domingo, 6 de marzo de 2011

1º Parte - Capítulo 9

-IX-

–Vamos chico, traed esos canastos al frente del almacén –refunfuñó el pequeño personaje que no sacaba la vista de su pobre ayudante–. ¡Rápido o te echo a patadas! –no dudó en aclarar.
            –Sí, señor, no tardaré –dijo el chico mientras arrastraba unas cajas con sus débiles brazos. Este tenía la misma estatura que su señor pero era mucho más delgado, ya que era un niño. El otro ya era todo un gnomo cascarrabias de unos cuantos años. 
            –¡Vamos, vamos! –No paraba de decir mientras agitaba las manos dentro de sus bolsillos–. Vamos que los comercios de enfrente ya han abierto y me robarán todos los clientes. Ese mequetrefe de Rufius se cree muy listo abriendo su tienda antes… –terminó murmurando.
            El gnomo parecía estar bastante molesto. A pesar de ser bastante temprano, su cara ya estaba roja e hinchada como la de un gnomo luego de todo un día de trabajo.  Este vestía con una lujosa túnica corta, de la cual colgaban arambeles de oro como adorno. Su tez rosada contrastaba con sus gruesos bigotes negros. Los cuales ocultaban la salida de los constantes insultos que lanzaba contra su ayudante: un niño huérfano que no debía superar los doce años de edad.
             La rústica habitación en la que se encontraban aquellas personas no era más que un almacén fabricado en madera, con piso de tierra, y ocupado hasta el abarrotamiento de cajas desordenadas de diferentes tamaños. Una pequeña escalera llevaba a un piso superior, probablemente la casa del gnomo, mientras que la única puerta visible daba al exterior. En fin, era un comercio común de aquella ciudad.
            El sudor comenzó a rodar por las redondas mejillas del gnomo al ver que el chico tardaba más de lo que él mismo hubiese tardado. El pequeño pañuelo a lunares no tardó en aparecer secando el brillo de su frente.
            –¡No te pagaré ni un céntimo! Estás tardando lo suficiente como para que no te pague nada –lanzó el gnomo sin fingir su irritación.
            –No, señor, por favor… –dijo el chico sin continuar la frase, al mismo tiempo que terminaba de ubicar las ultimas cajas sobre la callejuela. Sólo faltaba colocar la mercadería sobre ellas y la tienda estaría lista para vender.
            <<Maldición, ya tiene gente comprándole –dijo por dentro el gnomo, mostrando sus dientes apretados>>.
Salir a la calle y ver la ventaja de su adversario comercial no le habia gustado nada. Sus mejillas pasaron de rosas a rojo tomate, mientras terminaba de ubicar la mercadería sobre las cajas él mismo. Ya estaba totalmente imbuido en su rutinaria pelea diaria de gnomo contra gnomo, a ver quién vende más.
            El chico sólo se quedó mirando a un costado a su patrón apilando objetos de aquí para allá nerviosamente, dudando de ofrecerle su ayuda por temor a ser golpeado o despedido. Cuando se ponía así era mejor ni acercársele.
            –¡Pasen, pasen y vean! –comenzó a gritar el gnomo, dando a entender el comienzo de un nuevo día de arduas ventas– ¡Pasen al bazar de Tesquito, el mejor bazar de todos! –haciendo ademán con las manos a su mesa de ventas. 
            Era demasiado temprano como para que sus gritos atrajesen clientes más de lo que conseguía molestando a los que todavía seguían durmiendo. Los que estaban en la calle a esas horas del alba sólo eran aquellos ancianos insoportables, que sólo van de compras por la mañana, porque odian al tumulto que se forma en las callejuelas pocas horas después de salido el sol. Y a la vez, estos ya estaban ocupados eligiendo en otras tiendas.
            Pasaron los minutos y el gnomo se cansó de gritar. Sus últimos alaridos despedían más saliva que sonido y las oraciones que armaba no eran demasiado coherentes. Además sufría la irritación extra de su vecino de enfrente, que lo miraba con una sonrisa jactándose de que hizo dos ventas y él todavía ninguna.  Y así eran todas las mañanas. Ahora uno entiende por qué los gnomos no llegan a muy viejos…
            La niebla todavía reinaba sobre las calles de Truma, expandiéndose sobre cada rincón. Su bruma espesa parecía no mostrar signos de disiparse. Es por eso que ambos comerciantes no vieron llegar a la figura que de pronto salió de ella, cubierta en su totalidad por ropas de cuero  marrones y una capa con la cual también su cubría la cabeza. Con la vista baja se fue acercando hasta las tiendas sin mirar a ninguna. Los gritos de ambos comerciantes no tardaron en aparecer, ahora no sólo para ganarle el uno al otro, sino para ganarle también a las otras tiendas que estaban abriendo sus puertas. Al final del día, los regordetes comerciantes gnomos de aquella cuadra  iban a la taberna a echarse en cara quién tuvo más clientes que el otro. Así todos los días.
            El caminante terminó por dirigirse al bazar del regordete de bigotes negros, quién respiró hondo y al exhalar, también mostró una falsa sonrisa de comerciante para recibir a su primer cliente del día, ya enfrente suyo.
            –Bienvenido viajero, siéntase libre de seleccionar cualquier artículo. Tenemos de todo. Todos los artículos que un viajero pueda necesitar –dijo el bigotón con tono firme y sereno uno de sus  oraciones de venta más comunes, ya que la mayoría de los clientes eran extranjeros y venían de muy lejos a la ciudad comercial. Mientras el hombre miraba sobre la mesa de artículos, el gnomo miraba con el rabillo del ojo las expresiones de disgusto de su vecino de enfrente.
            El hombre miró por arriba, aunque sin mostrar ningún interés. Luego se volvió hacia el gnomo y se corrió la capucha de la capa hacia atrás.
            –¿Alguna vez me ha visto por estos lugares? Porque creo que ya lo he visto en otro lugar aunque no estoy seguro. Mi nombre es Self, tal vez le ayude a recordar –dijo el sujeto.
