jueves, 28 de abril de 2011

2º Parte - Capítulo 5

–V–

La tranquila vista posada en el horizonte de un vigía de las torres albarranas, se exaltó al ver, a lo lejos, un jinete aproximarse a todo galope. El centinela lo siguió con la mirada hasta poder distinguir en sus ropas el blasón  de la orden de Deriven. Pero la azul tela del brial estaba manchada de sangre, al igual que la piel del guerrero. Unos segundos después el sujeto que se acercaba, se desplomó y cayó pesadamente al suelo, inmóvil. El vigía sorprendido, alzó la vista justo sobre el horizonte y vio asomarse infinidad de cascos que brillaban bajo la luz del sol.
Como si hubiese recibido una repentina estocada. El guardia perdió la fuerza de sus músculos, y sus rodillas sólo comenzaron a temblar. Luego de maldecir el día en que le tocó apreciar tal paisaje de desesperación,  corrió hacia uno  de los costados de la torre y tomó del suelo un cuerno de guerra, el cual hizo sonar con toda la fuerza de sus pulmones.

            El rostro de la marquesa Tynide estaba ensombrecido, y su mirada era esclava de un inmenso mapa amarillento de bordes carcomidos, en donde se podía apreciar los límites noroeste entre el reino de Gore y Thira, La Marca Norte. Los puños de la dama presionaban el papel sosteniendo todo el peso de su cuerpo, que se abalanzaba sobre el mapa. Sus ojos no se movían, al punto de ni siquiera parpadear; pero su mente divagaba en el pasado, en el cual había algo que aún le angustiaba.
            –Aerion… ¿Cuáles son nuestras opciones ahora…? –dijeron sus labios con apenas fuerza en las palabras.
            Uno de los tres hombres que acompañaban a la marquesa en el aula mayor se acercó hacia ella.
            –Esperar los refuerzos de Herdenia… Si no llegan con presteza no tendremos oportunidad… Nuestras tropas fueron masacradas, apenas quedaron tropas para defender el castillo.
            –¡Os lo dije mi señora! Haber atacado el puente central del río Meriel fue una sucia trampa. Yo os advertí de los riesgos.
            –¡No me juzguéis ahora sir Jornr! –la mirada de la marquesa se despegó del mapa y se fijó en el capitán–. Había que responder al ataque de nuestro puesto en el río. Si no lo hacíamos, hubiésemos estado reconociendo que no teníamos tropas suficientes a nuestro mando, y el ataque a la fortaleza hubiese sido inminente…. Tuve que arriesgarme…
            –Pero por ello, ahora hemos perdido todas nuestras fuerzas… Sólo cadáveres trajimos de Meriel –insistió Jornr, quien tenía el rostro cubierto de marcas recientes de cortes y raspones. 
            –Roguemos por que el enemigo no lo sepa… –profirió la dama.
            –Siento decirlo, pero creo que eso ya no importa…. Las tropas enemigas nos atacarán igual. En la batalla nosotros perdimos todo, mientras que ellos tuvieron bajas mínimas…. Fue una sucia trampa... –interrumpió sir Grego.
            –Es verdad, mi señora… Tenemos muy poco tiempo. Las tropas enemigas se deben estar agrupando, si aún no lo han hecho. Si los refuerzos no llegan hoy mismo, tal vez no haya un mañana… –agregó Aerion con palabras duras, pero sinceras.
            –¿Y Yurkea? ¿No nos podría ayudar? –inquirió Tynide, buscando una esperanza.
            –Yurkea está tan débil como nosotros. Si nos ayudara quedaría indefensa. Y si a pesar de su ayuda esta fortaleza cayera igualmente en manos enemigas, ya no habría barrera alguna contra el enemigo, hasta las puertas de la misma capital… En cambio, si nosotros quedamos bajo asedio, Yurkea tendrá tiempo para organizarse –clamó Grego.
            –¡Maldición! No tenemos posibilidades –gritó Jornr, al tiempo que golpeaba con su puño envuelto en placas la gruesa mesa del recinto.
            –O sea que sólo contamos con lo que tenemos… –dijo la dama entre dientes–. Sir Aerion ¿Ya se hizo el recuento de tropas, sin contar los heridos de ayer?
            –Si; las tropas efectivas que poseemos, sin contar a los heridos de gravedad, ascienden a novecientos treinta hombres a espada; trescientos sesenta arqueros; cuatrocientos veinte lanceros y doscientos diez caballeros. Esto es sin contar armeros; asistentes; ingenieros y demás, que también pueden pelear si es necesario.
