domingo, 4 de septiembre de 2011

3º Parte - Capítulo 14

–XIV–

Los rieles que habían seguido habían quedado enterrados, sin dejar rastro hacía mucho tiempo. No sabían precisar exactamente cuánto, pero por el hambre y cansancio que sentían bien podía haber pasado un día entero, incluso dos. Las piedras brillantes que antes adornaban los muros de la profunda caverna también fueron desapareciendo gradualmente, hasta quedar sólo la roca oscura que los contenía.
            Margawse recuperó las fuerzas suficientes como para volver a traer a su Estrella solitaria y hacía horas que todos caminaban guiados por su luz. Ella no supo cómo explicarlo, a pesar de que sus piernas se volvían más débiles a cada paso sintió que podía volver a invocarla.
            –Los dearin le decían menara, ahora se le conoce como maná. Es como una energía aparte, distinta –fue lo mejor que pudo responder cuando sus escoltas le preguntaron al respecto. Los libros y maestros de Tierra Mágica la indicaban con aquel nombre, pero ella nunca supo bien qué era hasta ese momento. Nunca antes se había agotado tanto al realizar un hechizo, por lo que era la primera vez que sentía cómo aquella extraña energía se extinguía y se volvía a recuperar dentro de sí. Si estuviese en la Tierra Mágica no hubiese hecho más falta que preguntarle a su madre o a algún maestro sobre aquella nueva sensación... A cualquiera, cualquiera le podría haber resuelto aquella duda. Si pudiera volver…
            Con el transcurso de la marcha comenzaron a notar que la humedad de los muros disminuía, pero el frío aumentaba. No tardaron en detectar que las paredes rocosas se habían vuelto más brillantes, cubiertas de una delgada película de agua congelada que despedía destellos ante la tenue luz. La escarcha no demoró en aparecer.
            –Ya debe faltar poco, la salida está cerca –musitó Self.
Cada tanto, él o Alexfre decían lo mismo. Margawse sabía que lo decían más que todo para ahuyentar la desesperación que los asechaba, siempre a su lado, como si fuese sus propias sombras, y no tanto por tener algún indicio real que les diera la razón. Pero aquella vez era distinto; su entorno había cambiado realmente y una brisa débil, pero constante, de aire gélido y limpio acariciaba sus mejillas.   
            Cuando percibieron que una luz grácil y débil se asomaba con timidez desde el final del túnel que recorrían, sus corazones se aceleraron y sus pies recobraron las fuerzas como sus almas la esperanza. Avanzaron con presteza y, sin siquiera darse cuenta, la Estrella solitaria de Margawse dejó de ser necesaria, sus rostros estaban bañados por cálidos rayos de luz que se colaban entre las grietas de las rocas que indicaban el final del túnel. Lo habían logrado.
            Ambos hombres empujaron y patearon las pesadas rocas hasta abrir una brecha para pasar de a uno y agachados, era más que suficiente. Del otro lado, se detuvieron un instante sin decir palabra; dejando que el aire limpio inundara sus pulmones y la cálida luz del sol empapara sus cuerpos. Nadie lo dijo, pero ninguno de los tres jamás pensó que se alegraría tanto por aquella sensación tan simple, tal vez fue demasiado el tiempo que se vieron privados de ella. 
            –Es increíble… –Las palabras se escaparon de la boca de Alexfre como un murmullo, pero no alcanzaban para describir la grandeza del paisaje que se abría ante sus ojos. Colinas y más colinas se amontonaban una tras otra sin límites hasta a donde llegaba la vista, de un verde amarillento apenas interrumpido por escasas manchas oscuras que indicaban los grupos de arboles. También se veían tres débiles corrientes de agua que atravesaban la tierra, como arrugas en el rostro de una anciana. Y rocas, muchas rocas desperdigadas sin sentido se hundían entre la hierba. Todo cubierto por los infinitos rayos de luz blanquecina de un sol ascendente y rebosante de fuerza, sin nube alguna que opacara su intensidad.