            –No, no que yo recuerde. Además siempre he estado en esta ciudad, hace más de veinte años que estoy aquí, y nunca os he visto –atisbó el gnomo algo decepcionado por la consulta de su “cliente”.
            El joven volvió a ocultar su cabellera desordenada bajo su capa y dio unos pasos hacia fuera.
            –Disculpad la molestia– dijo como ultimo mientras sus pies ya estaban nuevamente en la calle.
            –¿¡Oiga, va a comparar o no!? –reaccionó abruptamente el gnomo al ver que se le escapaba su primer venta. Pero el hombre no contestó, ya estaba lo suficientemente lejos como para evitar la pregunta.
            El gnomo apretó los dientes enojado y volvió a meterse en su almacén. En cuanto pasó por al lado de su  ayudante le dio una patada, simplemente por mirarlo inocuo.
            –Aaaah… –lanzo el pobre chico.
            –Sal de mi camino, ¿no ves que estoy enojado? –se excuso el gnomo mientras miraba de reojo las carcajadas de su vecino de enfrente, al mismo tiempo que trataba de agarrarse la barriga para contenerlas.

<<Ya paso más de una semana y esa es la única respuesta que he recibido –suspiró–. Evidentemente no me sirve seguir aquí>>.
Siguió adentrándose en la niebla algo tristesino, no solo por no encontrar ningún tipo de información valiosa, sino que también las imágenes sobre su estadía en Deremi lo deprimían, recordándole su constante cuestionamiento sobre si lo que estaba haciendo fue la mejor opción. Las constantes negativas simplemente lo acercan más a una respuesta que a la otra. Por eso hacía rato que la sonrisa no se asomaba por su rostro, ensombrecido por constante melancolía.  Simplemente no podía regresar.
            Self también era como los ancianos que salían de compra por las mañanas. El también detestaba el alboroto de aquella ciudad. El primer día que rondó en sus calles le quedo muy claro por qué el anciano que lo había alcanzado hasta allí odiaba tanto a los gnomos. Su afán comercial era verdaderamente detestable. Ya suficiente tenía que lidiar con ellos por la mañana cuando los comercios abiertos eran pocos, puesto que al mediodía eran más ellos que los clientes. Cubrían todos los rubros, se los veía por doquier. Por lo menos el tendero de la taberna no le caía tan mal… Por suerte, ya que lo tenía que ver por lo menos dos veces al día, al ir a dormir o al salir, al levantarse.
            Y así eran sus días en Truma desde que había llegado. De aquí para allá preguntando por su nombre. Sólo el primer día de estadía ni siquiera se llego a levantar de la cama. El cansancio que arrastró desde Covino lo dejo durmiendo por más de un día entero, sin contar el dolor de su hombro. Sin dinero ni ocupación formal, Self dormía en una de las habitaciones de la primer taberna que conoció, a cambio de mantener ordenado y limpio el lugar al cerrar, listo para el día siguiente. Pareciese una tarea sencilla, pero nadie puede imaginar cómo aquellos desgraciados dejaban el lugar cuando lo abandonaban a plena madrugada, para volver a la caída del sol del día siguiente.  Pero esos días habían llegado a su fin. Seguir en Truma ya no tenía sentido. Estaba claro que no pertenecía ahí; nunca lo hizo. Lo mejor era seguir hacia Herdenia, solo tenía que pensar cuál era el mejor camino. Si por tierra o por mar. La primer opción era más económica. Sólo necesitaba de un caballo, que si no lo llegaba a conseguir con dinero, se podía tomar prestado… En cambio, el agua ya requería de un barco y no tenía el dinero para ello…
            Continuó caminando por las estrechas callejuelas, sin poder ver mucho más allá de sus narices. La espesa niebla parecía no desaparecer con el pasar de las horas de la mañana.  Fantasmagóricamente una figura surgió de una encrucijada y paso delante de él a toda velocidad, tomando de su cinto su bolsa de cuero. Inmediatamente desapareció en la niebla.  Self, aturdido, no pensó más que en seguirlo a ciegas entre los callejones sinuosos.
            –¡¡Hey!!! ¡¡¡Volved maldito bastardo; devolvedme mi dinero!!! –escupió el hombre mientras corría a grandes zancadas por las calles de Truma, esquivando como podía toda la porquería que había a los lados. 
Sabía que en esa bolsa no había más que un par de monedas de bronce que apenas hubiesen alcanzado para tomar algo en la taberna. Pero eso no le importaba; quería atrapar al miserable. De cierta forma sentía bronca por el hecho, pero por sobre todo, una gran adrenalina que lo impulsaba detrás del truhán. Casi como si disfrutara de ello. La agilidad que despedía en cada movimiento parecía no alcanzar para dar con el ladrón. Hacía suficiente tiempo que este debió escabullirse en algún refugio. Luego de unos minutos se dio cuenta que ya no tenía sentido seguir corriendo, desaceleró la marcha hasta detenerse contra un mural y tomar aire.
–maldito… –murmuró entre dientes mientras jadeaba con fuerza.
Permaneció un rato apoyando las manos sobre sus rodillas y la vista baja. No pudo evitar sentirse desdichado al unir todos sus pesares desde que entro en esa ciudad. De repente levantó la vista y se percató de que la niebla había descendido notablemente. ¿Tanto tiempo se había quedado apostado contra el muro? Simplemente no le importó y se reincorporó de un envión sobre sus piernas, para volver a la taberna. Ya había tenido suficiente en su corto viaje de mañana.  Además, ya se acercaba el mediodía y un buen filete acompañado de una copa de vino le comenzaron a tentar el estomago. El problema ahora sería pagarlo… 
Por suerte tenía más monedas guardadas en su habitación, aunque no muchas, pero alcanzarían.  Sino ya sería tiempo de volver a ayudar a mover algunos trastos a los comerciantes de la zona, que solían pagar en efectivo. Aunque eran bastante avaros a la hora de meter la mano en el bolsillo y solían gritarte al oído como si nada fuese.  La sola idea de volver a aguantar a tales sujetos le quitaba el apetito.
