domingo, 13 de marzo de 2011

1º Parte - Capítulo 10

-X-

Self caminaba bajo el manto de un cielo en alba, cubierto por sin fin de estrellas pero que, cada vez que alzaba la vista, había menos; desvaneciéndose entre nubes anaranjadas que iban tomando forma y color gracias al sol que quemaba con su presencia el horizonte, hasta donde los ojos pudiesen ver.
Hacía ya más de una hora que había dejado la ciudad comercial de Truma, pero ésta aún se podía ver a sus espaldas. El suelo que rodeaba al río Teística era una verde llanura con apenas unas leves lomas. El camino que tomaba era un viejo sendero de hierba gris, utilizado sólo para andar a pie o a caballo; era demasiado estrecho como para que una carreta pasara por él; la ausencia de marcas de rueda lo confirmaban.
Este camino estaba a menos de media legua de una de las carreteras de tierra principales utilizada para el comercio entre Truma y Morelia; pero Self prefirió no utilizarla, ya que el camino por ésta era más extenso por que también pasaba por diversas granjas o pequeños asentamientos; además por las noches el peligro de bandidaje lo convertían en una mala opción. Por suerte contó con los buenos consejos de Marco, el tabernero que le dio trabajo y techo en su estancia en Truma, que le dijo de la existencia de tal camino como el más directo a Morelia, evitando los peligros de los habituados caminos de tierra.
A pesar de que las características del sendero eran muy favorables para el caminar, Self parecía andar a paso rígido y cansado; impresión que también se reflejaba en su rostro agotado. La noche anterior no pudo conciliar el sueño ni un momento, por más que se lo propusiese. Los recientes recuerdos de su encuentro con Alexfre y su hermana lo habían dejado muy nervioso como para poder dormir. Las imágenes de su pelea contra aquel sujeto le venían a la cabeza constantemente, dejándolo todo el tiempo con una sensación de estupidez. Ni siquiera el mal estado de su cuerpo lo pudo hacer descansar. Cosa que se notaba sin dificultad. No solo su mente no estaba descansada, sino que también una sola noche no era suficiente como para que su carne magullada se recupere de todos los golpes que había recibido. Lo que hubiese tenido que hacer era partir unos días después de aquella ciudad; pero tan sólo la idea de estar un minuto más en aquel lugar era suficiente para irritarlo. No quería volver allí, ni tampoco saber nada de su gente; ya había tenido suficiente con las semanas que estuvo.
Self se alejaba de la ciudad con las mismas ropas de cuero con las que había llegado, a excepción de un morral de cuero de cebra que llevaba atravesado en el torso; allí llevaba dos cantimploras al tope de agua y varias hogazas de pan negro, lo necesario para caminar rodeado por la naturaleza dos o tres días.
El aire que corría era puro y fresco; la brisa hasta parecía caricias sobre la piel. El sol aun no terminaba de salir y la temperatura era baja, pero agradable.
El sendero parecía seguir en línea recta sin muchos cambios; pero forzando un poco su vista, se percató de que el río Teística, que para ese entones estaba a solo unos doscientos estadales de distancia aproximadamente, se abría del camino en el horizonte, como dando un giro. Sabía que si seguía el rió bordeando su orilla no se podría perder; pero a la vez sabía que éste podría tener demasiados giros y vueltas innecesarias que le harían perder el tiempo que no tiene, a1 igual que provisiones. Además, confiaba en el gnomo que le recomendó el sendero. No debía preocuparse; seguro más adelante el río se volvería a ver a un costado del camino.
Caminó por el monótono sendero sin detener la marcha por largo tiempo. El sol ya había salido y sus rayos golpearon en su rostro desde lo alto del cielo, marcando el mediodía. Sin nubes ni demasiados árboles cerca, recibía de lleno la cálida luz del sol, que al ser primavera no ocasionaba más que molestia en los ojos. A lo lejos comenzó a ver con más nitidez cómo el río se alejaba y cómo el camino entraba en una pequeña arboleda de frondosas copas. Pero aún le quedaba mucho por caminar para llegar hasta allí.
Mientras caminaba, comenzó a pensar si terminaría encontrando su hogar, su lugar, o todo lo que estaba haciendo era en vano… De lo único que estaba seguro era que el camino que estaba siguiendo no tenía retorno. Pero no tenía opción, era la mejor forma para cruzar las tierras de Gore y llegar a la ciudad capital del reino, Herdenia. 
Las ligeras botas de cuero que llevaba, apenas hacían ruido al pisar la hierba, y lo pájaros ya habían dejado de cantar. Lo único que escuchaba eran las palabras de su pensar, que se mezclaban entre su destino y la pelea que había tenido ayer; que tampoco podía olvidar. 
Luego de caminar unas horas más pensando en ello, vio un buen árbol de anchas hojas, ideal para tomar un leve descanso a su sombra. Bebió de una de sus cantimploras y comió una hogaza de pan para recuperar energías. Permaneció allí recostado lo suficiente como para que sus ojos comiencen a entrecerrarse buscando rendirse al sueño que lo había esquivado la noche anterior. Pero fue inútil, no pudo dormir; aunque por lo menos descansó sus pies de todo lo que había caminado hasta entonces.
Dejando huir una o dos horas del día, el muchacho se puso en pie nuevamente dispuesto a continuar su camino. El sol seguía iluminando con toda su incandescencia, pero desde una posición más baja, el mediodía ya había pasado y la tarde ha de comenzar. Cuando volvió a caminar sus pies comenzaron mostrar cansancio, pero no podía hacer más que caminar hacia Morelia; así que prosiguió con ello.
            El tiempo seguía pasando, al igual que la distancias se acortaban. Self intentaba ahogar el cansancio que comenzaba a apoderarse de él con el agua de su cantimplora, pero no era suficiente. Su cuerpo entero necesitaba dormir y eso no lo podía negar. Por lo menos comenzó conformarse con la idea de que estaba lo suficientemente cansado como para dormirse en cuanto se recostase nuevamente, esta vez no había nerviosismo latente que se lo impidiese. Así continuó caminando, observando cómo el sol iba cayendo lentamente, dejando su color y fuerza poco a poco para convertirse solo en un círculo anaranjado sobre el cielo.  El crepúsculo se acercaba así que aceleró el paso lo suficiente como para llegar a tiempo a esa arboleda que se veía desde hace rato adelante suyo. No era el lugar ideal para dormir, pero por lo menos estaría protegido del fuerte viento nocturno.
