esta ocasión –se llevó la mano a la boca y, luego de toser levemente, prosiguió–. Cada consejero tiene el poder de votar una única vez a uno de sus compañeros, sin poder votarse a sí mismo ni poder retractarse de su voto. Todos los consejeros son los postulados al cargo; no hace falta postularse antes de la votación, ni tampoco es posible negarse a ser votado. Quien sea electo como regente no podrá negarse a ocupar el cargo, ni cederlo en un futuro; deberá cumplirlo hasta que sea necesario –hizo una breve pausa y continuó–. El orden de votación es de izquierda a derecha, comenzando por el primer consejero que se encuentre a izquierda de la silla de nuestra líder, hoy ausente.  Dicho esto, podéis comenzar a votar.
            Agharol tomó asiento y miró, al igual que los demás, a Golthor; quien por orden debía abrir la votación. Unos segundos de silencio dejaron al descubierto un ambiente sombrío y tristecino, ya que muchos sufrían con gran dolor los graves problemas de salud de su líder; mientras quien no, lo fingía. Sin más opción, Golthor se puso de pie ante todos e inicio la votación.
            –Estimados presentes, sabéis que el propósito de esta reunión me apena mucho, ya que como todos, aprecio a Martinique como persona; pero por sobre todo, como el gran líder que nos ha guiado por el buen camino, recordándonos con vigor los preceptos en los que la Tierra Mágica se ha construido. Por eso, mi voto es para Edorias. A quien considero el indicado para seguir recordándonos tales preceptos, por su trayectoria e idoneidad.
            Golthor tomó asiento y Vladimiro fue quien se puso de pie, para continuar con la votación.
            –A mí también me disgusta esta situación, pero como bien se ha dicho, es nuestro deber. Considerando la delicadeza de las circunstancias en cuanto a la guerra entre Thira y Gore, y sobre todo nuestro papel en ella, mi voto es para Dawrt; quien creo posee las cualidades para actuar con rigor y responsabilidad ante los hechos que hoy vivimos –terminó diciendo el anciano, al tiempo que volvía a ocupar su silla.
            Los rostros de los presentes modificaron levemente sus expresiones, dando señales de apoyo o de rechazo a las palabras de Vladimiro. Entre murmullos casi imperceptibles y miradas instigadoras, Dawrt se pone en pie para dar su voto.
            –Todos estamos dolidos por la salud de nuestra líder, pero creo que no hace falta que cada uno de nosotros lo recuerde; hoy nuestra tarea es clara y no debemos apenarnos por ello. Es parte de nuestra función como consejeros. Volviendo a la votación, yo elijo a Agharol, por razones similares a las que Vladimiro expuso a favor mío. Creo que hacernos cargo  de nuestro papel en la presente guerra es vital, tanto para ayudar a terminarla como para preservar la credibilidad de la Tierra Mágica, al defender nuestra palabra escrita en el tratado de Doria.
            Dawrt tomó asiento y Edorias pasó a tomar la palabra.
            –Reconozco que la situación de guerra es de gran importancia y tiene prioridad para quien asuma hoy como regente; pero también tengo muy presente que hay varias formas de tomar partido. Alzar la espada tal vez no sea la mejor opción. En cuanto a mi voto, este es para nuestro compañero Golthor.
            Mientras Edorias tomaba asiento, Agharol se levantó.
            –Yo personalmente creo que ya se ha esperado lo suficiente sin actuar. La vía diplomática ha fracasado y debemos hacer valer lo firmado en Doria hace dos años, de ello depende gran parte de nuestro futuro. Es por eso que mi voto es a favor de Dawrt –terminó diciendo el anciano.
            A continuación es el consejero Elias quien tomó la palabra.
            –Siento disidir con gran parte de ustedes, pero creo que a lo largo de la historia de Tierra Mágica, ésta jamás uso la fuerza para hacerse valer; siempre hemos ido por la vía de la palabra y la razón. Hoy, hacer lo contrario desvirtuaría nuestras metas, al no reflejarlas en los medios que usamos para alcanzarlas.
            –La tierra Mágica jamás se había visto enredada en tal situación; esta vez no debemos quedarnos sentados –interrumpió Agharol, aludido por las palabras de Elias.
            –Por favor Agharol, no interrumpáis –clamó Edorias, quien recibió como respuesta una recia mirada.
            –Sin más que agregar, mi voto es para Edorias –término por decir Elias.
            Sólo faltaba que el consejero Mortimer dijese su voto.
            –creo que ya se han dado suficientes razones, las cuales respeto por más que sean dispares, pero me siento obligado a definir la votación por la que estamos reunidos. Es por eso que voy a votar a Dawrt –dijo el último de los consejeros.
            Las miradas se volvieron furtivas y los corazones agitaron su pulso en cuanto escucharon tales palabras; el único que gozaba de tranquilidad era el propio Dawrt, quien parecía más que satisfecho con los resultados al dejar ver una sutil sonrisa de regocijo. Inmediatamente Edorias tomó la palabra.
            –El solemne consejo de la Tierra Mágica ha electo para ocupar el cargo de regente a Dawrt de Melernia, quien dejará de ser consejero para ocupar sus nuevas funciones, luego de la ceremonia correspondiente. Si nadie tiene nada que agregar, la reunión ha terminado.
            Esas fueron las últimas palabras que se dijeron en aquel recinto. Todos los consejeros se fueron yendo cabizbajos y murmurando entre ellos sobre la elección. De algo estaban seguros, un gran cambio se avecinaba para la Tierra Mágica.

domingo, 17 de abril de 2011

2º Parte - Capítulo 3

-III-

La tarde del mismo día en que tuvo la audiencia con el rey, Self partió solo hacia Kirkhia que, al viajar a caballo, llego antes del anochecer. Con el manto de fuego del atardecer a sus espaldas, el caballero  avanzó a todo galope hacia la entrada principal de la academia. Esta vez, los gruesos muros de roca se alzaban sobre la pradera  Sosliana mucho más protegidos y vigilados que la última vez que había pisado esos lares. Ya desde lo lejos se podía apreciar pequeñas guardias permanentes de ballesteros,  apostadas a lo largo del cordón de almenas.  Al llegar enfrente de la poterna, la cual estaba cerrada, se encontró con varios soldados de la orden a escudo y espada, protegiéndola.
            Self tiró con fuerzas las riendas de su caballo, el cual freno su andar inmediatamente.
            –Soy sir Self de Gore; abrid la poterna –dijo enérgicamente.
            Los guardias de mirada recia intercambiaron palabras y, segundos después, los barrotes de hierro se despegaron del suelo lentamente.  Aunque Self traía puesto el brial de Gore, sólo se podía entrar con el previo consentimiento de sir Ruissguer, al frente de la academia para ese entonces. El comienzo de la guerra contra Thira exigía extrema seguridad; además tenía a todos muy alterados. Más de uno buscaba al enemigo en su propia sombra. El temor se olía en el aire y la desesperación se leía en las miradas… Las continuas derrotas contra el ejército invasor, le habían dañado la cordura y la esperanza a la mayoría.
            –Señor, sir Ruissguer os espera en el aula mayor, ubicada en la torre interior norte de la ciudad –clamó unos de los soldados cuando Self pasaba junto a ellos.
            Self asintió con la cabeza y continuó avanzando. Rápidamente se encontró entre las plazas de entrenamiento, las cuales vio repletas de postulantes demostrando sus habilidades. Aún recordaba los duros días de entrenamiento; seguía viéndose a sí mismo sobre la arena, con una espada y una rodela, ambas de  madera.  Ahora eran todas caras nuevas; ni siquiera veía a los mismos instructores. Sólo habían pasado un par de meses desde que había ido a Herdenia, pero aparentemente ya no había nadie a quien saludar o estrecharle la mano. En ese momento recordó las palabras del rey… La guerra exigía vidas y la gran mayoría procedían de la orden de Deriven… Pensar en ello fue suficiente para ensombrecer su mirada y endurecer sus facciones. Él mismo podría haber muerto para ese entonces… Pero no; al formar parte de la guardia real debía permanecer en Herdenia, cuidando a la todos los integrantes de la casa de Linere. Por lo menos por ahora, eso le garantizaba evitar el duro frente de batalla; le garantizaba seguir con vida.
            Al cruzar la zona de entrenamiento, primero pasó por la torre interior sur y luego se detuvo en la torre interior norte, su destino. Con presteza abandonó su montura y se la alcanzó a uno de los mozos, que siempre estaba enfrente de la torre justamente para llevar  los caballos a la cuadra.
            Ingresó en la torre tras presentarse a los dos guardias apostados en la entrada y se dispuso a subir la gran escalera de piedra. El ruido de sus pasos retumbaba con fuerza en la oscuridad y en el silencio que reinaba, delatando su llegada. Efectivamente, al llegar al aula mayor, sir Ruissguer, ataviado exactamente igual que Self,  estaba de pie en su centro mirando hacia él. La sala, rústicamente amueblada, era tan fría y húmeda como cualquier depósito de una torre. Sólo una simple biblioteca y un escritorio con la bandera de Gore detrás, demostraban que no era un depósito más.
