domingo, 26 de junio de 2011

3º Parte - Capítulo 4

–IV–

–La magia es conocimiento; por lo tanto se puede aprender y enseñar. ¿Es cierto esto? –inquirió Edorias. Los alumnos presentes dudaron en contestar, ya que la respuesta parecía tan obvia que no entendían el porqué de la pregunta–. La expresión de sus rostros es entendible; puesto que si no fuese así, no habría razón para que yo esté acá ni ustedes ahí. Pero lo que les acabo de decir, a pesar de parecer algo obvio no lo es. No siempre fue así. Durante los largos milenios de la Primera Era, la magia no era considerada como conocimiento, sino como esencia –Edorias hizo una pequeña pausa para observar las miradas atentas de su auditorio de estudiantes, luego prosiguió–.  Esencia que sólo poseían los primeros elfos. Para ellos, la magia no se enseñaba ni aprendía, se nacía con ella y se ejercía como cualquier otra función de su cuerpo. Su poder era tan grande que sólo bastaba un ligero pensamiento para poder jugar con los cuatro elementos a su gusto.
–¿Magia de tercer nivel? –interrumpió uno de los alumnos.
Edorias asintió y dijo:
–Magia que para nosotros representaría el tercer nivel. El nivel perfecto de magia, en el cual sólo hace falta el pensamiento para ejercerla sin la ayuda de ningún objeto o cadena de palabras. Pero en ese entonces, para los primeros elfos, ni siquiera había niveles de magia; esa era la única forma de magia conocida y sólo eran ellos los únicos capaces de utilizarla. La magia a la que hoy denominamos de primer y segundo nivel, es fruto de la paciencia y voluntad de los antiguos dearin; quienes a prueba y error fueron elaborando los primeros hechizos escritos, ayudados mismo por los elfos, quienes compartían con su raza hermana su forma de pensar. Mismo los elfos les facilitaron los primeros objetos mágicos para potenciar el efecto de los escritos de los dearin –Edorias hizo una pausa para tomar aire y siguió–. Fue así que a lo largo de miles de años, la magia se iba compartiendo y aprendiendo poco a poco, hasta convertirse en lo que hoy es. Por eso, a pesar de que consideramos que el tercer nivel es alcanzable por los seres humanos, aún nadie lo ha hecho y tal vez nunca nadie lo haga. Mismo los elfos han perdido esa capacidad innata con el paso de los años –terminó diciendo Edorias, quien se quedó pensando en ello, sin continuar la clase hasta luego de un buen rato–. Y tal vez sea lo que nos merecemos… Como bien sabéis, el uso irresponsable de tal poder puede ser, y de hecho lo fue, realmente catastrófico. Tal vez no nos merezcamos alcanzar jamás el tercer nivel de magia. Pero bueno, eso ya pertenece a ”Moral Mágica” y esa no es precisamente la materia que estoy dando –Edorias alzó la vista buscando la atención de todos y continuó–. Muy bien, he finalizado la clase planteando este tema, porque es de lo que nos vamos a encargar de aquí en más por un largo tiempo; vamos a comenzar a revisar hechizos en dearin, cosa que es muy difícil, por eso los necesito muy atentos y predispuestos. Ya están lo bastante avanzados y cada vez hay menos que enseñarles; pero lo poco que queda es lo más difícil y es lo que va a determinar si pueden lograr ser magos, dominando todo lo que ello implica. Bien, eso es todo por hoy, se pueden retirar –clamó Edorias dando un suspiro tras sus  últimas palabras.
El alumnado murmuró saludos desordenadamente, al tiempo que se levantaba de sus pupitres de madera de olmo para dirigirse a la puerta principal de la sala, que hacía de una de las tantas aulas que había en el palacio de la Tierra Mágica. Todos  se retiraron, menos Edorias y su ayudante: Un sujeto de larga melena rubia, que aguardaba observando al profesor con una penetrante mirada de ojos verdes. Edorias se percató de ello, pero no se alteró ni mucho menos; se acerco a él y dijo:
–Gracias por haber aguardado; necesito que me ayudéis con los hechizos en dearin, sé que vuestro conocimiento al respecto sobrepasa al de muchos ampliamente y me vendría bien vuestra ayuda en este caso, como en muchos otros que ya me la habéis dado. ¿Estáis de acuerdo?
–Como siempre –clamó Meroveo con una leve reverencia.
–Bien, bien… Entonces cuando tengáis tiempo, id a la biblioteca y seleccionad varios hechizos dearin que consideréis básicos, para poder aprender y analizar su estructura con facilidad; luego me los alcanzáis para que los organice para la siguiente clase.
–Así lo haré, despreocúpese. Por cierto… Se rumorea lo que el regente Dawrt ha sugerido en el anterior consejo… Sé que no es  de mi incumbencia pero…
            –Si… Pero como ya os dije, hacedme el favor de recordar que Dawrt ya no es regente de la maestría sino Maestre interino, que es muy distinto… –clamó Edorias con la mirada baja y perdida, cavilando sobre sus propias palabras.
            –Mis perdones, sólo que no concibo el porqué de su regencia interina, al no ser rectificada por un nueva votación del consejo.
            –Aún os queda mucho por aprender joven Meroveo, dicha regla sólo se aplica si el regente lo desea y Dawrt no lo ha hecho, probablemente por temor a no ser reafirmado… –Edorias se alteró al terminar de escucharse, sus últimas palabras no debieron haber salido de su boca–. Perdón, os estoy abrumando con problemas, que como bien habéis dicho, no son de vuestra incumbencia. 
            –No, no hace falta que os disculpéis, sé que no simpatizáis con nuestro maestre interino. Pero no os preocupéis que no sois vos solo, dicha sensación se siente en el aire; en cada rincón, los murmullos de descontento suelen repetirse entre maestros y alumnos.
            Edorias lo mira de reojo con cierto desahogo.
            –Aún así es nuestro maestre y debemos seguirle –clamó Edorias.
            –Sé que así es, por eso debo confesaros mi temor y el de mis compañeros… Se rumorea la posibilidad de que la misma Tierra Mágica entre belicosamente en la guerra entre Thira y Gore, y eso sólo nos llena de desesperación con el paso de los días. ¿Esto es cierto?.
            Edorias volvió a mirarlo sin decir palabra, la cual quería pensar antes de soltar.
            –Aún no, pero es una posibilidad según Dawrt. Es un temor que yo también comparto, pero nada se puede hacer al respecto.
            –¿Nada se puede hacer? ¿Incluso si los consejeros piden la rectificación de Dawrt? –clamó Meroveo.
            –Es una posibilidad… Pero sólo se conseguiría por unanimidad y, aunque somos varios los consejeros que no compartimos varias cosas con Dawrt, no somos todos…  –Edorias volvió a hacer una pausa y luego continuó–. No os mentiré, siempre has sido muy buen mago y probablemente ocupes un lugar muy importante en el futuro de la Tierra Mágica, y es vuestro futuro como el de todos en este palacio el que me preocupa. Por eso yo también he pensado varias veces cómo evitar que los impulsos de Dawrt nos lleven a una catástrofe.
            –Os agradezco inmensamente vuestras palabras, por eso deseo firmemente ayudaros en todo lo posible, y con eso no me refiero solo a las clases.
            –Lo sé, ya me lo habéis dicho… Y tal vez sea esta la hora de actuar…  Yo no puedo reunirme con cada uno de los consejeros para compartir mis ideas, puesto que ello despertaría las sospechas de Dawrt, que ha seguido muy de cerca mis acciones desde que asumió como maestre interino; obviamente no se fía de mi. En cambio, jamás sospecharía de un joven haciéndole una consulta a un consejero… –terminó diciendo Edorias con un tomo más bajo de lo normal, como si no hubiese querido que tales palabras salieran de sus labios.
            Meroveo entendió perfectamente y no dudó:
            –Yo me encargaré de hablar con cada uno de los consejeros y decirles lo que vos queráis que comunique. No os preocupéis por eso.