Estaban varios metros por arriba de la base de la montaña, por lo que tuvieron que bajar con sumo cuidado; especialmente Margawse, que contaba sólo con una de sus manos para la tarea. El viento no era muy fuerte y la pendiente no era muy marcada, pero la altura era la suficiente para que sus cuerpos se rompieran como un tazón de arcilla si se llegaran a caer. La roca estaba atestada de salientes, ideales para hacer pie, por lo que el descenso les resultó bastante sencillo. Con cada metro que bajaban, el frío característico de las alturas dejaba paso a un clima mucho más denso y caluroso, que en principio les pareció agradable, pero no tardaron en pensar lo contrario. Con la espalda hacia el cielo y la mirada sobre la montaña, pronto estuvieron sobre la base. Del otro lado de la Cordillera Infranqueable había centenares de pinos soldado, que aguardaban con devoción al pie de las montañas. De aquel lado la vegetación era muchísimo más escasa; apenas si había arbustos resecos y hierba amarillenta. La tierra era azotada por los vientos y pedía a gritos el agua del cielo, estaba a la vista.
<<Cruzamos madre, pronto llegaré a mi destino –caviló Margawse, mientras sus ojos se perdían en el horizonte.>>
Al no haber camino alguno al que seguir, decidieron bordear la base montañosa hacia el arroyo más cercano que habían divisado desde lo alto; con suerte también encontrarían algún refugio natural que les permitiera descansar a salvo de los duros rayos del sol. Un sol otoñal demasiado fuerte para lo que se debería esperar, pero la naturaleza es así, predecible a medias.
–¿Como os sentís? –dijo Alexfre dirigiéndose a la joven.
Margawse tenía la muñeca hinchada y el dolor era tan fuerte que más de una vez la indujo a pensar que sería mejor arrancarse el brazo antes de pasar por aquel sufrimiento. Era la primera vez que sentía tanto dolor en toda su vida, pero algo por dentro le decía que no sería la última…
–Me sigue doliendo, mucho. Y también se está hinchando –le respondió al tiempo que alzaba el brazo para mostrarle la carne inflamada.  Alexfre también observó que los profundos raspones sanguinolentos se habían tornado de un tono marrón oscuro, indicando que la piel comenzaba a curarse, pero las heridas seguían aún sucias y el riesgo de que se infectaran era alto.
–En cuanto lleguemos al río hay que lavaros eso de inmediato –clamó Alexfre con decisión–. Y creo que nosotros también… –agregó con una sonrisa dirigida a Self que hasta ese momento se había mantenido al margen, pensativo.
–Ya lo creo –respondió tras una corta carcajada. Los tres estaban completamente sucios, tanto la ropa como la piel, pero ellos dos estaban particularmente indeseables; la tierra había cuajado con la sustancia pegajosa y hedionda de las bestias de la caverna,  haciéndolos lucir y oler tan mal como un cadáver.
En cuanto llegaron al río Margawse comenzó a lavarse las heridas, tal cual como Alexfre le había indicado, mientras sus dos escoltas comenzaron a quitarse las capas y túnicas para luego seguir con las pesadas cotas de malla, demás prendas del torso y  sus cinturones con sus respectivas vainas vacías; todo con gran presteza con el fin poder lanzarse al agua cuanto antes. El caudal no era muy profundo ni tampoco muy ancho, bien podía pasar por un arroyo muy crecido. El agua corría débil y apenas alcanzaba los muslos de sus piernas si se ponían de pie, pero igual era suficiente para darse una buena zambullida.
<<Así parecen sólo dos jóvenes comunes, pero si no fuera por su valor no estaría viva… –se detuvo a pensar Margawse al mirarlos desde la orilla. De pronto sintió una extraña congoja, se acordó de Noelia, su amiga y guardiana. Comprendió que cada día que pasaba sufriría más si les llegara a pasar algo…–. Por favor no… Que los Tres los protejan…>>
Al salir del agua fueron por sus prendas, a excepción de las cotas y cintos, y las pasaron por agua con cierta brusquedad y demasiado rápido como para lograr quitarles la mugre.
<<No se les da muy bien lo del lavado.>> Margawse esbozo una débil sonrisa.
