viernes, 4 de febrero de 2011

1º Parte - Capítulo 2

-II-

Su mente despertó confusa, no así sus ojos que tardaron unos segundos más en  separar muy lentamente sus parpados, entrecerrándose ante el resplandor de un infinito manto de nubes blancas. Pese a que el sol estaba cubierto, la luz parecía lastimar. Volvió la cabeza de costado. La pureza del escenario muto morbosamente, aún así no se sorprendió al darse cuenta que yacía boca arriba sobre hierba ensangrentada, rodeado de acero mellado y carne muerta hasta donde su vista parecía llegar. Hacia el otro lado, lo mismo.  
No… No sentía nada.
Su respiración… Su propia respiración era lo único que oía con claridad. Luego sí, los murmullos de agonía aumentaron hasta volverse claros y fuertes, constantes, solo interrumpidos por el graznar de los cuervos danzando en círculos en honor a la avenía de la muerte. Era como si sus sentidos volviesen con dificultad, adormilados...
Alzó una mano y observó su figura recortada contra el cielo por unos instantes, intentando cazar a sus negros verdugos escurriéndose entre sus dedos una y otra vez. Luego, apoyando sus manos contra el suelo, intentó ponerse en pie. Lo hizo muy despacio, agobiado por el peso del acero y hierro.
A lo lejos una columna de humo espeso irguiéndose entre las nubes captó su atención, solo por un instante…
–No hay victoria –anunció una voz grave y profunda justo detrás suyo.
Se volvió de inmediato, en frente se encontró con un soldado de pie señalando amigos y enemigos por igual, haciendo un arco con su dedo índice, pasando por todos ellos lentamente. Lo miró, lo miró fijamente buscando tras su yelmo cerrado una mirada de vida que sabía que no había. El soldado estaba muerto, su brazo izquierdo estaba cercenado y su estomago desgarrado, como una gran boca que vomitaba sus propios órganos. Y su garganta… Una espada había dibujado una profunda sonrisa en su garganta, una que no dejaba de manar sangre espesa y oscura. Aun así, estaba de pie, delante.
No, aquello no le sorprendió.
Miró a su alrededor, hacia el escenario marcado, luego volvió la mirada nuevamente hacia él, sereno, inmutable.
–No, no la hay.
No escuchó su propia voz más que en su mente, pero supo que fue oído.
El corte del cuello del soldado sonrió aún más hasta abrirse hasta la nuca, inclinó la cabeza hacia delante y, tras un segundo, esta cayó al suelo dando un ligero rebote y girando hasta sus pies.
<<No la hay…>>.

En cuanto escuchó pasos aproximarse volvió la mirada para recibir a su madre que venía con un plato humeante, sopa seguramente. Se sentó a su lado.
–Os he hecho algo caliente, vamos hija, tomad.
La chica, sentada en un banco de madera, tomó el plato con ambas manos para apoyárselo en el regazo. Usó la cuchara de madera que venía con la sopa y comenzó a tomar. Al primer sorbo frunció el seño y echó la cabeza hacia atrás.
–¿Esta muy caliente querida?
Negó con la cabeza.
–No mama, gracias. Es que me duele la garganta al tragar… 
–Y claro, si estas enferma… –Le puso una mano en la frente y continuó–. Tomad mas, te mejorara.
–Mama… –Antonella miró a su madre y esta le respondió la mirada aguardando a que continuase la oración–. ¿Creéis que lo habrán encontrado?
–Sabéis que espero que sí, pero no lo sabremos hasta que Jonas vuelva… –le dijo al tiempo que acarició su cabellera castaña.
–Ya deberían haber vuelto… Salieron a primera hora y ya casi  es mediodía… –su madre no le respondió, una pequeña pausa interrumpió la conversación hasta que ella misma la retomo–. Nunca se perdió así…
–Beto aparecerá, es un animal muy inteligente, siempre os lo dije –hizo una pausa–. Terminaos la sopa, que tiene habas y calabaza –terminó por decir su madre unos momentos después.
Antonella se llevó otra cucharada de sopa en la boca, pero más pequeña y tras soplarla varias veces espantando el leve vapor. Luego miró a un costado, hacia la cama de la habitación que se encontraba en la pared opuesta.
–Sigue sin despertar...
–No os preocupéis, el curandero dijo que no tardará en recuperar el conocimiento –contestó su madre tratando de calmarla.
            –Sí, es verdad. Es que ya paso antes de ayer y todavía no reacciona –continuó la joven insistiendo en que ya tendría que haber despertado.
