jueves, 17 de marzo de 2011

1º Parte - Capítulo 11

-XI-

Los jóvenes llegaron  a destino en plena noche; el sol hacía rato que se había ocultado, y la luna brillaba sobre ellos. Morelia contaba con una muralla sencilla, pero algo más armada que la de Truma; por lo menos poseía un gran portón de madera  al cual acudieron para entrar. Luego de golpear varias veces con el puño de su espada, Self fue atendido a través de una pequeña portezuela en donde apenas entraba la mirada.  Un hombre maduro y mal oliente, iluminado por el faro que traía le preguntó:
            –¿Qué queréis?
            –Entrar; venimos para unirnos a los reclutas que zarpan a Kirkhia –contestó.
            El viejo se ladeó a los lados para que su vista pudiese captar cuántos eran; contó a tres entre dientes y luego cerró la portezuela. Los jóvenes se miraron y esperaron impacientes. Al cabo de unos segundos, un grotesco chirrido anunció el abrir de las placas de madera del gran portón. A continuación entraron  sin más. Dentro se encontraron con un hombre de rostro delgado y hundido, adornado con gruesos bigotes negros. Éste inmediatamente se abalanzó sobre ellos, con su faro recorriendo con su luz el rostro de cada uno por unos segundos.
            –Llegáis justo, debéis ir a la taberna. Ahí están todos los que van –dijo el hombre, señalando con su brazo una gran cabaña; fácil de distinguir al ser el único lugar con tanta luz en su interior.
            –Gracias; también necesitamos ver cuanto antes al herrero –dijo Self, mirando de reojo a la yegua.
            –Sí… La herrería está al final de la calle principal –concluyó el hombre.
            Asintieron con la cabeza e iniciaron su caminata por los rústicos adoquines de la calle principal; todos dañados y muy separados unos de otros, dejando grandes espacios  de tierra. Lo que diferenciaba a Morelia de Truma era que poseía menos comercios y más viviendas, haciéndola más agradable. Por otro lado; ambas ciudades eran similares en el tamaño y construcción, aunque al ser de noche tampoco era mucho lo que se podía apreciar.
Lo primero que hicieron fue ir hasta la herrería y despertar al herrero. Sabían que tales horas no eran las indicadas; pero el animal era un préstamo que les pesaba y querían devolverlo cuanto antes.
            El herrero se levantó molesto, pero en cuanto le dijeron de parte de quién venían se calmó y escuchó sus palabras. El hombre con gusto recibió la yegua y los despidió para volverse a dormir.
            Los jóvenes dieron la media vuelta y se dirigieron a la taberna. A pocos pasos de entrar, las risotadas y el jolgorio se escuchaban con claridad. Al cruzar sus puertas, el aire cambió de la frescura de la noche a la pesadez de la muchedumbre; no sólo en espesura, sino que el aroma a alcohol se percibía en el aire, como las flores en primavera. Como es costumbre, algunas miradas se clavaron en ellos en los primeros pasos que dieron; hasta llegar a la barra, ahí todos volvieron sus ojos a donde antes.
            –Vinimos como reclutas para ir a Kirkhia –dijo Alexfre al tabernero.
            Éste no se molestó en hablar, sólo señaló una mesa en el fondo.  Vieron sentado allí a un hombre robusto y maduro cubierto de cicatrices en cada espacio que dejaba al descubierto su armadura de malla sobre cuero reforzado.  Self esperaba encontrar en ese lugar al capitán que había visto en Truma, pero no fue así. Se acercaron hasta llegar a él sin captar su atención volcada totalmente en su jarra de vino tinto.
            –Saludos, venimos para alistarnos en Kirkhia –dijo Self.
            –Pues bien, al alba zarparemos. Podéis dormir algo o permanecer por ahí sentados, da igual. En el viaje también podrán dormir –respondió el hombre sin preámbulos y poco interesado–. Por cierto ¿La mujer también? –agregó.
            –No, pero vendrá conmigo –exclamo Alexfre.
            –Tu la cuidas entonces –dijo el hombre volviendo a su jarra de vino.
            –¿Cuanto tiempo se tarda en llegar? –dijo Self cambiando el tema.