            Edorias encontró alivio en sus palabras y palpó el hombro del estudiante en señal de agradecimiento.
            –Lo que necesito es hablar con todos ellos juntos, y que entre todos hablemos sobre pedir o no una votación de reafirmación de Darwt como maestre interino. Reunión que debe permanecer oculta a los ojos de Dawrt y sus allegados, puesto que obviamente la evitaría.
            –No digáis más, decidme la hora y lugar donde queréis reuniros y se lo comunicaré a cada uno de ellos –clamó Meroveo.
            Edorias se sorprendió por su entusiasmo por ayudarlo en tan riesgosa tarea.
            –No hay razón de euforia joven Meroveo, lo que estáis diciendo no sólo es altamente riesgoso para vuestra persona, sino para todos los honorables consejeros que pueden ser condenados por traición si Dawrt se llegase a enterar… –Edorias hizo una pausa y bajó la vista–. Tal vez no sea lo correcto… –terminó diciendo en un leve murmullo a sí mismo. 
            –Dejadme que os ayude, si estoy ansioso es por la posibilidad de ayudar a la Tierra Mágica, no por otra cosa –clamó Meroveo, gesticulando cada palabra para darles más vigor.
            Edorias miró a sus costados nervioso, por un instante el temor se apoderó de su voluntad. Miró a Meroveo fijamente y luego dijo:
            –Escuchad con atención, lo que os diré debe ser guardado bajo sumo secreto durante el resto de vuestros días…
            Meroveo asintió sin interrumpirlo.
            –Esto es lo que debéis decir al resto de los consejeros… –a partir de tales palabras el tono de voz de Edorias disminuyó hasta prácticamente enmudecer, siendo sólo perceptible al oído de Meroveo, quien escuchaba con atención bien cerca de los labios arrugados del noble consejero.


domingo, 19 de junio de 2011

3º Parte - Capítulo 3

–III–

La sala estaba vacía. Sólo las sillas forradas en satín rojo y las inmensas columnas que sostenían al firmamento estrellado rodeaban la gran mesa octogonal de piedra pulida.  Sobre un extremo de la habitación, una extraña ilusión hacía presencia. Sin contornos visibles, su centro deformaba el aire que la rodeaba, haciéndolo girar sobre sí mismo en forma de espiral. Poco a poco, dicha ilusión fue emanando de su interior una luz azulada; en principio débil pero al cabo de unos instantes se tornó tan fuerte como el sol. Del mismo corazón de tal fenómeno, una figura totalmente ensombrecida por el contraste con la luz cegadora que tenia a sus espaldas, comenzaba a caminar hacia la gran mesa de piedra; mientras que la extraña luz volvía a decaer en intensidad por un breve lapso hasta volver a recobrar su fuerza máxima, dejando salir de su centro a otro sujeto. Tal acontecer se repitió cinco veces más, una detrás de la otra.
Al tiempo que los últimos consejeros iban apareciendo en la sala a través de las entrañas de aquella ilusión, los primeros en hacerlo fueron ocupando las cómodas sillas, hasta que seis de ellas estuvieron cubiertas. Dos sillas quedaron sin ocupar y una sola persona de pie, Dawrt. Todas las miradas se posaron sobre él, ya que como regente debería seguir ocupando su silla de consejero; pero al haberse auto declarado Maestre interino, tras la sorpresiva muerte de Margawse, probablemente no fuese aquel lugar el que eligiese para sentarse.
Efectivamente, tras el paso de breves segundos de tensión y cruce de miradas, Dawrt se ubicó sobre la silla central; la silla de la maestría de la Tierra Mágica. Siendo la primera vez que ocupaba tal lugar, al ser el primer consejo reunido tras la muerte de la legítima heredera. Mantuvo en su rostro una particular sonrisa al ver las caras de desaprobación del resto, a la vez mudas y sin resistencia a sus actos. Tras un instante dio inicio a la nueva reunión, tomando la palabra.  
–Honorables miembros del consejo de la Tierra Mágica. A nuestro pesar hoy me veo obligado a presentarme como Maestre interino y no como regente; ya que los dioses han elegido llevarse sorpresivamente a la señorita Margawse, hace tan solo dieciséis días e incluso antes que a su propia madre Martinique quien hoy, lamentablemente, vive postrada sus últimos días –Dawrt hizo una breve pausa para tomar aire y luego continuó–.  Pero por más que nos aflija tal situación, no es por lo que hoy estamos aquí reunidos. Ya hemos hablado de ello y, personalmente, os he informado del cambio de mi situación –terminó diciendo Dawrt ,observando las miradas y los rostros de los allí presentes.
Todos compartían semblantes serios y miradas sombrías e inexpresivas. Probablemente sus mentes estaban recordando el día siguiente a la muerte de Margawse, en donde Dawrt los reunió en la sala central del palacio para anunciarles la repentina medida, alegando evitar un vacío de poder. Varios objetaron, diciendo que esa era una decisión que se debía tomar bajo el marco de un consejo reunido en donde se votaría pertinentemente, pero Dawrt se negó diciendo que la votación ya había sido hecha desde el momento que lo eligieron como regente y que tal decisión sólo era un acto legítimo de sus funciones. En parte, los miembros del consejo sabían que estaba en lo cierto y que sólo habría una nueva votación si el regente así lo decidía al variar las condiciones en las que había asumido.
Tras unos instantes de silencio que nadie se animó a romper, Dawrt continuó con su discurso.
            –En primer lugar, es mi deber informaros que la búsqueda de la gema perdida aún no dio frutos. Ya se han revisado minuciosamente los terrenos cercanos al terrible suceso y nada se ha encontrado. Debo admitir que era de esperar puesto que está claro que la gema fue robada por los mismos atacantes y que se la llevaron vaya uno a saber donde… –terminó diciendo Dawrt.
            –Mi señor… ¿Estáis diciendo que no hay forma de recuperarla? –inquirió Agharol preocupado.
            –Reconozco que veo poco probable que demos con la gema por nuestros propios medios, pero eso no significa que no podamos recuperarla en un futuro –aclaró el maestre interino. Antes que Dawrt continuase, todos los consejeros lo observaron sin entender de todo sus palabras, dejando que sus expresiones mostraran cierto desconcierto–. Si bien recordáis –continuó Dawrt– el consejo ha permitido la partida de Margawse junto con la gema hacia el templo de Ishk gracias al sabio consejo de nuestro compañero Golthor quien, según sus investigaciones, nos ha prevenido a todos de un inminente peligro al ser la Tierra Mágica la que poseía la gema –Dawrt hizo una breve pausa y dirigió su vista hacia Golthor quien no tuvo más opción que asentir con la cabeza confirmando las palabras del maestre interino–. Como bien sabéis la leyenda de las gemas soberanas habla de los mirkhenin. En principio su función y naturaleza son poco apreciables. Los antiguas pergaminos de los Dearin no sólo son difíciles de traducir sino que además son poco claros… Bien, la cuestión  es que ante la descripción de los sucesos pasados tras el aviso del surgimiento de una extraña caverna en el monte Kite, Golthor llegó a una posible conclusión de la cual ya estáis al tanto –dijo Dawrt al tiempo que buscaba las miradas de sus compañeros.
            Todos asintieron con la cabeza pero aun seguían sin entender a donde pretendían llegar las palabras de su maestre. Por lo que Edorias tomó la palabra:
            –Si vuestra merced me permite, Golthor ya nos ha expuesto ampliamente su teoría la que derivo en nuestra decisión de dejar ir a Margawse junto con la gema al templo de Ishk, lo que aún no comprendo es en donde está la posibilidad de encontrar nuevamente la gema que trágicamente hemos perdido.