            Poco más tarde, la cantidad de robles y fresnos aumentaron notablemente alrededor del camino. Sin tener el tamaño ni la densidad de un bosque, Self se acababa de internar en la arboleda justo cuando las estrellas volvían a brillar sobre el manto azul rodeando a una luna creciente. Pequeñas ramas y hojas secas comenzaron a rodear su paso, escuchándose quebrar de vez en cuando. Continuó adentrándose buscando algún lugar un poco más protegido para dormir. Al rato vio un conjunto de tres árboles más anchos que el resto y cercanos uno del otro. Sin pensarlo dos veces salió del camino para dirigirse hasta allí. Al llegar a los gruesos árboles, los inspeccionó un poco, analizando la comodidad de sus raíces salientes. Era un lugar perfecto para descansar.
            La noche era fresca como la mañana, pero se pondría muy fría dentro de un par de horas; así que se envolvió en su capa cubriéndose la cabeza con la capucha de la misma. A continuación se quitó el morral y tomó de él lo necesario para comer y beber antes de dormir. Luego acomodó su morral entre las raíces y echo su cabeza en él. El sueño esta vez no lo esquivó, sin darse cuenta sus pensamientos perdieron la forma hasta transformarse en un profundo soñar.
            Al día siguiente, despertó con el cantar de los pájaros, que se amontonaban entre las ramas de los árboles entonando una gran variedad de melodías. Pero no se levantó, siguió recostado hasta que sintió cómo el sol lo cubría desde lo alto con su fuerte luz, que pasaba sin dificultad entre las hojas de la arboleda. Tal vez había permanecido así demasiado tiempo, pero había valido la pena. Su cuerpo estaba totalmente recuperado al igual que su ánimo. Los moretones conseguidos sólo eran débiles manchas, sin dolor alguno, que no tardarían en irse.
             Recostó su espalda contra la corteza de uno de los fresnos, y se dispuso a volver a comer algo de pan negro y beber algo de su cantimplora. Descansado y con energías,  volvió al camino y reanudó su marcha; ahora a un ritmo más veloz, ya que no tenia dificultad en caminar más rápido de lo que lo había hecho el día anterior.
Mientras caminaba, su vista se entretenía con el juego de sombras y luces que formaban los rayos del sol al pasar entre las hojas. A cada paso que daba le era más común ver entre los árboles gran cantidad de nidos de ruiseñores y pequeños escondites de ardillas, que cada tanto hacían una corrida fugaz de un árbol a otro con su particular chillido. Probablemente debía haber agua cerca; no el rió Teística, pero si un arroyo o pequeña laguna.
Continuó avanzando a paso firme entre los árboles por bastante tiempo más; no tenía ni idea de las dimensiones de esa arboleda, así que no sabía cuánto le quedaba para salir de ella. Lo único que podía hacer era seguir avanzando sin salirse del camino, que al estar cubierto por completo de hojas y ramas, distinguirlo era bastante más dificultoso.
            Sin buscarlo, el leve murmullo de un arroyo fue percatado por sus oídos; no debía estar muy lejos del sendero que seguía, por lo que continuó caminando hasta que el sonido se volvió más fuerte y constante. La idea de refrescar su rostro sin necesidad de cuidar el agua que usara para ello lo movió a desviarse del camino para seguir el sonido. A poca distancia, hacia la derecha del camino, había unos cuantos arbustos que parecían esconder el arroyo detrás de ellos.
           
            –¡Levantaos de una vez! ¿Pensáis dormir todo el día? –cuestionó Efedra–. Así no llegaremos nunca a Morelia… –terminó diciendo.
            Alexfre pareció no escuchar, puesto que permaneció tendido en la hierba tapándose el rostro con sus brazos.  El sol hacía rato que estaba sobre sus cabezas, pero el joven parecía más dormido que una piedra. 
            –Vamos hermano, siempre lo mismo –insistió la muchacha mientras jalaba con fuerza del hombro de su hermano.
–Ya escuché…. Pero no molestéis, que estoy muy cansado –dijo Alexfre sin moverse o abrir sus ojos–. Vos no tuvisteis que pelear con ese cretino el otro día…  –justificó su amplio dormir.
La joven frunció el seño y se puso de pie.
–¿Entonces qué? ¿Te vais a quedar ahí? –volvió a preguntar.
–Sí…  
–Si me queríais hacer enojar, lo habéis conseguido –le contestó Efedr, molesta con el comportamiento insolente de su hermano.
Debajo de los brazos que cubrían el rostro del joven, se escapó una leve carcajada seguida de una sonrisa.
–Está bien… Ya me levanto; ve a buscar agua al arroyo y cuando volváis ya estaré de pie, listo para comer algo y partir. ¿Está bien? –dijo tratando de ganar unos minutos más de descanso.
–No vais a cambiar nunca… –dijo la hermana entre dientes; luego  tomó la cantimplora que estaba tirada en el suelo junto a su hermano y se dispuso a partir en dirección al arroyo. Sus pasos se alejaron, hasta que se dejaron de escuchar por completo.
La joven caminó alegremente bajo los rayos del sol, tarareando alguna que otra canción y pateando las hojas secas, haciéndolas volar por los aires una y otra vez. No era la calidez del día la que la llenaba de regocijo, sino el haber abandonado Truma; la ciudad en la cual había vivido con su hermano desde que quedaron huérfanos. Los recuerdos que tenía sobre ese lugar eran sólo malos; todos dignos de ser enterrados en el oscuro olvido del alma.  Estando ahí, fuera de ese lugar, todavía le costaba entender porque permanecieron tantos años allí… Hace rato que debieron haber partido; no importaba donde; siempre hubiese sido mejor que seguir ahí. Pero ahora era distinto; ambos tenían un lugar al cual ir y un destino que seguir. Su hermano sería cadete de la orden de Derivan. Todo un honor para cualquier joven, pero más para Alexfre. Ser cadete para él también significaba una meta; un objetivo en la vida. Tal vez ser alguien respetado ante los demás era algo que buscó siempre; algo que nunca obtuvo en Truma.
Efedra tenía mucha fe en su hermano; sabía que podía conseguir todo lo que quisiese; así que en cuanto le informó de la posibilidad de partir para ser parte de las filas de Gore, ella lo apoyo desde el principio sin quejas ni preguntas. Confiaba ciegamente en él.
La joven no tardó en llegar al arroyo, que ante sus ojos parecía un fino manto transparente que corría sin césar, dejando vetas brillantes según como pegase la luz. Se puso en cuclillas y al son de su tarareo llenó la cantimplora hasta rebalsarla. Luego mojó sus manos en la fresca agua y las pasó por su cuello y rostro para refrescarse. De pronto sus nervios se tensaron al escuchar un crujir de hojas que no venía de sus pies…
Efedra miró hacia ambos lados, pero no vio nada ni nadie a su alrededor.
–¿Alexfre? –preguntó observando unos arbustos.
Repentinamente, una sombra fugaz cubrió las hojas de aquellos arbustos y desapareció. Efedra no esperó respuesta a su pregunta y se puso en pie. Su respiración se volvió fuerte y sus ojos permanecieron sin parpadear. Sea lo que fuese lo que ocasiono esa sombra, estaba justo en el camino que había tomado.