 Dejaron sus ropas sobre la orilla para que se secaran al sol y decidieron que lo mejor era recorrer un poco la zona. Alexfre eligió ir corriente abajo a ver qué encontraba, mientras que Self tomó la dirección contraria, hacia las montañas; a ver si daba con algún refugio natural que sirviera para pasar la noche. Así además aprovechaban para dejar a solas a Margawse para que se bañara tranquila, oportunidad que la joven no pretendía desperdiciar.
Ya sola, comenzó por ir dejando a los pies de la orilla sus cosas más livianas, como el cinto, la daga con su funda de cuero, las botas y… y la gema. Cuando sus ojos dieron con ella su mirada se volvió a enfrascar en su brillo verdoso y radiante.
<<Tanto, tanto por una simple piedra –repentinamente la arrojo con fuerza contra la tierra de la orilla– Todo lo que he perdido…>> No dudaba de las palabras de su madre al darle tal tarea, pero nadie le podía impedir odiar aquella roca… Todo lo que había perdido era por su culpa; sólo la consolaba saber que pronto terminaría su travesía y se separaría de ella para siempre; y volvería, volvería a casa... La ciudad perdida de los descendientes dearin no estaba tan lejos, lo presentía.
El agua era cálida y cristalina y el sol le arrancaba destellos a cada onda de la corriente marcando un ritmo constante y, por sobre todo, bello. Los recuerdos de sus baños con aguas termales en la Tierra Mágica le volvieron a la cabeza inesperados. Aquello no era lo mismo, pero tenía tantas ganas de un buen baño…
<<Uno que me devuelva las fuerzas…>>
Siguió quitándose  las prendas del torso con dificultad al sólo poder usar la mano izquierda, deshacerse de la cota fue lo más difícil, hasta llegar a la fina camisa de lino. Dudó un instante, miró a su alrededor y tras comprobar que seguía estando completamente sola se la quitó y siguió con el resto de sus prendas hasta quedar igual que en el día de su nacimiento, sólo que unos catorce años mayor… Con un rato se conformaba, además, al no mojarse la ropa se podría volver a vestir tan rápido como se desvistió, tenía tiempo de sobra. Además el lugar era bastante descampado, vería a sus escoltas venir desde muy lejos, no tenía porqué asustarse...
Se arrodilló dejando que su cuerpo se hundiera, deteniéndose cuando el agua le llegó a la barbilla. Aguantó la respiración y dejó que el agua siguiera subiendo hasta que el único rastro de ella fueron las ondas circulares que marcaban el lugar donde se había zambullido. Antes de que estas se disiparan salió del agua dando una larga bocanada de aire.
<<Mejor, mucho mejor…>>
Cerró los ojos y alzó el rostro al sol, sin darse cuenta una sonrisa de satisfacción se le dibujó en los labios. Margawse adoraba darse prolongados baños cuando estaba en su hogar. Sumergida  hasta el cuello por el agua cálida pensaba mejor, mejor dicho recordaba mejor. Tantos recuerdos… Estar allí le hacía sentir que aún estaba en Tierra Mágica, que aún no había partido. Incluso se permitió creer que cuando abriría los ojos se encontraría en las piletas termales del palacio, rodeada de sus doncellas y riendo… Pero no quiso volver a abrirlos… No, cuando los abriera ese sueño se esfumaría… Era mucho mejor así, fingir creer en algo que sabía que no pasaría…
Sus recuerdos eclipsaron el correr del tiempo y dejó que su mente divagara sin fronteras, por un momento todo dejó de importarle, deseando que esos minutos de paz se volviesen eternos.
El carraspear grave de una garganta la obligó a volver a la realidad. La sorpresa de Margawse al verlo le hizo perder el equilibrio y tuvo que chapotear con los brazos para recuperarlo. La carcajada que le siguió la enfadó mucho más de lo que le molestaban sus ojos sobre ella.
–¡¿Hace cuanto que estáis ahí?!
–Mis perdones por interrumpirla mi señora, acabo de llegar –Alexfre alzó la mano, indicando lo que tenia–. Traje pescado.