            –Adelante, poneos cómodo –dijo fríamente sir Ruissguer, manteniendo un semblante rígido, exaltado por las marcas de un rostro veterano.
            –Con vuestro permiso –contestó. En tan solo unos pasos se puso en frente suyo.
            Ambos estrecharon sus manos y luego sir Ruissguer se volvió para ubicarse detrás de su escritorio, en el cual sólo se inclinó sobre la madera, apoyándose sobre sus puños cerrados.
            –Sir Self… El rey me ha informado ayer sobre los detalles de la misión que debería daros hoy.
            –Por eso es que estoy aquí.
–Bien, la tarea en sí no muestra peligro alguno. Simplemente debéis ir al poblado de Timun; uno de los tantos del monte Kite –comenzó a decir Ruissguer sin más preámbulos–. Hace once días y diez noches, unos pueblerinos encontraron una especie de cueva y vieron que en su interior había una especie puerta antigua. En cuanto la marquesa Tynide, protectora de la marca noroeste, se enteró; envió soldados a investigar, pero nadie fue capaz de entrar a dicha estructura. Es así que informó inmediatamente al rey –sir Ruissguer hizo una pausa y continuó–. Es por eso que el rey decidió enviar a un hombre de su confianza y a un erudito de Tierra Mágica a servicio de Gore. Acompañados de un escuadrón, por supuesto.
            –¿Un erudito de la Tierra Mágica? –inquirió Self.
            –Sí, lo que habéis escuchado. No sé bien porqué, ni tampoco la importancia de lo que van a investigar. Mi tarea es sólo comunicaros vuestra tarea y asegurarme que partáis mañana por la mañana.
            –¿El erudito ya está en Kirkhia?
            –Sí, llego antes que vuestra merced. Ahora ya se encuentra descansando en sus aposentos. Mañana lo conoceréis.
            –Este… “descubrimiento” parece importante, pero a la vez me estáis diciendo que nadie sabe que es…
            Sir Ruissguer lo miró sin expresión alguna, luego de un segundo continuó.
            –Tal vez deberíais preguntarle al erudito y no a mí…
            –Entiendo. Una cosa más ¿El escuadrón que habéis dicho, estará conformado por soldados o por cadetes de la academia?
            –Cadetes… La mayoría de los soldados han sido enviados a los distintos frentes de batalla. Los que veis aquí o en Herdeñia son sólo parte del ejército de reserva que protege la capital.
            –Sí, lo supuse. Aún recuerdo mi primera misión; también era cadete. Tan sólo unos días antes de la declaración de guerra… –Self no conocía a Ruissguer ni tenía confianza con él; igualmente expresó sus recuerdos en ese momento, seguramente por el orgullo que sentía de ellos–. En ese entonces éramos varios, pero no tantos como ahora.
            Ruissguer volvió a mirar a Self, aunque esta vez con la mirada algo ida. Sin decir palabra alguna se giró y se ubicó frente al ventanal que daba a las plazas de entrenamiento.
            –Es obvio que es por la guerra… Al verlos siento gran orgullo por ellos. Jóvenes que quieren defender su reino. Pero a la vez dudo que sean realmente concientes de lo que les espera… Desde hace más de siete meses que no paran de ingresar jóvenes dispuestos a dar todo por Gore, pero las filas de la orden no se engrosan… Simplemente se sustituye a los caídos en el frente para, alguna vez, ser sustituidos ellos también. Por eso es que también siento culpa… Como si tuviese que disculparme con ellos, como si tuviese que darles alguna explicación –terminó diciendo sir Ruissguer sin desviar la vista de los cristales.
            Sir Ruissguer tenía algo de razón… ¿Estarían aquí si cuando se les reclutaba se les hubiese avisado que dentro de seis meses iban a morir?  Pensó Self sin luego hablar al respecto.
            –¿Algo más que deba saber con respecto a la misión? –preguntó Self unos segundos después.
            –No, podéis retiraos…
            Self inclinó la cabeza sin bajar la vista y luego pasó a retirarse del recinto. Se dirigió a los aposentos que le habían destinado y se quitó el grueso de su armadura, para dirigirse luego a la única taberna de Kirkhia para comer y beber antes de ir a dormir. El lugar estaba muy concurrido, como era lo normal. Pero Self prefirió sentarse solo y alejado del resto de los clientes.
Dos cosas lo habían dejado en que pensar… Por un lado las palabras de Ruissguer “la tarea en sí no muestra peligro alguno” no lo dejaban tranquilo; él sabía con claridad a lo que se refería. Tal vez efectivamente la tarea era sencilla, pero la peligrosidad de ir al monte Kite era inmensa. La marca noroeste era uno de los frentes de batalla más duros y la situación allí estaba lejos de ser controlada. Era una zona que se podía perder de un día para el otro y tanto Timun como el resto de los poblados de Kite serian devastados.
Aunque se recibían noticias del frente constantemente, tan sólo un día era necesario para que Gore perdiese el control de toda la región. Tenía en claro su responsabilidad como caballero de Gore y daría su vida en cualquier momento si fuese necesario… Pero ahora su corazón y voluntad ya no le pertenecían del todo. La sola idea de alejarse de su amada lo atormentaba y ahora que Dana no estaba a su lado, su ser se sentía vació y carente de sentido. De cierta forma, eran sentimientos que le recordaban aquellos días en que no tenía pasado que recordar, ni futuro al cual perseguir. Por lo menos ahora sí tenía un futuro, pero por sobre todo, un amor. Razón suficiente por la cual mantenerse vivo. Razón suficiente como para temer ir a Kite…
Por otro lado… ¿Qué era lo que iba a hacer allí? Evidentemente era importante, pero nadie tenía muy en claro el porqué. O simplemente no se lo quisieron informar… La presencia de un erudito de la Tierra Mágica garantizaba que se relaciona con algo de su interés e investigación; si no, con un historiador de Gore hubiese bastado para revisar aquellas ruinas antiguas.
Self permaneció en la taberna cavilando sobre el día de mañana, mientras veía a la noche madurar a través de las ventanas. Luego de unas horas, el sueño le indicó que ya era hora de abandonar el lugar y así lo hizo.
            A la mañana siguiente, se reunió con el erudito de la Tierra Mágica; un tal Rhashter; y con seis cadetes de la academia. Todos armados y listos para partir. Poco después de que el sol se despegara del horizonte, la compañía avanzó a trote ligero en dirección a la marca noroeste. Más de unas ciento cincuenta leguas los separaban de su destino, el monte Kite. Si descansaban por las noches, les llevaría tres o cuatro días llegar hasta allí. Si en cambio no lo hacían, o descansaban el menor tiempo posible,  alcanzarían la marca mucho antes. Claro está, tal decisión dependía de la importancia de lo que allí iban a hacer. A pocas leguas de haber iniciado la marcha, el erudito de la Tierra Mágica acercó su caballo al de Self y le dijo:
            –Mi señor, si me disculpa debo informaros que debemos llegar a las ruinas lo antes posible. No sé si ya estáis al tanto de la importancia de vuestra tarea –expresó sin vueltas el anciano, envuelto en túnicas de colores opacos.
            –Entiendo; tengo muy en claro mis responsabilidades. Pero debo confesar que no saber lo que hay en tales ruinas me perturba. Tal vez vuestra sabia merced pueda disipar un poco mi confusión.
            El erudito clavó una mirada analizadora sobre el semblante de Self, como si a primera impresión desconfiase fieramente de su curiosidad. Self se percató de ello y dijo:
            –Creo que siendo yo quien lidere la expedición, merezco saber con más precisión la tarea que debo cumplir. Sir Ruissguer no parecía estar muy al tanto de ello,  por eso es que os pregunto.
            Rhashter aflojó los músculos de su cara y se tomó unos segundos para hablar.
            –Sólo puedo deciros que es probable que lo que allí se encuentre sea algo de gran valor y poder. De terribles consecuencias si cayeran en las manos equivocadas.
            –¿Debo suponer que es algo…”mágico”? ¿Alguna reliquia antigua?
            –Digamos que sí… Por eso os reitero la importancia de llegar a Timun cuanto antes –contestó el anciano.
–Pero cómo podéis estar seguro de que allí está lo que buscáis. Tal vez no sea más que las ruinas de un depósito olvidado bajo los escombros –clamó el caballero.
–Vuestras palabras podrían ser ciertas, y a la vez, tal vez sería lo mejor... Pero no se pueden correr riesgos. Ya os dije, no puede caer en las manos equivocadas.
–Si ya no lo está… La marca noroeste es el frente de batalla más duro. Tal vez cuando lleguemos no pertenezca más Gore.
El erudito lo miró despectivamente y dijo:
–Otra razón para acelerar vuestra marcha.
–¿Deseáis cabalgar de noche? –inquirió Self.
–Si es posible, sí.