            –¿Hermano? –insistió la muchacha. 
            Pero como respuesta volvió a escuchar el crujir de hojas, pero ahora no sólo una vez… Efedra trago saliva y volvió a mirar a sus costados constantemente, mientras comenzó a arrastrar sus pies lentamente hacia atrás.  Una figura envuelta en cuero salió entre los arbustos, que sin decir palabra se abalanzó sobre ella.
            La muchacha gritó instintivamente al ver a un hombre correr desmesuradamente hacia ella, a tan solo unos metros. Sin más se dio la media vuelta y, dejando caer todo lo que traía en manos, comenzó a correr en dirección contraria  a su perseguidor con todas sus fuerzas.
            ¡Alexfre! ¡Alexfre! –gritaba continuamente mientras corría entre los árboles; detrás suyo sólo se escuchaban los pasos y las risotadas de su perseguidor.
Efedra corrió varios metros hasta que comenzó a perder el aliento y la orientación. Lo único que consiguió atravesando la espesura de la arboleda era rasgar su vestido de lino y provocarse pequeños cortes en las piernas y brazos. Aguantando el dolor lo más que pudo, siguió gritando hasta prácticamente quedarse afónica. 
Sintió las risas de su perseguidor casi como si le estuviesen hablando al oído. Comenzó a llorar de la desesperación cuando sintió cómo le jalaban de la muñeca para tirarla al suelo. 
Entre gritos y llanto la mujer pataleó y forcejeó todo lo que pudo; pero aquel hombre robusto se le tiro encima, dejándola completamente inmóvil.
–Jajajaja, te atrapé maldita zorra –escupió el sujeto a través de sus labios partidos y dientes negros y rotos.
–¡No, por favor no! ¡Alexfreeeee! –gritó la joven llorando sin cesar.
–¡Callad! –dijo el bravucón mientras golpeó con su puño cerrado el frágil rostro de la muchacha, el cual comenzó a sangrar. 
–¡Alexfreee! –Volvió a gritar la joven, totalmente desesperada. Sólo un nuevo puñetazo recibió en contestación.
–Vamos, si esto es lo que queréis zorra… –balbuceó el sujeto con una expresión lasciva y degenerada.
–Apuraos entupido, a ver si todavía viene el infeliz que está llamando –dijo una tercera voz.
–No molestéis que ya será tu turno –contestó el sujeto sobre Efedra.
–Sí sí; sólo apúrate –respondió la tercera voz.
Efedra miró a su costado y vio tres hombres más, además del que se estaba defendiendo; todos armados. Su rostro se volvió a fruncir del llanto, mientras seguía forcejeando sin perder las esperanzas.
Al sujeto le faltaban tantos dientes que con sólo sonreír, la saliva comenzaba a hilarse y caer de su boca, cayendo sobre el rostro de la joven que no paraba de gritar. A continuación, el hombre buscó con su rostro la boca de la joven, mientras tenía bien sujetas sus muñecas con las manos. Efedra comenzó a girar su cabeza de un lado al otro compulsivamente, evitando a toda costa que la toque; hasta que le dio un cabezazo inconsciente al acosador.
–¡Haaa! Maldita perra! –gruño el sujeto mientras desocupaba una de sus manos para volver a golpearla. Los hombres de atrás se reían de la situación como si nada fuese.
            Entre gritos y sollozos Efedra escuchó el silbido particular del aire rasgado. A continuación, su cara estaba empapada en sangre oscura, que no dejaba de manar del cuello de su opresor; tenía un puñal atravesado en el mismo.
Mientras el cuerpo caía pesadamente sobre ella, el resto de los hombres voltearon totalmente alterados y furiosos, al tiempo que desenvainaban sus espadas cortas. Inmediatamente los tres miraron en la dirección de dónde provino el proyectil, pero sólo árboles encontraron.
Sin tener el tiempo para mirar a sus costados, un sujeto saltó entre los arbustos cayendo sobre uno de los bandidos como una pantera por su presa. Inmediatamente, el intruso de cabellos rubios y ojos de fuego helado tomó a su enemigo por el cuero cabelludo y lo golpeó contra el suelo dos veces; lo suficientemente rápido como para noquearlo y tomar su arma sin que los otros dos lo alcanzasen con las suyas.
            Efedra estaba totalmente paralizada; incluso aún seguía con un cadáver encima suyo. Ésta permaneció tendida tratando identificar a su salvador, pero no lo logró al estar de espaldas; lo único que sabía era que no era su hermano, y a decir por sus vestimentas de cuero, no se diferenciaba mucho de aquellos maleantes.
El intruso se paso la espada de una mano a la otra, agazapado como un felino, midiendo con la mirada a sus oponentes. Sabía que el siguiente movimiento en falso significaría su muerte, así que esperó el ataque del enemigo para actuar; este no tardó ya que ambos se abalanzaron sobre él con las espadas en alto. El muchacho esquivó con increíble agilidad uno de los espadazos; al otro lo desvió con su arma, pero al hacerlo quedo mal posicionado y el sujeto que lo acababa de atacar aprovechó para golpearlo en el rostro a puño cerrado, con gran fuerza. El joven cayó al suelo y vio cómo una hoja cortaba el aire sobre sus ojos, e increíblemente rodó hacia un lado salvando el pellejo una vez más. Oportunidad que usó para lanzar un nuevo ataque y rasgar con su espada la carne de la pantorrilla de su atacante, que inmediatamente gimió con gran dolor dejando caer su espada en la hierba. Sin más, se puso en pie para enfrentarse con el último hombre que lo buscaba asesinar. Efedra desorbitó su mirada al comprobar que aquel sujeto que estaba salvando su vida en aquel preciso momento, era el mismo que ella había golpeado con una botella de vino para ayudar a su hermano a librarse de él.
Era Self.
            Ambos sujetos se lanzaron uno contra otro alzando sus armas con furia; pero el corte de Self llegó antes a la carne de su enemigo, abriéndole el estomago de lado a lado. El bandido tiró su espada y comenzó a sujetarse las tripas desesperadamente al tiempo que se desplomaba al suelo.
            –¡Cuidado! –gritó Efedra, al ver que el sujeto que hasta hace un segundo estaba inconsciente sobre la hierba, se acercaba con una piedra de gran tamaño directamente hacia su defensor.
            El joven giró velozmente para ver el porqué del grito de la muchacha; ya era demasiado tarde. En cuanto se dio vuelta recibió de lleno una gran roca; que por suerte resultó ser un duro terrón, puesto que estalló al chocar contra su cuerpo. Pero fue suficiente como para arrojarlo al suelo.
            El bandido aprovechó la confusión de su enemigo tendido en el suelo para lanzarse hacia él; pero antes de que pudiese llegar a tocarlo, otro sujeto salió bruscamente de los arbustos, corriendo como un desquiciado con un hacha a dos manos de único filo. 