            –No lo veáis así, gracias a los dioses sigue vivo. Tharia le ha sonreído mi niña, Enos no se lo ha llevado –dijo la madre recordándole la suerte que tuvieron hace tan solo dos días.
            –Sí… –bajo un poco la vista sobre su plato–. Es cierto, y no solo él, la verdad que a mí también. Por un momento creí que no volvería de esa tormenta –recordó Antonella volviendo a levantar la mirada hacia su madre para tomarle de la mano.
            –Por favor, no digáis eso… –el solo pensamiento de aquella posibilidad amargó la expresión de la mujer mayor–. Aunque sí, fue una tormenta terrible –continuó la madre reconociendo el peligro al que estuvieron expuestos los jóvenes–. Jamás pensé que podía llover tanto en tan poco tiempo. Un verdadero desastre, arruinó toda la cosecha y gran parte de los animales de corral murieron... –dijo recordando las consecuencias de la tormenta en la aldea.
            –La verdad que recuperar lo perdido no va a ser cosa fácil –contestó la muchacha.
            –No, no lo será, pero si todos nos unimos y nos ayúdanos unos a los otros, lo conseguiremos, te lo aseguro –replicó la madre con confianza, o por lo menos fingió tenerla para tranquilizar a su hija.
            Antonella miró a su madre con una sonrisa y colocó su brazo izquierdo sobre su cintura. Luego hubo un instante de silencio mientras ambas mujeres se quedaron quietas observando a su todavía desconocido invitado.
            Luego la madre rompió el silencio diciendo:
            –Está haciendo frío. ¿No? –preguntó cambiando el tema.
            –Sí, algo –contestó Antonella sin prestar mucha atención a lo que su madre acababa de decir, aun pensando en aquel sujeto, con los ojos puestos en su desprolija cabellera cobriza.
            –Bueno, entonces voy a salir un rato a ver si consigo que alguien me presta algo de leña.
            –Si queréis mientras preparo algo para comer –exclamo Antonella recuperándose de su distracción.
            Su madre asintió y se alejo de su hija acercándose a la escalera del pequeño almacén donde se encontraban. Justo antes de bajar agregó un:
–Ya vuelvo.
            La muchacha había quedado sola al frente del joven todavía inconsciente, dejando su mirada puesta en él unos instantes más. Luego se puso en pie para ir a preparar algo de pan con mantequilla, aun así se resistió a irse, siguió allí, mirándolo. El misterio que rodeaba a aquel hombre era tan grande como su atractivo.
Prácticamente sin darse cuenta dio unos pasos hacia delante, acercándose a él, quedando a un paso de su lecho. Tras unos segundos de contemplarlo a solas sintió como una extraña mezcla entre deseo y cuidado maternal la empujaban a dar una simple caricia a su pelo. Alzó su mano izquierda lentamente pero  esta se detuvo a mitad de camino y volvió rápidamente.
            <<No…>>
            Inmediatamente después de ello el sujeto se movió un poco bajo las sabanas de lino dándose la vuelta. Antonella dio un brusco paso hacia atrás. El rostro que antes daba a la pared ahora daba hacia ella. Sus facciones le siguieron pareciendo tan atractivas como el día de ayer, robando su atención nuevamente. No puedo evitar pensar que ni siquiera sabía el color de sus ojos. Tras un leve suspiro se dio la vuelta y bajó a la cocina.
            El lugar permaneció sosegado por varios minutos. El hombre sobre la cama continuó moviéndose de un lado al otro hasta quedar boca arriba, sus parpados se separaron lentamente. Los rayos del sol que se filtraban por la única ventana daban justo sobre su rostro obligándolo a entrecerrar la mirada, nada que la sombra de su palma no pudiese solucionar. Por un momento de extraña despreocupación eligió no levantarse, permaneció observando las vigas de pino del techo, delgadas y húmedas. Miró a su alrededor. Además de las dos camas de madera había varios barriles bien acomodados contra una de las paredes, un banquito, una sola ventana y una sola puerta.  
Inesperadamente comenzó a toser, primero despacio y luego con más fuerza al punto que pareció ahogarse. Se volvió bruscamente hacia un costado y continuó tosiendo. En cuanto su garganta se calmó y el color le volvía a al rostro se sentó ahí mismo y comenzó a mirarse las manos. Estaba temblando… Se abrazó a sí mismo presionando sus manos fuertemente bajo los brazos para conseguir la quietud que por voluntad no podía. Su respiración comenzó a acelerarse drásticamente y no dejó que su mirada se posara en ningún momento, buscando en aquel depósito lo que en su cabeza aún no encontraba. Al cabo de unos segundos se llevó las manos a la frente y cerró los ojos con fuerza al tiempo que sus palmas masajeaban sus sienes rítmicamente.