            Dawrt lo miro fijamente a los ojos y continuó:
            –Posiblemente aún no comprendáis porque no he terminado de explicarme. Cuando lo haya hecho no tendréis tales dudas –Dawrt dejó de mirar a Edorias para dirigirse a todo el consejo–. En fin, a lo que deseo llegar es que debéis tener presente la naturaleza de los mirkhenin como “guardianes” de las gemas divinas, en donde, aparentemente, cada una cuenta con uno. Siguiendo esta posibilidad, el mirkhenin de la gema que se hallaba en nuestro poder aún no se hace presente. Por lo que la forma de encontrar a la gema nuevamente consta en estar muy atentos a que dicho guardián se haga presente. En donde esto suceda, ahí estará la gema y podremos recuperarla –terminó diciendo Dawrt.
            Aunque al escucharlo todos comprendieron a lo que  se refería, ninguno mostró entusiasmo o tranquilidad puesto que eran concientes de la escasa probabilidad que tenían de enterarse de tal acontecimiento y, además, aunque se enteraran de ello no se garantizaba en absoluto que pudiesen recuperar la gema. Tras un instante, es Elias quien se convierte en el vocero de tal sensación generalizada al tomar la palabra.
            –Mi señor… Si me permite, está claro que lo que nos acaba de explicar es una posibilidad más con la que contamos para recuperar la xiremei. Pero creo que hablo por todos al considerar a tal posibilidad demasiado remota como para que esta tranquilice la gran preocupación que nos trae haber perdido la roca –clamó el consejero.
            –Además, si el mirkhenin de la gema que poseíamos aún no ha aparecido, tal vez nunca lo haga. La teoría expuesta por Golthor hace un tiempo tiene muchos elementos que la vuelven lo suficiente verosímil, pero probablemente no es exacta y hay demasiadas cosas que no comprendemos… Suponer que el mirkhenin de la gema que hemos extraviado se hará presente es un error. Es más, tal vez eso indique que la gema que poseíamos no es una de las cinco gemas  soberanas… –dijo Mortimer expresando sus dudas sobre el asunto.
            Los demás consejeros se mostraron de acuerdo tanto con las palabras de Mortimer como con las de Elias, al asentir con la cabeza o musitar palabras de aprobación. Dawrt, al otro extremo de la mesa, respiró hondamente y luego exhaló con fuerza, al tiempo que se ponía de pie.   
            –Entiendo que sea una posibilidad que no os tranquilice, pero sigue siendo una posibilidad y, para mí, es mucho más factible que encontrarla abandonada bajo la sombra de un árbol –dijo Dawrt con voz fuerte y firme, quien luego continuó–. Informarles del fracaso de la búsqueda de la gema que se ha extraviado sólo es un tema superficial en comparación al tópico central por el cual os he reunido hoy aquí –Dawrt se detuvo, sabía que lo que tenía que decir era extremadamente importante y antes de continuar busco sabiamente las palabras correctas para decirlo, mientras que el grupo de seis consejeros comenzó a cavilar lo que podría ser aún más importante que haber perdido una de las cinco xiremei–. Señores y sabios consejeros de la Tierra Mágica, sabemos que el tratado de Doria entre el reinado de Thira y el reinado de Gore se ha quebrantado definitivamente desde el momento en que el rey Dagobert I a iniciado el asedio sobre la fortaleza de la Marca Norte del reino de Gore y la posterior decisión del rey Alfer III de formar un ejército para anular tal asedio. Situación que nos ha dejado altamente comprometidos al ser los garantes de tal contrato quebrantado; viéndonos obligados a tomar medidas militares al respecto en, claramente, favor de Gore –tomó aire y continuó–. Por lo que se ha ordenado la formación de un pequeño ejército propio, aún en proceso, que tendría como objetivo unirse a las fuerzas de Gore para liberar sus fortalezas del asedio, si este aún perdurase, y reforzar las defensas de sus fronteras luego de haber conseguido replegar a las tropas de Thira –nuevamente hizo una pausa y luego prosiguió–. Hasta aquí no he dicho nada que ya no sepáis puesto que justamente nuestra anterior reunión fue evocada a tales temas. Pero es el día de hoy en que he recibido las noticias de los resultados de la terrible batalla entre ambos reinos sobre el pie del monte Kite.    
            Todos los consejeros se miraron unos a otros, sin poder evitar que sus rostros expresaran gran asombro. Tras enterarse de la partida del ejército de Gore, el enfrentamiento de ambos reinos estaba próximo; pero nadie imaginaba que este ya se hubiese producido, e incluso concluido. Uno de los consejeros no tardó en preguntar al respecto.
            –¿Pero qué es lo que ha sucedido? ¿Cuál fue el resultado de la batalla? –inquirió Agharol, ansioso.
            –¿El resultado? El resultado fue muerte y destrucción, en donde ambos bandos perdieron la totalidad de sus fuerzas y no precisamente por el filo de sus hojas de acero. Y Dagobert I, rey de Thira, también ha fallecido. Su sobrino será coronado prontamente como su sucesor –clamo Dawrt con vigor en sus palabras.
            Los presentes comenzaron a susurrar nuevamente entre sí, sorprendidos por tales palabras, al tiempo que Edorias preguntó con la suficiente fuerza como para tapar los murmullos de fondo.
            –No entiendo… ¿A qué se debió entonces sino es a la fuerza de las armas? ¿Dagobert murió en la batalla? –en cuanto dijo esto el resto de los consejeros dejaron de murmurar para esperar expectantes la respuesta de su maestre interino.
            –La respuesta a vuestra pregunta es la razón por la cual hoy se encuentra reunido este consejo –Dawrt comenzó a recorrer las miradas de cada uno de los presentes para asegurarse que tenia la atención de todos ellos–. En dicha batalla del monte Kite, uno de los dos reinos ha utilizado y liberado sobre sí mismo y sus enemigos, el poder sobrenatural de la gema sagrada del fuego. Dicen que el rey Dagobert I murió al enterarse de tal atrocidad.
            Algunos de los presentes quedaron anonadados, sin poder emitir palabra; otros estallaron del asombro sin poder contenerse. Gritos de “¡imposible!”,  “¡¿Como puede ser?!” y otros más se taparon unos a los otros en pleno caos generado por tal sorpresa.
            –¡Calmaos! ¡Calmaos hombres de sabiduría! Esta no es la forma. Dejadme que continúe. Sé que la noticia es increíblemente grave, pero debemos actuar con calma si queremos dar el paso  correcto –clamó Dawrt, alzando  ambos brazos.
            Los presentes guardaron asiento y calmaron sus mentes excitadas por tal anuncio, dejando continuar a quien los presidía en aquella reunión.
            –Hace aproximadamente tres meses, el reino de Gore nos ha informado de una extraña gruta la cual, según por sus características, podría ser el lugar en donde fue escondida una de las gemas divinas; precisamente la de fuego. Tras haber enviado un noble, miembro de la Tierra Mágica, para que investigue tal lugar nos hemos enterado posteriormente del fracaso de la misión. Efectivamente, la gema de fuego se hallaba en aquella caverna, pero la aparición de un ser descomunal, posiblemente el mirkhenin que la defendía, asesinó a la mayoría de la compañía incluyendo a nuestro investigador; sin poder lograr recuperar la gema allí vislumbrada –Dawrt se detuvo y miró a Golthor, ya que fue él quien le informó de tales eventos hace tres meses.
            –Así es. A partir de aquellos eventos es que se ha podido entender con mayor claridad lo que entendemos por mirkhenin –completó el anciano consejero que se encontraba al lado del maestre interino.
            –¿Y tales sucesos se han dado en el monte Kite no? El mismo lugar en el que se ha desarrollado la batalla que habéis nombrado –continuó Vladimiro desde el extremo izquierdo de la mesa octogonal.
            Esta última observación de Vladimiro bastó para que el resto de los consejeros saque sus propias conclusiones.
            –Estáis en lo cierto. Uno de los dos ejércitos exploró tal caverna por su cuenta y a dado con la gema para posteriormente usarla contra sus enemigos –aclaro Dawrt.