            –¡Alexfre! –se escuchó gritar a la jovencita, mientras que su hermano  le asestaba un repentino golpe de su arma en el medio de los ojos al bandido, que se había quedado absorto al verlo llegar. Su cráneo se abrió al medio y luego cayó pesadamente al suelo formando un gran charco de sangre. 
            Alexfre hizo caso omiso a los llamados de su hermana, e inmediatamente tomó su hacha de lo que quedaba de la cabeza de aquel sujeto y se dirigió con presteza a donde el otro bandido seguía gimiendo en el suelo por su pierna.
            –¡No, por favor no me…! –Fueron sus últimas palabras antes de que su cabeza rodara por la hierba, dejando un camino carmesí desde su cuerpo hasta el pozo en que cayó. 
            A esto Alexfre dirigió su vista hacia Efedra y corrió hacia ella dejando su hacha a un lado. Los hermanos se abrazaron fuertemente mientras dejaban caer sus lágrimas desconsoladamente.
            –¿Estáis bien? –dijo cortadamente Alexfre; de sus ojos caían lagrimas de furia y tristeza.
            Efedra solo asintió con la cabeza, sin separar los brazos del cuello de su Hermano.
            –Sabía que vendríais a salvarme… –dijo entre sollozos la joven al cabo de unos segundos.
            –Pero no a tiempo…. Aquel sujeto fue quien os salvó –dijo Alexfre, sin mirar al hombre que aún seguía en el suelo semiconsciente.
            –¡Hermano! Aquel sujeto es… es Self.
            Alexfre no pudo evitar el asombro al comprobarlo.
            –Ven, levantaos –dijo el joven, al tiempo que extendió su mano para ayudar a su hermana a ponerse de pie. 
            Recogió su arma y luego ambos se dirigieron hacia Self, que comenzaba a sentarse sobre la hierba algo confundido. Pero repentinamente, Efedra soltó la mano de su hermano y corrió a agacharse al lado del joven para abrazarlo a él también y agradecerle con la mayor sinceridad posible. Su hermano no se molesto por ello; todo lo contrario; le había salvado la vida a su hermana y por ello él también le debía mucho.
            –Muchas gracias –dijo Alexfre, al tiempo que ofreció su brazo para ayudarlo a levantarse a él también. Self primero lo miró pasivamente y luego aceptó su ayuda, aferrándose de su antebrazo para ponerse de pie rápidamente.
            –Me habéis salvado Self; os debo la vida por ello –se apresuró a decir Efedra, que aún no había dejado de sollozar de la alegría que sentía.
            –No me debéis nada. Además tu hermano fue quien nos salvó a ambos –exclamó con una sonrisa.
            Alexfre también sonrió y puso su mano sobre el hombro de Self a modo de aprobación. 
            –Todos estamos a salvo y eso es lo que importa. Vamos, salgamos de aquí…
            Todos asintieron, pero mientras Alexfre ayudaba a caminar a su hermana lejos de allí, Self se tomó unos segundos para tomar dos de las espadas cortas de los bandidos y el  puñal que había lanzado. 
            Los tres se dirigieron de nuevo hacia el grupo de árboles en el cual Alexfre y su hermana habían descansado aquella noche. Ambos hermanos agradecieron una y otra vez a Self por su valerosa ayuda, pero él siempre contestó a ello modestamente.
            Al llegar nuevamente al arroyo, todos lavaron sus rostros y manos de barro y sangre seca. Alexfre aprovecho para revisar el rostro de su hermana, que había sido brutalmente golpeado; pero por suerte no tenía la nariz rota ni daños graves en los ojos o dentadura. Solo tenía partido el labio inferior, que seguía sangrando levemente, y un corte sobre un pómulo. A continuación limpiaron sus armas y las secaron con sus ropas, para volver a guardarlas en sus fundas o cintos.
            Luego, la compañía termino por llegar al sendero original. Tomaron sus cosas y a partir de ahí los tres continuaron por el sendero, dejando al descubierto el destino que los unía. Ninguno de ellos hubiese imaginado que se volverían a encontrar; mucho menos de esa forma. Tanto Self como Alexfre pensaron que no se volverían a ver jamás, ya que cada uno partiría de la ciudad al día siguiente, dejando al otro pudriéndose en la misma. Nadie lo mencionó ni lo dio a entender, pero cada uno de los tres sentía culpa por cómo se habían tratado mutuamente en Truma. Culpa por haber sentido resentimiento el uno al otro hasta tan solo unos minutos.
Efedra todavía seguía intranquila, sin que la charla y el caminar la ayudaran a recuperarse de lo vivido. Tenía miedo de que su huella quedara por siempre en su memoria, como la otra vez.... Fue por eso que durante todo el viaje no se separó del brazo de su hermano; como si se sintiese totalmente indefensa, o por lo menos al dejar a su mente recordar.
El grupo continuó atravesando la arboleda, hasta que salieron de ella cuando comenzaba a anochecer. Otra vez las verdes praderas se abrían a sus ojos. Aprovecharon los últimos grupos de árboles para pasar allí la noche.
            Ahora eran varios, así que no había problemas en prender una pequeña fogata para enfrentar el frío nocturno. Así, mientras Self y Alexfre buscaban ramas secas adecuadas para la tarea, Efedra trozaba hojas secas para preparar el corazón del fuego. Al cabo de unos minutos, los hombres volvieron con las ramas y Alexfre se dispuso a encender los pequeños trozos de hojas secas, chocando su pedernal contra otra piedra eslabón continuamente, hasta que las leves chispas bastaron. El fuego no tardó en aparecer y Self terminó poniendo las ramas que trajeron, para que la llama tenga qué consumir. Luego formaron un círculo de rocas de diversos tamaños alrededor para contener el fuego. La madera ardió con fuerza, despidiendo un agradable calor y luz a los presentes.
            Los jóvenes se sentaron cerca, observando la llama como poseídos. Al poco tiempo, Efedra cayó rendida al cansancio y se durmió a los pies de su hermano.
            –Dormid también –exclamó Alexfre, comiendo un trozo de pan negro–. Yo haré la guardia esta noche; así que no tiene sentido que sigáis despierto –aclaró el joven.
            –Cuando mi cuerpo lo quiera dormiré complacido, pero la verdad que ahora no tengo sueño… –contestó Self
            –Vos tampoco eh… –dijo Alexfre al observar el pan que tenía en la mano para darle otro mordisco.
            –Por cierto… No tenía idea de que manejaras el hacha –acotó Self luego de unos segundos.
            –Ah, si… Es el hacha que usó mi padre toda su vida para cortar maderos para el fuego. Nunca creí que asesinaría con ella… Ya pasaron seis años desde la última vez que lo vi –pronunció Alexfre con tono tristesino.