Los minutos pasaron y continuaba deambulando por Truma, mientras el sol comenzaba a meterse entre los recovecos de las casas y almacenes, iluminando sus calles y lo que había en ellas. Ahí otra razón para no salir después del mediodía. La luz del sol hacía que los desechos y excrementos esparcidos por todos lados oliesen peor de lo que de por sí ya lo hacían. Self abandonó las callejuelas para entrar en la calle principal de la ciudad; una de las pocas adoquinadas. La gente que transitaba sobre ella ya era suficiente como para molestarlo; sobre todo porque la gente de ciudad le era increíblemente rara, ninguno se miraba ni se saludaba. Eran sólo decenas de rostros apagados y sin vida que miran sólo a sus pies. Caminando hacia un lado o hacia el otro sin destino aparente, como si caminaran por simple inercia. Por suerte sólo eran pasos los que lo separaban de la taberna y su almuerzo, ya se podía leer a lo lejos “el ogro embriagado” sobre la madera tallada de la taberna.

Ya era de día nuevamente. La dura cama de madera y paja hacía que Self siempre se despertara relativamente temprano; aunque no se levantaba inmediatamente. Le gustaba pensar un poco sobre un sinfín de cosas antes de hacerlo. Aunque a decir verdad, esa mañana no podía dejar de pensar en el robo que sufrió el día de ayer. 
Recostado sobre sus manos entrelazadas, se quedó perplejo mirando el techo un par de minutos, hasta que de repente un sonido poco común fuera de la taberna le llamo la atención; a tal punto que se levanto de un salto y se asomo por la ventana sin cristales que se encontraba enfrente de su cama. Rápidamente se dio cuenta que el rítmico sonido pertenecía al cascabeleo de la reluciente armadura del caballero que acababa de pasar liderando un grupo de ocho soldados a caballo, ataviados todos ellos con el blasón real de Gore sobre sus túnicas. El caballero era el único que portaba brigantina y su caballo el único que tenia gualdrapa. Lo más probable es que sea capitán; no podía ser menos alguien con esa presencia.  Sacando aún más la cabeza por la ventana, vio como el grupo se alejaba hacia la plaza central. Aunque le sorprendió la reacción de los ciudadanos ante tal acontecer. La mayoría miraba a un costado y unos pocos se animaban a acercarse, pero no con alabanzas ni buenos augurios; todo lo contrario. Se acercaban para despreciar su visita y sus noticias. Los gritos de repudio no tardaron en llegar a sus oídos. Y bastaron un par de ellos para que los indecisos también se animaran a participar del abucheo. ¿A qué se debe tal rencor? ¿Qué noticias son las que trae aquel capitán? Preguntas que circundaron sin cesar el pensamiento del muchacho, que al no poder alcanzar más que con la vista al grupo de militares, decidió entrar la cabeza y averiguar en la taberna qué era lo que estaba pasando allí. Rápidamente se vistió con sus pantalones de cuero y luego de calzarse las botas, acomodó desprolijamente  los sobrantes de su camisola antes de salir de su habitación.
Marco, el gnomo dueño de aquella taberna, ya se encontraba parloteando con otros dos individuos apostados en la puerta, los cuales probablemente acababan de ver el pequeño espectáculo al igual que él.
–Ha, Self, ya te habéis levantado. Me parece muy bien… Ven, ayudadme a acomodar unos barriles en la bodega –dijo directamente Marco, haciendo caso omiso a lo sucedido en la puerta de su negocio.
–Sí, ahí voy –le respondió mientras bajaba por una angosta escalera de madera hacia la planta baja, donde se encontraba el salón principal de la taberna.
Mientras Self se acercaba a Marco, los otros dos individuos siguieron hablando entre ellos muy airadamente.
–Dime Marco…
–¿Si?
–¿Quién es ese caballero de Gore que acaba de pasar por aquí?
–Probablemente busque reclutar novatos; no le hagas caso, ya se irá –dijo Marco sin mirarlo a los ojos mientras acomodaba algunos objetos sobre la barra.
–Veo, pero lo que no me queda claro es por qué la gente lo repudia… –cuestionó inmediatamente.
–¿Es que no entiendes? Reclutar gente significa que debe haber problemas. En otras palabras la gente le tiene miedo a la guerra y todo lo que ella trae. Ver a alguien reclutando soldados, trae a la mente la idea de que una guerra se aproxima… –dijo Marco balanceando su cabeza a modo de desaprobación–. Son malos augurios chico, es eso. Por eso la gente no lo quiere aquí ni nunca lo hará.
–Habláis como si ya hubiese venido el mismo capitán.
–Sí... –Marco hizo una pequeña pausa y prosiguió–. Su nombre es Redenor, ya un veterano entre las filas de Gore. Vino aquí hace siete años; tres meses antes de que estallase la guerra de sucesión. ¿Sabéis de lo que estoy hablando no? –miró con sospecha la cara inexpresiva del muchacho.
–Sí, vagamente, era chico y no le prestaba atención a esas cosas… –atinó a decir el joven, eludiendo su completa ignorancia sobre las palabras del gnomo.
–Vino prometiendo un futuro glorioso a los jóvenes, tal como ahora; nada más que antes la gente lo escuchó con atención y entusiasmo ¿Quién no iba a querer ser de la orden de Deriven? La cuestión es que ese mismo día partieron de aquí la mayoría de los hijos de los hombres (los gnomos no peleamos) –se apresuró a aclarar–,  pero pocos llegaron a terminar la academia. La mayoría tuvo que ir al frente de batalla al estallar repentinamente la susodicha guerra. Muchos murieron en ese entonces… Un verdadero desastre que prefiero no seguir recordando –Marco volvió a hacer una pausa para tomar aire mientras Self lo miraba atento–. Desde entonces la mayora de las familias que perdieron a sus hijos en la guerra abandonaron la ciudad para recluirse en el campo, acompañadas solo por el dolor y la soledad. Es por eso que hoy no es nada extraño la reacción de la gente. La presencia de Redenor es sinónimo de muerte para muchos. Ya sé que lo que aconteció hace siete años fue casualidad, pero eso no va a cambiar la mentalidad de esta ciudad. La memoria es fuerte así que creo que nunca cambiará. La verdad no creí que volviese a esta ciudad, pero bueno, deben ser sus órdenes…
            Self no respondió. No estaba muy seguro de qué decirle al gnomo de gruesas patillas y dientes amarillentos.