<<¡Me miente! –fue lo primero que pensó–. No, no puede ser, es un buen hombre, no me miente… –quiso creer–. Fue como si me hubiera quedado dormida… ¿Cuánto tiempo paso?>>
De pronto la joven no sólo notó que el sol había cambiado de posición, sino también que las aguas eran lo suficientemente cristalinas para denotar que no llevaba ropa alguna. Se ruborizó de inmediato y, a pesar de que seguía con el agua hasta la barbilla, se tapó con las manos. No sabía que decir sin parecer una estúpida, le habían dejado tiempo de sobra para que se bañara tranquila y ella se había quedado de lo más campante en el agua, ni que lo hubiese hecho apropósito…
<<Tonta tonta tonta…>>
–Mejor me voy… ¿No?
<<¿Encima se atreve a preguntar?>>
–¡Por supuesto, iros bien lejos!
–¿Tanto? Ya deberías ir saliendo del agua mi señora, os pondréis como una pasa… –sugirió el joven sin dejar de sonreír.
<<¿Qué tiene de gracioso?>> La piel de la joven casi se tornó bordó, no de vergüenza, de furia. Lo último que faltaba era que Alexfre le tomara el pelo…
–¡Sólo daos vuelta de una buena vez! –le espetó.  
Aunque no sirvió para que dejara de sonreír, bastó para que se diera la vuelta y se alejara unos pasos. Margawse miró en dirección contraria y, tras comprobar que Self aún no regresaba, salió del agua y lo primero que se echó encima fue la camisa de lino que, al quedarle grande, la tapaba desde el cuello hasta casi las rodillas. Aunque se sintió más tranquila, igual continuó vistiéndose con una velocidad que no creía que fuese posible con una sola mano. Al ver que tenía las puntas de los dedos como pasas de uva. no supo si enfadarse más o reírse de aquello.
Cuando llegó Self, el sol se posaba sobre el horizonte y Alexfre ya se encontraba preparando la incendaja sobre unas ramas secas.
–Si tardamos demasiado en prepararlo se pondrá feo –había dicho al ver que su compañero tardaba demasiado en el volver y su presa iba adquiriendo un olor poco saludable.
Self no había encontrado nada, así que se verían obligados a pasar la noche allí, bajo la sombra de una roca de no más de un metro de alto. Por suerte ya estaba anocheciendo y el cielo plagado de estrellas prometía que, por lo menos, aquella noche no llovería. El aire era pesado y húmedo, pero a la vez cálido, por lo que tampoco sufrirían del frío.
–Margawse, ¿cuánto creéis que falte para llegar a aquella ciudad? –le preguntó Alexfre, ya estando todos sentados alrededor de la hoguera.
<<Con vos no hablo, estoy enfadada.>> Esa hubiese sido una respuesta válida si tuviese unos tres años menos y era alguien de su edad quien preguntara; pero ya era una mujer y tenía que olvidarse de dar esas respuestas estúpidas, además Alexfre era bastante mayor que ella, y encima siendo él, seguro que se le reiría en la cara.
–Dos días a caballo en dirección este –ya no tenían caballos, así que seguramente fuesen muchos días más, pero ella no sabía calcularlos– y deberíamos ver la ciudad, o mejor dicho lo que queda de ella… –bien sabía que a donde iban no había más que ruinas, pero su madre le aseguro que allí aún encontraría descendientes de sus antiguos habitantes. Más de una vez se le cruzó por la cabeza que podría equivocarse, no que le mintiese, jamás dudaría de ella, pero la posibilidad de que aquellos descendientes que decía su madre pudiesen estar muertos o haberse ido a otro lugar mejor, estaba. Estaba y la atormentaba.
<<Que los dioses no lo quieran.>>
Alexfre frunció el seño, molesto; en cambio Self no pareció sentirse afectado, como si se hubiese resignado a la noticia de inmediato.  
–Será por lo menos una semana a pie, si descansamos sólo lo necesario y no encontramos obstáculos en el terreno –dijo este último.
–El río asciende al este bastante recto, podríamos seguirlo mientras siguiese así. Con suerte será hasta que lleguemos allí y por lo menos no tendremos problemas de aprovisionamiento de agua… –parecía que iba a dejar de hablar, pero evidentemente no se resistió a continuar– y así también nuestra señora se podrá dar tantos baños como quiera –agregó con su característica sonrisa.