A Self no le gustaba mucho la idea, ya que las posibilidades de defenderse exitosamente de un ataque eran mucho menores bajo la oscuridad. Pero a la vez, él también quería llegar a Timun lo antes posible.
Tomada la decisión, la compañía llegó antes del anochecer  al poblado de Urthia, en donde se alimentaron y saciaron su sed, al igual que la de los caballos. Pero como se había acordado, no se quedaron a pasar la noche. Luego de un descanso mínimo se abastecieron de lo necesario y siguieron hacia el noroeste, en medio de la noche, sin salirse del camino que los llevaba a los montes Kite. En su breve estancia, Self aprovechó para informarse de la situación militar de su destino. Hasta ese entonces, los pueblerinos sabían que la fortaleza de la marquesa Tynide seguía en pie, por lo que no habría que preocuparse por el momento.
Al no contar más que con la luz de la luna, la marcha se alentó considerablemente. El camino estaba en muy mal estado, lleno de pozos y desnivelado; eso se debía a que era la misma ruta utilizada por los refuerzos militares que partían de Kirkhia hacia la marca noroeste; suceso que se repetía con asiduidad en los últimos  meses, dejando muy estropeado el camino. Igualmente seguía siendo tiempo valioso que se estaba aprovechando.
La noche fue fría y ventosa, teniendo a mal traer a la compañía; hasta que al fin el alba anunciaba un nuevo día. Justo antes del amanecer llegaron al rió Then, cruzando su cauce directamente a caballo ya que no era muy profundo, ni sus corrientes muy bruscas como para tener que ir a un cruce. Ya del otro lado, aún les quedaban unas cincuenta leguas para llegar al próximo poblado; esta vez se trataba de la pequeña ciudad de Yurkea; ciudad fortificada que controlaba los límites internos del marquesado noroeste. Allí sí descansarían toda una noche, ya que por más voluntad que pusiesen, los animales se agotaban al igual que sus cuerpos. Fue así que, manteniendo un ritmo veloz y constante, la compañía llego a Yurkea luego de todo un día de viaje a caballo, sin descanso alguno. Cuando llegaron a sus puertas, el sol ya se había vuelto a esconder y el manto de estrellas cubría sus cabezas.
En cuanto estuvieron dentro de la ciudad, llevaron sus caballos al herrero para que revisara el estado de las herraduras, igualmente cuando partiesen no usarían los mismos animales, sino unos descansados.
A continuación se dirigieron a la taberna local y pasaron a sentarse todos juntos,  en una mesa apartada del tumulto. Poco después, una bella mujer morena se les acercó y les preguntó qué era lo que deseaban. Self habló por todos y pidió jarras de vino tinto y puerco ahumado, con porciones de queso para todos. Mientras esperaban, los cadetes se perdieron entre risas y murmullos, pero Self y el erudito continuaron platicando sobre la misión y el buen tiempo que estaban logrando, cosa que conformaba a ambos. Al volver la muchacha, primero trajo una gran bandeja con el vino y luego volvió a irse, para regresar con otra bandeja con la carne y el queso. Toda la compañía se dispuso a comer y a beber inmediatamente, cosa que hicieron con gran voracidad y gusto.
Luego de comer, Self dejó que los demás se entretengan hablando y bebiendo, mientras él los abandonaba unos momentos para dialogar con el posadero de algunas cosas, sobre todo, cuáles eran las últimas noticias del frente.
–Buenas noches… –dijo Self calmadamente al posadero.
–Buenas noches ¿En qué puedo ayudaros? –clamó el posadero con voz grave. Éste era bastante bajo y corpulento, además lucía una abultada barba negra, muy similar a un enano, aunque no tan bajo como para serlo.
–Con decirme las últimas noticias del frente, es más que suficiente –contestó el  caballero.  
–Pues lo de siempre… La marquesa Tynide sigue defendiendo las tierras de constantes ataques. Todos los días llegan hombres heridos, que se retiran del campo de batalla o escuadrones que van hacia allí para reemplazarlos. Pero…. ustedes son muy pocos… ¿Vais al frente? –cuestionó el posadero.
–No, pero lo suficientemente cerca. ¿Cuándo habéis recibido la última noticia?
–Hoy por la mañana.
–Os agradezco –terminó diciendo Self, mientras se giraba para volver con sus compañeros.
 Al llegar a la mesa le comentó a todos lo que había averiguado, por lo que todos se alegraron y brindaron. Para algunos sólo era una excusa más para festejar y beber; pero para Self significaba un gran alivio. Probablemente cuando llegasen a Timun no encontrarían problema alguno y mañana mismo ya estarían preparando el retorno a Herdenia.
Inesperadamente, Self notó cómo una joven lo observaba desde lo lejos, cerca de la barra del posadero. Tal vez lo estaba haciendo desde que él fue allí, atraída por el brillo de su cota de malla y por el blasón de la orden de Deriven estampado en el brial que la cubría; pero recién en ese momento se percató de ello. La joven era muy bella y las facciones de su rostro emulaban una sensualidad poco normal. Se notaba que sus ropas eran más caras y finas que las del resto de las campesinas, pero más allá de eso era una chica normal. Sólo el pañuelo rojo que llevaba en la cabeza insinuaba que  fuese una prostituta. Self hizo caso omiso a sus miradas, no por falta de deseo sino porque no era precisamente la mujer que ocupaba sus pensamientos; además de sufrir exceso de cansancio. A todos se les partía la columna, sobre todo justo arriba de la cintura, y lo único que querían hacer esa noche era dormir. Consecuencia previsible al andar a caballo tanto tiempo y sin descanso.
Al rato las jarras de vino se vaciaron y las risas se apagaron, ya era hora de ir a descansar por el resto de la noche. Mañana por la mañana volverían a partir hacia los montes Kite, así que debían aprovechar esa noche para recuperar todas las fuerzas posibles.
La noche pasó fugaz entre sueños y recuerdos y el alba se anunciaba nuevamente dando aviso para partir. Self fue el primero en levantarse y se encargo de verificar que todos estuviesen preparados con presteza. Pero al pasar por la cama de uno de los cadetes, se llevó una desagradable sorpresa. Éste había caído enfermo, sin razón aparente. En cuanto sus compañeros se percataron, se alejaron por temor a la peste; aunque probablemente fuese sólo fiebre. Su frente estaba roja del calor y emanaba una gran cantidad de sudor hirviendo. Self mandó llamar inmediatamente un médico que lo revisara, pero a la vez no podían esperar a que su compañero se recuperara, así que decidió dejarlo en Yurkea y seguir con el resto hacia Kite. Cuando regresaran de Timun la compañía volvería a reunirse.
Luego de recoger los caballos, partieron sin más demoras de la pequeña ciudad fortaleza hacia el monte Kite, que sólo estaba a medio día de camino. El nuevo día era húmedo y caluroso; el sol subía por los cielos sin dejarse ver tras el gran manto de nubes espesas. Poco después de que éste alcanzara su tope y comenzara a bajar, la compañía ya tenía en frente su destino; el pueblo de Timun. Todos se tranquilizaron enormemente al no ver rastro de soldados enemigos, y se acercaron sin cuidado a un grupo de habitantes que estaba reunido frente al primer conjunto de cabañas del pueblo.  
Su gente era humilde y sólo se dedicaba a la extracción de metales de las tantas minas que había en el monte Kite, rico en hierro y plata. En sí, Timun era un pueblo minero como la mayoría de los pueblos del monte Kite. En un principio sólo había un asentamiento extractor, pero con el tiempo se fueron ampliando al encontrar nuevas vetas que explotar, y los asentamientos se fueron convirtiendo lentamente en los pueblos que ahora son. Pero las cosas habían cambiado; desde hacía varios meses muchos de sus habitantes se unieron al ejercito de Gore para poder defender sus hogares, perdiendo el resto de sus actividades y hasta la vida.
Desde que la guerra había comenzado, les era común ver a soldados de la orden de Deriven, por lo que no se alertaron al ver a Self y al resto pasar entre ellos. Pero un aldeano, al notar que eran muy pocos como para dirigirse al frente, se les acercó y preguntó:
–¿Venís por lo de la cueva?
–Así es ¿Qué me podéis decir? –respondió Self.
–Allí, debéis hablar con las hijas del techador– dijo el pueblerino, mientras apuntaba con su mano una de las viviendas que estaban más adelante.
Self asintió con la cabeza en señal de agradecimiento y avanzó con sus compañeros hasta la casa indicada. Rápidamente salió un hombre algo asustado.
–¿Qué deseáis? –preguntó el sujeto.
–Sólo preguntarle si es cierto que vuestras hijas encontraron las ruinas.
–Ah… Sí, sí. Fueron mis hijas que encontraron esa cueva. Fue cuando estaban jugando cerca de la mina, hace unos días –dijo el hombre algo nervioso.
Justo al terminar de hablar, una pequeña figura se posó atrás del hombre y se asomó sobre su hombro. Probablemente era una de sus hijas.