            –¿Quién, quien de los dos ha sido? –inquirió Elías.
            –Quien ha sido es difícil de establecer con certeza, versiones contradictorias han llegado a mis oídos, por lo que no podemos fiarnos de los emisarios de ambos reinos. Aunque tristemente hay que reconocer que quien tiene mayores posibilidades de haber sido es el reino de Gore –respondió Dawrt severamente causando desorden en sus oyentes.  
            Edorias se puso de pie y tomó la palabra.
            –Mi señor. El reino de Gore ha sido un fiel aliado de la Tierra Mágica durante cientos de años en donde siempre se ha buscado el mismo objetivo: Lograr la paz. Y es precisamente el actual rey Alfer III uno de los mayores defensores de tal postura. La prueba de ello está en cómo ha actuado en el presente conflicto, siempre cautelosamente y sin recurrir a la fuerza a menos que sea vitalmente necesario. No creo que sea él quien halla quebrado con sus valores repentinamente.
            Varios consejeros asintieron a favor de tales palabras, pero que Dawrt no tardó en contestar:
            –Vuestro aprecio hacia el monarca de Gore es entendible, y seguramente compartido por todos; pero al decir que es él quien pudo haber utilizado la gema del fuego en su beneficio, no lo hago por algún tipo de rencor o desprecio, sólo me remito a la información con la que contamos y, os guste o no, fue en sus tierras en donde se encontró tal caverna y además era el único que estaba al tanto  de la gema y del posible poder que esta guardaba. Inclusive la propia muerte del rey de Thira, al enterarse de la muerte de su hermano por tal poder podría servir también como prueba en contra de Gore.
            Los murmullos invadieron nuevamente la atmósfera del consejo, volviendo incontenibles las opiniones divergentes de sus miembros que comenzaron a hablar uno sobre el otro sin que ninguno pudiese concretar aunque sea una oración de lo que deseaba decir, por lo que uno de ellos se puso de pie para lograr ser escuchado.
            –Mi señor, lo que decís es cierto. Pero también es preciso recordar que las tierras que circundan al monte Kite fueron abandonadas por Gore luego de comenzado el asedio a la fortaleza de la Marca Norte, quedando al libre saqueo de las fuerzas de Thira, las cuales probablemente registraron aquella caverna –clamó Elías defendiendo al monarca de Gore.
            Tras un nuevo y breve lapso de murmullos encontrados, Dawrt ordenó sus pensamientos y habló a todo el auditorio de consejeros.
            –Como veis, nobles consejeros de la Tierra Mágica, es muy difícil determinar quién de los dos reinos ha sido el culpable de utilizar el poder divino de las gemas. Pero más allá de quien haya sido, nuestra postura al respecto debe ser más firme y dura que cualquier otra decisión que se haya tomado en toda la historia de la Tierra Mágica –hizo una pausa para observar a cada uno y luego continuó–. Debemos castigar con la mayor severidad posible al reino culpable de tal atrocidad. Debemos demostrar que podemos ser garantes de la paz y la justicia actuando con hechos y no sólo con palabras.
             –Si vuestra merced me permite, creo que dadas las circunstancias intuyo que hablo por todos al coincidir con vuestras palabras, pero lo que no me queda claro es a que os referís con “castigar con la mayor severidad” –habló Golthor temiendo por la respuesta del Gran Maestre interino. 
            Todos los consejeros agudizaron sus oídos.
            –Me refiero a la única medida posible, acorde a la gravedad extrema del acto realizado. Propongo, aquí y ahora, que el reino culpable de tal atrocidad, sea castigado con la destitución inmediata de su monarca, siendo un miembro de nuestro honorable consejo quien cumpla con las funciones de regente hasta que se considere apropiado otorgar el mando al heredero legitimo de la familia real gobernante. Además, dicho regente dispondría con el uso de su propio ejército, que respalde su poder el tiempo que sea necesario.
            Todos los miembros presentes en aquella sala se exaltaron al recibir tales palabras de su maestre.
            –¡Por Ishk! Si vuestra merced me permite, tal castigo es extremadamente severo y además atentaría contra el orden interno del reino que lo sufra, empezando por la ilegitimidad de autoridad y revueltas de la población –clamó Edorias, discrepando con total franqueza con Dawrt.
            –¡El riesgo de una rebelión de los nobles es demasiado grande! –dijo Mortimer desde su lugar.
            –Puede resultar en un verdadero desastre –continuó Vladimiro, sumándose al resto.
            Dawrt no cedió ante el repudio de los consejeros e insistió:
            –No hacerlo sería sinónimo de debilidad pero por sobre todo, estaríamos rompiendo con todos los valores que hemos perseguido en busca de la estabilidad de una paz duradera. Si no hacemos algo para frenar esta terrible guerra, esta se extenderá indefinidamente cobrándose las vidas de centenares de personas y de la cual, en un futuro, probablemente también la Tierra Mágica sea víctima. La sed de poder del hombre mundano jamás se sacia, la única forma de detenerla es negándole de beber y es esa la función que hoy debemos cumplir. 
            –Pero mi señor, la guerra seguirá igual. Los nobles no nos aceptarán y ahí sí seguramente la Tierra Mágica sufrirá las consecuencias –añadió Agharol.
            –El posible regente será respaldado por un ejército acorde a sus funciones. Los nobles no podrán reunir las fuerzas para impedirlo. Pero más allá de eso, no debéis pensar como reaccionaran los afectados. Obviamente que estarán en contra. Lo que debéis pensar es en nuestro deber y lo que sucedería si no hacemos nada al respecto. ¿Acaso consideráis que es mejor no actuar ante tal acto? ¿dejar que todo siga su curso mientras la Tierra Mágica deja que su figura diplomática se disuelva en la nada perdiendo generaciones de esfuerzo y constancia por lograr que este lugar sea considerado como epicentro de la búsqueda de la paz? –Dawrt hizo una pausa para luego seguir–. Si esto es lo que queréis, os advierto que jamás se logrará recuperar el lugar perdido, y la Tierra Mágica habrá perdido su sentido de ser y tarde o temprano seremos sometidos a la mano del hombre común –terminó diciendo el Gran Maestre interino con vigor en sus palabras.
            Los murmullos proliferaron inundando la atmósfera.
            –¿Y si vuelven a utilizar la gema de fuego? –inquirió Mortimer.
            Dawrt sonrió levemente, como si tal pregunta le hubiese agradado, y alzo nuevamente los brazos.
            –Justamente ¿Y si la gema de fuego vuelve a ser usada? ¿Acaso nos quedaremos aquí sentados esperando a que ello pase? Señores, no hay otra salida que actuar sin vacilaciones. Es nuestro deber hacerlo.
            –Mi señor, pero si actuamos de la forma que proponéis, la victima del poder divino de la gema no va a ser el reino contrario, sino nosotros, la Tierra Magica… –agrego Vladimiro.
            –¿Acaso teméis? ¿Acaso consideráis que todo esto es indebido por temor? Nuestro deber es uno solo y debemos seguirlo firmemente, sin importar el riesgo que corramos en ello. No por nada os advertí que esta era una de las decisiones más difíciles de se haya tomado… –le contestó Dawrt con imparcial decisión.
            –Mi señor, somos consientes de que tenemos que actuar de alguna forma. Nadie está pensando en sólo observar lo que suceda. Pero insisto al considerar que esta no es la forma. Una de las cosas en que más hincapié hizo nuestra anterior maestre Martinique, fue justamente en dejarnos siempre en claro que el fin no justifica los medios. ¿No es este un fiel ejemplo de ello? –hablo Edorias.
            –Yo también recuerdo las sabias enseñanza de Martinique y no les hago caso omiso. Pero no es que el que yo propongo no sea el medio correcto o si lo sea. Mi querido amigo… No hay otro medio… –alegó Dawrt.
