domingo, 28 de agosto de 2011

3º Parte - Capítulo 13

–XIII–

La piel de su mentón perfectamente afeitado era áspera, rasposa, de un gris claro que delimitaba con precisión donde crecía el bello y donde no en su rostro cuadrado, siempre severo… En otra oportunidad podría haberse jactado también de tener una piel sin marcas, sin cicatrices del acero o picada de viruelas; pero aquella mañana los dedos que acariciaban su barbilla se detenían en los pequeños surcos sanguinolentos, aún frescos, que le habían dejado las uñas de su hermana. Las yemas delimitaban una y otra vez la herida, allí donde la piel desgarrada había dejado carne al rojo que ahora se había puesto rígida y oscura. En una semana no tendría rastros de ella, pero ahora… ahora no podía dejar de pensar en otra cosa…
            –¿Por qué? ¿Por qué lo hicisteis? –le había requerido su hermana ayer por la noche, cuando irrumpió en su despacho mientras él leía unos documentos.
            –No te incumbe –respondió tajante.
            –¡Claro que me incumbe! Yo te pedí caballeros de la Guardia para que escoltaran a la sacerdotisa y luego mandáis apresar a uno. ¡En plena misión!
            –Me enteré después de las razones –mintió–. ¡Y basta, no cuestionéis mis decisiones!
            –¡¿De qué, de qué te enterasteis?! –lo siguió increpando Dana–. Sir Self siempre ha sido muy leal a la familia, por eso está donde está. Me salva la vida y vos le queréis pagar cortándole la cabeza.
            –¡Que ya basta, no tengo porque decirte nada! Si queréis enteraros de algo, presenciad el juicio como todos los demás.
            <<Qué insolente… Todavía se atreve a defenderlo…>> Pensó airado.
            –Decidme… Es sólo un caballero más ¿Qué hizo para ganarse tu odio?
Las palabras salían de los labios de la dama severas y cortantes, pero su mirada no denotaba enfado, todo lo contrario, tenía los ojos tan brillosos que parecía a punto de largarse a llorar. Dana siempre había sabido esconder sus sentimientos tras su regio semblante…. Siempre distante, sereno, inquebrantable. En eso se parecía mucho a él. Podría haber logrado engañarlos a todos, incluso a su padre, pero no a él, era su hermana y veía a través de su mirada como si leyera un libro abierto. Pero ahora… ahora no hacía falta leer nada, sus ojos escupían la verdad a gritos ¿A caso Octavio necesitaba más pruebas?
            –Si fuese un caballero más no estarías aquí pidiendo por él… –le respondió, tenia los dientes tan apretados que le costaba pronunciar las palabras–. Lo que hago es por tu bien ¿No te dais cuenta? ¡Por tu bien!.
            –¿Por mi bien? ¿Qué tengo que ver yo en esto? ¡Estáis loco!
            Octavio no soportaba las mentiras, y ya había soportado demasiadas.
            –¡Callaos! ¡No voy a permitir que mancheis el honor de la casa Linere acostándote con cualquiera!
            La reacción de su hermana había sido demasiado rápida, no la vio venir. Si lo hubiera hecho no se estaría acariciando la cicatriz del mentón… Incluso le dolía más al recordarlo.
Sin decir nada, Dana se volvió y abandonó la habitación casi corriendo… Pero no necesitaba decir nada, él ya tenía suficientes confirmaciones… Aquella muchacha no le había mentido ¿Cómo era que se llamaba? No importa… ya lo recordaría. Lo que le preocupaba era cómo se había enterado su hermana… No podía creer que fuese ella la que le dijera. Las doncellas personales pueden llegar a tener información muy valiosa, pero no son famosas por su inteligencia, pero por ahora era la única causa posible… 
            –Padre, se os va a enfriar el té. ¿Estáis prestando atención no? –dijo la pequeña Ofelia al otro lado de la mesa.
            –Si cariño, claro –Octavio volvió de sus pensamientos y tomó la taza de porcelana, se la llevó a la boca e hizo como que daba un sorbo a su contenido imaginario.
            A pesar de sus ocho años Ofelia era muy inteligente, ya tomaba clases de lectura y pronto sabría leer y escribir tan bien como él. También se llevaba bien con los números y le gustaba memorizar las canciones de los bardos. Ella era su máximo orgullo…
Aquella mañana su hija le había pedido que juegue con ella “al té”; él le había sugerido que tal vez la tarde sería un horario más adecuado pero no logro convencerla, ya tenía la mesa preparada con un juego de cuatro tazas de porcelana y otros dos acompañantes ya estaban acomodados esperando comenzar: un caballo de madera perfectamente tallado y lijado, pintado de celeste, y una muñeca de trapo que vestía un diminuto vestido de lino que incluso tenia bordados los bordes. Ofelia no tenía muchos amigos, así que Octavio no solía negarse a jugar con ella, además era su hija, le gustaba pasar tiempo a su lado. Su herida fue el primer tema de conversación, le dijo que se había cortado al afeitar, aquello pareció tranquilizarla. ¿Qué otra cosa le podía decir? Detestaba las mentiras, pero la verdad era demasiado amarga e incomprensible para una niña, a veces para él también…
Ofelia también se llevó la taza a la boca y luego de bajarla con delicadeza miró a la muñeca de trapo.
–¿Más té Igrit? –la muñeca de trapo no le respondió, claro, pero Ofelia igual hizo que servía té en su taza. 
La puerta de la sala se abrió. Octavio se hubiese enfadado con cualquiera que entrara sin golpear, a excepción de su señora esposa, quien tras unos cuantos pasos llegó a su lado. Sus facciones nunca fueron atractivas, pero tampoco eran lo contrario. Su rostro era más bien delgado, de pómulos muy marcados que hacían parecer a sus mejillas hundidas, y su boca era pequeña y de labios finos. Sus ojos verdes hacían juego con los pendientes de esmeraldas y su vestido color tinto con su larga cabellera.
–Mi señor, debo hablaros –dijo con seriedad.
–¡Madre! ¿Queréis acompañarnos en la mesa? Os traeré otra taza –se apresuró a decir Ofelia,  con una amplia sonrisa en el rostro.
–No hija, debo hablar con vuestro señor padre a solas.
–¿Debo irme?
–Sí linda, luego vuelves –le respondió Octavio.
–Pero me quiero quedar, ya soy grande –insistió la pequeña.
–No, no lo eres, cuando seas grande estarás en charlas de grandes, ahora vete a pasear un poco con Owen –la voz de Octavio era fuerte y grave, pero cuando se dirigía a Ofelia inconscientemente se esforzaba por que pareciera más dulce.
Sir Owen Wood era su escudo juramentado y siempre andaba cerca de su hija, en esos momentos estaba en la habitación contigua. Era un buen caballero, aunque ya estaba algo viejo.  
–Con vuestro permiso –dijo Ofelia.
Rendida pero sin olvidar sus modales, se levantó con cuidado y abandonó la sala con pasos cortos. Cuando tenía tres años había caído de unas escaleras y se rompió la rodilla derecha. El curandero del castillo la curó lo mejor que pudo, pero la niña quedo con una marcada cojera; incluso parecía tener la pierna derecha unos centímetros más corta que la otra, lo que provocaba que tambaleara el cuerpo al caminar.  Ya no podía trotar ni mucho menos correr, pero igual era una pequeña inteligente y hermosa. Se parecía a ambos, tenía el rostro cuadrado de su padre pero los ojos y el pelo de su madre.