Una pequeña piedra voló por los aires y dio contra el hombro del joven que para ese entonces había echado la cabeza hacia un lado para protegerse el rostro. Pero la lección no sirvió más que para provocarle otra carcajada. Self sonrió ante la inesperada reacción, pero sólo con los labios, no con los ojos. Durante el breve trayecto que iban recorriendo juntos Margawse se había fijado que sólo reía para responder otra sonrisa, pero como una obligación y no por sentirlo realmente. Al principio sus dos compañeros parecían asemejarse bastante, pero pronto notó que Self era mucho más apagado, se le notaba en los ojos. Su madre le decía que la tristeza era fruto del vacío, vacío por esperar algo que no venía, vacío por querer algo que se había ido. No importa que, era la falta de algo. ¿Cuál sería su vacío?
La charla se interrumpió sola cuando a los tres se les hizo agua la boca. El olor que despedía el pescado sobre las llamas indicaba que estaba lo suficientemente cocido como para ser devorado. Hacía bastante que no comían, y mucho más aún algo caliente. Self tomó la rama que hacía de espetón y le quitó el pescado, la parte de afuera estaba algo quemada y no era demasiado grande como para satisfacer a tres personas, pese a eso disfrutaron de la comida como no creían recordar.  
            Aquella noche Mergawse fue la primera en dormirse y, luego de arreglar que Self haría la primer guardia, Alexfre la siguió poco después. El lugar aparentaba tan desolado que probablemente no hiciese falta que alguien permaneciera despierto, pero Self no tenía intenciones de arriesgarse, como él mismo se ofreció a hacer la primer guardia, Alexfre no se opuso.  
A la mañana siguiente, juntaron sus cosas e iniciaron la marcha sin alejarse del río, como había propuesto Alexfre. Mientras avanzaban, los dos hombres intentaban por separado volver a pescar algo para comer, pero tardaban tanto en lograr resultados que Margawse comenzó a creer que el día anterior Alexfre había tenido un golpe de suerte…
<<Tal vez hasta se lo encontró flotando muerto…>> La idea le provoco asco pero también gracia.
Tuvo que esperar hasta después del mediodía para poder pensar lo contrario, cuando Alexfre logró atrapar otro pez. Lo sacó del agua riéndose a carcajadas, tratando de contener los aleteos desesperados del pobre animal por volver a sumergirse, casi lograba zafarse por lo que el joven lo arrojó lejos sobre la tierra de la orilla, allí podría aletear lo que quisiese, no iría a ningún lado. Por un momento sintió lástima, pero se esfumó en un santiamén en cuanto le rugió la barriga. Este era mucho más grande que el anterior, por lo que lo pudieron repartir mucho mejor.
–Muy pocos tienen la suficiente destreza en las manos como para atraparlos en el agua –se vanaglorió el joven.
–Mientras tenga destreza con la espada me basta –fue la respuesta de Self excusando su fracaso en la pesca. Alexfre volvió a reír.
–Si tuviéramos unas te probaría que no tanto como creéis –Ambos se rieron por la broma, pero Margawse no pudo evitar preocuparse. ¿De qué sirven dos escoltas curtidos en las armas si no portan ninguna? Habían perdido las espadas en la Cueva de los Condenados  la única arma que tenían era una daga vieja que encima la llevaba ella. Quería creer que no sería necesario usarla hasta llegar a la ciudad Doria.  
Aquel día llego a su fin y tras una noche sin estrellas amaneció otro con un sol permanentemente oculto bajo un pesado manto de nubes plomizas. La temperatura no era muy alta, pero la humedad espesaba el aire volviéndolo agobiante. Por suerte nunca se alejaban demasiado del río, por lo que podían refrescarse cuantas veces se les viniera en gana.
Mientras se mantenían en movimiento parecían soportar bastante bien la marcha sobre las tierras áridas, sin embargo, en cuanto paraban para descansar, sus pies y piernas parecían recordar todo el trayecto que habían hecho bruscamente y el dolor comenzaba a florecer. Ampollas e hinchazón fueron dos palabras claves de su pesar. Margawse no estaba muy segura, pero no creía recordar que en su vida le hubiese pedido tanto a sus pies. Siempre andaba de aquí para allá, corriendo por todo el palacio y en sus jardines, pero al final del día jamás se había encontrado con las plantas de los pies tan magulladas. Al cuarto día quedo completamente segura, jamás le había pedido tanto a sus pies. Aquella fue su conclusión al sorprenderse de la cantidad de ampollas que podían formarse en un solo dedo.