Nada. No recordaba nada. Solo algunos retazos del sueño, cada vez más lejano, del que había despertado.
<<No puede ser… No puede ser…>>.
Al bajar sus manos vio el anillo... Primero no lo había notado, pero allí estaba, en su dedo índice de la mano izquierda. Se lo saco y se lo llevo más cerca del rostro, para observarlo mejor. No se destacaba más que cualquier otro anillo sencillo de bronce a excepción de la escritura que tenía en su interior. Lo escupió y le paso la punta del dedo para quitarle la tierra. Una palabra de cuatro letras: un nombre… ¿Su nombre? Aquello no le decía nada. Inmediatamente buscó en los bolsillos de su única prenda, unos desgastados pantalones, pero estaban vacíos.
Se dispuso a levantarse de su lecho pero en vez de ello terminó cayendo al suelo con una de sus piernas aún sobre el colchón de paja, atada a una de las patas de la cama. El dolor que le provocó la caída sobre su tobillo atado fue el suficiente para fruncirle el seño. Repentinamente la angustia por no recordar se fue mezclando con una furia naciente. Fuese donde fuese el lugar en el que se encontraba, estaba prisionero. Valiéndose de la fuerza de sus brazos logro volver a la cama, corrió las sabanas y vio la cuerda sobre su pie, salvo el leve raspón que le provocaba en la piel noto que no llevaba ninguna otra herida.
Por un instante no hizo nada, solo observó la cuerda y la madera a la que estaba atada. Luego llevó ambas rodillas sobre su estomago todo lo que la soga le permitió y, acto seguido, arremetió con todas sus fuerzas contra la piecera. El sonido fue seco, la madera se desprendió desarmando la cama. Un segundo después estaba libre.  Se levantó con presteza y tomó una de las patas rotas. De repente, unos pasos, alguien se aproximaba. De un salto se abalanzó hacia la escotilla de la escalera alzando su rustica arma para recibir a sea quien fuese. 
Antonella no gritó. La perplejidad de verlo despierto justo enfrente suyo la dejo muda, incluso más que el hecho de verlo  con aquella madera, amenazante. Simplemente dejó caer la jarra con agua que llevaba. El golpe metálico del recipiente contra el suelo fue lo único que se escuchó. El hombre recién despierto también quedo paralizado por un segundo, evidentemente no era el tipo de carcelero que esperaba.
Tras un instante de dejar sus cuerpos estáticos, el sujeto la tomo fuertemente por el brazo y la arrojo contra el colchón de paja ahora sobre el suelo, esta vez la chica si dejo escapar un leve quejido. Nuevamente, un segundo de silencio enmarco sus miradas.
<<Azules…>>
–Que… ¡¿Que me hicisteis?! –clamó el hombre apuntándole con el trozo de madera.
–¿Haceros? Nada, yo solo…
–¡Basta! ¿Dónde estoy? ¿Porque me habéis atado?
–En… en Deremi, esto es el pueblo de Deremi. Estabais atado porque... porque no os conozco… Podríais ser un… –el miedo pausaba sus palabras, pero esta fue la más larga–. Un bandido…
Antonella bajó la mirada.
–No, pero si yo no… –la rápida respuesta del hombre se cortó a la mitad al buscar en su cabeza y no encontrar prueba para sostener sus palabras. La frustración se notó en su rostro, más amenazante–. ¿Cuándo?
–Hace dos días… En las afueras del pueblo. En la tormenta…
El hombre guardo silencio, pensando en aquella última palabra con la mirada ida. Miró sus pantalones. El polvillo adherido al cuero no era más que barro seco, eso encajaba… Unos segundos después se dirigió hacia la ventana del almacén y sacó la cabeza hacia afuera ante la ausencia de cristal. Efectivamente lo que vio no era más que unas cuantas casas de un pueblo sencillo. Vio algunas personas en sus quehaceres, pero nadie lo vio a él. Luego corrió hasta la escotilla y bajó unos escalones. También, era tan solo una casa mas.
–¿Cómo me encontraron? ¿Dónde están mis cosas? –preguntó al volver a subirlos.
–Yo… Yo os encontré. Estabais inconsciente… No llevabais más que ropa sencilla –la muchacha señalo con timidez unos barriles.