–¿Y esa marca? –le preguntó Margaret ya a solas.
Su marido no le respondió de inmediato, primero pensó la respuesta unos instantes con la vista baja, como si tuviera que elegir demasiadas palabras para ello, pero la respuesta era muy simple…
–Fue mi hermana –justo antes de decirlo alzó la vista hacia Margaret. Por las noches Octavio solía quedarse despierto hasta muy tarde, analizando documentos sobre los que destacaban antiguos tratados limítrofes e informes de guerra. A pesar de que su padre consideraba que la guerra contra Thira había llegado a su fin, él estaba totalmente seguro de lo contrario, acababa de comenzar, además una nueva pieza se unía al tablero…: la Tierra Mágica ¿Acaso sólo él se daba cuenta de ello? Como la noche anterior había tenido el altercado con Dana, había perdido todo rastro de sueño y se mantuvo toda la noche despierto. Su señora esposa recién lo veía–. Se enteró lo de la orden de arresto hacia aquel caballero.  
–La muy zorra… –La respuesta de Margaret fue casi un murmullo, pero lo suficientemente audible para enfadarlo.
–¡No! No la llaméis así. Más allá de sus acciones sigue siendo mi hermana y la princesa de Gore –sí, se había equivocado, pero no era su esposa la que debía juzgarla por ello, sólo su familia, sólo su sangre puede.
–Sé muy bien quién es y lo que os puede hacer –Margaret se acercó hasta él y le acarició una mejilla–. Amor, es vuestra hermana mayor… –continuó acariciándolo–. Si se llegara a casar y tener hijos…
<<Se casó –pensó Octavio, pero no hacía falta decirlo, cuanto menos gente lo supiera mejor…–. Ya me encargué de ello.>>
–Si llegara a tener un hijo varón de un matrimonio legítimo estaría antes que yo en la sucesión al trono –Octavio le apartó la mano con delicadeza y firmeza a la vez–.  Conozco muy bien las leyes de herencia y sucesión, no me las tenéis que repetir todo el tiempo… Además ya me encargué de aquel caballero.
–Lo sé, has hecho lo mejor. Nunca dudéis de ello.
Cuando Octavio se enteró del compromiso secreto quiso arrestar al caballero de la Guardia Real de inmediato, pero pensándolo con más detenimiento podía resultar peligroso… Dana podría recurrir a la piedad de su padre y Alfer era un hombre de carácter muy débil, tanto que hasta hubiese aceptado el matrimonio… No, no podía permitirlo… Debía librarse de aquel caballero para siempre. Paradójicamente fue su hermana quien le sirvió en bandeja la mejor de las oportunidades. Al sacarlo de la ciudad podía actuar más libremente… Tenía que matarlo y sir Jerek era la persona ideal para ello, acataba al pie de la letra todas sus órdenes, sin importar que se le pidiese. Ir tras el caballero y arrestarlo era sólo una escusa. Si aceptaba volver a la ciudad lo matarían en el camino, cuando tuviese la guardia baja. Pero si se negaba a volver… Mejor aún, ya no necesitaría excusas para matarlo; sir Jerek podría hacerlo abiertamente.
–Sir Jerek ya debería haber vuelto…
–Volverá amor, no os preocupéis –Margaret le tomó de la mano, guardó silencio un instante y continuó–. Deberías obligar a Dana a volver ahora, a Ishk, allí es donde debe estar. Incluso podríais haberla enviado con la otra sacerdotisa que vino.
–Ya se irá, quiere estar con mi padre hasta su ultimo día. Luego se irá, lo sé… –dijo con amargura. El estado de salud del rey Alfer III se había puesto muy delicado en poco tiempo y fue el mismo Octavio quien le avisó a su hermana de ello, para pedirle que abandonara momentáneamente su servicio a los dioses y pudiese estar junto a su padre en el final de sus días. El rey no había mejorado desde entonces, pero tampoco había empeorado dilatando su agonía día tras día. Ya casi un año desde que Dana regresó.  
<<Tendría que haber tomado los votos como sacerdotisa antes de venir… –dijo Octavio para sí mismo.>>
En el Templo de Ishk los votos se pronunciaban el ultimo día del décimo año de convivencia con la orden del sacerdocio. Muchas mujeres de noble cuna enviaban a una hija al templo ni bien esta cumplía su primer año de vida. A los once ya podía ser sacerdotisa. Pero su hermana había decidido tomar ese camino muy tarde… Hace ocho años… cuando la madre de ambos falleció…
–Eso espero, es lo que debe ser –pronunció su esposa con seriedad.
–Me imagino que habéis venido para decirme otra cosa –le dijo el príncipe tras una breve pausa en silencio–. Os escucho.
Margaret se libró de su mano con suavidad y comenzó a dar círculos alrededor de la mesa de té de su hija.
–Sí, malas noticias –hizo una pausa, pero su esposo no la interrumpió–. Recién llegó un cuervo de la Tierra Mágica. El consejero que envían ya salió hacia acá, llegará en tan sólo unos días.
Margaret escudriñó la mirada de su señor esposo, buscando algún tipo de reacción; pero ésta nunca llegó. Si aquella noticia le importaba como creía, él no se lo demostró con su rostro.
–¿El rey ya lo sabe?
–Sí, estaba con él cuando recibió la noticia. El muy necio quiere empezar los preparativos de inmediato, para recibirlo con los brazos abiertos –respondió la mujer de larga y ondulada cabellera caoba. 
–Era de esperar… –Octavio detestaba que su esposa utilizara términos despectivos al referirse al resto de su familia, generalmente se lo recriminaba, pero en aquel momento la resignación que sentía por aquella noticia le quitó las ganas hasta de enfadarse–. ¿Qué más decía?
–Sólo eso.
–¿Algo nuevo sobre los Rojos?
–No, el nuevo Gran Maestre sigue abultando su nueva orden militar con mercenarios de segunda –dijo Margaret.
Su mujer no era una dama de alta cuna corriente, que sólo servía para engendrar hijos y tejer bufandas. Estaba tan interesada en el escenario político como él, y siempre daba su consejo a quien deseaba escucharlo. Todos los que la conocieron decían que sabía más cosas de las que debería. Octavio aprendió rápido que se había casado con una mujer de inteligencia filosa. Confiaba en ella más que en nadie, era la única que lo entendía, pero a veces la duda lo corrompía: jamás sabría si lo ayudaba por amor, deber o interés, o incluso las tres…
<<Jamás empuñéis un arma si no pensáis usarla. ¿Sabrá el nuevo Maestre aquella regla? –caviló el príncipe.>>
El peligro que representaba Tierra mágica era obvio… ¿Tan difícil era hacérselo entender a su padre?
Una pausa repentina separó a ambos; Margaret se sintió obligada a romperla.
–Debéis hablar con vuestro padre, tenéis que convencerlo de que rechace a ese consejero…
–El rey sabe muy bien lo que pienso.
–Entonces parece que no le importa –clamó Margaret con triste razón.
Octavio había hablado con su padre decenas de veces respecto de la Tierra Mágica, pero sus posiciones eran demasiado opuestas… Aunque lo intentara devuelta, el resultado sería el mismo una y otra vez.
