martes, 5 de abril de 2011

2º Parte - Capítulo 2

-II-

El pasillo era profundo y estrecho, aunque bien iluminado por la gran cantidad de velas adosadas a sus muros, los cuales a la vez, lucían decenas de lujosos tapices cubriendo la oscura piedra. En un extremo de éste, se encontraban apostados dos soldados, excelentemente ataviados, con petos de cuero reforzados de fina terminación, dejando caer a sus costados abultadas mangas de seda púrpura, mientras que sus cabezas estaban cubiertas por dos boinas de diseño triangular del mismo color1 con una pluma como ornamento. Y además, ambos portaban largas alabardas de hojas gravadas, pero la función de éstas, al igual que la de los soldados allí presentes, era tan sólo protocolar; ya que nunca serían atacados dentro del palacio.
Con la postura recta y el semblante firme, los soldados mantuvieron la vista sin desviarla, hacia el sujeto que se acercaba lentamente hacia ellos. Éste estaba completamente cubierto por una larga túnica negra, mientras que su rostro se encontraba hundido en la profundidad de la amplia capucha de su vestimenta. Prácticamente sin hacer sonido al caminar, se acercó a los soldados sin provocar a sus sentidos en absoluto. Como si de la muerte se tratase, paso entre ambos sin que estos desviaran su atención hacia él. Sus sigilosos pies siguieron adentrándose en el pasillo, sin dejar que sus pasos despidiesen algún sonido de los baldosones de mármol.
Al llegar a la mitad del pasillo aproximadamente, se detuvo en uno de los tantos portones. Su rostro, oculto en las sombras, observó la madera por unos segundos y luego su mano derecha se apoyó sobre la manija, empujándola hacia abajo lentamente, para evitar el chirrido del metal. Unos segundos después, la puerta se abrió delante de él sin el  menor ruido. En frente suyo se encontraban los lujosos aposentos de una dama. Justo en el centro estaba una cama trabajada en roble, cubierta por finísimas cortinas de seda prácticamente transparente.
Ya desde bajo el dintel de la puerta, se podía apreciar la inerte figura de una mujer durmiendo pasiblemente. El sujeto de túnica avanzo hacia ella, hasta llegar a las cortinas de seda, donde se detuvo unos instantes para observarla tras la tela. Luego estiró una mano enguantada y corrió suavemente las cortinillas con el revés de sus dedos, descubriendo el grácil rostro de la joven, enmarcado en una larga cabellera negra.
La paz que inspiraba el semblante dormido de la joven Margawse no evitó que aquel sujeto sacase de entre sus ropas un puñal; el cual enterró en el corazón de la joven profunda y rápidamente; sin ni siquiera despertarla. Las sabanas blancas, en las que se arropaba la muchacha hasta hacía un segundo, se impregnaron de sangre; tiñéndose de rojo en su totalidad.
Ahora las manos enguantadas del sujeto estaban manchadas de sangre, al igual que su puñal y su anillo… Un anillo cisthurium.