            Self lo miró fijamente y detectó en su mirada taciturna que esa no había sido la primera vez que le había quitado la vida a alguien; cosa que dudaba sobre sí mismo, pero prefirió no inquirir en ello.
            –¿Seis años? ¿Qué pasó? –cuestionó instintivamente.
–Mi hermana y yo quedamos huérfanos muy chicos, yo tenía sólo trece y Efedra diez. Un incendio inesperado se llevó la vida de nuestro padre y gran parte de la granja en la que vivíamos. Nuestra madre había muerto mucho antes, de una terrible enfermedad y no conocíamos a nadie más –tomó aire y continuó–. Sin familia ni hogar, habíamos perdido todo, sólo nos teníamos el uno al otro y nuestras ganas de salir adelante. Es así que nos dirigimos al único lugar poblado que conocíamos: Truma. Sabíamos de su existencia por que más de una vez habíamos acompañado en carreta a nuestro padre, para vender parte de la cosecha. Los primeros días dormimos en la calle y comíamos lo que encontráramos entre la basura; pero luego un  gnomo vio a mi hermana y le ofreció techo y comida a cambio de realizar los quehaceres de su hogar –la mirada de Alexfre se perdió un poco en su memoria llegando a un lugar al que no quería; sus puños se cerraron e insultos comenzaron a salirle entre dientes.
Alexfre permaneció así unos segundos y Self dudó si hablar o no, sabía que lo que le contaba era duro y no quería molestarlo más de lo que parecía. Pero antes de poder resolver su dilema Alexfre continuó. 
–Mi hermana le dijo que tenía un hermano y entonces me acogió a mí también para que lo ayudase en su comercio. Pero…  Pero ese maldito… –pensó sus palabras y continuó–. Trató de abusar de mi hermana; de una nena de tan solo diez años –Alexfre hizo una pausa para mirar la reacción de Self, pero éste permaneció inexpresivo, tanto por respeto como por asombro–. Cuando ella me dijo de sus intenciones, ambos salimos de ahí para no volver. Desde ese entonces no confiamos en nadie; y mucho menos en gnomos con sus tentadoras ofertas de trabajo. Es así que estuvimos esquivando la sociedad viviendo de lo que pudimos y seguirá siendo así hasta que encuentre un lugar digno para ambos… –terminó su relato.
–¿Kirkhia? –preguntó Self
–Kirkhia o donde sea. Viajaremos hasta encontrarlo –contestó Alexfre agitando una mano–. No quiero ser un ladrón por el resto de mi vida. Busco ser alguien respetado  y alguien capaz de proteger a mi hermana pase lo que pase. Darle techo, comida y todo lo que haga falta –terminó diciendo.
–Confío en que lo lograreis.
–Ahora sabéis más de nosotros que cualquier persona que conozca, pero creo que te lo habéis ganado por salvar a mi hermana –aclaró el joven de negra cabellera.
Self asintió con la cabeza y la charla cesó por unos momentos. Tomó las espadas cortas que había tomado y se entretuvo observando su forma y calidad. Eran bastante sencillas a decir verdad, pero ideales para el combate; sobre todo al ser sus únicas armas; el puñal se lo había dado a Efedra, deseando que no se repiera la oportunidad en donde deba usarlo. A la par, su compañero siguió comiendo una hogaza de pan con la vista a las llamas. 
–Y decidme... ¿Por qué habéis abandonado Truma? –aprovechó para preguntar Alexfre.
–Llegué a Truma por la misma razón que me fui. Estoy buscando a… A mi familia; hace tiempo que no sé nada de ellos. En mi breve estancia en Truma no conseguí nada, así que aquí estoy.   
–¿Y? ¿Porqué volveros cadete militar? –preguntó Alexfre
–Tal vez porque no sabía a dónde más ir, ni dónde buscar… Tal vez porque ser parte de algo al no tener nada, me llamo la atención –unos instantes después continuó– No sé si este viaje es lo mejor que pude haber hecho, pero no me arrepiento por recorrerlo.
¿Por qué puede que ya sea soldado? No, no le podía decir eso, por lo menos aún…
–Yo también espero que la encuentres; además eres valiente y buen luchador. Creo que tu decisión es la correcta.
–Eso sólo el tiempo lo dirá…
Luego de pasar unos segundos, Alexfre siguió:
–Así que… ¿No sabéis nada de donde está vuestra familia?
Self sabía que esa pregunta llegaría, pero pese a ello no estaba muy seguro de cómo responderla.
–No… Me separé de ellos hace mucho tiempo, sin saber su destino ni ellos el mío. Yo terminé viviendo en un pueblo pequeño, a un par de leguas de Truma, Deremi; pero luego de un tiempo decidí que no podía seguir allí sin saber nada de los míos. Así que un día… simplemente salí en su búsqueda, sin estar seguro de dónde empezar… –contestó sin dar demasiadas explicaciones, esperanzado que esas pocas palabras calmen la curiosidad de su compañero.
Así fue; Alexfre no siguió preguntando ni Self cambió de tema tampoco; simplemente permanecieron otros tantos minutos con la vista baja observando las llamas. El frío de la noche comenzaba a azotarlos con pequeñas ráfagas de viento, haciendo bailar al fuego en varias direcciones, como si jugaran con una marioneta.
Pasó mucho tiempo sin sol para que Self se decida a recostarse sobre la hierba. Al hacerlo, apoyó su nuca sobre sus palmas entrelazadas y permaneció observando el cielo nocturno. La increíble majestuosidad del manto de estrellas lo dejaba anonadado. Prestó particular atención a los diferentes colores que manaban de aquellos pequeños puntos en la nada, sus tonos variaban de un blanco cegante hasta un rojo pálido o azules plateados. 
Mientras sus ojos continuaron fijos en el firmamento, su mente comenzó a divagar entre pensamientos y recuerdos confusos. Pero sus recuerdos no iban más allá de un par de días atrás… Cada noche Self se guardaba un pequeño momento para pensar en ello, con la ilusión de que, tal vez al despertar, sus recuerdos hayan vuelto a su cabeza de la misma forma en que se fueron.  Pero cada noche, esa ilusión se hacía más lejana, como ajena a sí mismo. Poco después, el cielo nocturno desapareció tras sus parpados al cerrarse, pero con ello no logró dormir sino oscurecer más sus pensamientos… Las imágenes de lo que ese día había sucedido, comenzaron a rondarle por la cabeza constantemente; viéndose a el mismo asesinando a dos personas sin la menor duda o compasión. Sabía que tales actos marcaban un antes y un después en cualquier persona por mas buena que haya sido la causa de su cometer, pero él no sintió culpa por ello ni remordimiento alguno; casi como si le hubiese sido algo normal, algo que ya había hecho. La posibilidad de poseer un pasado militar, un pasado en el cual ya había tomado vidas humanas, cobraba más sentido. Tal vez no recordarlo era una bendición y no un pesar…  Pero solo se enteraría de ello al recuperarlo.