–Tarde o temprano verá que tengo razón…
–Octavio, sabéis de sobra que será “tarde”, para entonces el reino ya será un anexo de esos viejos y sus hechizos –hizo una pausa, pero su señor esposo no la uso para replicar, tenía la mirada ida y su mandíbula iba de un lado al otro, estaba rechinando los dientes–. Amor –continuó Margaret–, sabéis que en Thira gobierna el sobrino de Dagobert, sólo tiene doce años. El Gran Maestre lo dominará como los dedos de su propia mano. Si dejáis que tu padre acepte al consejero, cuando gobiernes tu reino será un hazme reír tan grande como el de aquel mocoso –Margaret sabía que se había extralimitado, pero no dejaría en paz a su marido hasta quitarle alguna reacción. A veces la enfurecía verlo tan pensativo, parecía que ni siquiera la estaba escuchando.
–Cuando gobierne no tendré doce –Octavio se volvió y la miró con fijeza, pero sin permitir que ninguna expresión irrumpa en su semblante de piedra.
–Aún más patético si no hacéis algo para libraros de ese consejero.
A veces Octavio se veía invadido por una ira incomprensible que le hacía hervir la sangre que le corría por las venas. Esta era una de ellas y sólo había dos formas para conseguir calmarse.
–Vete –el brillo de su mirada cambió repentinamente; su mujer lo percibió y abandonó la habitación de inmediato. Sabía lo que le esperaba si no lo hacía. Octavio, ya solo, cerró el puño con fuerza.       


martes, 23 de agosto de 2011

3º Parte - Capítulo 12

–XII–
Abrió los ojos muy despacio, o por lo menos eso creyó que hacía. La oscuridad era total y no había diferencia alguna en tener los ojos abiertos o cerrados. Sentía que le dolía todo el cuerpo y la humedad gélida le penetraba los huesos, pero lo que más le afligía era su brazo derecho y un punzante dolor de cabeza, como si su cerebro quisiera estallar. Además sentía la piel del cuero cabelludo particularmente fría, húmeda. Al intentar sentarse, algo extraño le recorrió la frente hasta la mejilla. Se palpó el rostro con la mano izquierda y percibió cómo un líquido espeso le cubría la frente y parte de la cabellera.
            <<Sangre>> confirmó al llevarse la punta de los dedos a la nariz. Por un instante sintió nauseas. Continuó buscando con los dedos y encontró el lugar exacto de la herida, arriba de su ojo izquierdo, allí donde termina la frente y comienza a crecer el pelo. Presionó débilmente hasta que el dolor la obligó a ceder. Al tacto no parecía algo grave… Luego llevó la mano izquierda sobre su antebrazo derecho. También estaba ensangrentado, la piel ardía al más mínimo tacto. Trató de mover los dedos de la mano derecha, pero nuevamente un profundo dolor le quitó las ganas de seguir intentándolo. Cerró los ojos y tragó saliva, tratando de contener un sollozo de angustia. Temía ver lo que la oscuridad le ocultaba… pero no tenia opción… Debía ser fuerte. Despejó su mente del dolor y se concentró. Pensó en una única cosa: Luz.
            Erekai meyra ten.
            Una pequeña esfera de luz del tamaño de un puño surgió de la nada y permaneció levitando sobre la palma izquierda de la joven. La luz que emitía era blanquecina, mucho más clara que la luz de las teas, y su alcance también era superior. Erekai, se llamaba en dearin, que en lengua común significaba “La estrella solitaria”. “Cuando las estelas del cielo dejen de iluminar, la estrella caída te dará su luz”. Ese dicho tenía tantos años como los dearin.
Según la leyenda, Anu, hijo de Enos, tuvo una hija ilegitima con Eridice; la estrella más grande y luminosa de la constelación La Peregrina. Pero la recién nacida fue despreciada por su padre, al ver que no poseía la suficiente luz como para permanecer en el firmamento. Su luz era prácticamente imperceptible ante la de las demás estrellas y su padre, fuertemente decepcionado, decidió desterrarla al considerar a su progenie débil e inmerecida de su afecto. Eridice se opuso por completo a separarse de su hija, pero no tenía más que palabras y lágrimas para defenderla. Pronto llegó el día y la hija sin nombre fue entregada al oscuro mundo de los elfos, pero su madre nunca supo donde se la llevaron. Lloró y lloró, pero el Ser Supremo jamás le confesó dónde la había dejado. Eridice abandonó al cruel padre de su hija y juró recorrer el universo hasta encontrarla, o hasta que su luz se agotase en el intento…  
            Margawse miró con temor su antebrazo derecho y un escalofrió le recorrió el cuerpo. Estaba cubierto en sangre y tierra, con la piel desgarrada. Tenía raspones en todo el cuerpo, pero aquellos eran mucho más profundos y sangrantes. La sangre le brotaba como el sudor, cubriéndolo todo. Un nuevo escalofrió la exalto al comprobar que su dedo índice estaba totalmente descolocado en comparación al resto y ni siquiera podía moverlo del dolor extremo que sentía al intentarlo. Débiles lagrimas rodaron por sus mejillas en un sollozo apagado, mudo. Nunca había estado tan herida en su vida. Cuando se quiso dar cuenta, estaba temblando de pies a cabeza. 
            <<Debo ser fuerte. Debo ser fuerte…>> Tales palabras eran sólo eso, palabras, pero repetirlas una y otra vez le dieron fuerzas para ponerse en pie.
            Giró sobre sí misma y observó todo a su alrededor. La luz blanquecina hacía resaltar pequeños brillos aislados sobre la piedra, lo que le llamó la atención de inmediato. Al acercarse notó su procedencia, algún tipo de piedra preciosa. Al fin y al cabo aquello parecía haber sido una mina, aquellas piedras no hacían más que confirmarlo. Más allá de eso, el camino era exactamente igual a todos y ambas direcciones parecían idénticas.  
            <<Caí de espaldas… debo ir en la misma dirección que en la que me levanté mirando…>>
            Se puso el antebrazo derecho contra el pecho para evitar volver a golpeárselo y avanzó con cautela. Caminó largo rato, sin dejar de pensar en aquellas bestias y en… en Self y Alexfre. Los ojos se le llenaron de lagrimas al creer  que no volvería a verlos… pero ya nada podía hacer… sólo salir de allí, haciendo que sus muertes no fuesen en vano. Dieron sus vidas por ella y lo haría valer…
            El camino parecía invariable, recto. El brazo le continuaba ardiendo y la carne latía como si tuviera vida propia, pero el constante andar hicieron que se vaya  acostumbrando al dolor. La pequeña esfera de luz iluminaba de sobra sus alrededores; pero delante siempre había oscuridad, negra y profunda.
<<Como mi futuro… que cada vez se oscurece más y más… ¿Lograré cumplir con mi cometido? Estoy sola… completamente sola… Mi madre, mi madre me ha abandonado, Golthor también… Perdí a mi guardia, a Merithila, a Noelia… Jeffer, Tomas y ahora a Self y Alexfre…>>
Las lágrimas cayeron más gruesas, dejándole el sabor de la tristeza en los labios al pasar por ellos.
            Repentinamente apartó la vista bruscamente hacia un costado. Huesos, sobre el camino rocoso aparecieron trozos blancos e inconfundibles… Volvió la vista y seguían allí, siguió caminando deseando abandonar aquel espectáculo, pero a cada paso la cantidad de astillas y fragmentos aumentaban considerablemente.