            –¿Bueno, te vas a quedar ahí parado haciendo preguntas? Vamos a la bodega, necesito de tu ayuda –exclamó el gnomo alterando el tema a sus intereses.
            Self asintió con la cabeza mientras seguía pensando en el capitán de Gore. 
            Mientras ayudaba a Marco, el grupo de soldados de Gore empapeló cada puerta de la ciudad con el comunicado oficial que vinieron a dar y por ultimo su capitán dijo unas palabras en voz alta en la plaza central, que pocos aceptaron escuchar.  Luego se dispusieron a abandonar la ciudad rodeados de las mismas palabras de repudio que los recibieron hace unas horas. Inmediatamente los ciudadanos volvieron a sus quehaceres normales sin ni siquiera leer los comunicados estampados en sus puertas; la mayoría directamente los arrancó y luego de estrujarlos un poco los arrojo a los desechos.
            Tiempo después, Self salió de la taberna y tomó uno de aquellos papeles del suelo y se lo puso a leer en voz baja:

            “Habitantes del  reino de Gore. Herdenia, la capital de su amado y glorioso reino, solicita voluntarios para ingresar a la prestigiosa academia de Khirkia como cadetes. Para que en un futuro poder llegar a consagrarse como caballeros de la gloriosa orden de Deriven, protectores de la paz y la justicia del reino de Gore.
            Los valerosos interesados, favor de dirigirse con presteza a la ciudad portuaria de Morelia, al oeste de aquí. Con el fin de partir hacia Khirkia, lugar donde recibiríais vuestro entrenamiento como reclutas.”

            El texto era corto pero conciso; los interesados debían partir a Morelia lo antes posible. Self se quedó mirando el papel unos minutos más, aunque sin leerlo; simplemente pensando en ello.
Lo que le había dicho Marco le revoloteaba en la cabeza, aunque también reconocía que el texto era bastante prometedor; no sólo por el hecho de ser parte de la “orden”, lo que ha Self lo tenía sin cuidado, ya que simplemente no la conocía; sino más bien por el camino que presentaba.
Una leve sonrisa se dibujó en su boca al cruzársele el pensamiento de que tal vez ya era un miembro de aquella orden. La posibilidad de ir a Morelia no le disgustaba.  Siendo un viaje auspiciado por el reino, no tendría problemas para cruzar los pasajes ni puestos vigilados. Además seguía siendo uno de los caminos más directos hacia Herdenia, que por cierto no le saldría nada en absoluto. Todo el viaje sería sin cargo, algo que le atraía bastante, pues no contaba con los recursos para hacer ese viaje solo… Además, permanecer más tiempo en Truma carecía totalmente de sentido. Dicho comunicado parecía indicar el momento propicio para la partida. Sólo se tenía que preparar para ello.
            Permaneció con el papel en mano hasta que una presencia lo saco de sus pensamientos y su innata curiosead humana le obligó a ver de quién se trataba. Otro joven como él se encontraba leyendo a unos metros uno de los pocos comunicados que no fue arrancado de las puertas. Su interés parecía ser muy alto ya que no le quitaba la vista; lo suyo era más que curiosidad o lectura para después repudiar.  Su cabellera era negra como la noche sin luna y desprolija como la suya, aunque más corta. Algo le decía que ya conocía a esa persona, por lo que lo siguió mirando esperando que se de vuelta para ver de lleno su rostro y quitarse las dudas.
            La espera fue corta; el otro muchacho también se percató de la presencia de Self y se dio vuelta para mirar. El muchacho de oscuros cabellos resultó tener un rostro aguileño bien marcado; en el cual su mirada de ojos azules resaltaba con particularidad, aunque su color de ojos era ligeramente más claro que los de Self. Inesperadamente la mirada del muchacho mostró sorpresa en su interior y un instante después echo a correr en dirección contraria a Self.
            <<¡Claro, es él!>>
Caviló mientras comenzó a correr detrás de él, casi como por inercia. Inmediatamente recordó que le parecía conocerlo porque justamente lo había asaltado el día anterior. Lo único que recordaba de él era su oscura melena, pero la sorpresa que mostró su mirada basto para delatarse. Ahora no podía perder, lo tenía que atrapar.
            Sin perder tiempo el joven perseguido comenzó a meterse en cada encrucijada que veía, con el fin de marear a su perseguidor entre las calles sinuosas.  Aprovechando su escasa ventaja, comenzó a  arrojar y dispersar todo tipo de objetos que encontrase en su camino, pero nada conseguía al hacerlo. Self esquivaba todos sus obstáculos con increíble agilidad, sin perder velocidad en ello.  Ambos llevaban ropas ligeras de cuero, así que su velocidad era bastante alta. Pero a cada segundo Self parecía ganar terreno. Ahora no había ninguna niebla que le impidiera quitarle los ojos de encima a su “presa”.
            La persecución siguió en silencio, sin que ninguno pareciese agotarse. Self sabía que ganas de gritarle algún insulto no le faltaban, pero prefirió mantener el aliento dentro de su cuerpo para no perder fuerzas. El joven de melena negra de repente giro hacia el lado más comercial de la ciudad, cerca del puerto. Evidentemente entendió que Self no se perdería entre las callejuelas e intentaría escabullírsele entre la gentuza. 
            La gente pululaba en el medio de la calle central, observando decenas y decenas de comercios de todo tipo; aunque por su cercanía al puerto, la mayoría ofrecía infinidad de variedades de pescado fresco. El joven perseguido mostró una destreza increíble al moverse entre la gente; pasaba entre ellos como si estos solo fuesen manchas o sombras proyectadas. Coordinando todos sus movimientos, Self evitó atropellar a nadie; pero no tenía la habilidad del hombre al que seguía. No tardó en empezar a perder el poco terreno que había ganado hasta entonces. Los metros se sumaban y apenas podía seguir sus movimientos entre la multitud. De repente paso lo inesperado. El joven fugitivo volvió a aprovechar su ventaja y empujó una de las mesas de los comerciantes, haciéndola caer sobre la calle. Decenas de artículos y alimentos rodaron por el suelo mientras la gente miraba sorprendida el hecho. 