            –Si vuestra merced me permite, considero que siempre hay otro medio. El castigo debe ser menos dañino –continuó Edorias.
            –¿Un castigo menor? ¿Cómo cual? Cualquier otra cosa que hagamos no servirá de nada. No  evitara  que la guerra continué o mismo que la gema vuelva a ser usada. En cambio, de la forma que os he propuesto, por lo menos tenemos una posibilidad de ello. Una posibilidad que no tenemos el lujo de perder. Si acaso tenéis un castigo menos “dañino” que logre los mismos resultados, decidlo. Porque  para mí no lo hay –contestó Dawrt convencido de ello.
            Todos los consejeros se miraron mutuamente buscando respuestas en el prójimo, sin encontrarlas; hasta que Edorias prosiguió:
            –Mi señor,  que nadie proponga una segunda opción no significa que no exista. Tened en cuenta que es un decisión demasiado compleja para tomarla aquí y ahora, además de la misma sorpresa que nos ha provocado tener que tomarla. Es algo que debemos pensar con cuidado y precisamente ahora considero que no somos capaces de decidir. Por eso, si os parece, se podría aguardar a la próxima reunión del consejo para tal tarea.
            El resto de sus compañeros asintieron con sus cabezas en aprobación a tales palabras encontrando en ellas un leve alivio.
            El maestre interino lo miró con fijeza y luego dijo: 
            –Si el tiempo no nos acorralara  mi preocupación no sería tal. Pero vuestras palabras son sabias y seria de una gran imprudencia obviarlas –hizo una pausa y se dirigió hacia todo el auditorio–. Está bien, el castigo se determinara en una futura reunión del honorable consejo de la Tierra Mágica mientras ambos reinos son juzgados por sus actos. Ahora bien, lo que si tenemos que determinar hoy es cómo se desarrollará dicho juicio de la manera más adecuada posible. Si me permiten, he traído un texto diplomático que he elaborado por mi cuenta para dicha instancia, el cual leeré y ustedes dirán si es adecuado o no. Además, he agregado el comunicado del terrible accidente de la doncella Margawse y de mi situación actual como gran maestre interino –clamó Dawrt, al tiempo que sacaba de entre sus ropas un manuscrito en vitela amarillenta. Respiró hondamente y dio inicio a la lectura con voz firme y fuerte, mientras el resto de los presentes lo miraban expectantes: 

            “Estimado rey Alfer III de la casa de Linere, soberano de todas las tierras que conforman el reino de Gore, desde la Marca Norte hasta los llanos del sur del Golfo de Feroth. Hoy, a 2148 años de comenzada la Segunda Era, la honorable Tierra Mágica se dirige hacia vuestra merced con el siguiente fin:
            Como sabéis, durante la batalla entre vuestro reino y el reino de Thira, hoy denominada La Batalla del Monte Kite, alguna de las partes ha utilizado el poder de algún artefacto mágico en su beneficio, liberando una magia altamente destructiva. Bien vale aclarar que la Tierra Mágica no sólo no proveyó de tal herramienta mágica sino que también condena su uso; sea quien fuese quien la haya usado.  Es por eso que hoy se le informa que el insigne Consejo de la Tierra Mágica ha decidido, basándose en los previos tratados de paz que ubican a la Tierra Mágica como garante de la paz entre ambos reinos, enviar un comisionado que formara parte de vuestra corte y consejo personal indefinidamente, al igual que de la misma manera se enviara un comisionado a Thira. El propósito central de tal acto consta en comprobar el cese de los actos militares entre otras cosas. Dicho comisionado arribará en cuanto se reciba vuestra aprobación escrita, aceptándolo. Se advierte que en el caso de negarse, se tomará tal actitud como elemento a la hora de juzgar quien de los dos reinos a utilizado el poder de la magia en su favor, acto que será castigado severamente a su debido tiempo.
            Como segundo fin, este comunicado informa a vuestra merced el fallecimiento inesperado de la dama Margawse D’eredoth Shonen, hija de Martinique Shelia Shonen y heredera legitima a ocupar la maestría de la Tierra Mágica. Tras dicho suceso,  mas la incapacidad de Martinique en seguir en el cargo por enfermedad, hoy preside al sabio Consejo de la Tierra Mágica el anterior consejero Dawrt de Melernia como Gran Maestre interino.”

            Alfer dejó caer  sus pesados parpados y bajo la cabeza levemente, luego, tras un instante, indicó con un gesto de su mano derecha que el emisario se retirase; al tiempo que dijo:
            –La respuesta que vuestro señor solicita será enviada, podéis partir.
            El anciano monarca estaba sentado sobre su trono, rodeado de algunos de sus consejeros; su asistente personal; y sus dos hijos. Reunidos para escuchar el importante comunicado que traía aquel emisario, que ahora daba la vuelta para partir nuevamente a sus tierras. Las noticias de la Tierra Mágica apesadumbraron aún más el senil rostro del monarca, quien mostraba un semblante agotado y rendido. No así sucedió con su hijo menor, Octavio.
            En cuanto el emisario cruzó las gruesas placas del portón principal, el joven príncipe también abandonó la sala por una de las puertas laterales, con los ojos bien abiertos y los dientes apretados, sin despedirse o dar su opinión al respecto. Su enojo con su padre y la situación misma eran evidentes. Dana, al ver salir de tal forma a su hermano, salió inmediatamente detrás de él.
            –Dejadlo hija, ya se calmará… –se apresuró a decir Alfer.
            –No padre, dejadme hablar con él –terminó diciendo la joven, al tiempo que cruzaba el arco de la puerta lateral.
            Su hermano ya había alcanzado la mitad del pasillo, pero ella lo siguió a trote hasta alcanzarlo y sujetarlo de su brazo izquierdo.
            –¡Aguardad! Hermano, aguardad ¿Qué os pasa que habéis huido así?
            Octavio se volteo violentamente y con la mano que mantenía libre abofeteó inesperadamente a Dana, la cual cayó hacia atrás sobre los baldosones de mármol pulido. Octavio inmediatamente continuó su marcha sin mirarla. Dana aguardó sentada sobre el frío suelo sin voluntad de levantarse, sólo se llevo una mano a su mejilla golpeada y comenzó a llorar.

viernes, 10 de junio de 2011

3º Parte - Capítulo 2

–II–

Era una noche oscura; sin estrellas ni luna. El cielo estaba cubierto por un manto de nubes negras, que se extendía hasta donde llegaba la vista. La única razón que permitía a uno distinguir entre sombras y figuras eran los faroles de aceite distribuidos a lo largo del muelle, con el fin de evitar accidentes. Bajo una pequeña aura de luz, proporcionada por uno de estos faroles, se encontraba un reducido grupo de hombres de mar, recostados sobre viejos barriles riendo y blasfemando; siendo lo único audible, sin contar el constante ruido de las aguas del río Meriadol chocar contra los postes de madera ennegrecidos con brea que mantenían al muelle en pie. Imbuidos en sus rizas y vozarrones, no se percataron que estaban siendo observados hasta que fue demasiado obvio. Una figura, totalmente cubierta por una capa marrón, ingresó dentro del aura de luz. Todos los hombres que hasta hacía un instante estaban riendo y hablando, enmudecieron por completo ante la sorpresa y empuñaron sus armas con velocidad hacia el desconocido.  
            –Calmaos, sólo quería saber si todo estaba en orden para el viaje de mañana –clamó el sujeto de capa marrón, dirigiendo su mirada a sólo uno de los hombres allí presentes, con una voz firme y de tono grave; pero a la vez poco natural, como si fuese una voz forzada.
            –Ah, erais vos…. Ya os dije que la barca estaría lista para mañana. A primera hora podremos partir –dijo uno de los hombres con voz áspera y corroída por el tiempo.
            –Sólo quería cerciorarme –clamó el sujeto que sólo tenía sus ojos al descubierto. Luego dio la media vuelta y comenzó a alejarse.