            <<Un... cráneo…>>
La joven quedó aterrada al ver la parte superior de un cráneo humano, olvidado entre las rocas. Primero creyó que los huesos eran sólo de animales… pero ya no había dudas de que se equivocaba.
            Iiiiiiiaaaaaaaaaaaaaaiiiiiiiiiiggggggggghhhhhhhh
            Miro aterrada para todos lados. Era el mismo chillido, el mismo… Una película de sudor frio comenzó a cubrirle la piel y su corazón se aceleró incontrolable.
            <<No, por favor no…>>
            Comenzó a correr entre los huesos sin mirar atrás, debía salir de ahí. De pronto una ráfaga de viento le sacudió la cabellera hacia atrás, Margawse se detuvo inmediatamente. El olor del aire se tornó nauseabundo; lo sentía, sabía que estaba allí aunque no lo viera; lo sabia… Dio cortos pasos hacia atrás sin volver la vista. Dos, tres, cuatro pasos.
            Iiiiiaaaaaaaagggggggghhhh
            Un ser enorme  y deforme se abalanzó sobre ella desde la oscuridad que la antecedía. Margawse tropezó y cayó de espaldas, lanzando un grito de pánico tan agudo y fuerte como el del ser monstruoso delante de ella. Su cuerpo era… No tenía una forma definida, parecía una masa gigantesca adaptada a los límites del túnel de roca. Su boca ocupaba todo su frente, era inmensa, cuadrada. En cada ángulo parecía tener garras en vez de dientes, eran largas… y se movían constantemente. En su interior brillaban cientos de dientes del largo de una palma apiñados unos a otros y retorciéndose sobre sí mismos, como un extraño engranaje.
            Margawse estaba totalmente paralizada; el cuerpo le temblaba incesante y sus músculos habían perdido las fuerzas de moverse. Estaba aterrada, pero no podía separar la vista de aquel ser y sabia que “eso” también la miraba a ella; aunque no le había detectado ojos, sabía que la observaba.
            Iiiiaaaaaaaaaaaaiiiiiiiighhhhhhhhhhh
            La joven lanzó otro grito de estremecimiento ante el chillido de la bestia, pero no conseguía el valor para ponerse en pie y huir; era su fin… La bestia comenzó a sisear con su boca de un lado al otro, abriendo y cerrando las fauces constantemente. Entre los dientes le corrían gruesos hilos de baba espesa que caían al suelo rocoso y el hedor de su aliento era tan fuerte y penetrante que la joven creyó que se asfixiaría… Parecía que estaba a punto de engullirla pero… no lo hizo… No se acercaba más, sólo chillaba y se retorcía a tres metros delante de ella, pero no avanzaba de ahi.
            <<No me ataca…>>
            Margawse se puso en pie temblorosa, aun podía correr hacia el otro lado… o meterse en alguno de los huecos laterales del camino… De pronto una nueva brisa hedionda le llegó por la espalda y se volteó tan rápido como pudo.
            Iiiiaaaaaaaaaaaaaaaggggggggghhhhhhhhhhhhhh
                Una nueva bestia la acechaba por detrás, tan monstruosa o peor que la primera, pero en cuanto la luz de Estrella solitaria le dio de lleno en las fauces descomunales chilló y se retorció frenéticamente. Retrocedió unos metros y aguardó desafiante, con las fauces abiertas al máximo. 
            <<Le temen a la luz>> caviló Margawse, pero antes de si quiera poder alegrarse de aquello se volvió nuevamente en la otra dirección. La primer bestia había aprovechado para avanzar hacia ella. Si no fuera por los chillidos constantes, Margawse no se habría dado cuenta. En cuanto la luz tocó su cuerpo, el monstruo volvió a retroceder y retorcerse.
<<Me  quieren rodear…>>
            Tenia una a cada lado y no podía iluminarlas a ambas al mismo tiempo, en cuanto dejaba de ver a una la otra se adelantaba. Tan velozmente como le era posible la joven llevaba la Estrella solitaria de una dirección a la otra sin respiro; en cuanto se descuidara la engullirían…
            Erekai meyra ten –tomó aire, respiró hondamente y repitió con más fuerza–. ¡ Erekai meyra ten!
            La luz de Estrella solitaria se despegó de la palma de su mano e inundo la caverna. Los chillidos de las bestias que la rodeaban se volvieron increíblemente más fuertes y agudos, gritos desalmados que sólo expresaban un dolor inimaginable e incomprensible… Fue tan solo un instante, pero Margawse sintió cómo en ese segundo un calor sofocante azotó su piel como jamás antes había sentido. En cuanto el ardor fue menguando, la joven comenzó a abrir sus parpados lentamente. Miedo, era lo único que sentía, las piernas le temblaban mucho más que antes y apenas podía mantenerse en pie.
            <<Lo logré… Lo hice…>>
Sin más fuerzas cayó rendida al suelo. En su mano aun brillaba una pequeña luz titilante, apenas suficiente para iluminarle la palma; tan insignificante como la luz de una vela. Intentó ver a su alrededor, pero la oscuridad había recuperado el terreno que había perdido y era de un negro espeso, totalmente inquebrantable para sus ojos. Pero estaba sola, lo sabía. No había más chillidos, no había más monstruos… Lo había conseguido.
            La Ascensión. “La estrella solitaria vuelve al firmamento”. La  luz invocada podía ser tan fuerte que si se abría los ojos en aquel instante cegaba la vista para siempre. Una faceta superior del hechizo Estrella solitaria, que sólo los grandes magos de Tierra Mágica podían enorgullecerse de haber invocado. Poseedores de una fuerza interior y concentración únicas… Y ella lo había hecho… Debería estar feliz por aquella hazaña, pero su cuerpo aún era recorrido por temblores de pánico y sus mejillas seguían siendo surcadas por débiles lágrimas. No sabía que sentir… Estaba débil, muy débil…
            No supo precisar cuánto tiempo había permanecido recostada sobre la roca sólida, pero fue bastante. Cuanto intentó ponerse en pie se sintió mucho mejor, más fuerte, aunque no por ello dejó de ayudarse apoyando la mayor parte de su peso contra el muro. Siguió la marcha por el estrecho túnel lentamente, tanto por cansancio como por precaución. Cuidaba cada paso y llevaba lado a lado los restos de luz de su Estrella solitaria, comprobando la distancia entre los muros y lo que había justo delante de ella. Aunque la luz era efímera, servía para mantener a raya a la oscuridad y con suerte no se extinguiría hasta llegar al otro lado…  Si llegaba…
            De pronto uno de sus pies queda adosado al suelo. Tiró con más fuerza y logró zafarse pero… ¿Qué era aquello? Se agachó e iluminó donde había pisado, pero no veía más que una mancha oscura al lado de un largo hueso blanco. El hueso no era nada nuevo, estaban por doquier, pero la mancha no la había visto antes… La tocó con sus dedos. Al levantarlos, un espeso hilo oscuro unía la mancha con las yemas de sus dedos y se extendía mientras más los levantaba, hasta cortarse al ponerse de pie. No tenía ni la menor idea de lo que era… Parecía oscuro y pegajoso como la brea, pero la mancha era más blanda. Cuando se llevó los dedos a la nariz le dieron arcadas y si hubiera comido recientemente hubiese vomitado de inmediato. El olor le recordó el aliento hediondo de las bestias que la habían atacado… ¿Sería saliva? Sea lo que fuese aquella mancha se lo encontró varias veces más. A cada paso que avanzaba daba con más, al punto de formarse casi senderos de extraña baba oscura. Trató de no pensar en lo que sus ojos veían y avanzar hasta salir de allí.