–¡Entrad, entrad ya mismo! –clamó el techador al verla.
–¿Una de vuestras hijas? –preguntó el caballero.
–Sí, sí… Pero no hace falta que habléis con ellas, yo puedo deciros lo mismo que ellas –respondió nerviosamente, casi tartamudeando.
–Está bien ¿Podéis indicarme el lugar  preciso? –continuó Self.
–Sí, claro… Cuando queráis.
–Os pediría que fuese ahora.
–Sí, no hay problema, sólo debo preparar el caballo.
En cuanto el techador estuvo listo, todos partieron hacia el oeste del pueblo en pos de las ruinas cercanas a las minas.
A pesar de estar seguros, Self no estaba totalmente tranquilo. Estar tan cerca del frente de batalla lo perturbaba, al punto que a veces le parecía escuchar los gritos de la batalla o ver el fulgor de las armas a lo lejos. Para distraer su mente, acercó su caballo al del campesino para preguntarle cómo fue que encontraron las ruinas. Al ver esto, el erudito de la Tierra Mágica también se acercó para escuchar lo que aquellos dos tuviesen que hablar.
–Decidme… ¿Cómo fue que encontraron las ruinas?
–Os sorprenderías… –hizo una breve pausa para mirarlo y prosiguió–. Mis hijas estaban jugando cerca de la mina a la que vamos; es un lugar seguro y nunca les ha pasado nada. Pero esa vez se encontraron con algo nuevo y aterrador…
–¿Aterrador? –interrumpió el erudito intrigado.
–Para mis hijas seguro que lo fue, pero mejor llegar para que vuestros ojos juzguéis más acertadamente.
Nadie contestó a ello, por lo que siguieron avanzando hasta alcanzar la base rocosa del monte Kite, en donde se hallaba la mina a la que iban. Apenas unos minutos después de recorrer el sendero que los llevaría a destino, el pueblerino se alertó y tiró de las riendas de su caballo para frenarlo.
–Mirad delante –dijo el campesino al indicar hacia delante con su brazo estirado.
Los rostros de Self y el resto de la compañía se sorprendieron repentinamente al ver ante sus ojos un vasto terreno, totalmente carbonizado… Todo. La hierba, los árboles, los arbustos, las rocas, todo teñido de negro hasta las entrañas…
–¿Qué demonios ha pasado aquí…? –preguntó el erudito totalmente anonadado por lo que sus ojos veían. 
–Mis… mis hijas vieron ante ellas a las piedras del monte estallar cubiertas de fuego, dejando al descubierto una boca en la montaña, que no hacía más que seguir escupiendo llamas e incinerándolo todo. Cuando las llamas se agotaron, la boca de fuego se transformó en la entrada que vosotros vais a investigar.
Inmediatamente el erudito murmuró una palabra entre dientes, que fue inentendible para sus oyentes, probablemente en un idioma desconocido para ellos.
–¿Dijo algo? –le preguntó Self
–Creo… creo que no ha sido en vano venir –contestó el viejo
–Yo… si me permiten, desearía volver a mi hogar. Mi tarea era sólo guiaros –dijo después el pueblerino.
Self lo miró y asintió con la cabeza. El techador dio la media vuelta y partió inmediatamente.
Ya solos, la compañía intercambió algunas miradas y, luego, avanzaron lentamente sobre la hierba incinerada. Muchos de ellos temerosamente; tales acontecimientos difícilmente fuesen obra de la naturaleza, y el temor a una fuerza oculta les llenaba el corazón de angustia.
A tan sólo a unos pasos comenzaron a sentir un olor nauseabundo, que apenas los dejaba respirar. Rápidamente, uno de los cadetes alertó al resto de que no sólo árboles y hierba fue lo que se quemó… Sobre el suelo, comenzaron a identificar huesos carbonizados; restos de animales que sufrieron la furia de las llamas.  Los caballos comenzaron a agitarse y sacudirse sin cesar debido al calor y al hedor allí presente. Por temor a que pierdan el control, los dejaron al cuidado de uno de los cadetes, el cual volvió y aguardó fuera del rango de la hierba incinerada. La compañía no tuvo más remedio que seguir a pie entre las cenizas, hasta dar con la entrada a las ruinas… “La boca de fuego” aún poseía piedras llameando a su alrededor, y las que no estaban envueltas en fuego emanaban un gran ardor como si estuviesen hirviendo por dentro. El calor empezó a aumentar, los rostros de los presentes comenzaron a enrojecer y sudar,  sofocados por las pesadas cotas de malla. Dentro de la grieta, una luz tenue y rojiza iluminaba su interior, en el cual no había más que rocas. Los intrusos avanzaron sigilosamente, observando con atención sus alrededores. Luego de adentrarse varios pasos en la cueva, los semblantes de los presentes quedaron atónitos al toparse con un impresionante muro de roca tallado, del alto de dos hombres. El erudito fue el primero en reaccionar y avanzar hacia la estructura. Se dispuso a observarlo con detenimiento, con la mandíbula aún baja de la impresión. Luego alzó su mano y, suavemente con la yema de sus dedos, recorrió los pliegues de los relieves tallados sobre la inmensa roca.
–Está... está frío… –dijo con un tono apenas perceptible por el resto de los presentes.
–¿Qué es ?… –preguntó Self poco después, recuperándose del asombro.
El erudito se volteó y volvió a mirarlo fijamente a los ojos con desconfianza, como cuando aún estaban viajando. Luego de un instante dijo:
–Es una puerta.
Self, asombrado, volvió su vista al muro y luego acotó:
–Pero parece una roca sólida.
–Lo que os dije es lo que es, no lo que parece –contestó el anciano con cierta insolencia y sin ni siquiera mirarlo; su vista estaba nuevamente sobre los pliegues del muro–. Claro que no es una puerta convencional… Es una puerta mágica…
–¿Mágica? –inquirió el muchacho, sin hacer mucho caso al tono egocéntrico de su compañero.
–Sí… Siento su energía fluir.
Luego el erudito comenzó a soplar las hendiduras, emanando una gran cantidad de polvo y tierra que lo obligaron a toser fuertemente. A continuación, siguió buscando con la yema de sus dedos. Sus manos se extendieron a lo ancho y se terminaron juntando en el centro. El relieve central de la puerta representaba un círculo, con dos semicírculos a los laterales. Luego el anciano se detuvo y siguió contemplando la roca, mientras sostenía su barbilla con uno de sus puños. Los demás prefirieron guardar silencio y esperar a ver qué era lo que decía el erudito al respecto.
–tiene un sello, un sello mágico muy antiguo. Probablemente de la primera… –el erudito hizo una pausa y continuó–. El idioma en el que está escrito es similar al dearin, pero no es igual…
–¿Dearin? –pregunto Self, sin saber más que hacer.
–No os preocupéis, no tenéis porqué saber de lo que hablo.
–Y... ¿Podremos entrar? –continuó preguntando Self, que hablaba por todos ya que los cadetes estaban fríamente callados, llenos de asombro y probablemente, también de temor.
El erudito volvió a voltearse por unos segundos, luego se volvió nuevamente al muro y alzó sus brazos bien alto, respiró hondo y luego recitó con voz fuerte y grave:
–Eker… Tyerzna Eker Xhirker Thirnek…
Un instante de silencio absoluto inundo el recinto, hasta que los suspiros de asombro de los presentes lo quebraron. El muro al que todos observaban fijamente comenzó a reaccionar y vibrar. En su centro apareció un pequeño punto celeste, como una llama de fuego helado que, un instante después, comenzó a expandirse rellenando las hendiduras de los relieves. La extraña masa celeste emuló los dibujos del muro a la perfección, hasta cubrirlos en su totalidad. Al hacerlo, centelleó fuertemente, cegando a los presentes con el fulgor de su fuerza. Toda la compañía se cubrió los rostros  y se echo hacia atrás inconscientemente. Algunos hasta gritaron, pero ninguno se animó a huir. La blanca luz terminó por disiparse, y los presentes volvieron a abrir los ojos con el latir de sus corazones agitados y temerosos. Gran sorpresa fue la que se llevaron al ver que el gran muro de roca tallado se había esfumado, junto con aquel destello de luz. Las miradas perplejas comenzaron a buscar restos del muro, pero sus ojos nada encontraron. El lugar en el que hacía tan sólo un momento se encontraba, se hallaba totalmente vacío dejando al descubierto un profundo y oscuro pasadizo.
–¿Qué habéis hecho? ¿Cómo hicisteis para hacer tal cosa? –preguntó Self, confuso.
–Lo grabado en el muro era un sello mágico, tallado por seres de la primera era… Para anularlo sólo había que leerlo en voz alta… Así que tranquilizaos –contestó el erudito.
Pero aunque sus palabras decían una cosa, su comportar decía otra. Su maxilar aún temblaba al hablar y sus dedos no dejaban de moverse nerviosamente. Por más que estuviese preparado teóricamente para lo que acababa de suceder, otra cosa muy distinta era presenciarlo. 