            –Debéis organizarlos ya mismo. Encargaos de que todos estén listos y armados. Haremos guardia permanente hasta que lleguen los refuerzos de Herdenia –dijo Tynide con voz calma.
              –Sí mi señora, así será –contestó el hombre al tiempo que asentía con la cabeza.
            Aerion saludó con una leve inclinación al resto de los presentes y abandonó el aula mayor.
            –Grego, Jornr… Aconsejadme… ¿Qué probabilidades hay de recuperar el puesto en el río Meriel? –inquirió la marquesa a sus dos colegas restantes.
            –Intentarlo sólo sería un nuevo desastre, y ahí sí perderíamos la marca norte entera… –contestó Jornr, consternado.
            –¿Grego?
            –Opino igual… Ya ha quedado claro que las fuerzas enemigas se han engrosado repentinamente. Por lo que no bastaría con los refuerzos que llegasen para realizar un contraataque –Grego pausó sus palabras un instante, para meditar con mayor claridad y luego continuó–. La única posibilidad de recuperar el puente sobre Meriel sería solicitando un gran caudal de tropas al rey  y justificar las intenciones ofensivas…
            –Justificación hay de sobra. Si perdemos el puente, definitivamente no sólo perdemos una fracción del territorio de la marca en manos enemigas… Ambos sabéis la importancia de ese puente. Si dejamos de controlarlo, las tropas de Thira podrán cruzar y diseminarse sobre las tierras de Gore. Es obvio que un ejército no podría pasar por delante de nuestras narices sin que lo percatemos, pero sí lo harían pequeños grupos, que comenzarían a saquear y quemar los poblados empezando por el monte Kite y bajando hacia la capital. El descontrol sería tal que todos los soldados de la orden tendrían que evocarse a apaciguar a la muchedumbre. Luego llegaría el grueso del ejército invasor y creo que el final es obvio. Si no recuperamos el puente del río Meriel, tarde o temprano perderemos todo –clamo Tynide con un gran vigor, alimentado de cierta forma por lo desesperante de la situación que enfrentaba.
            –Nadie ha dicho que no sea así, pero por más que debamos recuperarlo, no podemos. Por lo menos no ahora –profirió Jornr.
            –Por lo menos hay que esperar que Herdenia arme un ejército capaz de enfrentar las fuerzas enemigas. Cosa que llevara su tiempo, mi señora… –agregó Grego.
            –El problema es que tiempo es lo que no tenemos… Debemos recuperar el puente… –la marquesa volvió a fijar la vista en el mapa y luego de unos segundos volvió a hablar–. Thira… a Thira también le debe haber costado reunir al ejército con el que nos enfrentamos. Lo que vimos ayer deben ser la mayor parte de sus fuerzas armadas. Si logramos recuperar el puente, aunque sea con un hombre de ventaja, Thira no podrá atacar nuevamente, ya que estará tan débil como nosotros.
            –Es probable mi señora; pero también hay que considerar la posibilidad que Thira esté recibiendo apoyos por mar; por lo que nunca nos enteraríamos de sus verdaderas reservas. Es un riesgo que no podemos correr… –dijo Grego.
            –No Grego, es un riego que debemos correr; si tardamos mucho en recuperar el puente el daño ya estaría hecho. Ya habría decenas de bandas quemando y saqueando nuestras tierras. Además, de esta forma Thira habrá logrado su objetivo. Intimidarnos con un gran ejército, para que no intentemos un contraataque.
            –Mi señora, por favor, escuchadme. Ya se han perdido demasiadas vidas en vano y creo que seguir arriesgando a los pocos soldados que quedaron, es la peor de las opciones –dijo Jornr.
            De repente, la discusión en el aula mayor cesó sin previo aviso en cuanto los presentes comenzaron a escuchar a un hombre correr por la antecámara, acercándose a ellos. Pronto los portones del recinto se abrieron de par en par, y una figura enardecida apareció gritando.
            –¡Mi señora, Thira nos ataca! ¡Sus tropas ya se aproximan a gran velocidad! –el hombre, luego de hablar, se quedó sin aliento. Permaneció en silencio mirando a la marquesa, al tiempo que llenaba sus pulmones agitados.
            Por un segundo, el semblante de la marquesa se petrificó ante la noticia, sin poder reaccionar de inmediato. Sus dos acompañantes la miraron en el mismo estado. Al recuperarse de la violencia de la noticia, tragó saliva y dijo sin perder la calma:
            –¿Por dónde vienen?