            El hombre dio un trago largo a su jarra, se limpió la barbilla con el reverso de la mano y contestó:
            –Dos días.
Se volvieron y se ubicaron en una mesa vacía del lugar. Lo primero que hicieron fue observar más detenidamente su alrededor. Era una gran taberna elaborada en su totalidad en madera; de techo alto, sostenido por una gran cantidad de vigas reforzadas con hierro fundido remachado; de estas colgaban varios faros de aceite que iluminaban el lugar a la perfección. A sus costados había varias mesas redondas hechas de pino; la mayoría, ocupada por pequeños grupos de tres o cuatro integrantes. Casi todos jóvenes como ellos, bebiendo y riendo. Posiblemente serian compañeros a partir de mañana, pero ahí tan sólo era un grupo de desconocidos.
            –No hay ni una mujer… –observó Efedra algo asustada.
            –No os preocupes, vas con nosotros –trató de calmarla Alexfre al notar lo mismo que su hermana.
            –Supuestamente todos van porque quieren ser parte de la orden de Deriven, no creo que ninguno traiga malas intenciones –agregó Self.
            –Si, eso espero –dijo Efedra.
            Permanecieron ahí sentados, hablando por varios minutos sin que nada perturbase el ambiente. Hasta que la puerta de entrada se volvió a abrir entrando por ella un desconocido; otra vez las miradas lo atacaron, inclusive la de ellos. Les resulto gracioso ver que hacía lo mismo que ellos al entrar. Primero fue a la barra y  luego fue hasta la mesa del hombre del fondo, cruzaron un par de palabras y se sentó en una mesa vacía. Los jóvenes se preguntaron cuantas veces habrá pasado lo mismo aquel día. 
            Hubiesen preferido dormir en una cama que estar ahí sentados, pero al no tener el dinero para pasar la noche como deseaban, no les quedo opción que seguir ahí. Igualmente los tres tenían la sensación de que el tiempo corría más rápido ahí sentados. El albor de un nuevo día no tardaría en asomarse por las ventanas, o por lo menos así lo creían.
            Self metió la mano en sus bolsillos y sacó unas monedas.
            –¿Vino? –dijo mirando a su compañero.
            –Si me invitáis, sí, claro –dijo Alexfre al mismo tiempo que reía sorprendido.
            –¿Efedra? –continuó Self.
            –No, gracias –dijo la chica.
            Self se levantó de la mesa y se dirigió con presteza al tabernero.
            –Hermano… ¿Hacia falta que gastase sus pocas monedas? –cuestionó Efedra.
            –No lo obligué, además está bien festejar un poco. Allá las cosas serán distintas, nos irá mejor. Os lo aseguro –respondió Alexfre–. ¿Estáis bien? –continuó al ver a su hermana algo agotada por el viaje.
            –Sí, dormiré todo el viaje en barco, así que no hay problema –dijo Efedra con una sonrisa para que su hermano no se preocupe.
            Al cabo de unos segundos, Self volvió con dos jarras rebosantes de líquido rojizo.
            –Muchas gracias –dijo sonriente Alexfre al ver que su compañero le cedía una.
            –No hay porqué –dijo Self al tiempo que chocaba su jarra con la de él.
            Ambos dieron un gran sorbo, mientras Efedra los observaba. Sobre todo a su hermano, que  bebía tan rápido que el vino se le escapaba por las comisuras, chorreándole por la barbilla.
            –¡Alexfre! Más lento… –dijo la muchacha.
            –Es que es muy buen vino –le contestó riendo.
            Self lo miró y lo acompaño en la risa. Ambos estaban contentos por lo que hacían y lo que vendría; aunque su futuro era más incierto de lo que pensaban.
            Al poco tiempo, insultos inesperados rompieron con el clima de risas y parloteo del lugar. Dos sujetos se levantaron de sus mesas y se acusaron el uno al otro de “malos bebedores”, acompañando sus oraciones con algún que otro insulto. Nadie sabía quién ni porque se había iniciado la discusión, pero en ese momento todas las miradas estaban en aquellos dos sujetos. Se miraban tan mal que parecía que iban a golpearse en cualquier momento, pero rápidamente llegaron a una solución no violenta.