Self lo miró por unos segundos y luego observó el oscuro pasadizo. Se volvió hacia los cadetes y les ordenó sacar las teas que traían. Gratamente, no hubo que preparar ningún fuego para encenderlas, con simplemente apoyarlas sobre alguna de las piedras llameantes de la entrada a la cueva, bastaba para que estas diesen su luz. Las antorchas disponibles eran sólo dos, por lo que Self dispuso que dos cadetes aguardasen allí mientras él, el erudito y los dos restantes cadetes, avanzaban por el pasadizo.
Sin más entraron al pasaje, el cual era estrecho, pero lo suficientemente amplio como para que un hombre pasara por él. A paso lento y cauteloso, los cuatro sujetos descendieron, portando las teas en alto para iluminar el camino, que no era más que tierra y roca que seguía adentrándose en la montaña. La débil luz de las llamas sibilantes bailaba con la brisa que atravesaba el pasadizo de lado a lado, emitiendo un leve sonido  que parecía el susurro de un alma condenada. A cada paso que avanzaban, el contorno no cambiaba, pero la mente de los presentes se retorcía en su propio temor hacia lo desconocido. Nadie sabía con lo que se iban a encontrar y más de uno tampoco quería averiguarlo. Repentinamente el caballero se detuvo, obligando a los que iban detrás a hacer lo mismo.
–Aguardad… –retumbó su vos en el recinto.
–¿Qué pasa, por qué os detenéis? –cuestionó Rhashter.
–¿Los años han deteriorado vuestros oídos? ¿No oís? –dijo Self en voz baja.
El erudito no respondió y se esforzó por agudizar su oído para detectar lo que el hombre le indicaba. Una especie de crujido manaba de las paredes, como si gritasen el rechazo a los intrusos. En principio era leve, pero no tardó en escucharse con claridad. Self se volteó y con una simple señal de su dedo indico al resto no moverse y hacer sumo silencio. Permanecieron así unos instantes, pero las paredes no sólo comenzaron a crujir con más fuerza, sino que también comenzaron a vibrar. Era obvio lo que allí iba a suceder; no había tiempo que perder.
–¡Atrás! ¡Atrás! ¡Salid todos de aquí! –empezó a gritar Self, mientras incitaba con sus brazos a que sus compañeros retrocedan con rapidez.
Todos percibieron lo que iba a suceder y echaron acorrer por el estrecho pasillo, tan rápido como podían sus pies. Tanto Self como uno de los cadetes, dejaron caer las teas al correr, sin importarles más nada que salir de allí. Las paredes seguían vibrando cada vez con más pujanza y no tardaron en resquebrajarse y agrietarse a la vista de todos. En frente de ellos, apenas se veía la luz del extremo del pasaje por el cual entraron. Aún estaban demasiado lejos… De repente, la furia de la caverna se desató y los muros se quebraron y estallaron delante de ellos, lanzando infinidad de rocas hacia todos lados y cubriéndolos en una inmensa nube de polvo y tierra. Los gritos de desesperación de la compañía se vieron enterrados por el crujir de las piedras al caer. En tan sólo unos instantes, gran parte del pasadizo en el que se encontraban había quedado  reducido a escombros… 
A los pocos segundos, débiles quejidos  y jadeos fueron percibidos por Self, que se encontraba tumbado boca arriba, sufriendo el dolor de varios golpes y heridas.
–¿¡Estáis todos bien!? –gritó esperanzado de que todos estuviesen por lo menos con vida.
Recibió tres respuestas, por lo que su corazón se tranquilizó y se puso en pie. Tanteando con las manos fue encontrando a sus compañeros que no estaban demasiado lejos de él. Todo su alrededor estaba sumido en una eterna y pura oscuridad, espesada por un aire polvoriento que no dejaba respirar, obligándolo a toser y escupir tierra tanto a él como al resto de sus compañeros. Alzó la vista hacia el interior de la caverna cuya parte del pasadizo no había caído y vio a lo lejos una pequeña flama titilante.   Inmediatamente pidió que nadie se moviese de allí y fue, cautelosamente, a recoger la tea que anteriormente había arrojado. Sólo una llama vieron sus ojos, por lo que probablemente la otra se haya apagado al caer.
Self volvió con la llama en alto y fue iluminando a cada uno de sus compañeros para comprobar sus heridas. El erudito por suerte no había sufrido rasguño alguno, pero no pudo decir lo mismo de los dos cadetes. Uno de ellos tenía sus dos manos sosteniendo vanamente un torrente de sangre que le caía de la mandíbula y se le escurría entre los dedos. Una roca lo había alcanzado rompiéndole la mayoría de los dientes y la nariz. Aunque aun podía hablar y moverse, su aspecto fruncía el seño de quien lo mirase. Self se compadeció de él, al ver que de sus ojos caían lágrimas de dolor y desesperación. El segundo de los cadetes se hallaba aun en el suelo, sin poder levantarse. Su pierna izquierda se encontraba enterrada en los escombros, probablemente rota, ya que el joven no dejaba de quejarse. Por último el erudito le indicó a Self que él también estaba sangrando. Un corte le dividía la ceja izquierda creando un hilo de sangre que caía hasta su barbilla. Self se tanteó y efectivamente tenía un doloroso corte. Por lo menos ahora sabía el porqué del repentino dolor de cabeza. Al comprobar el estado de sus compañeros y analizar un poco la situación en la que se encontraban, propuso aguardar ahí mismo hasta que los cadetes que quedaron afuera, volviesen con ayuda para sacarlos de allí.
–¡¿Aguardar?! –exclamó el erudito.
–Habéis escuchado con claridad –contestó Self fríamente.
–No he venido hasta aquí para nada. ¿No os dais cuenta en el lugar que estamos? ¿No recordáis el sello del muro? Lo que aquí hay es de extrema importancia. No pienso volver sin lo que el sello esconde.
–No podemos seguir, simplemente miradlos. Ninguno de los dos puede dar un paso más. Además no hay salida alguna hacia el interior de la montaña ¿Qué intentáis conseguir si al fin y al cabo no podréis salir de aquí? Lo mejor es aguardar y utilizar nuestras fuerzas para remover escombros cuando llegue la ayuda.
–¡No! No pienso aguardar aquí, lo que puede haber allí abajo es demasiado importante, y si mi vida arriesgo en ello, debo deciros que sigue valiendo la pena el riesgo. Toda mi vida esperé por tal oportunidad; no me echare atrás.
Self miró a los ojos al erudito y se sorprendió por la fuerza de su postura; en su mirada se veía el fuego de la decisión inquebrantable.
–Os acompañaré… –Dijo unos segundos después. Rhashter asintió con la cabeza conforme. Luego Self se volteó y se dirigió a los cadetes–. Ustedes aguardarán aquí, y en cuanto llegue la ayuda informareis lo sucedido. Igualmente no tardaremos en volver.
Los cadetes afirmaron, sin cuestionamiento alguno. Luego se alejó con la tea  hacia el interior del pasadizo, para buscar la otra de las antorchas abandonadas. Al cabo de unos instantes la encontró y prendió, para dejársela a sus compañeros. Ya sin más porqué esperar, tanto él como el erudito se dispusieron a descender hacia lo desconocido de aquel pasaje.
El aire que respiraban aún era espeso por el polvo, pero eso no era lo que más les preocupaba. Al estar encerrados, la sensación de quedarse sin aire para sus pulmones los perseguía a cada paso que avanzaban. El calor seguía siendo sofocante, haciendo latir sus cabezas y sudar sus rostros.  A pesar de caminar lentamente y con cautela, ambos parecían cansados como si hubiesen recorrido largas distancias. Los dos caminaban encorvados y sus gargantas jadeaban y tosían constantemente. Sin palabras de por medio los dos sujetos continuaron avanzando, sin ver delante suyo más que pasible oscuridad. Así continuaron por largos minutos, hasta que Self percibió un sonido familiar. Se detuvo bruscamente y avisó al erudito.
–¿Escucháis?
El erudito nuevamente afiló su oído y pudo sentir el murmullo de lo que parecía agua correr.
–¡Es un arroyo! –sonrió Self, alegre por su descubrimiento– ¡Un arroyo subterráneo!
–Cierto, cierto –comentó el viejo.
–Por lo menos no nos moriremos de sed –bromeó el caballero, aunque por la mirada de su compañero le pareció que no le causó mucha gracia.
Los dos hombres avanzaron a paso veloz, siguiendo con entusiasmo el sonido del agua. Mientras más se adentraban en la montaña, el pasaje que los acogía comenzó a deformarse y ensancharse. Pronto la luz de las teas no alcanzó para iluminar la totalidad de las dimensiones de la caverna en la que se encontraban. Por lo menos, ya no tenían que sufrir la presión de los muros a sus costados, ni a espesura de la nube de polvo ahora ya disipada.