            –¡Maldito mal nacido! ¡Volved miserable! –comenzó a gritar el dueño del comercio.
Self escucho su voz fuerte y clara pero lo que no esperó fue que su cuerpo se interpusiese en su camino agitando el brazo desesperadamente. Buscó esquivarlo con un giro veloz, pero al hacerlo solo consiguió resbalar con los objetos dispersados en el suelo. Tal fue el  resbalón que termino a dar contra dos personas más que se encontraban observando curiosamente, cayendo todos de bruces al suelo.
–¡Que hacéis entupido! No piséis la mercadería –dijo el comerciante enfadado mientras se agachaba a recoger todo lo que podía entre sus manos.
Este pareció olvidarse rápido del joven de melena negra que le había tirado todo al suelo; simplemente porque ya no tenía sentido gritarle a alguien que probablemente ya no esté lo suficientemente cerca como para escuchar, pero sobre todo porque ahora la prioridad era recuperar todo lo que se había caído lo más rápido posible. Los ojos de las personas allí paradas comenzaban a parecerse a la mirada de los buitres en el desierto, queriéndose aprovechar del escándalo sucedido.
–¡No me ayuden, yo puedo solo! –gritaba el comerciante, sin poder evitar ver como más de uno se agachó levantando algo suyo para luego desaparecer entre la multitud– ¡No toquéis nada, yo levantaré todo solo! –continuaba diciendo el gnomo.
            Self, aún en el suelo, comenzó a sentir como la cabeza le latía, e inmediatamente se llevó las manos a la frente para ver si apretándose las sienes podía apaciguar el dolor. Sin más se levantó del suelo algo mareado, mientras las otras dos personas que habían caído con él hacían lo mismo, mirándolo enfadadamente. Hizo caso omiso a sus miradas de rencor y luego de observar rápidamente todo aquel alboroto, siguió adelante esperando dar con el bandido. Los muelles de la ciudad estaban cerca y la calle principal en la que se encontraba terminaba en ellos sin ninguna encrucijada que la corte antes, así que muy lejos no pudo haber ido.
Al llegar a los muelles miró entre las bodegas y almacenes que había a su alrededor esperando verlo, pero nada. Sólo cajas y cajas cubrían su vista. ¿Otra vez se le había escapado? La inmensidad del puerto y la infinidad de bodegas, almacenes, barcos y cajas por doquier desilusionaron a Self, al ver la cantidad de escondrijos que pudo haber utilizado el bandido para escabullirse de sus manos nuevamente. Todo parecía perdido hasta que, alzando la vista hacia la izquierda, vio como una puerta entreabierta de una bodega se azotaba por sí sola, gracias al viento constante de la costa. ¿Se habría escondido allí? Sólo yendo a comprobarlo se quitaría las dudas.
Caminó cautelosamente entre los maderos del muelle, sin distraerse con la vista excepcional que otorgaba el brillo del sol, tintineante como la plata sobre el agua calma que se extendía sobre todo el horizonte alcanzable por su vista. Brillo que sólo se veía cortado por los barcos pesqueros, de infinidad de tamaños y colores, que se encontraban amarrados allí sin apenas moverse con el flujo de la marea; hasta parecían caricias a sus cascos. Estos eran cuidados y preparados por hombres de mar, que pasaban la mayor parte del día cantando canciones y acomodando redes de pesca para la próxima partida. Imbuidos en sus tareas, los pocos marineros que se encontraban deambulando en el muelle no le prestaron mucha atención al muchacho, que seguía hacia susodicha bodega a paso veloz.
En poco tiempo llegó a la puerta abierta. El ruido que hacía al chocar contra su propio marco de madera era fuerte y constante. Miró hacia los costados por si era observado; ese era el peor momento para recibir miradas ajenas; pero al ver que no lo era, se metió velozmente dentro de la bodega.
El sonido de gaviotas se apagó, al igual que la luz de plata que otorgaba el brillo del sol sobre el mar. Solo una grácil luz rompía con la oscuridad total. Avanzó lentamente mientras sus ojos se acostumbraban a las sombras; por lo menos el sonido de la puerta al golpear lo mantenía constantemente orientado. Segundos después, las formas oscuras que divisaba cobraron sentido; viendo gran variedad de trastos de todos los tipos y formas, aunque siempre las cajas y barriles eran mayores en cantidad. Repentinamente, un brusco sonido alteró sus sentidos. Sin más paralizó sus movimientos y dirigió la vista hacia donde creyó que provenía. Caminó hacia allí, sosteniendo con firmeza el puñal que acababa de sacar de su cinto. Él sabía que no quería usarlo, pero la situación podía volverse muy peligrosa y no podía arriesgarse. Claro, también podía pegar la vuelta y retirarse, pero no lo hizo. Continuó avanzando tan sigilosamente como una sombra desplazándose en un día de atardecer. 
A pesar de que no hacía calor allí, las gotas de sudor comenzaron a aparecer por arriba de sus cejas, provocándole cierta molestia; sus manos también comenzaron a volverse resbalosas. Aferró el puñal en su mano derecha y con la otra empujo un barril que, al estar vació, cayó al suelo haciendo bastante ruido. Nada, no había nada ahí detrás. Lo único que consiguió fue agitar su respiración más de lo normal, pero nada más. Probablemente el ruido haya sido fruto de unas ratas hurgando por comida, que vaya a saber uno donde se encontrarían en ese momento. ¡Un momento! Una de las maderas que cubría el muro estaba descolocada y se veía como sobresalía del resto. Self, tensionado nuevamente, tomo dicha madera y jalo un poco. No hizo falta hacer mucho esfuerzo para que ésta se saliese por completo del muro.