            Los hombres juntaron dos mesas y cada uno se puso en las cabeceras, enfrentados; luego llamaron al tabernero para decirle algo que los tres jóvenes no alcanzaron a escuchar, y segundos más tarde tampoco podían ver…. Aquella mesa se cubrió por la mayoría de los allí presentes, que no tardaron en rodearla para ver lo que seguía.
            –¡Vamos! –dijo Alexfre entusiasmado.
            Los tres jóvenes se unieron a la muchedumbre y vieron cómo el tabernero y un par de ayudantes traían varias jarras de vino y cerveza, ubicándolas en partes iguales a cada lado de las mesas.
            Los sujetos se miraron fijamente, como si la cosa fuera muy enserio, y los gritos a favor y en contra comenzaron a llover por parte de los observadores.
            El sujeto que estaba sentado a la izquierda inició la contienda, tomando por el asa la primera jarra y llevándosela a la boca; en un par de segundos estaba vacía.  A pesar de ser solo el primer trago, los presentes respondieron gritando y alzando los brazos entusiasmadamente. Su contrincante continuó haciendo exactamente lo mismo, echando la cabeza para atrás para que el liquido baje más rápido. El público respondió igual.
            Las rondas se repitieron varias veces, dando a los espectadores un excelente espectáculo para matar el aburrimiento que traía esperar el alba. Ya pocas jarras quedaban por beber y los contrincantes parecían soportar bien la tarea, aunque el sudor chorreaba de ambos como si lloviese sobre ellos. Luego entre jarra y jarra comenzó a haber más espacio de tiempo por partes iguales, pero el público siguió alentando sin descanso. Los jóvenes, cada tanto se miraban echando carcajadas y alentando cada uno al contrario para darle más emoción. Al tocarle nuevamente al sujeto de la izquierda, este se tomó su tiempo para elegir su siguiente trago. Aún le quedaban cuatro jarras que a simple vista parecería poco en comparación a las que tenía en un comienzo, pero a esa altura del partido parecía una difícil tarea. Luego de pensarlo un poco tomó la más cercana a él y comenzó a beber, aunque lentamente; llegó a la mitad y dejo caer la jarra. El publico a favor del otro sujeto estalló dando saltos, mientras que el resto abucheó al perdedor.
            Self y compañía se dieron la vuelta y volvieron a la mesa, alegres por el espectáculo.
            –Jajaja, sabía que te iba a ganar –le echó en cara Alexfre a su compañero.
            –No, no lo sabías; fue suerte –contestó Self sonriente.
            Ambos siguieron la charla, mientras Efedra permaneció callada observándolos, aunque también contenta. No por lo que acababa de presenciar, sino mas bien por ver a su hermano feliz; hacía mucho que no lo notaba así y estaba alegre por ello.
            El resto de los presentes también se volvió a sentar en sus mesas para, probablemente, hablar de lo mismo.
            Sin darse cuenta, el tiempo había pasado increíblemente rápido y la tenue luz azulada del alba comenzaba a posarse sobre los cristales de las ventanas. Muchos se dieron cuenta de ello, pero esperaron las palabras del hombre del fondo antes de hacer nada. Este tardó unos minutos y luego se levantó de su mesa y se dirigió al centro del recinto.
            –Ya es hora de partir. Quien se halla arrepentido o ha bebido demasiado como para caminar, no se molesten en decirlo, sólo quédense tirados por ahí y ya. El resto, al muelle –el hombre terminó de hablar y salió de la taberna inmediatamente seguido por una hilera de reclutas que se armaba con rapidez.
            Los jóvenes se levantaron y siguieron al resto. La mayoría hizo lo mismo; aunque hubo varios que permanecieron en sus lugares; muchos de ellos casi inconscientes por el alcohol, pero también estaban los de mirada baja y brazos cruzados, probablemente arrepentidos de realizar tal viaje a Kirkhia. Nadie los culpaba, hacerlo significaba dejar todo lo que conocían atrás, trabajo, familia, hogar… Por eso a más de uno se le cruzó por la cabeza que clase de personas eran al fin y al cabo los que iban.