            Sus parpados todavía estaban secos y pesados cuando comenzó a escuchar las voces de sus compañeros. ¿Ya era de día? Se preguntó forzando sus ojos para aunque sea entreabrirlos lentamente. La luz entró en ellos bruscamente obligándolo a cerrarlos de nuevo. El sol parecía brillar más de la costumbre. Luego de varios intentos, Self fue perdiendo el sueño y su vista se acostumbró al nuevo día. Aelxfre y Efedra estaban a unos metros hablando entre ellos mientras que el seguía tendido al lado de la que hasta hace poco había sido una fogata. Ahora sólo quedaban cenizas y leños carbonizados.
            –Hace bastante que el sol ha salido, lo mejor es que comáis algo rápido y seguir el viaje –hablo Alexfre dirigiéndose a él.
            Self concordó  y tomó de su morral algo de agua para beber y despabilarse y luego algo de pan. Las provisiones comenzaban a escasear pero aun eran suficientes para un día más de viaje. Supuestamente justo lo que faltaba para llegar a Morelia.
            Posteriormente la compañía se recogió sus cosas y continuó por el sendero que ahora se expandía por las verdes praderas de un amplio valle. Self comenzó a preocuparse al no ver el rió Teística; a sus costados solo había montes lejanos. Pero durante el viaje Alexfre adivino sus pensamientos aclarando sin pedido de nadie, que el Teística se encontraba detrás del monte delante de ellos. El camino se dirigía hacia allí así que Self no dudó en absoluto de sus palabras tranquilizadoras.
            El sol seguía subiendo sobre sus cabezas, mientras ellos caminaban sufriendo el calor que le provocaban sus ropas, pese a ir bastante ligeros. Sobre todo al caminar sin un poco de sombra que les diese un respiro; apenas pasaban nubes pasajeras sobre ellos, pero no era suficiente. Si seguían así, el agua se terminaría antes de lo debido. 
            Al cabo de unas horas ese problema perdió importancia; prácticamente ya estaban en la base del monte y los árboles volvieron a abundar al igual que la sombra que ellos daban. Lugar ideal para dar un pequeño descanso. Tras recuperar fuerzas, decidieron cruzar el monte en vez de rodearlo como insinuaba el sendero que hasta ese entonces seguían. El rió estaría del otro lado, así que no abría razón para perderse. Es así que comenzaron a subir por el monte que a decir verdad tenía una pendiente bastante empinada. Los pasos se volvieron costosos y el cansancio producido se triplicaba. Self iba delante mientras que Alexfre caminaba junto a su hermana para ayudarla unos pasos más atrás. Por lo menos los árboles los protegían del fuerte sol que brillaba vigoroso en el cielo. Al subir, no tardaron en tomar ramas firmes y largas del suelo para utilizarlas como bastones para aligerar un poco la carga de sus pies.
Tiempo después, llegaron a la cima totalmente agotados pero, por suerte, lo que venía era bastante sencillo. Antes de comenzar el descenso, los tres observaron al río Teística reflejar la luz del sol, creando sobre sí una tela de brillo plateada interminable. Aún se encontraba lejos de ellos, pero pronto llegarían y seguirían su camino recorriendo su orilla hasta Morelia.
            La bajada fue veloz y sin cansancio; por lo que en pocos minutos volvieron a la base del monte, nada más que ahora ya del otro lado. De ese lado, los árboles se extendían mucho más allá del monte casi como un bosque. Caminaron en línea recta hacia el río atravesando la arboleda. El terreno era algo más dificultoso de lo que creían; los terraplenes y desniveles de la tierra abundaban, por lo que tenían que cuidar sus pasos para no tropezar inesperadamente. Así continuaron hasta que algo imprevisto captó su atención.
            –¡Mirad! –clamó Efedra, señalando con su dedo índice una leve columna de humo blancuzco, elevándose a unos cien metros de donde se encontraban.
            –¿Serán otros viajeros haciendo fuego? –intervino Alexfre.
            –No creo… El humo es demasiado encolumnado como para venir de una simple fogata. Más bien parece provenir de una chimenea –propuso Self con mirada pensativa.
            –Sigamos de largo… No sabemos si es un refugio de bandidos o algo peor –se apresuró a decir Efedra algo temerosa.
            –Tendríamos que rodear la zona, y tardaríamos por lo menos medio día más en hacerlo… –aclaró Alexfre algo dubitativo.
            –No se ustedes, pero a mí se me están acabando las provisiones que traje, y tal vez aquello sea una ermita –dijo Self.
            –Si, recargar agua y alimentos no nos vendría mal, podríamos acercarnos cautelosamente. Si vemos algo que no nos guste, nos alejaremos inmediatamente.
            Efedra no contestó, ya que la decisión parecía estar tomada. Luego los tres iniciaron la marcha hacia aquel lugar, cuidándose de no hacer demasiado ruido con lo que pisaban.
Al cabo de un rato, estaban tan sólo a unos estadales del lugar. A pesar de que los arbustos se volvieron más espesos y grandes, pudieron ver lo que había detrás. Una cabaña algo más grande que la de un campesino común, hecha en piedra. Del techo de madera y paja nacía una gruesa chimenea, de donde manaba el humo que siguieron.  A su costado había un pequeño huerto, cercado débilmente con algunas varas, y a su lado un caballo totalmente negro, atado a un caballete que pastaba lo que tenía cerca.
            –Dudo que sea un refugio de bandidos –dijo Self en vos baja.
            –No, no creo –coincidió Alexfre–. Efedra, quedaos aquí mientras nosotros nos cercioramos, si ves que somos bien recibidos vienes tras nosotros –terminó diciendo Alexfre, dirigiéndose a su hermana.
            Efedra asintió con su cabeza y se agachó entre los arbustos, al tiempo que los dos hombres se acercaban al lugar.
            –Mantengamos nuestras armas enfundadas; si es un ermitaño no queremos asustarlo –dijo Self al ver a Alexfre apoyando la mano derecha sobre el mango de su hacha.
            –Si… Está bien –contestó su compañero volviendo su mano al frente.
            Se acercaron hasta la puerta de madera, que permaneció cerrada todo el tiempo, al igual que las ventanas. Esperaron unos instantes y luego Alexfre golpeó el frente de madera de la puerta con el puño cerrado unas tres veces. Nadie atendió, Alexfre se volteó para mirar a su alrededor nuevamente; pero en ello, el rechinar de la puerta abriéndose lo hizo volverse, volcando toda su atención en ella. Unos diez centímetros separaban la puerta de su marco, y medio rostro escondido por la penumbra observaba por el espacio abierto
            –Mis saludos señor –dijo Self antes que Alexfre, marcando el tono de la conversación de ahí en más. Sobre todo porque sabía que Alexfre era algo prepotente, así que quiso asegurarse de no asustar en vano al ermitaño–. Somos viajeros y solo buscamos algo de provisiones para continuar.