–Mejor no las contéis, si pensáis que es sólo una muy grande os dolerá menos –el comentario de Alexfre no fue muy alentador, pese a ello sintió una especie de orgullo por tener tantas.
<<Si piensan que voy a llorar y quejarme están muy equivocados –se había dicho la joven. Incluso ella misma no esperaba que soportaría el dolor tan bien. De hecho una vez que uno se acostumbraba, las ampollas no parecían tan molestas por tantas que fuesen–. ¿Les dolerá a alguno? –se había preguntado, si así era tampoco parecían dispuestos a mostrarlo.>>
Los días siguieron pasando, intercalando cielos nublados con soles sofocantes; pero todos ellos cargados de una humedad densa y agobiante. Las tierras tras la cordillera parecían no obedecer las estaciones del año de la misma forma que del otro lado. Igualmente el agua no caía, no era de extrañar la sequedad de la tierra que pisaban ni el escueto caudal del río que seguían.
<<Si sigue así se terminará por secar…>> Había intuido Margawse uno de aquellos días.
Según el sol y las estrellas, estaban siguiendo hacia el este sin desvíos y, por suerte, no parecía hacer falta que se desviasen del trayecto del río, que parecía mantenerse bastante recto.
<<Extrañamente recto.>> Pensó en un primer momento, pero sólo fue hasta caer en que era una falsa impresión. El trayecto que habían recorrido a pie era efímero en comparación al que hubiesen hecho a lomos de sus caballos. Por lo que tres o cuatro días sin notar que se desviase el río no significaban ninguna anormalidad.
–¿Así que sabéis de estrellas? No me lo esperaba –le había dicho Alexfre la primer noche que Margawse había nombrado unas cuantas que les servirían para guiarse cuando el sol no pudiera –¿Navegasteis alguna vez o conocéis a alguien que sí?.
–No, en realidad sí, pero sólo una vez cuando era aun muy chica. Lo de las estrellas lo aprendí en las clases, en la Tierra Mágica. Nos enseñaban muchas cosas… –respondió nostálgica.
–¿En serio? ¿No es muy duro?
–Te enseñan de muy chico, por lo que te acostumbráis sin remedio –hace tres meses, la idea de abandonar el palacio y su pesada vida de estudio en pos de aventuras era uno de sus sueños más anhelados. Uno de los tantos de aquella niña con la que cada vez le costaba más identificarse. Ahora su fantasía era volver a estar sentada en un pupitre, atenta ante las enseñanzas de unos de los tantos archimagos de la Tierra Mágica, que se encargaban de las clases de los más jóvenes e inexpertos.
<<Las aventuras son más agradables a los oídos que a los pies…>>
–Yo no podría… Prefiero mil veces haber sido un chico normal, aunque no sepa más que unas cuantas letras –si se esforzaba podía entender un texto y escribir palabras una detrás de la otra, pero estaba muy lejos de saber correctamente  leer y escribir.
–Si queréis os puedo enseñar bien, sir –tal vez Alexfre no lo considerara importante, pero para Margawse era fundamental  el conocimiento de la palabra escrita, además era como una forma de agradecimiento…
–Si… –pareció sorprendido, incluso dudó, no parecía demasiado entusiasmado, pero igual aceptó–. ¿Por qué no? Pero el “sir” es el otro –agregó señalando a Self, que se encontraba unos metros más lejos, atento al horizonte–. Yo soy soldado.
–Perdón… –no supo porqué pero la equivocación la hizo sonrojar. ¿Se habría olvidado de aquello o nunca lo supo? Cuando partieron de Herdenia la princesa Dana le presentó a los tres caballeros de la guardia real que la escoltarían, pero Alexfre vino después… Tal vez nunca lo dijo…
–No tenéis por qué –al joven no parecía importarle demasiado el error.