Se quejó levemente y lanzó a un costado la madera, para luego mirarse la mano en la que la tenía. Una astilla le jugó una mala pasada.  Miró con atención el muro desnudo, pero no pudo verlo realmente; ante sus ojos sólo había un gran espacio negro. ¿Tan oscuro estaba que ni siquiera podía ver la piedra delante suyo? Sospechó de ello inmediatamente y colocó la mano para sentir el muro. Vaya sorpresa cuando su mano se hundió en el aire. La oscuridad que veía era sólo eso, un hueco. Suficientemente grande como para que una persona quepa dentro; o por lo menos una persona de mediana contextura. ¿Estaría ahí adentro el bandido? Comenzó a cavilar sobre que hacer…
El hueco parecía convertirse en un profundo pasadizo que giraba a su derecha, como siguiendo el muro; el cual estaba lo suficientemente oscuro como para no ver su destino. Luego de titubear unos segundos apostó sus manos en el hueco, analizando con claridad sus dimensiones. Tras comprobar efectivamente que cabía en él, comenzó a introducirse agachando su cabeza con cuidado. Arrastrándose sobre sus antebrazos, avanzó lentamente por aquel pasadizo de tierra que parecía recorrer en línea recta el muro por su interior. Sorprendentemente comenzó a sentir olor a comida cocida, ¿estofado tal vez? Sin estar muy seguro de ello, continuó avanzando hasta llegar al otro extremo. Una luz, una débil luz; probablemente de una vela; se asomaba desde uno de los laterales del muro.
La  habitación a la que daba aquel pasadizo estaba en frente suyo, y si, una pequeña vela se veía a lo lejos sobre un barril; de luz tan tenue que no iluminaba más allá del recipiente que la sostenía.  Primero sólo sacó su cabeza para mirar a  los costados, pero nada veían sus ojos, por más esfuerzo que hiciese en ello. Apretó sus dientes, al igual que el puñal en su mano, y salió a dicha habitación a ver con qué se encontraba.
En cuanto estuvo del otro lado, se incorporó inmediatamente y tensó sus sentidos y músculos. No dio ni un paso; sólo observó nuevamente a su alrededor. Luego de unos segundos comenzó a acercarse a la vela encendida, para tomarla y poder ver más allá de su nariz. Pero en el primer paso que dio sintió como la madera comenzaba a rechinar fuertemente; pero no por sus pies, sino por alguien que se le abalanzaba encima suyo como una avalancha negra. Self solo pudo girar su cabeza, pero su cuerpo no pudo hacer nada más ante la sombra sólida que lo acababa de tirar al suelo. Era el bandido al que buscaba, estaba seguro de eso. Pero ese no era el momento para conjeturas. Self ya se encontraba en el suelo, forcejeando el poder de su puñal, el cual no podía usar en absoluto; sólo podía intentar no perderlo en las manos de su enemigo, aferrándose a él con todas sus fuerzas.
Los quejidos y gemidos del forcejeo era lo único que se escuchaba en aquella habitación. Ambos comenzaron a dar vueltas en el suelo por todo el lugar sin dejar un segundo de descuidar sus movimientos. Dándose rodillazos en los muslos y codazos en el torso en cuanto tenían la oportunidad. Giraron y giraron forcejeando hasta comenzar a dar con los barriles colocados sobre el pie de los muros. La mayoría estaban repletos y muy pesados, por lo que no se cayeron encima de ellos, pero más de uno significo un fuerte golpe en la espalda o en algún lugar de sus cuerpos.
Repentinamente, el bandido comenzó a golpear a Self en la cara con su mano libre, mientras con la otra intentaba quitarle el puñal. Self recibió duramente aquellos golpes, sorprendiéndose de la fuerza con que eran despedidos. Sin poder defenderse, tanto por la sorpresa de estos como por no tener las manos libres. Tenía ambas sobre el puñal, no podía perderlo. Pese a ello reaccionó bastante bien usando su codo derecho para golpearlo en el rostro como represalia, sin tener que soltar su arma. Antes que su enemigo pueda responder disparando nuevos golpes, Self le asestó un fuerte cabezazo que lo hizo tambalear, aunque no lo suficiente para sacárselo de encima o de su puñal.
Ninguno pronunció ninguna blasfemia, insulto o pidió piedad. Ambos sólo peleaban como brutos sin lengua, dando quejidos de sordo en cada golpe o giro. De pronto, el bandido utilizó su antebrazo para estrangularlo, aprovechando la ventajosa ubicación de estar arriba suyo. Self no pudo resistir la presión sobre su cuello y usó una de sus manos para responderle a su atacante, apretándole el pescuezo con todas sus fuerzas. La presión era pareja; en esa situación ambos morirían acogotados el uno al otro, por lo que prácticamente al mismo tiempo los dos soltaron el puñal y usaron sus manos libres para intentar separar  la presión de sus cuellos. El cuchillo quedó olvidado a un costado, mientras ellos  luchaban por su vida con las manos desnudas. Ambos estaban de frente, pero no se podían medir con la mirada; el aliento mutuo era lo único que cada uno sentía del otro en la plena oscuridad.
Luego de unos instantes, Self aprovechó un hueco en la defensa de su contrincante y le asesto un fuerte rodillazo que bastó para obligarlo a cambiar de posición. Ahora, sin soltarse, Self estaba arriba del bandido, el cual, al ver que la fuerza de su antebrazo ya no alcanzaba a Self, lo extendió con todas sus fuerzas para golpearlo con el revés de su puño. Su cabeza giro noventa grados y su boca escupió sangre, pero no fue suficiente como para que Self aflojara. No sólo eso; al verse libre, ubico la mano que hasta hace un momento solo quería separar su cuello del antebrazo de su enemigo, al lado de la otra, presionando con aún más fuerza sobre el pescuezo del bandido. Este comenzaba a perder sus fuerzas, sin poder hacer más con sus manos que agitarlas sin sentido cerca del rostro de Self, pero sin poder asestarle ningún golpe concreto.
–¡Basta! –gritó una voz femenina. Lo último que escuchó Self antes de sentir cómo una botella se rompía sobre su cabeza.    