Siguiendo la marcha, el sonido del arroyo se volvió intenso y claro, hasta que el brillo de su  agua correr alegró sus rostros bajo el aura de luz de las teas. Self dejó su antorcha a un costado y se abalanzó velozmente sobre el arroyo; luego cerró sus manos y extrajo el mayor caudal de agua que pudo para llevárselo a la cara y refrescar su cansado rostro, al igual que satisfacer su sed. El erudito hizo exactamente lo mismo, aunque sin tanta impaciencia en sus movimientos. Los dos notaron que el agua estaba más caliente de lo que debería, aunque ninguno lo menciono. Luego del breve regocijo que les causó encontrar el arroyo subterráneo, ambos hombres se reincorporaron y observaron su alrededor. Gran sorpresa fue la que se llevaron al darse cuenta que la luz de las teas ya no era necesaria. Un extraño brillo rojo oscuro teñía la superficie de las rocas dejando una tenue claridad sobre sus formas. Sorprendidos, y temerosos a la vez, por tal espectáculo, se vieron obligados a elegir qué camino seguir. Si iban con la corriente del arroyo o en su contra. Self, particularmente, se mostró muy decidido a seguir el correr del agua, cosa que el erudito terminó aceptando al no tener razones para negarse.
Los dos hombres siguieron su camino, cada vez más impacientes por lo que les esperaba en su destino. Para bien o para mal, ambos deseaban llegar al final de tan largo camino.  Cuanto más avanzaban, el arroyo más se ensanchaba a cada paso; aunque su profundidad y fuerza de su corriente no variaban, su aspecto se asemejaba cada vez más al de un río.  Así continuaron un largo tramo, hasta que el apacible y continuo sonido del agua se transformo en uno brusco y fuerte. Al avanzar unos pasos más, se percataron de que estaban casi al borde de una pequeña catarata. En frente de sus ojos ya no se veía la continuación del arroyo, sino que éste caía abruptamente sin dejarse ver.  Los dos sujetos siguieron hacia la catarata, hasta que sus pasos se detuvieron y sus ojos dejaron de parpadear. Detrás de la catarata surgió la cúspide de una majestuosa estructura de la misma forma que el sol aparece sobre el horizonte.
Al llegar al fin del arroyo los dos hombres quedaron boquiabiertos,  contemplando  la imponencia de aquella estructura. Una especie de templo antiguo, elaborado en gigantescos bloques de roca rojiza, se alzaba desde las profundidades de una pequeña laguna, formada por el torrente de la pequeña catarata sobre la que ellos estaban parados. El mismo escenario era de por sí impresionante. La caverna que alojaba el templo y la laguna tenía unas dimensiones descomunales. Era prácticamente un pequeño mundo subterráneo.
–Hemos llegado… –dijo el anciano con tono místico.
Self lo miró sorprendido y luego preguntó:
–¿Sabíais sobre este lugar?
–No… Pero es obvio que si algo vamos a encontrar, eso está ahí dentro.
Ambos se cruzaron miradas y sin perder más tiempo, comenzaron a descender por una empinada pendiente rocosa, a uno de los costados de la catarata. Al llegar a la orilla de la laguna, ambos observaron su alrededor hasta donde sus vistas alcanzaran. Luego la recorrieron hasta volver prácticamente al mismo punto, rodeándola por completo. Nada, no había camino alguno que llevase al templo. Éste estaba en el medio de las aguas sin conexión con la orilla de la laguna. Evidentemente la única forma de cruzar era nadando.
–¿Sabéis nadar? –inquirió Self al erudito.
–Sí ¿Vos?
Self sólo asintió con la cabeza. Luego se alejó un poco y se inclinó para acariciar la superficie del agua con sus dedos.
–Está caliente… Más que antes…
–¿Podremos cruzar? –preguntó impaciente el viejo.
–Si el único obstáculo es ese, no creo que haya problemas…
Self se quedó mirando las calmadas aguas y un extraño temor lo invadió. El simple hecho de estar en ese lugar lo perturbaba, y el miedo a lo desconocido recorría su mente intranquila. Luego se volteó y comenzó a quitarse la armadura, empezando por los guantes de placas hasta la cota de malla. Lo único que no se quitó fue la espada. Su peso no era el suficiente como para hundirlo y además era en lo único que podía confiar su vida cuando llegue el momento. El erudito lo miró sin decir nada y esperó a que esté listo. Self dejó sus cosas en un rincón y comenzó a adentrarse en las extrañas aguas subterráneas, al igual que su compañero. En cuanto estuvieron hasta el cuello, el calor del agua se hizo sentir alrededor de todo su cuerpo, a tal punto que sintieron como si su carne se estuviese quemando lentamente… Ambos soportaron el dolor y nadaron con cautela hacia el templo delante suyo. Self se movía con más dificultad que el erudito ya que él era quien seguía llevando la antorcha, tratando de que su llama permanezca sobre el ras del agua.
 En poco tiempo, sus manos alcanzaron los pedestales del templo y, sin más, sacaron sus cuerpos del agua casi hirviente. El soplar de la primera brisa calmo  increíblemente el ardor de su piel, la cual había quedado roja e hinchada por la travesía sobre la laguna. Luego de sacudir un poco sus ropas y cabelleras, ambos sujetos caminaron hacia la entrada del templo, la cual no era más que un espacio vacío, sin puerta de por medio. Self se acercó y notó un grabado sobre uno de los bloques de roca que componían la entrada. Aparentemente decía algo, pero ilegible para sus ojos, por lo que llamó inmediatamente a su compañero, quien se puso observar el grabado atentamente.
–¿Qué es lo que dice? –preguntó Self.
–Es la misma alteración del dearin que estaba sobre el muro de antes… Dice… “Sólo la verdadera llama guiará vuestro destino, pero sólo la muerte hallareis si de este no eres merecedor”
            El erudito se quedó contemplando tales palabras, pero Self no tardó en interrumpirlo.
            –¿Sabéis a lo que se refiere?
            –No… Habrá que averiguarlo.
            –¿Y si no?… –continuó Self.
            –¿Y si no qué?
            –¿Y si no somos merecedores? –completó su pregunta.
El erudito lo volvió a mirar con firmeza y, luego de inhalar hondamente dijo:
            –Ya os he dicho que estoy dispuesto a correr el riesgo.
            Esta vez la testarudez de su compañero no le causo respeto, sino temor. Luego de unos instantes, Self no tuvo otra alternativa que cruzar el portal del templo y avanzar. Lo que la gran estructura escondía no era más que otro profundo y oscuro pasillo; nada más que esta vez estaba bien definido, con muros de bloques pulidos que emanaban un constante brillo rojizo. La tea que Self llevaba en alto, apenas rasgaba la oscuridad que los envolvía; pero luego de unos pasos, su llama se extinguió sin razón alguna, estremeciendo sus nervios y los de su compañero. Ambos permanecieron tiesos sobre el suelo sin decir nada, pero era obvio que el mensaje que leyeron al entrar cruzaba sus mentes. La intensa oscuridad comenzó a alterarlos, por lo que prácticamente a la par, se voltearon para tranquilizar sus ojos con el débil brillo de la laguna. Pero al hacerlo, nada vieron. El portal por el cual acababan de cruzar, ya no estaba a sus espaldas; había sido tragado por la oscuridad, la cual se volvió omnipresente, carcomiendo sus mentes y desquiciando el latir de sus corazones. Self permaneció en el mismo lugar que se encontraba, tratando de controlar el ritmo desenfrenado de sus pulmones. Pero el erudito no resistió y comenzó a retroceder e ir en busca de la entrada perdida, pero al percatarse que con sus pasos ya había duplicado o triplicado la distancia en la que la puerta debería estar, el erudito cayó al suelo a punto de dejarse llevar por la desesperación.
            Self escuchó a su compañero alejarse, hasta que sus pasos dejaron de sonar, alertándolo más de lo que estaba.
–Rhashter… ¿Estáis bien?
Al no recibir respuesta, trató de controlar sus nervios y se volteó para buscar a su compañero. Mientras caminaba con pasos sigilosos, seguía repitiendo el nombre del erudito.
–Aquí… Estoy aquí… –se escuchó decir al anciano, con tono entrecortado y angustioso.
–¿Estáis bien? –dijo nuevamente.
Antes de que le contestara, sus ojos percibieron su figura a tan solo unos centímetros delante de él.
–Si… –dijo el erudito.
Ambos chocaron sus brazos al tantear el aire y se tranquilizaron un poco; sensación que poco duro al intentar apoyarse en los bloques de piedra para levantarse.
–¡¿Qué demonios está pasando!? –inquirió Self al percatarse que tampoco había muros a sus costados.
–Magia… Magia antigua, fruto del conocimiento de seres divinos… –el erudito hizo una pausa y continuó–. La humanidad ha negado inconscientemente su verdadera fuerza desde hace miles de años…
–¿Es eso, no? Es lo que venimos a buscar… El poder de la magia antigua…
–Sí joven… Eso me temo… Por eso os he dicho la importancia del hallazgo, y también las terribles consecuencias que traería en manos equivocas…
            –Y qué es lo que debemos hacer ahora… –dijo Self, sin poder recuperar la calma.