<<Cada paso es un paso más cerca del otro lado.>> Se decía a sí misma, incluso quiso creer que también era un paso más cerca de volver a la Tierra Mágica, un paso más cerca de su madre. Pero el hedor era tan penetrante que invadía hasta sus pensamientos y le impedía despegar su mente de aquel ambiente mortecino y repulsivo.    
Se detuvo tres veces con arcadas tan fuertes que pensó que vomitaría sus propios órganos, pero de su boca no salía más que una saliva cristalina. A la mañana de aquel día había comido sólo pan y hacía horas que lo había digerido, no tenía nada que expulsar… Aquella mañana… Parecía que había pasado una eternidad desde aquel entonces…
A la cuarta vez que se detuvo vio algo que tampoco había visto hasta entonces, algo que además de asco le dio un profundo temor. Un suspiro se ahogó en su garganta y sus ojos dejaron de parpadear. Justo delante de ella pendía una especie de… de saco. Un bulto envuelto en algo que parecía la misma sustancia viscosa que cubría gran parte del suelo pero en una cantidad mucho, mucho mayor. La suficiente como para mantenerlo colgando del techo rocoso del túnel en el que se encontraba...
Permaneció inmóvil, petrificada, sin comprender lo que veía hasta que reunió el valor suficiente para acercarse más. Dio minúsculos pasos y arrimó la débil luz titilante que aún brillaba suspendida sobre su palma izquierda y lo vio… Vio lo que jamás hubiese esperado encontrar. Instintivamente dio un brusco paso hacia atrás y tropezó cayendo al suelo. Su respiración se aceleró incontrolable y su corazón golpeaba su pecho con tal fuerza que parecía querer escaparse de su cuerpo. Pronto un constante jadeo hirió el silencio reinante pero se esforzó por no gritar… Con el paso de los segundos sus latidos se fueron calmando al igual que el hambre de sus pulmones. Se puso en pie con cuidado y rodeo el bulto pegajoso sin separarse del muro.  Jamás lo olvidaría. Las facciones humanas eran claramente reconocibles… Aunque mantuvo los ojos cerrados al rodearlo, la imagen aún seguía palpitante en su mente…
Del otro lado, los muros se fueron distanciando el uno del otro al igual que el techo del suelo. Pronto dejó de verlos, el estrecho túnel parecía haberse convertido en una amplia cámara subterránea… Margawse mantuvo la calma y buscó uno de los muros para seguir avanzando sin perderlo de vista, casi rosándolo constantemente con el hombro. De pronto algo cayó sobre su cabeza, liviano, suave. Se dio vuelta de inmediato sin saber qué encontraría, pero nada había a sus espaldas. Alzó la vista y un grito agudo se le escapó de la boca, volviendo a sus oídos más de una vez por el marcado eco de la cámara. Decenas… No, más, muchos más… Incontables sacos pendían a uno o dos metros sobre su cabeza, todos cubiertos de aquella sustancia espesa, viscosa, que goteaba lentamente sobre el suelo.
Se posó contra la roca del muro y respiró tan hondo como pudo… Cuanto más avanzaba, peor era lo que sus ojos debían ver… ¿Seria el camino correcto..? ¿Saldría de allí …? No debía dudar, no podía…. Si caía en la desesperación no habría vuelta atrás… Jamás saldría. Recuperó la postura y continuó caminando bordeando el muro, tratando de evitar pasar justo por debajo de alguna de esas cosas, pero había tantas que era algo prácticamente imposible.
Al tiempo que avanzaba intentó comprobar el contenido de los sacos, al ser tantos era imposible que fueran… que fueran todas personas… Efectivamente, Margawse identificó rasgos característicos de varios animales. La mayor cantidad eran lobos o perros, o ambos, también había muchos animales más pequeños como ardillas o alguna especie de roedor similar… Gatos, e incluso un oso… Muchos sacos estaban vacíos o sólo con huesos. Y el olor… El olor era repulsivo… Pronto ya no pudo mirar más; bajó la vista rápidamente tratando de contener su estomago, pero fue en vano. Se agachó repentinamente, tosiendo y con profundas arcadas, pero nada salía de su garganta.
<<¿Y eso…?>>
Un débil quejido llegó a sus oídos desde la distancia. Hasta entonces, el silencio se rompía sólo si ella lo decidía… ¿Y si era otra bestia? A pesar de que sabía cómo vencerlas,  estaba demasiado débil y no tendría ni la menor posibilidad ante un nuevo enfrentamiento… Pero no, ese ruido no era en absoluto parecido… Parecía mucho más… humano. ¿Acaso era posible? Parecía una persona forcejeando…. Como si tuviera la boca tapada… ¿Pero dónde? Debía buscarlo, o buscarla… Si había alguna persona allí con vida no podía abandonarla, pero si se alejaba demasiado del muro se podría perder…
Margawse no tardó demasiado en tomar la decisión, se irguió nuevamente y avanzó siguiendo aquel débil quejido. En cuanto se despegó del muro se sintió desnuda, indefensa, pero al sentir que a cada metro que recorría bajo esos bultos escuchaba con más claridad el sonido que perseguía, recobraba las fuerzas necesarias para no desesperarse; hasta que por fin fue claramente audible. Había llegado; la persona debía estar allí, o cerca, muy cerca.  
Uno a uno, la joven miró uno por uno cada saco que la rodeaba, buscando reconocer facciones humanas, pero no lograba dar con ningún saco así. Pero allí estaba el sonido, a su alrededor, debía ser allí. Ya había gritado, no perdería nada si volvía a hablar…
–¿Hay alguien…? ¿Alguien me escucha? –trató de hablar en un tono bajo, pero aquel lugar era tan grande y había tanto silencio que las débiles palabras parecieron retumbar en la oscuridad. 
Otro grito instintivo escapó de sus labios al recibir la respuesta. Uno de los bultos se movió, o mejor dicho, lo que estaba en él. Unos tres metros a su derecha y más o menos un metro sobre su cabeza. Allí estaba. A pesar del lugar en el que se encontraba un pequeño atisbo de alegría nacía en su interior. Se acercó hasta quedar justo debajo, pero aún estaba muy por arriba de ella, si estiraba el brazo podría llegar a tocarlo… ¿pero serviría?
–Aquí, aquí estoy…
La persona volvió a gemir con fuerza y empujó tanto como pudo. Por más opuesta que era la imagen, Margawse no pudo evitar pensar en sus similitudes con un bebé aún dentro del vientre de su madre. Ser madre era uno de sus máximos sueños. Más de una vez fantaseaba y jugaba con sus amigas a ser mamás; se juntaban todas en el mismo cuarto y se ponían almohadas de seda y plumas bajo los anchos vestidos de sus propias madres y simulaban hablarle a la falsa pansa hinchada con dulces palabras, acariciándola y todo. Se preguntaban una a la otra quién era el padre y cada una solía nombrar al chico que le gustaba en aquel entonces… Yliria solía decir un nombre distinto cada semana y las demás siempre se burlaban de ello, pero ella insistía que no era nada malo, que sólo era muy enamoradiza, incluso una vez nombro a Uriel, que era feo feo, lleno de pecas enormes… ¿Hacía cuánto de eso…? Ya no lo recordaba, además aquel no era lugar para sueños…  
La mirada se le iluminó por un instante, recordó que aún tenía su daga.