            –Oeste, directo a la entrada principal –anunció el informante.
            –¿Cuántos son? –inquirió inmediatamente la dama.
            –Muchos… Cuatro mil… Tal vez cinco mil…
            La dama endureció los nervios, para digerir la aplastante superioridad que esos números suponían. Inmediatamente se volvió y se dirigió con presteza a uno de los ventanales de la sala, los cuales abrió de un fuerte tirón. Ante sus ojos se encontraba la entrada principal de la fortaleza que comandaba. Y más al oeste, sobre el horizonte, los cascos y los blindajes de placas de la caballería enemiga relucían con fulgor bajo el sol de mediodía. Las tropas se aproximaban a gran velocidad, y ya estaban lo suficientemente cerca como para distinguir los briales escarlata de la infantería, que teñían la pradera como si ésta se desangrara a cada paso del enemigo. Los números que acababa de escuchar se quedaban cortos ante lo que sus ojos veían… La imagen terminó  erizando la piel de la dama, y por un instante sus fuerzas se encogieron de temor ante tal espectáculo.
            –Mi señora, tenemos poco tiempo antes de que estén enfrente de nuestras puertas. ¡Debemos organizar las defensas inmediatamente! –clamó Jornr, quien estaba al lado de Tynide observando por el ventanal.
            Las palabras de sir Jornr volvieron en sí a la marquesa, quien se separó del ventanal y profirió con vigor:
            –¡Jornr, ubicad a los soldados detrás del portón! ¡Grego, encargaos de cubrir el adarve!
            Sus hombres no dudaron, e inmediatamente salieron del aula mayor para organizar la defensa. La dama también salió del recinto, rodeada de guardias, y siguió clamando.
            –¡Traedme mi armadura! –dijo dirigiéndose a uno de los guardias; luego volteó su mirada a otros dos y continuó– ¡Ustedes, buscad a Aerion inmediatamente!
            Tres de los guardias que la rodeaban salieron disparando para cumplir con sus tareas. Tynide siguió avanzando a paso firme hacia el portón principal, pasando por el patio de armas.
            –¡Arqueros a las almenas! ¡Arqueros a las almenas! –se escuchaba por doquier y sin cesar de varias voces roncas y alarmadas, entre las que pudo distinguir a la de sir Grego, quien aguardaba en el centro del patio el alistamiento de sus hombres.
            Mientras la dama avanzaba, ante sus ojos comenzaron a cruzarse decenas de soldados, armados o a proveerse de este. El metálico sonido de las armaduras moviéndose se reproducía constantemente, opacado solamente por los gritos desesperados de los capitanes dando órdenes. Al cruzar el patio de armas y encontrarse sobre el pasillo central, un guardia se le acercó velozmente, portando en manos un blindaje templado con un dragón grabado en el pecho, blasón de Gore. Tynide tomó su armadura y comenzó a ponérsela, sin ni siquiera detener la marcha, mientras seguía avanzando hacia al portón central. El guardia que le trajo la armadura la ayudó a ajustársela al torso, dejando bien firmes las tiras de cuero laterales. Pronto su mirada se encontró con uno de sus fieles hombres.
            –¡Aerion, Aerion! –gritó la dama a su capitán, quien inmediatamente al oírla fue a su encuentro.
            –¡Mi señora, el enemigo nos supera abrumadoramente! –clamó el hombre, quien ya se hallaba con una gruesa loriga sobre sus hombros.
            Segundos después, sir Jornr apareció rodeado de una gran cantidad de soldados a espada.
            –¡Mi señora, ya han sido todas la tropas alertadas; en poco tiempo estarán todas listas para lo que haya que enfrentar!
            –¡Muy bien, los quiero a todos listos cuanto antes! ¡Aunque seamos minoría tenemos estos muros que nos defenderán lo suficiente! Aerion, fijaos de cubrir todas la arqueras internas –continuó la marquesa.
            –Así será –contestó Aerion, quien partió con presteza.
            –¿Creéis que será un ataque directo? –pregunto sir Jornr.
            –No, esta fortaleza es imposible de atacar directamente. Por más hombres que tenga el enemigo, el foso es lo suficientemente profundo como para mantenerlos alejado un buen tiempo. Pero igualmente, quiero a todo el mundo en sus posiciones.