            –Creo que lo único que podemos hacer es seguir avanzando en línea recta… No se me ocurre otra cosa…
            Self caviló esas palabras unos instantes y luego dijo:
            –Vayamos en la misma dirección que seguíamos al entrar… Y para evitar problemas, posé vuestra mano sobre mi hombro.
            El erudito mostró su acuerdo siguiendo las instrucciones del caballero, sin inconveniente alguno. Luego de haber iniciado la marcha, Self reanudó la conversación, para evitar que el silencio y la oscuridad carcomiesen su cordura.
–¿Y vos aseguráis que la Tierra Mágica sabría lo que hacer con ella?
–Me gustaría decir que sí, pero no puedo… Su poder es tan grande como inentendible. Pero lo que sí os puedo asegurar, es que jamás intentaría usar su poder contra otros.
Las palabras volvían a sus oídos en un eco notorio, como si hubiesen pasado del estrecho pasillo a un lugar de dimensiones inmensas.
–Veo que sabéis sobre las cualidades de dicha magia. Perdón si me inclino a pensar que éste no es el primer hallazgo de tales características… –dijo Self intrigado.
–Vuestra intuición es buena… Confiad en ella… –continuó el erudito sin afirmar ni negar los pensamientos del muchacho.
Antes de que cualquiera de los dos dijese algo, sus ojos recuperaron sentido al ver a lo lejos un pequeño punto de luz, débil y sibilante.
–¡Allí! –señalo Self, exaltado.
El erudito respiro+ hondo y dijo.
–Debe ser la llama… “Sólo la verdadera llama guiará tu destino”. Estamos cerca…
Ambos aceleraron el paso hasta estar enfrente de la pequeña llama. Al llegar, la extrañeza invadió sus sentidos, ya que dicha llama no emitía más luz que para iluminarse a sí misma. Además, no parecía posarse sobre nada sólido, ni tampoco parecía estar consumiendo ningún material que la mantuviese viva. Sin más, Self posó la tea que aun llevaba sobre la llama, pero su fuego no la encendió… Ambos hombres se llenaron de sorpresa, y sus corazones volvieron a agitarse. Luego Self comenzó a extender su mano lentamente, la cual avanzó y retrocedió, impulsada por curiosidad y retraída por el temor. Al estar a tan solo unos centímetros, la palma de su mano no sintió el calor de la llama, ni  se vio iluminada por su luz. No resistió y comenzó a bajar sus dedos lentamente sobre la llama, pero estos no la sintieron…
–No es real… –dijo el erudito con tono místico al oído del muchacho.
–Si no es una llama… ¿Qué es? –dijo Self, sin esperar recibir respuesta.
El hombre siguió acariciando la figura vacía de aquella llama espectral, hasta que llego a su centro. Repentinamente, su cuerpo se contrajo sobre sí mismo y sus ojos se desorbitaron en el vacío, mientras un tornado de fuego infernal incineraba su mente, volviendo sus pensamientos cenizas y desposeyéndolo de sus sentidos y acciones. Sin voluntad sobre su cuerpo, su mano sólo aferraba con firmeza el sólido corazón de la llama, que comenzó a crecer descomunalmente, consumiendo el alma de quien había osado tocarla. De su boca sólo gritos de dolor y agonía se podían escuchar. La llama envolvió al caballero en su totalidad y a su alrededor un aura invisible de energía pura comenzó a conformarse, expulsando con su fuerza al erudito, quien cayó al suelo varios metros atrás. Desesperado y herido, se tapó los oídos y comenzó gritar conjuros incoherentes.  
Un instante después, el aura desapareció y la llama se extinguió. El cuerpo del joven cayó de bruces al suelo, sin vida o inconsciente, mientras que a su alrededor un manto de oscuridad se volvió a apoderar del recinto. El erudito volvió en sí y se arrastró hasta él lo más rápido que pudo. Al tomarlo entre brazos, sintió su cuerpo frío temiendo lo peor. Luego comenzó a sacudirlo, hasta que al pasar unos instantes, Self mostró reacción al comenzar a toser y sus pulmones respirar.
–¡Self! ¡¿Estáis bien?! ¡Contestad por favor!
Self continuó tosiendo y moviéndose bruscamente hasta que dijo:
–Sí… Sí, estoy… estoy bien… –dijo mientras respiraba hondamente entre cada palabra, al tiempo que las fuerzas le volvían al cuerpo–. ¿Qué…? ¿Qué fue lo que pasó...?
–¡La llama! ¡Habéis tocado la llama y su espectro os ha envuelto por completo, hasta que caísteis inconsciente!
Al escucharlo, las imágenes de las llamas consumiéndolo le volvieron a la cabeza, pero no fue su carne la que se quemó con su fuego… Al recordar el terror que sintió, gotas de sudor frío comenzaron a correrle por la frente; la garganta comenzó a anudársele de la angustia.  
De pronto se dio cuenta que su puño derecho seguía cerrado, como si vida propia tuviese. Sin decir palabra alguna comenzó a abrir lentamente su mano, y de entre sus dedos, un brillo blanco y puro iluminó su rostro y el de su compañero. Al ver lo que había entre sus manos, Rhashter no pudo volver a parpadear, y sus labios dejaron escapar palabras antiguas que Self no supo si eran de regocijo o una maldición. En la mano del hombre se hallaba una roca de varios lados, de color amarillento y anaranjado, según la cara que se viese. Su brillo era intenso y su peso era el de una pluma.
–Es… Es el corazón de fuego de los dioses… ¡Es una de las gemas divinas! ¡Una Xiremei! –gritó el anciano, que inmediatamente  comenzó a reír y llorar al mismo tiempo, como si la cordura lo hubiese abandonado.
<<Xiremei…>>
Caviló Self, sin entender  sus palabras.
–La leyenda… ¡La leyenda se está cumpliendo! ¡El juicio divino caerá! –siguió diciendo el viejo entre risa y llanto.
–¿De qué estáis hablando? No entiendo nada, ninguna de vuestras palabras –anunció, desorientado y nervioso por el comportamiento del erudito.
–¿No os dais cuenta…? La roca que traéis en manos, fue cincelada por los seres más antiguos del planeta… Tal vez dioses…
Las palabras de su compañero le generaron tanto asombro como temor. La fuerza de lo desconocido y la magia del pasado  se hallaban representadas en la pequeña roca que sujetaba…
–Dádmela… Dádmela, quiero tocarla… –comenzó a decir el erudito, con un tono de voz que en plena oscuridad parecía macabro y desquiciado.
Un segundo después, el poderoso crujir de las rocas ensordeció sus oídos y alarmo sus corazones. Detrás del erudito, dos esferas rojas se alzaban con el brillo del inframundo, pertenecientes a una gran masa oscura que comenzó a acercarse hacia ellos, la cual en tan sólo un instante se envolvió en fuego, dejando ver sus demoníacas formas.
–¡Un golem de fuego! –gritó Rhashter, al tiempo que se alejaba junto con el caballero, pero sus cuerpos no tardaron en verse arrinconados contra un muro.
Inmediatamente después, la roca llameante iluminó con su fuego una gran cámara de seis lados, sin puertas ni otra abertura,  sólo gruesos muros rojizos. El golem se acercaba con firmeza, mientras inhalaba y exhalaba con fuerza, a la par que las llamas que lo cubrían crecían o menguaban sobre su cuerpo de roca.
El erudito no dudó en colocarse de inmediato delante del joven. Luego extendió su brazo derecho con la palma abierta, mientras que con la mano izquierda se tomó con firmeza la muñeca derecha, como si hiciese falta sostenerla. Con voz firme y gruesa comenzó a recitar oscuras palabras sin sentido.  Self desenvainó su espada y se colocó al lado de Rhashter.
–¡Atrás, atrás! –le gritó el anciano al verlo a su lado–  ¡Vuestra hoja no os servirá, alejaos y proteged la gema!
El muchacho lo miró extrañado, pero no dudó en hacerle caso. En cuanto Self volvió hacia atrás, el erudito continuó recitando con voz fuerte y clara, mientras el golem se les acercaba cada vez más rápido, escupiendo llamas de furia con la mirada. Éste alzó su brazo echándolo hacia atrás, mientras que sus piernas comenzaron a dar zancadas. La embestida era inminente y la muerte era lo único que se podía esperar de ella. Con increíble velocidad y fuerza, el golem descaró su gran puño llameante sobre el erudito, pero antes de caer sobre él, un inmenso brillo cegó a los presentes y un gran estruendo inundó sus oídos. Al volver a recuperar la vista, Self vio un gigantesco muro de hielo cristalino que los envolvía, dejando al golem del otro lado. La sorpresa y  alegría de seguir con vida se entremezclaron, pero su regocijo se vio opacado por un nuevo rugido del golem de fuego, quien embebido en ira comenzó a golpear el muro una y otra vez, sin pausa ni descanso. Fue ahí cuando Self notó en Rhashter un inmenso esfuerzo, reflejado en toscas expresiones que deformaban su rostro cubierto de sudor. Su postura seguía siendo la misma, nada más que ahora su palma derecha se encontraba apoyada en el muro de hielo. Sus rodillas comenzaron a torcerse y su garganta comenzó a jadear.