–Aguardad, ya os liberaré…
Justo antes de tomar el arma se dio cuenta de que si usaba la mano izquierda, la poca luz que aun quedaba de su Estrella solitaria se extinguiría, y no podría volverla a invocar con lo débil que se sentía... No podía perder aquella pequeña chispa de luz… Podría significar la diferencia entre la vida y la muerte en aquel sitio, no podía dejar que se apagase. Pero tampoco podía usar su mano derecha… Le dolía mucho, con pensar en ello parecía que le dolía aún más. Volvió a mirarse y las ganas de llorar también retornaron… ¿Pero qué otra cosa podía hacer?
Contuvo la respiración por unos segundos, como si aquello alivianara el dolor que sentiría al tomar la daga con la mano derecha. Apoyó con la mayor delicadeza posible sus dedos pulgar e índice sobre la empuñadura y tiro de ella hasta tener el arma en la mano. Un dolor estremecedor le recorrió el brazo. Alzó la mano hasta la base del saco sobre su cabeza con cuidado.
<<Debe ser algo blando, seguro que no deberé hacer fuerza para abrirlo -se esperanzó la joven.>>
Primero hundió la punta del cuchillo lentamente, comprobando el espesor y resistencia del bulto colgante. Penetró con facilidad y sobre el filo comenzó a correr un hilillo verde claro.
–Cuidado, abriré el saco y estáis a mas de dos metros del suelo. Preparaos… –le murmuró al ser tras la película verdosa.
Con un solo movimiento suave, la capa exterior del saco se abrió como si estuviese cortando un pan de manteca. Inmediatamente un liquido menos espeso y más claro que la baba que lo cubría salió despedido en grandes cantidades. Margawse dio un pequeño salto instintivo hacia atrás, para evitar que la sustancia la salpicara y a la vez lo que cayó un instante después. Sobre el suelo yacía una persona acurrucada hacia su vientre, cubierta por completo de aquel líquido extraño. A pesar de que se notaba que aún tenía ropa, el cuerpo parecía tiritar incontrolable.
–¿Estáis bien…? –le preguntó la chica.  
El ser se volteó y clavó sus ojos azules sobre los de ella, asintiendo débilmente. Margawse lo reconoció de inmediato y se lanzó sobre Alexfre para darle un fuerte abrazo.
<<¡Está vivo! ¡Vivo! Y Self seguramente también lo esté. No estoy sola, no me han dejado… Saldremos de aquí –pensó imbuida por esperanzas renovadas–. Lo lograremos, Los Tres no me han abandonado>>.
 La alegría que la envolvió le hizo olvidar de todo, por un instante se olvidó de donde estaba y todo lo malo que le había sucedido. Incluso del dolor de su mano y de… ¡De Estrella Solitaria!
Tan rápido como lo había abrazado se despegó de él, confirmando sus temores. Ya no podía ver nada; se había extinguido… Cegada por la felicidad de volver a ver a su compañero, descuido la posición de su mano izquierda… Estaban a oscuras, completamente a oscuras… Y pegajosos… Luego del abrazo, Margawse estaba tan cubierta de aquel liquido como Alexfre…
–¡Tonta! ¡Tonta, tonta! –pensó la chica en voz alta.
–¿Qué decís? ¿Qué paso…? ¿Qué era esa la luz…? –preguntó el joven, al tiempo que se trataba de quitar en vano la sustancia pegajosa de las ropas.
–Era mi Estrella Solitaria, y ahora está extinta… Se apagó…
–¿Qué? –Alexfre no entendió de que estaba hablando pero no le importó demasiado profundizar en ello, tenía una pregunta más importante que hacer– ¿Dónde estamos…? ¿Dónde está Self?
–No sé… No sé donde estamos ni sé donde esta Self… –reconoció Margawse–. Cuando desaparecisteis en la oscuridad, Self siguió corriendo conmigo unos metros más, pero no tardó en quedarse a pelear como hicisteis vos… –de pronto se sintió obligada a decir algo mas–. Gracias… Gracias por arriesgaros así… –estaba a punto de agregar “por mi”, pero se calló. Pensar eso era de niña y ya no lo era. Seguramente lo hizo porque era su deber y punto.
–No… Yo debo agradeceros… Me sacasteis de ahí. Ya me había resignado a morir cuando… cuando escuché un grito, vuestro supongo –buscó el hombro de la joven hasta dar con él–. Ahora necesitamos luz si queremos salir de aquí… Lo que vi al caer ¿Lo podéis volver a hacer? –sospechaba que se trataba de magia, así que preguntó sin vueltas. 
–No, era un hechizo de luz sencillo, pero estoy muy agotada como para repetirlo… Y las alforjas con mis cosas se me cayeron al correr… –se lamentó Margawse, incluso avergonzada consigo misma por no cuidar mejor sus antorchas.
Alexfre no respondió, aunque era obvio que también había perdido sus alforjas. Igualmente la joven escuchó cómo se comenzó a palpar la ropa; parecía buscar algo.
–Aún tengo esto –apuntó el joven.
–¿Qué?
–Mi aceite. Cuando encendí la antorcha lo puse en la bolsa de mi cinto junto con el pedernal, en vez de en las alforjas. Si sólo pudiéramos encontrar un palo, o lo que sea…
–¿Sirve un hueso?
–Uno largo ¿Qué? ¿Habéis visto donde hay un animal muerto o algo así? –Alexfre no sabía de dónde Margawse sacaría un hueso.  
–Están por todas partes… –dijo la joven. Alexfre no contestó a ello, solamente tragó saliva, sabía que no le mentía; por lo que sintió cómo el temor brotaba en su interior al imaginárselo. Un temor que debía asimilar antes de hablar. Pero fue Margawse la que rompió con el lapsus de silencio–. Son huesos viejos, secos y bien blancos.
–Bien… busquemos, pero no os alejéis de mí.
Ambos se arrodillaron, tanteando el suelo con las manos en busca de algo útil. Como había supuesto Margawse, no tardaron en dar con varios. La mayoría no servía, eran piezas pequeñas o directamente trozos de algo más grande. Muchos estaban sumergidos en las manchas de líquido pegajoso, pero como ambos estaban impregnados de aquella sustancia tanto como los huesos, a ninguno le importó. Buscaron por varios minutos, hablándose cada tanto para corroborar distancias y sin pensar demasiado en lo que estaban tocando, sólo en comprobar si era útil o no.
            –Éste, éste podría servir –clamó Alexfre interrumpiendo la búsqueda. Era un hueso bastante largo, unos cuarenta centímetros aproximadamente, y por la forma parecía de un muslo de un animal muy grande… ¿Cómo se llamaba? Alexfre aún recordaba las charlas que tenía con su abuelo paterno. Sabía muchas cosas, era barbero y curador, tenía un libro de Necenia que usaba para curar con nombres de muchas partes del cuerpo, inclusive huesos. Una vez dieron con el esqueleto carcomido de una cabra, cerca de su casa y él le indico casi todos los huesos visibles del cadáver; Alexfre había quedado asombrado con tanto saber… Ya no se acordaba de ni uno, pero recordaba el buen momento que había pasado aquel día con su abuelo. Murió cerca de su decimo día del nacimiento, no recordaba bien qué día, pero hacía mucho calor…
            Alexfre se levantó la cota de mayas, corrió el jubón y dio un tirón a su camisa de lino para quitar la parte que estaba debajo de sus pantalones hacia fuera. Buscó un borde y dio un nuevo tirón para cortar un retazo. 