El grito de Martinique quebró el silencio de la noche, haciéndolo trisas.
La fuerza de los pulmones no era la suficiente para inhalar y exhalar todo el aire que necesitaba para calmar su corazón, que parecía escapársele del pecho. Todo su cuerpo temblaba y su piel estaba bañada por un sudor frío. Instantes más tarde, su guardia personal invadió sus aposentos, para comprobar lo sucedido. La guardia, totalmente integrada por mujeres, trató de calmar a su maestre; la cual había sufrido otra de sus terribles pesadillas…
            Esa noche Martinique no volvió a dormir y, en cuanto la luz del alba inundó su dormitorio, mandó llamar inmediatamente a Golthor; su fiel amigo y respetable consejero de Tierra Mágica.             
            –¿Estáis bien mi señora? –consultó el anciano, ni bien llegó a la habitación de la gran maestre.
            –No lo estoy, por eso os mandé llamar –repuso la dama con una mirada penetrante a su compañero.
            –Si me habéis llamado a mí en vez de a los médicos, debo suponer que no se trata de vuestra salud… ¿Otra vez esa pesadilla? –inquirió el consejero suponiendo la respuesta.
            –No me miréis así viejo amigo. Cada vez son más reales y aterradoras –exclamó Martinique, al tiempo que posaba su mano derecha sobre el hombro del anciano apretujando su túnica.
            –No os estoy juzgando con la mirada mi señora; jamás penséis eso –se defendió el hombre.
            –Perdón si os he ofendido. Lo que pasa es que ya no puedo resistirlo. Ambos sabemos que ciertos sueños pueden ser más que sólo eso –hizo una pausa obligada por la angustia que de repente comenzó a cerrarle la garganta y luego prosiguió– Ojalá sólo sea un tormento de mi mente; pero cada día que pasa, más me temo que no lo sea –terminó diciendo con los ojos brillosos, a punto de lagrimear.
            –No mi señora, no digáis eso… Nada le va a pasar a Margawse en este castillo; ello sería imposible… Y si alguien quisiera hacerle daño, ya lo hubiese intentado. Tierra mágica está compuesta por los mismos residentes desde hace décadas.
            –Suficiente tiempo como para guardar rencor, odio y ansias de poder… Y sólo ahora mi hija tiene algo deseable para ese tipo de personas… Por eso tengo tanto miedo… –dijo Martinique en voz baja y pausada, para evitar llorar al hablar.
            Golthor no contestó; sabía que su señora se refería a la maestría de la Tierra Mágica, pero la sola idea lo perturbaba; aún se resistía a ello.
            –No lo neguéis más Golthor; siempre hasta ahora tratasteis de convencerme de lo contrario, pero ya no más; vivir en la ilusión sólo añade dolor a la verdad. Ambos sabemos que mi vida abandona mi cuerpo; cada día me siento más débil… Golthor… El día en que mis ojos no vuelvan a abrirse, se aproxima –clamó con dolor en la voz.
            –No…
            –¡No, nada Golthor! –interrumpió Martinique abruptamente al anciano– ¡Miradme! Miradme aquí postrada sin tener ni siquiera las fuerzas para ponerme en pie. Mirad mi rostro… Mirad como la vida abandonó mis mejillas, dejándolas blancas como la muerte. Mirad cómo la carne  se ha consumido bajo mi piel… –dijo Martnique, con vigor en sus palabras y lágrimas en sus ojos.
            Golthor alzó la vista y al ver nuevamente el semblante de su señora, también dejó que sus ojos hablasen por él. Luego tomó la mano de su señora y la apretó con fuerza.
            –Dejad que el destino llegue cuando deba. No penséis como si ya no estuvieseis aquí…
            –Debo hacerlo… Por el bien de Tierra Mágica y por el bien de mi hija. Por favor Golthor, escuchadme cuando os digo que mi hija está en peligro. Sólo vos podéis estar a su lado cuando yo ya no pueda hacerlo.
            –Mientras viva, la cuidare en lo que pueda mi señora; pero no os olvidéis que a mí también me queda poco tiempo; no sé cuanto más podré soportar el peso de los años. Ya son demasiados mi señora…
            Martinique respondió a las palabras de su amigo con una triste mirada, pero luego continuó diciendo:
            –Tengo miedo, mucho miedo… En mis sueños vuelvo a ver ese anillo sobre la mano del asesino. Están aquí Golthor… Están aquí…
            Hubiese deseado con todo su ser poder decirle que eso era imposible.
            –No… No debéis temer mi señora –fue lo único que pudo decir el anciano.
            –Si, debo. ¿Y si el regente…?
            –¡No! No, eso sería imposible. La elección del regente sólo se lleva a cabo por la votación de todos los consejeros. Los consejeros de la Tierra Mágica mi señora, vuestros consejeros. Debéis tener fe en ellos más que en nadie ¿En quién si no? –contestó confiado.
            –Dejáis que el deseo de lo que debería ser se mezcle con lo que es; viejo amigo. … Por lo menos hay un hombre que ha demostrado que su concepción de paz es sólo la acumulación de poder bajo una sola mano. Y que los dioses me perdonen, no puedo confiar en él; no importa que sea uno de los consejeros.
            Golthor inmediatamente asumió a quien se refería; no fue la primera vez de tal confesión.
            –Dawrt, es sólo un hombre. Por lo tanto un sólo voto, que no afectaría al del resto. Por más ambiciones que guarde; creer que pueda ser un… No, me niego por completo.
            –Un hombre que ha ganado muchas simpatías en el consejo, con sus propuestas de acción contra Thira. También es uno de los consejeros más poderosos; sus conocimientos y habilidades mágicas son increíbles, sobre todo para su edad. Pretexto suficiente para doblegar a indecisos y temerosos. Golthor… Dawrt tiene más posibilidades de las que creéis; eso es lo que me asusta… Siempre desconfié de ese hombre. Huelo su odio hacia mí cada vez que me mira o  me dirige la palabra. Leo en su mirada el deseo constante de ocupar mi lugar… Siempre lo supe. Y ahora que tiene la posibilidad de ello, no quiero ni pensar de lo que sería capaz –dijo Martinique–. Y si es un cisthurium… Si lo es, tendré la suerte de haber muerto para cuando se revele…
            La dama volvió su cabeza bruscamente y apretujó las sábanas con fuerza.
            –¿Qué os pasa mi señora? No debéis hablar así. Vuestras pesadillas son recurrentes, sí, pero no olvidéis que son sólo eso; no dejéis que el miedo que le provocan moldeen vuestra postura y decisiones; sois la gran maestre.
            –Sabéis que ya no ¿Y si tengo razón Golthor? Si ese hombre llega a la maestría, todo en lo que se basa la Tierra Mágica será reducido a cenizas, por la oscura voluntad de poder de su alma… Todo lo que se ha conseguido se perderá en las sombras. El sentido original de este lugar desaparecerá en el olvido y se convertirá en un foco más de la lucha por el poder, igual al resto. Saciando con la sangre de sus hombres la sed de los dioses de la guerra, hasta que no haya más poder por conquistar, más ciudades por quemar, más sangre por derramar… –continuó diciendo Martinique, con gran angustia en su pecho.
            Golthor no sabía qué decir… Aquella idea se había metido en la cabeza de su señora en cuanto las pesadillas se volvieron recurrentes. Una idea que se arraigaba a su mente, como la enfermedad a su cuerpo ¿Qué consejo o aliento podría dar ante tal convicción? Martinique siempre había demostrado la mayor cordura y sabiduría en todo momento; cualidades que demostraron a lo largo de su vida que la maestría no fue solo un legado con el cual lidiar, sino un honor merecido e indiscutible. Y por ello, por todo lo que conocía a su señora, aún confiaba y creía en ella. Por eso la semilla de la duda también se encontraba en él, no con la misma convicción que su señora; pero allí estaba. Cuando un mago sueña lo mismo repetidas veces, algo, por más mínimo que sea, tenía que ver con la realidad, pero su decisión o aviso ya no contaban. Cuando el o la Maestre no podía seguir cumpliendo con sus funciones, sólo el Consejo podía elegir al regente del sucesor, en este caso Margawse, que aun era muy joven como para tomar el cargo.
Ambos permanecieron así, en silencio, por un largo rato. No había nada más que decir o hacer; solo esperar… Esperar y rogar que sea sólo eso, una pesadilla.  


No hay comentarios:

Publicar un comentario