–¡Eh, venid, rápido! –los interrumpió Self. Los dos se levantaron del rededor de la hoguera con presteza–. Allí, mirad –señaló el caballero a lo lejos. Alexfre y Margawse agudizaron la vista, pero sobre el horizonte no parecía haber nada más que tierras ensombrecidas por la noche.
–¡Si, un brillo! –confirmó la dama tras un instante de silencio–. ¿Pero qué es? –casi a la par Alexfre también lo vio.
–¿Una hoguera?
–No, fijaos, aparece y desaparece. No es una luz constante y está demasiado lejos como para ser una hoguera y ver el fuego desde aquí –respondió Self.
–Tampoco se ve humo, aunque a estas horas… –Alexfre pareció convencerse.
–¿Pero entonces qué es? –continuó Margawse. Self se encogió de hombros.
–No se… pero. ¿No es hacia allí donde debemos ir?
–Sí… –reconoció la joven.
–Entonces lo terminaremos por averiguar. Vamos, a dormir –terminó diciendo Alexfre, al tiempo que se daba la vuelta en dirección a su propia hoguera. Sea lo que fuese aquel brillo, no parecía ser lo suficiente importante como para conseguir desvelarlo.
Para no desacostumbrarse el sueño los dos hombres habían arreglado las guardias siempre iguales, por lo que Alexfre se echó a dormir sin preguntar, mientras Self se quedó de pie, pensativo; aún le quedaban varias horas. Margawse se quedó haciéndole compañía, pero no tardó demasiado en abandonarlo. El caballero permaneció observando el horizonte, pensando todo lo que pudiese ser aquel brillo; pero fue descartando todas las opciones hasta quedarse sin ninguna.
<<Tal vez me equivoque y si sea una hoguera después de todo…>>
Cuando reanudaron la marcha el cielo que los cubría era de un celeste intenso, moteado por grandes nubes tan blancas como la nieve. Mientras el sol estuviera detrás de una de estas la temperatura era agradable, pero todo cambiaba cuando nada se interponía entre sus rayos y los rostros  de la compañía.
El brillo que tanto los había intrigado por la noche, por lo menos a Self, ya no se divisaba y al ir avanzando, el lugar donde supuestamente estaba ya no era visible, por lo que tampoco pudieron comprobarlo por el camino llano. Cada tanto pasaban por una pequeña loma o piedras suficientemente altas como para subirse y ver más allá de lo que les permitía el camino que seguían, pero siguió siendo inútil. 
Con el correr de las horas el sol les indicaba que la trayectoria del río se torcía abruptamente y, si deseaban continuar al este sin desviarse, debían abandonar sus orillas.  Se refrescaron y pescaron antes de que cayera el sol y pasaron la noche a la sombra de un grueso tronco, cadáver de un árbol aislado. Por la mañana volvieron a buscar su alimento en las aguas y, luego de comer, se separaron de la débil corriente de agua.
<<No importa, igual nos falta poco para llegar.>> Se convenció la joven. Pero en cuanto dejaron de divisar el río, una sombra de temor la persiguió; no podrían aguantar demasiado sin la bendición del agua.  
Cuando divisaron los primeros bloques de piedra, sentimientos encontrados afloraron en una ansiedad en ascenso. La presencia de aquellas piedras indicaba que no se equivocaron, la ciudad Doria estaba allí, y esa era la prueba. Pero también significaba otra cosa... Estaba muerta, en ruinas. Lo que siempre se dijo sobre Doria parecía ser simple y llanamente la verdad, son sólo ruinas. Pero no lo sabría del todo hasta llegar a su centro, por lo que apremió a sus escoltas a acelerar la marcha, mientras por dentro no hacía más que rezar que allí aun pudiese encontrar la descendencia dearin que su madre le prometió.
<<Me lo dijo, no se pudo equivocar, aun deben estar vivos… Golthor también estaba allí, no puede ser de otra forma, sino…>>. No quiso ni pensarlo.  
Los bloques dispersos en la hierba amarillenta aparecieron a montones, hasta que por fin divisaron una inmensa estructura que se erguía imponente en la cima de la última colina que sus ojos llegaban a ver.
<<Doria, la ciudad dorada…>>


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