            –¿Qué hacéis? –inquirió la joven, que sólo oía un sonido familiar, pero sin lograr reconocerlo.
            –Corto un pedazo de mi camisa para ponerle al hueso –cortaba de su camisa porque  consideraba que la túnica con capucha de lana oscura que traía encima era de mucha mejor calidad y no quería arruinarla, aunque con tanta de esa sustancia repulsiva pegada...
            Acto seguido envolvió un extremo del hueso en la tela y luego la sumergió unos centímetros en el frasco de aceite.
            –Ten –el joven le entregó la rebuscada tea a Margawse, indicándole a la altura que debía sostenerla–. Así, aguardad así –ella acotó lo que le decía en silencio.
            Alexfre buscó su pedernal y luego su daga. Tras unos choques las chispas saltaron y una alcanzó el lino embebido y lo envolvió en una cálida llama anaranjada. La pálida luz iluminó sus rostros, haciendo danzar sus contornos con el crepitar del fuego, creando marcadas sombras o ahuyentándolas de un instante al otro.
            –Estáis herida… –Afirmó Alexfre al notar el brazo cubierto de sangre seca, al tiempo que se acercó a ella para observar más detenidamente.
            –Sí… Me golpeé al correr… Me duele mucho y apenas puedo mover la mano, pero la sangre son solo de los raspones, no es nada grave… Un dedo, creo que lo tengo roto… –Margawse obvió hacer algún comentario sobre el aspecto del joven que, según ella, había perdido todo su atractivo, un líquido espeso y verdoso lo cubría de pies a cabeza. La rebelde melena negra que lo caracterizaba carecía de brillo y estaba aplastada contra su rostro, tapándolo casi hasta la nariz, Alexfre se corrió apenas los cabellos enfrente de los ojos. Parecía más un monstruo de fantasía que una persona y si no supiera que era él, hubiese salido corriendo.
            –A ver, dejadme mirar mejor –el joven tomó con cuidado el brazo de la chica y lo examinó con detenimiento. Margawse dudaba de las cualidades del joven como curador, pero no se opuso a ser examinada. Los dedos largos y callosos eran el doble de grandes que los suyos y ni la mitad de suaves, pero le gustaba su tacto… hasta que llegó a tocarle la muñeca. Un débil quejido escapó de sus labios.  
            –¿Ahí os duele más no? –preguntó el joven, la chica asintió–. Tenéis la muñeca torcida y el dedo pequeño dislocado… Os pondréis bien.
            –Gracias… –en realidad su diagnostico no la curaría ni le quitaría el dolor, pero se sintió mejor al recibir un poco de atención…
            Alexfre tomó la antorcha, la alzó sobre su cabeza y giró sobre sí mismo observando lo que los rodeaba.
            –¿Allí estaba? ¿En una de esas cosas…?
            –Sí… –confirmó la joven, Alexfre trago saliva. Las hileras de sacos verdosos se extendían ante sus ojos hasta que la luz de las llamas no los alcanzaban, perdiéndose en la oscuridad.
            –Aquí traen a sus presas… Parece que no se las comen al cazarlas… –dijo el joven, con la mirada fija en uno de los bultos con el cadáver de un gato en su interior. Habló en un tono tan bajo que pareció que simplemente pensó en voz alta, igualmente Margawse lo escuchó y se limito a asentir–. Vamos… Busquemos a Self, si está vivo lo encontraremos… –clamó, ahora sí, dirigiéndose a la joven.
            –Sí, pero antes encended otra antorcha. Puede que nos haga de mucha falta… –dijo la chica temiendo lo peor.
            –¿Por? –tanto ella como Alexfre sabían que el aceite que les quedaba era muy poco y si lo gastaban en más de una antorcha a la vez probablemente se quedarían sin luz antes de salir de allí.  
            –Las bestias… Esas cosas que nos atacaron… Le temen a la luz. Si nos vuelven a atacar y nos apagan la tea… o si nos rodearan… –respondió la chica, casi sin terminar las oraciones que empezaba, temía que el joven no le hiciese caso–. Necesitamos más de una prendida al mismo tiempo –terminó diciendo con decisión–. Sé lo que os digo. 
            Aexfre permaneció callado un instante con la mirada ida, recordando los detalles de su anterior enfrentamiento. 
            –Entonces… la vez pasada no fue una brisa casual  la que apago la antorcha ¿no? Fue la cosa que nos atacó…
            –Sí… Cuando quisieron atacarme soplaron con fuerza, pero mi Estrella solitaria no era una llama que se pudiera apagar así. No pudieron atacarme, parecía que la luz las quemara…
            No hizo falta más explicaciones, Alexfre se puso a buscar otro hueso apto y pronto Margawse tuvo su propia tea. Esta vez, al comprobar que la túnica de lana había quedado arruinada, corto un pedazo de esta en vez de su camisa. Sin más, ambos avanzaron lentamente con las vistas en lo alto, observando cada uno de los sacos.
–Tenemos que darnos prisa…. Esas cosas no deben andar lejos… –musitó Alexfre, pero la intención no bastaba, si querían revisar bien cada saco debían mantener ese ritmo. Incluso si hicieran el doble de rápido, o el triple, igual tardarían una eternidad en mirarlos todos. Cada vez parecía que había más, hileras e hileras de sacos que se extendían ante sus ojos sin límite aparente.
Pronto se dieron cuenta que sólo lo encontrarían si gritaban su nombre y Self respondía con algún sonido como había hecho Alexfre. Pero aquello traía consigo un riesgo enorme… Podían atraer a las bestias monstruosas en vez de dar con Self.  Margawse se había esforzado por no gritar cuando estuvo sola, aún así no pudo contenerse en determinado momento y fue gracias a ello que encontró a Alexfre… Era la única forma… Debían arriesgarse si querían encontrarlo. Luego de discutirlo unos momentos también decidieron que era mejor si se separaban, pero no demasiado, debían verse el uno al otro en todo momento con sólo girar la cabeza. Es así como continuaron su búsqueda, con unos pocos estadales en medio de ellos y gritando el nombre de su compañero cada tanto, con las suficientes pausas como para esperar a recibir respuesta antes de volver a gritar.
Hasta que lo escucharon…
Iiiiiiiaaaaaahhgggggggggghhhh

Su mente recobró el conocimiento lentamente. Se sentía cansado, muy cansado. Lo suficiente como para ni siquiera intentar abrir los ojos. Aún retenía las cenizas de un extraño sueño, pero por más que intentase recuperarlo ya se había desvanecido, ni siquiera le quedaban algunas imágenes… Nada, sólo recordaba que hasta hace unos segundos había tenido un sueño tan vívido que lo creyó realidad, pero nada más, no podía recordar cómo había sido, sólo que fue un sueño y que ahora estaba despierto. Pero la realidad no llegó a él hasta que abrió los ojos.
Oscuridad, sus ojos no veían. Sabía que los tenia abiertos, pero no veían. Repentinamente una decena de imágenes penetraron su cerebro como si fuesen puñales contra su vientre.