            –¡Hey! Recordad traer el dinero si no queréis terminar en el fondo del río –continuó el marinero junto con una risotada. El encapuchado volvió la cabeza hacia él.
Aunque sus compañeros también se le unieron en la risa a modo de broma, todos sabían que, de cierta forma, lo que había dicho podría ser cierto.
            –Tengo el dinero que habéis pedido. No os preocupéis por eso… Mañana a primera hora estaré aquí nuevamente. Buenas noches –terminó diciendo el sujeto de marrón, antes de salir del aura de luz y volver a perderse en la oscuridad.
            En cuanto el desconocido se fue, los marineros volvieron a donde se habían quedado; recostados entre barriles y vociferando entre ellos. Por otro lado, el sujeto de capa se alejó más y más, hasta que las fuertes voces de los hombres de mar se convirtieron en un murmullo, hasta desaparecer por completo. Continuó caminando hasta salir del muelle y escabullirse entre las estrechas calles de Erkelia. Esquivando charcos de orina y vagabundos desparramados, llegó hasta una oscura taberna poco concurrida del sur de la ciudad, en la cual entró.
            Las miradas que se enfocaron en su figura volvieron rápidamente a donde estaban; reconocieron al sujeto con sólo verlo. Aparentemente frecuentaba el lugar o directamente se hospedaba en el. El hombre se acercó hasta la barra del cantinero y, luego de saludarlo cordialmente, le pidió un buen plato de comida caliente. El sujeto del otro lado le respondió el saludo de la misma forma y luego se dirigió a buscarle el pedido. El sujeto permaneció unos instantes a la espera, mientras observaba de reojo al resto de los clientes. Todos portaban rostros dignos de temer, aunque inofensivos; también solían concurrir esa taberna y no hacían más que comer y beber.
            Sin esperar demasiado, apareció nuevamente el tabernero trayendo un plato con el especial del día; estofado de carne con verduras varias. El sujeto encapuchado permaneció allí comiendo y bebiendo, pero al llegar a la mitad de su comida avisó al cantinero que terminaría de comer en su cuarto y que luego le traería el plato. El tabernero, aparentemente acostumbrado al pedido, accedió sin molestarse. 
            La gema sobre su mano mantenía intacto ese brillo, característico de su interior, sin importar que a su alrededor hubiese oscuridad y sombras. Siempre brillaba. Como si una fuerza sobrenatural la obligara a observarla constantemente, Margawse jugaba con la roca girando sus caras y observando cómo la luz de su interior danzaba al compás de los movimientos; mientras, su mente cavilaba incesante. Inesperadamente, la puerta de la habitación se abrió velozmente, despabilando su semblante sereno e ido. Bajo el umbral, cruzó aquel sujeto de capa marrón, junto con un plato de comida que traía en sus manos; luego cerró la puerta detrás suyo.  
            –Mi señora, os he traído algo de comer –clamó el sujeto, aunque con una voz notablemente diferente; mucho más suave y delicada; al tiempo que depositaba el plato y una cuchara sobre la vieja mesa de madera, que ocupaba el centro del recinto.
            –Os agradezco Noelia, pero debo confesaros que no tengo apetito… –clamó Margawse.
            –Mi señora… Por favor, os ruego que comáis algo. Hace días que estáis encerrada en esta habitación y apenas queréis comer… ¿Os sentís bien?
            Margawse dio un suspiro.
            –No, no me siento bien… Todo esto… Esta roca… Lo que mi madre me ha contado… Tener que haber abandonado todo… ¿Cómo podría sentirme bien?  
            –Os entiendo mi señora… Disculpad mi insolencia… –musitó Noelia, bajando levemente la cabeza.
            –Por favor… No digáis eso… Vos no tenéis nada que ver. Es más, gracias a vuestra compañía y protección puedo sobrellevar esta pesadilla que me ha tocado vivir. Ojalá algún día pueda recompensaros por ello.
            –No mi señora, no haría falta. Al igual que el resto de mis compañeras, es mi misión protegerla. Y poder llevarla a cabo es suficiente recompensa.
            –Gracias Noelia, gracias…
            –Por eso es que también me preocupo por vuestra salud o ánimo.
Margawse sonrió inmediatamente y se acercó al plato de comida que su guardiana y amiga le había traído, sentándose a la mesa. Sumergió la cuchara en él y comenzó a comer. Aún estaba caliente y sabroso. Noelia, ya conforme, pasó a quitarse la capa de cuero desvelando el cuerpo de una joven mujer, de rizos castaños. Luego, se sentó a la mesa acompañando a Margawse.  Tras unos instantes de silencio, la charla se reanudó entre ambas mujeres.
            –¿Habéis confirmado el viaje de mañana? –inquirió Margawse.
            –Sí, mañana a primera hora cruzaremos Meriadol –contestó su compañera, quien luego prosiguió– ¿Creéis que Herdenia os ayudará?
            –Sí… Además es la única forma de seguir…
            El silencio volvió  nuevamente al recinto por unos minutos, hasta volver a quebrarse.
            –Os pido disculpas si os molestáis por lo que voy a preguntaros, pero… ¿Creéis que todo esto es lo correcto –clamó Noelia con un tono algo temeroso.
            Margawse no contestó inmediatamente; pensó por unos segundos
            –Creo en mi madre… Y por todo lo que me ha dicho, esta es la única posibilidad que tenemos para evitar que el mal recaiga sobre Agoreth nuevamente…
Noelia quedó sorprendida por la convicción de sus palabras; luego continuó:
–Entonces pensáis que Merithila…
–Ella sabía… –de pronto la voz de Margawse se cortó y sus ojos se volvieron cristalinos–. Ella sabía lo que podía pasar… Al igual que vos… –con la voz entrecortada por una angustia naciente, la joven trato de continuar–. Además… Hoy se vencía el plazo de espera... Si nadie nos ha venido a avisar de lo contrario, es porque todo lo que ha predicho mi madre se ha cumplido. Ahora sólo nos queda seguir… Seguir sin mirar atrás…
El semblante de Noelia se entristeció al escucharla, y sus ojos también se humedecieron…
–Perdonad… no debí preguntar… –terminó diciendo la joven, al tiempo que se levantaba de la mesa y se alejaba hacia una de las dos camas de la habitación. Sin decir más, se recostó y se tapó hasta la nuca con las carcomidas y húmedas mantas.
Margawse la miró entristecida; Merithila era su hermana, su única familia. Sin palabras de consuelo, la joven Margawse también decidió recostarse. Ya era lo suficientemente de noche y debían descansar; mañana les esperaba un arduo viaje.
Al día siguiente, aún muy temprano, ambas mujeres ya estaban despiertas y preparándose para partir. Mientras acomodaban sus ropas sólo el silencio las acompañaba. Cosa que Margawse decidió cambiar.
–Sabéis… Por la noche estuve pensando… –musitó la joven, lo suficientemente fuerte como para que Noelia se volviese hacia ella para escucharla–. Estuve pensando que seguirá siempre a vuestro lado, al mío y al lado de todos los que la conocieron. Porque sigue viva en el recuerdo que se cobija en nuestros corazones y siempre permanecerá allí…
–Recuerdo al cual no se puede hablar ni abrazar o cualquier otra cosa que solía hacer junto a mi hermana, porque es sólo eso, un recuerdo –clamo Noelia, aún triste y molesta.
–Merithila fue muy valiente y, aunque ya no podáis hablarle o abrazarla,  recordad esto y ella siempre seguirá acompañándoos –dijo Margawse, tratando de traer consuelo a su compañera y a sí misma.
Noelia miró a Margawse con fijeza por unos segundos y luego asintió con la cabeza al tiempo que dijo:
–Sólo espero tener el mismo valor cuando llegue el momento...