–No… ¡No resistiré mucho más! –clamó en anciano, mientras su vista se dirigía al muchacho, que aún se hallaba detrás suyo empuñando su arma –¡La espada, acercadme la hoja de vuestra espada! ¡Rápido!
Self acercó su arma, sin saber más que hacer; no sabía cómo pelear contra tal monstruosidad, atormentando su conciencia al no poder ayudar al erudito.
–¡Más cerca, más cerca! –volvió a clamar el anciano, al tiempo que su mano izquierda dejó de sostener su muñeca para poder tomar la hoja de Self por el filo. Tomando la hoja con firmeza, sus labios volvieron a recitar palabras desconocidas, mientras su palma se aferraba al filo hasta sangrar. Self, sorprendido, veía cómo por el filo de su espada caían gotas de sangre de su compañero; pero al ver su rostro, se dio cuenta que éste no sentía dolor alguno por ello. Sus ojos estaban cerrados y su temple firme, al tiempo que del otro lado del muro el golem de fuego seguía golpeando sin cesar. De pronto, Self vio cómo la hoja de su espada comenzaba a cubrirse de un brillo azulado y de un aura gélida, que la envolvía por completo al punto que sus manos se helaron por sólo sostenerla. El increíble poder de la magia de su compañero, lo dejo atónito.
–¡Debéis atravesarlo! ¡Ahora podréis! –gritó el viejo.
En cuanto terminó de decirle eso a Self, el muro de hielo que alimentaba con todas las fuerzas que le quedaban, comenzó a resquebrajarse; abriéndose en él un sin fin de grietas, desde su centro hacia los extremos. Un instante después, éste se quebró y estalló en cientos de pequeños fragmentos. Self cayó hacia atrás, cubriéndose el rostro con ambos brazos; pero el erudito no se movió de su lugar, agotado y envuelto en resignación al escuchar nuevamente el crujido ensordecedor de su enemigo, que se abalanzaba sobre él  con toda su furia. El golem lo tomó entre sus brazos llameantes,  prendiéndolo fuego instantáneamente. Las manos del hombre de roca eran enormes y gruesas, cubriendo con sus dedos todo el torso del erudito. Las ropas y piel de Rhashter no tardaron en consumirse, al tiempo que su alma se extinguía en un grito agónico de dolor. Pero el sufrimiento cesó instantáneamente en cuanto el golem de fuego cerró ambas manos, quebrándole todos los huesos de su cuerpo en tan solo un segundo. El cuerpo del erudito quedo reducido a un costal de huesos y carne incinerada. A continuación el golem volvió a rugir hacia el cielo y arrojó el cadáver llameante contra uno de los muros de la cámara.
Self presenció el macabro espectáculo desde el suelo, dejándolo atónito y con un terrible dolor en el pecho, al ver caer así a su compañero. De repente, se vio forzado a volver en sí, al ver venir hacia él a la inmensa roca andante. El golem lanzó un terrible golpe que  terminó incrustándose en el suelo. La increíble agilidad y movilidad de Self lo habían salvado nuevamente. El caballero se alejó de la bestia hasta el otro extremo de la cámara, buscando con sus ojos algún tipo de salida, la cual no encontró.  El golem de fuego se giró y volvió a abalanzarse sobre él a toda velocidad. No vio mejor opción que volver a esquivar su golpe, lo que logró exitosamente.  La bestia llameante volvió a rugir llena de ira, lanzando un ataque tras otro sobre Self, quien sólo seguía vivo por su gran destreza.
Al cabo de unos minutos, la pelea contra el gigante de piedra se volvió monótona. Mientras su cuerpo seguía corriendo y esquivando, su mente tenía claro que si seguía sorteando los golpes, tarde o temprano se agotaría y moriría. La espada que el erudito le había hechizado era su única esperanza de sobrevivir… El problema era que al usarla quedaría mal posicionado, sin poder esquivar un posible contraataque. De pronto, el peligro que corría su vida hizo desbordar su cabeza de imágenes y razones por las cuales aún no podía morir. Su corazón se aceleró al igual que su respiración, llenándolo de adrenalina.
En ese momento, su enemigo se abalanzaba sobre él con un nuevo ataque; pero esta vez no lo esperó para esquivarlo. Self  corrió hacia la bestia empuñando en lo alto la hoja gélida, al tiempo que por su garganta corría un grito de euforia e ira. La espada cayó sobre el golem, rasgando la piel de fuego que lo envolvía, dejando al descubierto la roca rojiza de su cuerpo. La bestia llameante rugió  del dolor, y antes de que Self pudiese reaccionar, lanzó un tremendo golpe de su puño cerrado. El  caballero trató de girarse hacia un lado, pero no lo consiguió a tiempo. El golem asestó su tremendo golpe sobre el hombro izquierdo del muchacho, el cual terminó despedido por los aires por la gran fuerza del impacto. El cuerpo de Self envuelto en llamas giro por los aires, hasta caer pesadamente. El fuego que consumía sus ropas terminó por extinguirse al rodar por el suelo varios giros.
Su cuerpo permaneció tendido, dando como único signo de vida un terrible grito de sufrimiento. Su brazo izquierdo estaba descolocado y su hombro no dejaba de arderle por dentro, al igual que su pecho. Al intentar levantarse, se dio cuenta de que tenía rotas la clavícula izquierda y por lo menos una costilla. Se volteó boca arriba y vio venir al golem de fuego hacia él dispuesto a rematarlo. Obviamente había perdido la gema que llevaba en la mano izquierda, pero su brazo derecho seguía aferrándose a su espada, su única esperanza. El golem avanzó haciendo vibrar la tierra bajo sus pies, hasta llegar enfrente de él. Self sintió cómo el terror de la derrota y la impotencia se apoderaba de su cuerpo, extirpándole las pocas fuerzas que aún le quedaban. Sus miembros comenzaron a temblarle y su respiración se volvió incontrolable para sus pulmones. La bestia de fuego se detuvo, e inhalo con fuerza haciendo crecer las llamas de su cuerpo de forma descomunal, mientras sus ojos rojos como el infierno se clavaron en el cuerpo tendido. Luego alzó ambos brazos de piedra, juntando las manos por arriba de su cabeza y echando hacia atrás levemente el eje de su torso. Los ojos de Self comenzaron a humedecerse de tristeza, al no poder hacer nada más que presenciar el golpe que le daría muerte.
A punto de perderse en un mar de resignación y dar por perdida su vida, el alma le volvió al cuerpo y la esperanza de seguir viviendo fluyó en sus venas como un río embravecido. Los ojos tristecinos se llenaron de brillo y la mano que sostenía su espada recuperó su fuerza y vigor. El golem de fuego había dejado al descubierto la unión entre su cintura y torso, fue ahí que las últimas palabras del erudito invadieron su mente repitiéndose constantemente. Al tiempo que las manos del golem caían furiosamente sobre Self, éste entrego todas sus fuerzas y esperanzas a una última estocada de su hoja gélida, acompañada de un grito de cólera. Un último esfuerzo que tal vez, cambiaría el rumbo de su destino….
Las manos que estaban a punto de caer sobre su cabeza se separaron. Sus oídos fueron perforados por un gran alarido ensordecedor lanzado por el gigante de roca, tan aberrante e inentendible como una mente pudiese concebir. La hoja de hielo hechizada por el erudito había atravesado por completo al golem de fuego, el cual se echó hacia atrás, retorciéndose de tal forma que era obvio que había sido herido de muerte. La bestia retrocedió hasta uno de los gruesos muros de la cámara e inesperadamente comenzó a golpearlo con sus puños y cabeza constantemente, mientras de su boca seguían surgiendo alaridos de agonía.
Self lo miró completamente asombrado, tanto por haberlo vencido como por el hecho mismo de seguir con vida. El regocijo que inundaba su cuerpo no tenia igual. De pronto, los golpes del golem sobre la roca rojiza cesaron y su cuerpo se detuvo, quedando completamente inmóvil a sus ojos. Las llamas que lo envolvían, al igual que la luz que estas proporcionaban, menguaron hasta extinguirse por completo, tragadas por las sombras y oscuridad. Self mantuvo la vista en la misma dirección, expectante. Al cabo de unos segundos escuchó cómo las rocas que componían al gigante se desmoronaban, ya inertes y sin vida sobre el suelo. Acto seguido, el latir de su corazón fue recuperando el ritmo, al igual que su respiración. Increíblemente, había vencido…
           Un instante después se volvió buscando con la mirada algo más que oscuridad. El regocijo de la victoria fue completo al divisar a lo lejos el sutil brillo lejano de la laguna subterránea…