            En la caminata por las estrechas callejuelas de Morelia, los pocos ciudadanos levantados a esas horas los observaban pasivamente, algunos con algún que otro gesto de apoyo, pero la mayoría simplemente miraba. Como si de una caravana a la orca se tratara. Poco después la compañía llegó al puerto y vieron el barco con el cual zarparían. Se trataba de un buen barco mercante provisto de cámaras suficientes para los tripulantes y una bodega de gran tonelaje.  Parecía sano y resistente, aunque ninguno de los tres era diestro en el tema por lo que sólo era una impresión. 
            El barco se encontraba bien amarrado, con gran cantidad de gruesas sogas sobre los sólidos cabos del puerto. Al cabo de una simple seña del capitán del barco, varios hombres comenzaron a desatarlos con paciencia. Poco después un hombre alto y fornido apareció en cubierta, estampado con los relucientes anillos de su cota, la cual a la vez estaba cubierta por una túnica azul oscura. Era el capitán que Self había visto en Truma días atrás. El brillo de su armadura era suave por la escasa luz, pudiéndose ver con claridad el Blasón real de Gore, un dragón  de espaldas con la alas extendidas y en vuelo.
            La mayoría de los allí presentes inundaron sus dudas con la confianza y esplendor que brindaba aquel hombre y sus vestiduras. Nadie lo dijo ni lo demostró, pero cada uno sintió más ánimo y decisión repentinamente. Muchos de los que habían llegado hasta allí pensaban hacer el viaje simplemente como una salida de la miseria, pero en el momento que comenzaron a subir la gruesa tarima de madera que unía el barco con el muelle, algo dentro suyo comenzó a cambiar. Tal vez no se percataron de ello, pero la evolución de esos nuevos sentimientos determinaría su futuro en la academia de Kirkhia.
            Todos los aspirantes comenzaron a abordar el barco en fila india, siguiendo al hombre con el cual todos hablaron en la taberna. Muy pocos de ellos traían algún acompañante no interesado en la academia, como era el caso de Efedra, que no podía evitar sentirse incomoda a donde mirase. Esta caminaba detrás de su hermano sujetándolo fuertemente de la mano, mientras que Self caminaba detrás de ella.  En tan sólo un minuto todos estuvieron arriba, inclusive los marineros que acababan de desamarrar el barco que, al terminar de subir, también quitaron la tarima.
            Luego de otra señal del capitán del barco, las velas del mástil principal se abrieron y aseguraron con presteza. El viento no tardo en hacerse notar y el barco comenzó a rechinar, moviéndose los primeros centímetros. Un fuerte jirón de timón hizo girar el barco lentamente, separándolo del puerto.
            –Reclutas, quiero decirles que les doy mi bendición para lo que les espera de aquí en mas. Estoy orgulloso de la decisión que habéis tomado y espero que la honren con sus acciones –dijo el capitán al grupo de aspirantes, luego hizo una pausa y continuó–. Sé que varios hicieron un largo viaje y que la mayoría arrastra un gran cansancio. Así que ahora les indicaran donde podrán descansar y dejar sus cosas. Antes de que caiga el sol se les repartirá comida y agua. Hasta entonces –terminó diciendo haciendo una seña con sus manos.
Instantáneamente un grupo de marineros les indicó a los aspirantes el camino a las cámaras.
            A Self, Alexfre y Efedra los ubicaron en una cámara de escaso tamaño, junto con tres personas más, entre las cuales se encontraba otra mujer; la única además de Efedra en aquel barco. Las pusieron juntas por razones de seguridad, y además haría el viaje más ameno para ambas. Las dos respondieron bien a la medida, pero no hablaron mucho en ese entonces, que prefirieron descasar en vez de hablar. En realidad todos deseaban lo mismo. Por lo que rápidamente dejaron a un costado sus cosas y comenzaron a ocupar cada una de las seis camas colgantes trabajadas en gruesa tela.
            Pocos minutos después todos parecían haber conciliado el sueño a excepción de Self, que a pesar de que sus ojos permanecían cerrados su mente no descansaba. Siguió pensando en el viaje y en lo que le esperaba; rendido a lo que el destino le proponga.


No hay comentarios:

Publicar un comentario