            El rostro taciturno, escondido detrás de la puerta, se asomo mas; dejando ver sus facciones. El semblante de un anciano de pómulos delgados, cubierto de arrugas y verrugas peludas, salió fuera del marco de la puerta para observar la cantidad de visitantes. Al ver dos, hizo una tosca seña con su mano derecha en señal de que entrasen. El cuerpo del anciano se perdió en la penumbra interior de la cabaña y la puerta se abrió de par en par.
            Los jóvenes se miraron al mismo tiempo y se aproximaron sin bajar la guardia. Ya adentro, sus ojos no tardaron en acostumbrarse a las sombras. El ermitaño se encontraba enfrente de ellos, apoyándose sobre una silla de madera.
            –¿Viajeros? –clamó el viejo, al tiempo que rascaba su cuello con una mano.
            –Sí, vamos a Morelia –dijo Alexfre.
            –Ahhh, Morelia. Yo solía vivir allí… ¿Acaso son de Truma o de Pherspica? –inquirió el ermitaño.
            –Truma, vamos a Morelia para hacer luego un viaje a Kirkhia –contestó Self.
            –Veo… Hace mucho que no recibo visitas, jejeje. Sé que es el camino más corto a Morelia, pero también sé que no es el más seguro. ¿Tanta urgencia tiene vuestro viaje? –dijo el viejo mostrándose bastante curioso.
            Los jóvenes volvieron a mirarse por temor a debelar su destino, pero a la vez sabían que nada influiría en esconderlo o no.
            –Sí, es que vamos a enlistarnos como cadetes en Kirkhia, y el barco que sale de Morelia con los interesados. No permanecerá mucho tiempo más anclado –volvió a contestar Self
            –¿Deriven? –dijo el viejo suponiendo la respuesta.
            –Si, cadetes de la orden de Deriven; caballeros de Gore –Apresuró a decir Alexfre, como si ya sintiera el orgullo por considerarse uno.
            –Jajaja. Así que sois futuros caballeros protectores de Gore… Pues me alegro por ustedes jovenzuelos… Por lo menos moriréis  con honor…
            No supieron reconocer si esas palabras traían sarcasmo en ellas o no, así que prefirieron no contestar a ello.
            –Sólo necesitamos algo de comida y partiremos –dijo Alexfre impaciente.
            El viejo lo miro de arriba abajo, como desaprobando la brusquedad de las palabras del muchacho.
            –Veo… –dijo de mala gana el ermitaño–. En mi horno hay algo de pan y tengo guiso frío que puedo calentar, si se quedan un rato mas.
            –Con el pan estaremos bien –dijo Alexfre.
            –¿Seguro? Todavía les falta por lo menos medio día de caminata para llegar a Morelia, y el sol ya ha comenzado a descender; por lo que tendrán que pasar la noche en la hierba. Por otro lado, si se quedan, tengo bastante paja que podría traer a la sala para que os recostéis ahí para dormir.
            –¿A qué viene la caridad? –dijo Alexfre desconfiando de la benevolencia del anciano.
            El Anciano suspiró y luego de una pausa dijo:
-Porque si no me estáis mintiendo sobre vuestro propósito, estoy muy orgulloso de ustedes. Querer ser parte de la orden más importante de Gore es lo más honorable que puede desear un joven.
-No le hemos mentido –habló Self inmediatamente después.
El viejo sólo asintió sonriendo. A continuación, Alexfre le avisó que también los acompañaba su hermana y pasó a llamarla a reunirse con ellos; no había peligro alguno en esa ermita.
Sin más, el ermitaño los invitó a sentarse a la desgastada mesa de pino oscurecido, mientras él encendía el fuego de su horno. Luego tomó la olla con el guiso y la puso en el fuego, sobre unos trébedes de hierro fundido.
Los cuatro comieron hasta saciarse por completo; pero esta vez los jóvenes visitantes no sólo calmaron el hambre, sino también disfrutaron de un delicioso plato de comida caliente, cosa que hace varios días que no pasaba. Al rato de haber terminado de comer, el ermitaño pidió a Alexfre que lo ayudara a traer algo de paja a la sala para que puedan dormir; cosa que hizo conforme. Luego de acomodar la broza, el ermitaño se retiró a su alcoba; la segunda y última pieza de la cabaña en la que vivía. Los jóvenes permanecieron en la sala, donde cada uno pasó a recostarse.
Adentro de la sala ya estaba muy oscuro, pero afuera el sol recién acababa de ocultarse; siendo aun muy azul la noche naciente. Lo suficiente como para que su luz se siga reconociendo al pasar entre las rendijas de las ventanas y puertas.
Platicaron largo rato sobre la suerte que tuvieron al encontrar tal ermita. La comida caliente y la comodidad al dormir eran los tópicos más salientes. Luego la charla se fue haciendo más pausada, hasta que cada uno fue dejando de hablar para caer en la oscuridad de los sueños. Mañana sin duda llegarían a Morelia, así que también durmieron tranquilos por ello.
           
-Self…
Escuchó su nombre nombrar, pero no parecía una voz humana la que lo pronunció… Era un sonido diluido y fantasmal que penetraba sus oídos con repetidos ecos y tonos heterogéneos.
-Self, gracias –volvió a escuchar.
Los párpados del muchacho aun estaban sellados 1sin poder abrirse por más esfuerzo que hiciese en ello. La voz que escuchaba se repetía diciendo lo mismo constantemente, con la diferencia que se volvía cada vez mas femenina y suave. Aquellas palabras estaban tan cerca de sí1 que hasta podía sentir el calor  de las mismas sobre sus mejillas.
Sin poder soportar más la angustia de la oscuridad, forzó sus parpados sin cesar hasta poder abrirlos al fin. Pero lo que vio era peor que la oscuridad; sin saber dónde estaba recostado o sentado, lo único que veía a su alrededor eran muros que se diluían mezclándose en el aire mientras bailaban en todas direcciones, perdiendo todo sentido de espacio y tiempo. Tampoco podía verse a sí mismo, siendo sólo ojos sobre la nada inentendible. Bruscamente percibió cómo del diluido aire algo comenzaba a tomar forma. Al poco rato vio cómo una mujer de pelo negro, como la noche sin luna, se le acercaba con los ojos cerrados.
Self  sintió ganas de gritar, pero a la vez se sentía privado de labios para hacerlo. Perplejo e inmóvil, la figura siguió acercándose hasta llegar enfrente de él. Sus párpados se abrieron y dos llamas de fuego infernal aparecieron centelleantes.