<<No fue un sueño… –Los recuerdos de la batalla dentro de la Caverna de los condenados inundaron su mente abruptamente. –Aún sigo allí… Aún estoy vivo…>>
De pronto se dio cuenta de que se sentía extrañamente cómodo, de la barbilla para abajo sentía como sus músculos descansaban cubiertos de algo… algo cálido. Una calidez similar a las de unas gruesas mantas de lana en una noche de invierno…
<<¿Dónde estoy…?>>
La respuesta llego cuando se movió unos centímetros. Inmediatamente se dio cuenta que su cuerpo estaba sumergido en algún liquido. Continuó moviendo sus manos y las sacó hacia fuera, se tocó a sí mismo una con la otra y luego se palpó el rostro. El líquido que lo cubría era viscoso y espeso.
La sensación de comodidad desapareció salvajemente, siendo reemplazada por una desesperación en ascenso. Trató de ponerse en pie, de estirar las piernas y de extender los brazos, pero nada de ello pudo hacer; una cubierta extraña lo tenía apresado en una posición similar a la fetal. El ritmo de su corazón se aceleró desenfrenadamente y comenzó a gritar al tiempo que pataleaba y golpeaba aquella película. No cedía, sólo se estiraba unos centímetros y se volvía a contraer.
            Self
            Alguien dijo su nombre. El sonido era lejano y débil… Incluso dudó que sea un engaño de su mente. El aire, de pronto sintió que se le agotaba repentinamente, comenzó a inhalar y exhalar por la boca rápidamente, desesperado, sin poder evitar  jadear al hacerlo. Luego volvió a escucharlo y sus ojos volvieron a ver. Un pequeño punto anaranjado brillaba a la distancia, tras la película que lo apresaba. ¿Sería la Muerte que venía por él? Continuó gritando y pataleando cuanto pudo. El punto anaranjado se aproximaba, creciendo y brillando con más fuerza a cada segundo. Su nombre llegó una vez más a sus oídos, más claro. Esa voz… conocía esa voz. La luz se aproximó a él velozmente, al tiempo que una segunda apareció a su izquierda. Pronto ambas estuvieron a su alrededor, danzaban y saltaban agitándose en la nada como almas jugando en el más allá…
            <<¿Es allí donde estoy?>>
            Siguió escuchando su nombre, varias veces y a coro. Eran las luces danzantes las que lo pronunciaban… Conocía sus voces… Sabía que sí. Lo llamaban, pedían por él… hasta que otro sonido tapó cualquier otro, tapó todo…
            Iiiiaaaaagggggggggighhhhhhhhhhhh
            <<No, otra vez no… No ¡Nnnoooooooooooooooooooo!>>
            Su pequeña prisión se quebró bajo sus piernas; sintió como caía hasta dar contra un suelo duro y terroso.

–¡Self, levantaos! –gritó Alexfre al hombre aún caído sobre el charco de aquella sustancia pegajosa–. ¡Rápido!
Al escuchar con claridad aquella voz, la neblina que cubría sus pensamientos se diluyó. Se levantó extendiendo los brazos hasta quedar de rodillas y parpadeó varias veces antes de poder distinguir algo… Antes de poder distinguirlo.
<<¡Está vivo, Alexfre está vivo! –se alegró al verlo a su lado.>>
–¡Vamos Self, arriba! –gritó la joven de cabellos oscuros a tan sólo unos metros, agitando de un lado a otro su tea de hueso, como si estuviese peleando contra la oscuridad que los envolvía.
Al darse cuenta que Margawse también estaba con vida, la alegría que brotó de su corazón fue total, pero pronto comprendió que aquel no era momento para dejarse llevar por ella… Lo vio, delante de la chica se alzaba un monstruo gigantesco de formas irreconocibles e inmediatamente supo que fue aquello lo que los atacó antes. Cuatro colmillos inmensos se agitaban desde las comisuras de su boca monstruosa tratando de asestar a la joven, pero al acercarse a la luz de las llamas se contraían con furia.
Iiiiaaaaaaaaaaaaaaaaggggggggggggggggghhhhhh 
El grito retumbó en sus oídos y ahogó toda emoción, dejando a flote un profundo temor. Una ráfaga hedionda golpeó sus rostros y zamarreó las llamas de las teas al punto que parecieron apagarse.
–¡Rápido, encended esto! –clamó Alexfre indicándole a Self lo que traía consigo: un hueso largo y uno de los frascos de aceite que habían llevado. En su mano izquierda, además de la tea de hueso, traía la daga con la que lo había liberado–. Tomad la daga –clamó dejándola caer de su mano– y cortad tela, de prisa. ¡Le tienen miedo a la luz!
Self tomó el aceite y el hueso inmediatamente y luego buscó la daga sobre el suelo.             Iiiiiiiiiiiiiiiiiaaaaaaaaaaghhhhhhh
Esta vez el aliento de la bestia embistió las llamas que portaba Margawse con tal fuerza que logro consumirlas, la joven dio un paso en falso hacia atrás y trastabillo, cayendo de bruces al suelo sin más defensas que un grito de pánico. Tanto ella como el monstruo gigantesco quedaron completamente ocultos en una profunda oscuridad hasta que cuatro enormes colmillos aparecieron rasgando las sombras, brillantes como el acero a la luz de la luna.
–¡Margawseeee!
Alexfre corrió hacia la joven y en cinco largas zancadas llegó hasta ella y la enorme bestia, que estaba lanzándole un feroz ataque que se detuvo repentinamente al sentir la luz dañina sobre su cuerpo monstruoso. Lleno de cólera, Alexfre no se detuvo ni por un instante y le asestó una salvaje estocada con su antorcha justo en el centro rojizo de sus fauces. Un chillido ensordecedor lleno de dolor, inundó los oídos de los presentes y persistió varios segundos, al tiempo que la llama se extinguía en la garganta de la bestia, que no dejaba de agitarse y retorcerse enfurecida. La única luz se fue consumiendo junto con el fuego, hasta significar un simple punto brillante  que se alzaba y movía fieramente en la oscuridad.
<<Ahora.>> Pensó Self.
Un repentino estallido reavivó las llamas, al igual que al profundo y constante chillido de dolor. El frasco de aceite reventó justo en las fauces del monstruo e infinidad de hilos de liquido llameante se extendieron y envolvieron a la bestia en un parpadear de ojos. Alexfre tomó del brazo a la chica para levantarla y ambos se alejaron tan rápido como les fue posible hacia donde se encontraba Self. La bestia se irguió en lo alto como una torre en llamas, inmensa, casi unos diez metros sobre sus cabezas agitándose de un lado al otro, tratando de desprenderse en vano de su manto de fuego que continuaba creciendo descontroladamente. Al retorcerse, chocó contra todos los sacos que pendían a su alrededor envolviéndolos en llamas a estos también. El fuego fue saltando de uno a otro hasta que  toda la cámara quedó iluminada por centenares de esferas de fuego que rodeaban al descomunal pilar llameante, que hasta hacía unos segundos había sido la bestia que los había atacado, incluso su chillido insoportable se fue apagando detrás del crepitar de su nueva piel anaranjada.
La creciente luz ahuyentó la oscuridad de todos los rincones a donde llegaba la vista y pudieron apreciar la inmensidad de la cámara en la que se encontraban. Sin intenciones a presenciar el final de aquel espectáculo, los tres jóvenes echaron a correr tan rápido como pudieron hacia la primera salida que encontraron, uno de los tantos túneles que perforaban los muros de aquel lugar. Pronto el infierno que habían creado quedó a sus espaldas.
Sin luz, sin armas, sin comida y completamente perdidos, los tres se sintieron extrañamente a salvo…