–Lo tendréis… 
Luego de la breve charla, ambas mujeres abandonaron la habitación y cruzaron la taberna, aún con algunos clientes desparramados sobre las mesas y la mayoría sin sentido. Al salir del lugar se encontraron con un día que no terminaba de nacer. El sol  no salía y el cielo apenas había aclarado su azul nocturno. La leve luz apenas dejaba ver los densos mantos de niebla que cubrían por completo las estrechas calles de Erkelia.
  Resguardadas en su totalidad por amplias capas de cuero marrón, las mujeres comenzaron seguir el camino que las llevaba hasta el puerto, evitando la basura característica de las ciudades o a cualquier sujeto que rondase por aquellas horas. Manteniendo un buen paso, no tardaron en pisar los tablones del muelle. Avanzaron por éste hasta que, entre la niebla, se divisaba una única figura de pie junto a uno de los faroles de aceite ya apagado. Se acercaron con cautela, hasta que la niebla dejo de cubrir sus rasgos; era el mismo marino al que Noelia había visitado el día anterior.    
–Bien, bien… Habéis venido a tiempo –clamó el hombre con su voz gruesa y ronca–. Pero quien… –terminó diciendo, al tiempo que dirigía su vista  a Margawse, que para ese entonces no era más que un sujeto encorvado, con el rostro bien cubierto y mirando al suelo.
–Es mi compañero de viaje –se adelantó a decir Noelia, modificando nuevamente el tono de su voz, que al tener la mayor parte del rostro cubierto, pasaba perfectamente por la voz de un joven.
–Bien… pero… ¿Os encontráis bien? –continuó el hombre de mar, dirigiéndose hacia la encorvada Margawse al notar su extraña postura.
Margawse notó que se dirigía hacia ella y, al no poder decir palabra alguna por temor a ser descubierta, simplemente tosió varias veces, al tiempo que seguía encorvándose.
–Está algo enfermo… Aún no recupera su voz y dudo que pueda decir palabra alguna durante el viaje –Clamó Noelia.
–¿Enfermo? –inquirió el hombre de mar, al tiempo que daba unos pasos hacia atrás, alejándose del sujeto encorvado– ¡Alejaos, no acerquéis vuestra peste hacia mí!
Antes de que pudiera seguir alejándose y gritando, Noelia lo tomó por el brazo con presteza diciéndole firmemente:
–¡No es peste! Si estaría contagiado de la enfermedad negra ni siquiera podría mantenerse en pie. Es sólo una tos crónica, os lo aseguro.
–No, vuestro amigo no viajará en mi barca. Sólo vos o nada –clamó el marino, manteniendo distancia.
–No, no entendéis. Este viaje es para los dos. Por ello os pagaré. Si no, el viaje se cancela –continuó Noelia.
Bajo la oscura capa de cuero, Margawse comenzó a sudar de los nervios al no entender el curso que su compañera le estaba dando a la conversación. Ese viaje era su única oportunidad y, si se cancelaba, quedarían varadas en aquella ciudad.
–¿Estáis dispuesto a perderos el dinero del viaje por miedo a una simple tos? –continuó Noelia, jugando con la avaricia del marino que en cuanto la escuchó, su semblante comenzó a mostrar vetas de indecisión en sus expresiones. Margawse entendió inmediatamente las intenciones de su compañera y se tranquilizó.
El sujeto no respondió hasta el cabo de unos segundos.
–Pagadme más… Cuando os dije el  precio no sabía que traerías a un enfermo con vosotros.
–¿Cuánto?
–El doble –se apresuró a decir el marino.
–Estáis loco, es demasiado por el riesgo de contagiarse una tos. Os ofrezco un tercio más.
–¿Tos? Sólo tengo vuestra palabra. ¿Por qué debería confiar en vos? La mitad más a la cifra que os dije y haremos el viaje.
Noelia accedió, asistiendo con la cabeza, y el hombre de mar no hizo más que estirar la mano.
–¿Ahora?
–¿Queréis viajar o no?
Noelia lo observó fijamente con mirada reacia, al tiempo que metió su mano derecha entre sus ropas y tomó a una pequeña bolsa de cuero. Hurgó dentro de ella y sacó la cantidad justa de monedas que aquel sujeto le requería, luego volvió a guardar la bolsa y le entregó el dinero. El sujeto se regocijó al palpar las brillantes monedas ahora en su poder y, luego de esconderlas dentro de uno de los bolsillos de su camisa, dijo:
–Adelante entonces. Pero os advierto. Si vuestro compañero comienza a vomitar sangre o algo parecido lo arrojaré de la barca y a vos también si intentáis impedirlo.
Noelia volvió a arrojarle la misma mirada desaprobadora.
–No os preocupéis, no vomitara sangre. 
Sin más que decir, los tres sujetos se acercaron a una pequeña barca que flotaba sobre las calmadas aguas del Meriadol. Noelia y Margawse se dignaron a subir, mientras el marinero desataba los cabos de las sogas que sujetaban su pequeña barca al muelle de Erkelia. Al terminar, él también subió a la barca; tomó uno de los remos y colocó su extremo sobre unos de los postes del muelle, para luego impulsarse sobre éste, separando la barca lo suficiente como para poder utilizar los remos con comodidad.
Luego de paletear varias veces, la barca se adentró por completo en las aguas del Meriadol en dirección oeste, siguiendo la corriente. La niebla era tan espesa como sobre la ciudad pero sobre el río, al no ver nada más que agua, no había punto de referencia alguno; para donde uno mirase, no había más que niebla haciendo parecer a su manto mucho más denso y hasta infinito.
–¿Siempre es tan densa la niebla a estas horas? –clamó Noelia, luego de varios minutos de silencio.
–A veces… –respondió el marino secamente.
–¿Tardará en disiparse? –volvió arremeter la joven, como si aquel  manto gris la pusiera nerviosa.
–Algo… Aún es muy temprano –dijo el hombre, que luego de una pausa continuó–. Si no queremos chocar contra nada indebido debemos mantener una marcha lenta, hasta que se disipe un poco esta neblina y haya más luz…
–Veo…
–Creo que no hace falta recordaros que fue vuestra merced la que insistió viajar a estas horas…
–No, no hace falta. Ya lo sé. Lo único que espero es llegar a destino antes que anochezca. 
El hombre no contestó, dejando escuchar con detalle a sus remos hundiéndose en el agua para luego emerger una y otra vez, siendo lo único que evitaba que el silencio fuese total.
Margawse seguía con la vista baja sobre la madera de la barca, escuchando con atención todo lo que sus compañeros de viaje tenían que decir, pero al cabo de unos minutos de silencio reinante, la mente de Margawe volvió a perderse en pensamientos futuros; volviéndose a llenar de dudas sobre lo que estaba haciendo y su posible éxito en ello. Sobre todo pensaba en la verdadera naturaleza de aquella gema que portaba. En cuanto la imagen de la piedra ocupó su cabeza, no pudo resistir el anhelo por volverla a sentir en sus manos. Sin que nadie lo notase, hurgó entre sus ropas hasta dar con la pequeña gema. Palpar sus delicados lados, tan suaves como fríos, la tranquilizaba. Aunque no podía verla, la joven comenzó a hacer el mismo movimiento con sus dedos que solía hacer para mirar el brillo cambiante de su interior. Así permaneció largo rato, tal vez hasta horas.
El tiempo pasaba y los tres ocupantes de la barca parecieron haberse acostumbrado al silencio. Nadie abrió la boca más que para bostezar. Pronto el cielo dejo aquel azul claro previo al alba para volverse celeste y luminoso; indicio de que el sol había nacido sobre el horizonte. Aunque la claridad aumentaba considerablemente con el paso del tiempo, los espesos mantos de niebla no parecían disiparse. La única modificación perceptible fue en su color; de ser una niebla oscura y grisácea a ser tan blanca como las nubes.  
–¿Cómo vamos de tiempo? –inquirió Noelia recordándole a los demás el sonido de su voz que hace horas había permanecido ausente.