-Gracias, Self. Si no fuese por vos no estaría viva… Gracias por protegerme –Fue lo último que escuchó antes de que sus ojos se volviesen a sellar1perdiéndose en la inconciencia.

-Hermano… Hermano –dijo Efedra mientras sacudía el brazo de Alexfre buscando su atención.
-¿Qué pasa? -respondió todavía algo adormecido.
-Self no está, me fije a fuera también y tampoco lo vi –clamó su  hermana con cierta preocupación.
Alexfre se levantó de un salto y observó su alrededor buscando sus cosas, que rápidamente encontraron sus ojos a un costado de la sala, donde las habían dejado antes de dormir. No creía que fuese un ladrón, pero impulsivamente se levantó para comprobarlo. Cosa que su hermana percibió y dijo después:
-No se llevó nada si es lo que pensáis, ni siquiera sus cosas… -terminó diciendo mientras señalaba otro rincón de la sala donde se encontraba el morral del joven, junto con las dos espadas cortas.
Alexfre se tranquilizó un poco y continuó:
-Debe andar por ahí afuera, ya volverá…
-Esperemos, porque hace rato que me he levantado y ya no estaba –exclamó su hermana.
Al instante la puerta de entrada rechinó y se abrió de par en par; pero la figura que la atravesó no era Self, sino el ermitaño que traía algunos maderos en sus brazos. Los depositó cerca del horno y miró a su alrededor como buscando algo.
-¿Aún no ha vuelto su compañero?
Los jóvenes prefirieron negar con la cabeza que usar sus palabras. El anciano se quedó pensando un poco y luego sugirió comer algo. Si Self no regresaba al cabo de haber terminado, lo irían a buscar en los alrededores. Tal vez le había pasado algo; la posibilidad de decidir abandonarlos y continuar solo era algo remota, ya que dejo ahí sus provisiones y armamento.
El ermitaño prendió el fuego nuevamente y luego de esperar unos minutos sirvió algo de guiso caliente. Los comensales comieron sin hablar ni mirarse. Sólo sus oídos estaban atentos , esperando oír rechinar la puerta con Self detrás; pero el tiempo pasó y sus platos se vaciaron sin que esto ocurriese. 
-Bueno, iré a recorrer un poco los alrededores –se adelantó a decir Alexfre 1mientras se levantaba de la mesa con presteza.
-Bien joven, os acompañare en la búsqueda –prosiguió el anciano.
Alexfre lo miró asintiendo y luego dirigió la vista a su hermana.
-Tu quédate por si regresa ¿Sí?
-Sí, aguardaré. Pero por favor no tardéis.
Los hombres dieron media vuelta y cruzaron la puerta de entrada. Ya afuera, el ermitaño tomó su caballo y le sugirió a Alexfre que se separaran en la búsqueda, para abarcar más terreno. El joven estuvo de acuerdo y ambos partieron en direcciones opuestas.
El sol aún continuaba elevándose en un cielo cubierto de nubes blanquecinas cuando salieron en la búsqueda; en la cual, por lo menos, pasarían toda la mañana.
Alexfre se dirigió a la base del monte, mientras que el ermitaño se dirigió en dirección al Teística. Ambos vieron pasar varias nubes sobre sus cabezas sin hallar pista. Alexfre, luego de caminar por bastante tiempo, comenzó a gritar su nombre entre los árboles pero ninguna vez recibió respuesta, hasta que la voz se le agotó y no pudo seguir haciéndolo. Las energías comenzaban a abandonarlo, al igual que la esperanza de encontrar a su compañero ¿Habría el ermitaño tenido mejor suerte? Dicha posibilidad era lo único que podía esperar. Continuó avanzando hasta que el sol se posó en su máxima altura. Ya casi había llegado a rodear la base del monte, no tenía sentido seguir; si estaba más lejos no lo podría hallar jamás.
Alexfre volvió desilusionado a la ermita. Si el anciano no lo encontraba tendrían que seguir sin Self; no podían  arriesgarse a perder el barco en Morelia.  Pero a pesar del poco tiempo que lo conocía, le debía mucho por salvar a su hermana; además veía en él al compañero que jamás tuvo en su difícil vida. Sin duda lo echaría de menos.
Tales pensamientos seguían rondándole la mente, mientras sin darse cuenta ya estaba de vuelta en la cabaña. Cruzó la puerta y vio a su hermana y al ermitaño junto a Self1 recostado en un montón de paja con el rostro mojado.
-¡Habéis aparecido! Jajaja –clamó Alexfre al verlo1 sin ocultar su contento.
-Sí, no sé qué me paso…. –dijo Self algo confuso.
-Estaba en dirección hacia el Teística; lo encontré tirado en la hierba inconsciente –dijo el ermitaño.
-Y nada como el agua para despabilar -dijo Efedra con una sonrisa–. Lo importante es que no haya pasado nada –terminó por decir.
-Pero hombre. ¿Qué os ha pasado? ¿Por qué salir en  medio de la noche? –cuestionó Alexfre, intrigado.
-No sé, la verdad  no sé… -respondió Self1 mientras su mente regresaba a Deremi, cuando también fue encontrado inconsciente… Creer que existía alguna relación entre ambos hechos lo perturbaba.
-¿Pero os acordáis de algo? –siguió Alexfre.
-No, pero debe ser por el cansancio… Sólo sé que salí a tomar aire fresco y caminar un poco –mintió, ocultando el recuerdo de aquellas dos llamas rojas que lo miraron fijamente. Prefirió no asustar a sus compañeros.
Su respuesta no conformó a nadie, pero no volvió a recibir una pregunta al respecto; todos coincidían que ya había quedado en el pasado. Lo importante era partir a Morelia aprovechando el resto del día.  Antes de partir, Self comió lo mismo que sus compañeros hace unas horas. Luego alistaron sus cosas y se prepararon para la partida.
Al despedirse del ermitaño, éste los sorprendió con una grata sorpresa.
-Tomen jóvenes, les presto mi yegua –dijo el viejo al traer de las correas al animal–. No podrán ir los tres juntos, pero por lo menos se pueden ir turnando para no cansarse en el viaje. Cuando lleguen a Morelia se la dejan al herrero; su nombre es Drestico. Me conoce desde hace mucho tiempo, sólo díganle que vienen de mi parte –se apresuró a decir antes de que los jóvenes hablasen. 
Los muchachos agradecieron con gusto la oferta y por todo lo que los había ayudado. Las palabras de agradecimiento son siempre las mismas, pero en sus rostros se reflejaba alegría y sinceridad1 dándole otro valor, cosa que el ermitaño notó conforme. 
Self y Efedra subieron primero al amarronado animal, al tiempo que Alexfre se puso a un costado para seguir la marcha a pie. Luego de un último saludo emprendieron su camino hacia el rió Teística para recorrer su orilla hasta Morelia.


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