El dolor que sentía sobre su nuca era como si una roca estuviese haciendo de compresa sobre su cabeza. Self sólo estaba lo suficientemente lúcido para sentir dolor; pero nada más. Aún no tenía las fuerzas ni siquiera para entre abrir sus párpados o coordinar el movimiento de sus miembros. El ardor de su cabeza no le permitía pensar ni recordar lo sucedido; solo sentir dolor.
Pronto comenzó a darse cuenta que su cuero cabelludo se humedecía con rapidez… Probablemente el golpe lo haya dejado sangrando. o tal vez sólo era el líquido que tenía la botella antes de romperse sobre él. No lo podía saber; no tenía la suficiente lucidez…
Unos segundos después comenzó a escuchar sonidos, que con el tiempo descifró como voces. Primero parecían lejanas e inentendibles, pero con el pasar de los segundos su significado se fue aclarando y su aparente distancia acortando.
–¡No, no podemos hacer eso! –dijo la voz femenina con cierta exaltación y con la voz algo entrecortada–. ¿Estáis loco o qué?
–¿Entonces qué? –continuó la voz masculina–. Maldición, me ha reconocido y además ha descubierto nuestro hogar. No lo podemos dejar irse así nomás.
–¿Y matarlo te parece una buena solución? –cuestionó la chica, comenzando a sollozar.
El joven recibió su comentario con una mirada pasiva e inexpresiva.
–Efedra… Intentó matarme. Lo visteis con vuestros ojos.
–Vos a él también, no os olvidéis de ello. Lo atacasteis primero en la oscuridad –bramó la mujer ya con lagrimas corriendo por sus mejillas–. ¡Por favor hermano, no lo hagáis. No cometáis esa atrocidad!
–¡Pero yo no traía un puñal en la mano! –dijo el joven alterado mientras se escuchaban sus pasos ir de a un lado al otro.
–Hermano… Sabéis que sólo tenía intención de defenderse ante lo que pudiese suceder. Vos también lo hubieses hecho –dijo casi imperceptiblemente, como si a su voz le costara pasar el nudo de su garganta.
–Está bien –hizo una pausa y siguió–. Pero lo que no entiendo es por qué quiso llegar tan lejos. Sólo le quite una bolsa de cuero que, a desgracia de ambos, no había prácticamente nada en ella.
Self comenzó a entre abrir sus ojos lentamente, como si de un gran esfuerzo se tratase. Primero sólo veía manchas borrosas y oscuras; pero al poco tiempo de parpadear una y otra vez, pudo volver a distinguir la luz de la vela y a los dos sujetos que hablaban en aquella habitación, aunque no podía coordinar el significado de sus palabras. El dolor de su cabeza no lo dejaba razonar correctamente. Lo que su vista sí pudo apreciar, era que efectivamente el joven era el bandido al que vino a buscar. Ahora lo tenía frente a la luz y pudo distinguir con mayor claridad su rostro. Estaba acompañado de una mujer; pero no estaba en condiciones de distinguir correctamente sus facciones.
–¿Por qué no se lo preguntáis vos mismo? –exclamó la mujer al señalar alterada el cuerpo del joven tirado en el suelo, que ahora entre abría sus ojos y se movía débilmente; mientras que, con el reverso de su otra mano, se secaba las lágrimas algo más tranquila. En el fondo, nunca dudaría de la bondad de su hermano; más allá del nerviosismo de tal situación.
El joven tomó a Self por los brazos y lo sentó contra un barril y éste se arrodilló a su lado.
–Eh, despertad –dijo enfrente de su rostro, chasqueando los dedos al mismo tiempo; pero Self parecía a duras penas poder mantener su cabeza en el centro del eje de su cuello para no volver a caer al suelo–. ¿Me escucháis? –insistió, sin moverse delante del intruso semiconsciente. Poco después se dio cuenta de cómo un liquido rojizo le corría por la oreja. Algo asustado lo limpió con la punta de sus dedos, los cuales luego llevó a su nariz.
–¿Qué pasa? ¿Está bien? –clamó su hermana al ver lo que hizo.
–Sí, es sólo el vino. De la botella que usaste –contestó el joven mientras secaba sus dedos sobre su ropa–. Traedme una jarra con agua –continuó diciendo.
–Sí –dijo la chica asintiendo con la cabeza y luego partiendo en su búsqueda.
Tomó una jarra que había detrás de los barriles y la hundió en uno de estos hasta rebalsar el recipiente.
–Tomad.
El muchacho no dijo nada; sólo tomó la jarra y tiró algo de su interior en el rostro de su inesperado compañero. Éste reaccionó dando algunos sacudones a su rostro y parpadeando más de lo debido.
–Bebed algo –le dijo acercándole el resto del contenido de la jarra a su boca. Self comenzó a tomar calmadamente hasta que la jarra se vació.
–¿Qué… qué paso, dónde estoy…? –dijo con cierta dificultad, mientras su cabeza se ordenaba lentamente.
Al distinguir la cara aguileña del bandido enfrente suyo y sin tener la fuerza de escapar o luchar, se dio cuenta de que sólo podía esperar lo peor. Simplemente se quedó mirando calmadamente, con una extraña mezcla de resignación  y esperanza. Si lo quisiera haber matado ya lo hubiese hecho antes, cuando estaba aun inconsciente; pero a la vez, si lo quería hacer ahora, nada podía hacer para impedirlo.
–En mi hogar… Al cual entrasteis sin permiso y con muy malas intenciones… –respondió con serenidad el bandido, sin poder distinguirse en su tono de voz la diferencia entre sinceridad o sarcasmo.
Self no respondió; sólo comenzó a mirar a los lados, a ver si podía analizar el lugar en que se encontraba. Al ver a la joven  su vista se calmo y se fijó en ella. Ahora sí la podía ver mejor, distinguiendo una frágil figura vestida con un sencillo vestido de lino, ajustado a la cintura por un cinto de la misma tela o muy similar. Llevaba el pelo corto, al ras de sus hombros, pero no podía distinguir bien su tono. Cosa que no sucedió con sus ojos. Tenía la misma mirada azul que el otro sujeto. La mujer se percató de que era observada por Self, pero no se molestó, ella también lo miró detenidamente; pero su mirada parecía no buscar sus rasgos, sino juzgar sus pensamientos y sentimientos…
El bandido percibió como la mirada del intruso de repente se fijó en su hermana, por lo que lo golpeó con la mana abierta en la mejilla para recuperar su atención.