–Bien… Aunque la niebla persista, igual llegaréis antes del anochecer; la marcha es lineal, así que no hay problemas de perderse por algún brazo del río…
Luego de un nuevo periodo de silencio, aunque mucho más corto que el anterior, el sujeto que maniobraba los remos retomó la conversación.
–Veo que vuestro compañero ya se siente mejor… No ha tosido ni una vez desde que partimos…
–Visteis, os dije que no había por qué temer, era sólo una tos –contestó Noelia, con ciertas dudas sobre las intenciones del comentario del marino.
Tan sólo escuchar que la nombraban llenaba de nervios a Margawse, quien no tardó en sentir las palmas de sus manos húmedas de un leve sudor.
–Bien, bien, eso me tranquiliza. Pero no penséis que por ello os devolveré algo de vuestro dinero –se detuvo por un segundo y continuó–. Perdón, mi dinero –terminó diciendo el marino, echando una carcajada que no tuvo afiliación en el resto del grupo.
 Luego de apaciguar su humor, le dio unas palmadas en el hombro al sujeto enfermo y volvió su atención a los remos. Unos instantes después, la tranquila marcha por el Meriadol sufrió un sobresalto inesperado. El barco chocó contra algo y se tambaleó hacia un costado. Margawse perdió el equilibrio y la pequeña roca que traía se resbaló de sus delicados dedos para comenzar a rodar sobre los maderos de la barca. Inmediatamente, los ojos del hombre de mar se abrieron desmesuradamente al ver a semejante joya rodar hacia sus pies. Tras chocar contra la suela de sus botas, la gema se detuvo y el sujeto se inclinó para tomarla entre sus dedos. Poseído por el brillo intrínseco de la joya, sus ojos se negaban a parpadear. Noelia observó todo desde la otra punta de la barca y creyó que no había más solución que desenvainar su espada, pero antes que llegara siquiera a apoyar la mano sobre la empuñadura del arma, Margawse se irguió inmediatamente y le quitó la gema de un veloz manotazo al marinero, para luego volver a su posición. Instintivamente, el sujeto se enfureció por el vil acto de aquel enfermo, al punto de dejarse llevar y desear abalanzarse sobre él y quitarle aquella preciosa joya. Pero tras una fracción de segundo, recordó que no estaba solo y miró de reojo al otro hombre, quien tenía su mano derecha peligrosamente cerca de la empuñadura de su arma. Tranquilizó su enojo interior y volvió a ubicar sus manos sobre los remos, mientras sus ojos comenzaron a recorrer los laterales de su barca, buscando algún indicio de aquello que los había hecho tambalear. La niebla seguía siendo lo suficientemente espesa como para impedirle divisar cualquier cosa que no fuese el agua que chocaba contra su bote.
–¡¿Qué fue eso?! –inquirió Noelia, prefiriendo dejar de lado el breve incidente con la gema.
El marinero recuperó su postura y volvió a mirar a Noelia.
–No sé… Aunque es probable que haya sido un cuerpo…
–¿Un cuerpo? –volvió a preguntar la joven con cierto asombro.
–Sí, un cuerpo. De Erkelia… Y seguro que fue la corriente la que lo arrastró hasta aquí. Recordad que es una ciudad muy peligrosa por las noches…
Tras la breve explicación, el asombro de Noelia se diluyó por completo, ya que lo que decía tenía bastante sentido.
–¿Lo visteis? –continuó preguntando la joven.
–No… La niebla sigue siendo muy densa…
–Espero que no vuelva a pasar… –dijo Noelia, fijando sus ojos en los mantos de niebla.
–No, no creo…
Luego el silencio los volvió a invadir, pero de una forma más rígida, que tensaba los nervios. Luego de un rato el marino volvió a hablar.
–Así que… ¿Transportáis un pequeño tesoro?  
Ambas mujeres se pusieron muy nerviosas al escucharlo, pero Noelia supo ocultarlo y contesto serenamente:
–Es una reliquia familiar… 
–Sólo preguntaba…
El sujeto continuó remando rítmicamente, sin bajar la vista, la cual estaba puesta sobre los dos sujetos que lo acompañaban, pero sobre todo encima del que lo había contratado; quien se encontraba en el otro extremo del bote, fijando sus ojos sobre él sin decir palabra alguna. Noelia había quedado particularmente intranquila tras la simple pregunta y enfocó toda su atención a cada movimiento del marinero mientras su mano derecha, sin que aquel se percatara, ya estaba sobre la empuñadura de su espada.
Mientras se medían con la mirada, en la mente del marinero sólo se encontraba el recuerdo de aquella gema sobre sus manos. El recuerdo retornaba continuamente, excitando el pulso de su corazón. No tardó en calcular todo el dinero que podría conseguir a cambio de aquella joya y comenzó a imaginarse a sí mismo gastándolo. Tesoro que sólo se encontraba a un  paso de él, sobre las manos de un hombre enfermo e indefenso. En ese caso, la decisión no debería ser difícil; pero el escenario aún no estaba completo. También estaba aquel otro sujeto que no dejaba de mirarlo. ¿Era la espada que traía envainada en su cinto razón suficiente como para perderse aquella joya?  Las mismas imágenes se repetían en su cabeza una y otra vez con aquella pregunta como música de fondo. Sus músculos se tensaron y gotas de un sudor frío comenzaron a recorrerle las marcas de su rostro.  
–¿Algún problema? –Preguntó Noelia quien notó las gotas sobre su piel y la mirada ida de sus ojos.
–No… Ninguno… –contestó.
Con increíble presteza, el marinero dejo de remar y se abalanzó sobre el sujeto al otro extremo del bote, al tiempo que sacaba de entre sus ropas una larga daga curvada. Noelia reaccionó inmediatamente como si fuese un espejo de su enemigo y echó su capa de cuero hacia atrás, dejando que su mano derecha desenfunde con libertad la espada corta que llevaba en el cinto. Veloces como un rayo, ambas armas cortaron el aire hasta que alcanzaron sus objetivos. La sangre estalló en torrentes por toda la barca. Margawse alzó la vista y comenzó a gritar sin consuelo al presenciar a su amiga y protectora, Noelia, dejando caer la espada que portaba para tomarse con ambas manos su garganta abierta de oreja a oreja. Sin poder evitar que la sangre se le escurriese a borbotones entre los dedos, pronto perdió las fuerzas y el sentido. Al cabo de un instante, se desvaneció cayendo pesadamente sobre las aguas del Meriadol. Margawse continuó gritando sin descanso, mientras gruesas lágrimas caían de sus ojos, mezclándose con las manchas de sangre de su amiga que le cubrían  el rostro. Pero el terror y la desesperación la paralizaron por completo al ver a su asesino. Éste se encontraba de pie sobre la barca, tomándose el estomago abierto por la hoja de Noelia, mientras que con la otra mano seguía sujetando la fina daga curvada repleta de sangre, sin contar con las fuerzas para volver a usarla. Agonizante, su cuerpo comenzó a tambalear a punto de desplomarse en cualquier momento.
El tiempo pareció congelarse y los segundos se volvieron eternos. Miles de ideas, imágenes y valores invadieron la mente de Margawse hasta que ésta recuperó la voluntad. Sin dejar de llorar, se inclinó hacia un costado para tomar la espada de Noelia, que se encontraba a sólo un paso de ella, y se lanzó de lleno con el arma nuevamente sobre el estomago del marinero, enterrándole la hoja hasta que su extremo salió por el costado izquierdo de su espalda. El sujeto cayó hacia atrás junto con el arma incrustada, sumergiéndose en las aguas del río, para luego reflotar y perderse entre los densos mantos de niebla.
Margawse cayó rendida sobre la barca, ahogándose en su propio llanto y desesperación. A pesar de que su boca estaba abierta y mantenía los músculos de la garganta tensos, no emitía sonido alguno. Eran gritos mudos, gritos de eterno dolor sólo escuchados por el propio corazón, atormentado y sin consuelo.