El sujeto se dirigió hacia allí, detrás de los barriles encontró una camisa de lino y unos zapatos de cuero. Tomo ambas cosas y se las fue poniendo sin perder de vista a la chica.
–¿Nada más? ¿Algún arma, una bolsa?
–No, solo esa ropa…
–Y… ¿Y nadie de aquí sabe quién soy, nadie me conoce?
Ella solo negó con la cabeza. Extrañamente aquella pregunta la había atemorizado aún más. Repentinamente se acordó de su madre, no tardaría en volver.
–Por favor… Por favor, tomad lo que queráis e iros. Prometo que nadie os seguirá.
El joven no pareció atender.
–¿Segura? –dijo después.
–Sí, no se lo diré a nadie…
–No, eso no mujer… Si estáis segura que nadie me conoce…
Volvió a negar con la cabeza. El interés del sujeto se volvió propio y se rindió a la curiosidad que siempre la caracterizo.
–¿Por qué?
El hombre se termino de vestir, la miro unos instantes fijamente sin responderle. Antonella le sostuvo la mirada hasta que el tiempo transcurrido fue demasiado y volvió sus ojos hacia sus manos.
–Porque… Porque no me acuerdo… –se sinceró.
–¿De qué…? –arriesgo la joven.
–De nada… –Nuevamente unos instantes de silencio dilataron la conversación–. Debo irme… –terminó agregando.  
Se dio la media vuelta, soltó la madera y se dirigió hacia las escaleras. Sin saber bien porqué, Antonella se abalanzó sobre él y le tomo por el brazo.
–Esperad, quedaos…

            Varios minutos pasaron. Pese a que ella le explico nuevamente y con sumo detalle como lo había encontrado, y que luego él se disculpara por su reacción al despertar, la tensión en el aire aún era vívida. Sin embargo ambos estaban allí, deseando ahuyentarla confiando un poco más en el otro tras cada palabra.
            –Tomad, comed algo. Debéis morir de hambre –dijo al muchacha al tiempo que se levantó de la rustica mesa de madera para ir a buscar unos panecillos. Sobre la mesa ya había una jarra con agua y vasos.  
            –Gracias –dijo el hombre tomando uno para llevárselo de inmediato a la boca. La joven suponía bien.
            –Entonces… ¿Por lo menos os sentís bien? ¿Se os ha ido la tóz? –dijo haciendo evidente la razón por la que había subido cuando lo encontró despierto.
            Él primero solo asintió, luego de unos instantes agregó:
            –Gracias, en serio –hizo una breve pausa para buscar la mirada de la joven–. Por buscar ayuda y sacarme de la tormenta. Fue… Fue muy valiente…
            No lo dijo, pero sus palabras denotaban un sincero sentimiento de gratitud. ¿Qué otra cosa podría sentir? Si todo era verdad, tal vez no estaría allí si no fuese por ella.
            La joven asintió y sonrió a la vez.
            –No me habéis dicho vuestro nombre –dijo después. Él ya sabía el de ella. 
            –¿Mi nombre…?
            –Sí… O bueno si no me queréis decir está…
            –Self –le interrumpió el hombre.
            –Bueno ¿Veis? De algo os acordáis.
            –Sí… De lo único…
            En realidad no era así, lo que sí recordaba era el sueño de aquella mañana pero… ¿Tenía algún sentido? ¿Valía la pena decirlo?
            Una nueva pausa se hizo lugar hasta que la joven dijo:
            –Veníais por el camino este, el más importante del pueblo. Une con el Camino de la Cabra, que va otros pueblos y suelen usar los comerciantes… ¿No os acordáis de algún lugar aunque sea? Seguro que venís de algún pueblo que da al camino…
            Self la miró como quien mira a un extranjero hablando en otro idioma, nada de lo que decía le resultaba ni siquiera familiar. No solo no sabía dónde estaba, no reconocía ni sabía ninguna zona o lugar que pudiese aunque sea orientarlo.  
–No... No recuerdo ningún nombre…
            –¿Seguro? Si no sois de por acá, como mucho sois de algún lugar de Gore. Si no es imposible que hayas llegado hasta aquí.
            <<¿Gore?>>
            –Lo único que recuerdo es mi nombre y… –hizo una pausa.
–¿Y?
–Un blasón… Un blasón de un dragón de espaldas volando con las alas extendidas.
Antonella sonrió esperanzada.
            –No sabré leer, pero todo Gore sabe que ese es el blasón de la casa Linere, la familia real.

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