–Decidme, ¿Por qué me seguisteis hasta acá? –sin esperar a que le contestara volvió a preguntar– ¿Tanto riesgo por una bolsa de cuero vacía?
Self aguardó unos segundos y luego respondió con sinceridad:
–No… no estoy pasando un buen momento…
–Esa no es respuesta. ¡No ves que te puedo asesinar aquí mismo por lo que hicisteis! –su hermana se exalto al escuchar estas palabras, pero dejo continuar hablar a su hermano sin presentar objeción alguna a sus “métodos”.
–Tal vez… Tal vez quería buscar algún culpable con el cual desquitarme… –dijo Self completando una respuesta al mismo tiempo que intentó llevar una mano detrás de la oreja para revisar su nuca húmeda, pero no pudo. Ahí se dio cuenta que ambas estaban amarradas fuertemente detrás de su espalda– ¿Estoy sangrando?
–No, es vino –dijo el bandido, que no tardo en notar la expresión de alivio en el rostro del intruso, luego se puso en pie y comenzó a dar vueltas en círculos tomándose de la barbilla con una de sus manos. La respuesta que recibió era entupida y demasiado sencilla, aunque vio en los ojos del desconocido sinceridad mientras la decía. Es cierto, había ido demasiado lejos al seguirlo hasta ahí. Pero… pero él tampoco quería ir demasiado lejos… Por suerte nadie había salido herido de la reciente riña.
Self permaneció callado observando a sus captores. Sabía que sea lo que fuese que esté pensando el bandido, de ello dependía su vida, así que permaneció quieto esperando y recuperándose lentamente. Poco más tarde el joven captor dejo de surcar el suelo con sus pasos para detenerse y  decirle algunas palabras al oído de su hermana; la cual luego de escucharlas le respondió de la misma forma. A continuación se acercó a Self mientras introducía una mano entre sus ropas como buscando algo. Self se tensó y  preparó los músculos de sus piernas, no iba a dejar que lo mataran sin por lo menos mostrar algo de resistencia.
–Soy Alexfre, hijo de Alexander y ella es mi hermana Efedra –dijo calmadamente mientras sacó de sus ropas una pequeña bolsa de cuero vacía y gastada–. Y creo que esto es lo que vinisteis a buscar –continuó Alexfre al mismo tiempo que le arrojo encima la pequeña bolsa. Luego se puso de costado al extraño y usó el mismo puñal que éste trajo para romper sus ataduras.
Self quedó perplejo por aquellas palabras y actitud. De todas las cosas que hubiese esperado esa era la última. Rápidamente aflojo sus músculos y tomó la bolsa en sus manos para analizarla. Era la que le había hurtado un día atrás. Darse cuenta de todo lo que arriesgo por ese pedazo de cuero lo hizo sentir bastante entupido, aunque ya nada podía hacer para remediarlo; o tal vez sí, pero era demasiado orgulloso. Aparte todavía no sabía que iba a suceder de ahí en más. Simplemente volvió a mirar a Alexfre y dijo su nombre.
–Yo soy Self –dijo intentando ponerse de pie apoyándose sobre la pared. Alexfre no lo detuvo ni lo ayudo.
–¿Por qué vinisteis hasta aquí? ¿Sólo por esa bolsa? ¿Qué es lo que queréis realmente? –volvió a preguntar el joven de melena negra mientras su hermana continuaba observando a unos pasos detrás de él.
Self se quedó un momento mirándolo a los ojos, mientras en su cabeza buscaba una respuesta. No sólo para conformar a su captor, sino también para sí mismo. Rememorando las escenas que había vivido, se dio cuenta que cuando decidió llegar tan lejos era solo para saciar su angustia siguiendo una sombra… Un bandido que era sólo eso, una sombra que corría a la cual podía atrapar. Pero ahora que estaba ahí, se dio cuenta de que quien estaba enfrente suyo ya no era una mancha oscura con la cual podía desquitar su enojo, sino que era una persona de carne y hueso, que hablaba, respiraba, luchaba, sentía...
–No debí venir aquí… Fue un error.
–Si os robe es porque lo necesito para vivir. No te había golpeado ni insultado. No hacía falta seguirme hasta mi hogar con un puñal en mano… –dijo Alexfre sin poder esconder su enojo que no terminaba por desaparecer.
Self, en cambio, había ahogado toda su sed de venganza contra aquel sujeto. Ahora lo único que quería era salir de ahí sin más problemas.
Efedra se acercó y continuó con la tensa conversación.
–Mi hermano y yo vinimos en esta ciudad desde muy chicos, cuando nuestro padre murió. Vivimos siempre escondidos aquí y sobreviviendo de lo que podíamos. Pero nunca nos había pasado algo así. Por favor, iros de nuestra casa para no volver. Prometedlo. Mi hermano no volverá a cruzarse por vuestro camino.
Self asintió con la cabeza.
            –Esta bien.
            –Eso espero –le contestó Alexfre mientras ponía la mano en el hombro de Self indicándole nuevamente el pasadizo por el que había entrado.
            Los dos hombres pasaron a la otra habitación. La molesta puerta que no dejaba de golpearse contra su marco dejaba entrar abanicos de luz que iban y venían con cada golpe, pero suficiente como para iluminar los rostros de los presentes.
            –Tomad, esto es vuestro –Alexre le entrego el puñal por el mango y Self, luego de dudar un segundo, lo tomó y lo guardo en su cinto inmediatamente sin decir nada.
El semblante de Alexfre permaneció duro como piedra al observarlo. Luego se dio la vuelta hacía su escondrijo pronunciando unas últimas palabras:
            –Espero que no nos volvamos a ver –se escuchó mientras se hundía entre las sombras del lugar…
            Self abandonó el lugar con el fin de cumplir su promesa.


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