            Mientras terminaba de decir tales palabras, un soldado se le acercó.
            –¡Mi señora, el enemigo ha frenado su marcha a unos treinta estadales de distancia aproximadamente, y ahora está dividiendo sus tropas para rodear la fortaleza!
            –¿Armas de asedio?
            –Por ahora no se ha divisado ninguna, mi señora.
            –Gracias, podéis ir –terminó diciendo la marquesa, mientras el vigía volvía a su posición.
            Luego de asegurarse de los progresos de la organización defensiva, la marquesa se retiró nuevamente al aula mayor, requiriendo con presteza la presencia de sus tres capitanes. Mientras las tropas de Gore terminaban de distribuirse y organizarse en toda la fortaleza; las tropas enemigas dejaban claros sus objetivos, al rodear por completo el bastión de la marca norte. El día transcurrió con velocidad y al tiempo que el sol descendía anunciando el atardecer, las tropas de Thira comenzaron a instalar las primeras tiendas de lo que sería la base de su campamento para el asedio. 
            –¿Qué haremos mi señora? No podremos superar este asedio con las escasas tropas que poseemos… –exclamó Aerion.
            –Lo sé… Ahora ya no importa si nos libraremos del asedio o no. Lo que nos es prioridad es mantener el mando de esta fortaleza todo el tiempo posible… –Tynide volvió su mirada al gran mapa– ¡Maldición! –terminó diciendo la dama, entretanto pasaba sus manos una sobre otra; nerviosa.
           
            –Estaban claras las altas probabilidades de un ataque, pero jamás pensé que se organizarían tan rápido –agregó Jornr.
–Ya he avisado a las tropas de la muralla exterior que tengan listos los onagros y catapultas para responder el ataque enemigo –intervino sir Grego.
La marquesa solo asintió con la cabeza y luego dijo:
–¿Cómo están los suministros?
–Bien… Gracias a la cantidad de bajas de ayer, hay suficientes suministros para por lo menos seis meses. Sólo el agua es lo que más escasea de las reservas; pero el aljibe recogerá el agua suficiente de las lluvias, para abastecernos lo que haga falta –contestó Aerion.
–Esperemos… Ahora debemos avisar cuanto antes a Yurkea e interceptar los refuerzos de Herdenia para que no lleguen hasta aquí… Si eso pasara serian aniquilados por completo… –dijo la marquesa en tono bajo pero firme.
–Sí. Los refuerzos deberían aguardar en Yurkea hasta recibir noticias del rey  –agregó Grego.
–¿Estáis diciendo que Yurkea no nos ayudaró? –preguntó Jornr, temiendo la peor respuesta.
–Dudo que lo haga, por más que reciban los refuerzos. La estrategia más sensata es aguardar el grueso de las fuerzas de Herdenia. Si el rey es avisado a tiempo, probablemente logre liberarnos del asedio… Pero no sabemos el tiempo que llevaró  organizar las fuerzas suficientes para tal tarea… –interfirió Tynide, para contestarle a su capitán.             
–Mi señora, estamos completamente rodeados ¿Cómo pensáis dar aviso a Yurkea? –inquirió Aerion.
            –Vuestra merced hace poco que llegó a la marca, por lo que es justo que no estéis al tanto, pero debo informaros que contamos con un pasaje secreto subterráneo que tiene la suficiente distancia como para pasar sin riesgos el cordón de tropas enemigas –le contestó la marquesa.
            –Ese pasaje se construyó al mismo tiempo que el aljibe del castillo y tiene el propósito para el que le daremos uso, poder salir de la fortaleza sorteando el asedio enemigo. Su salida es sobre una densa arboleda, cerca de una ermita provista de caballos para quien los necesite luego de salir del túnel –comentó Grego, completando la explicación de la dama.
            –Mi señora, es probable que haya varias tropas enemigas explorando los alrededores… No debemos tardar –clamo sir Jornr.
            –Así es. Pero tampoco podemos enviar un mensajero con la luz del día, estaría menos expuesto en la noche… Esta noche –la marquesa se giró y miró a otro de sus compañeros de la sala–. Sir Grego, ve y alista un buen soldado que se encargue de la tarea. Deberá ir solo y deprisa. Encargaos de que salga en cuanto se ponga el sol. Primero que de aviso a los pueblos sobre el monte Kite, luego que vaya directo a la fortaleza de Yurkea.
            –No será problema, yo me encargo –terminó diciendo Grego.

            La oscuridad de la noche era profunda y los vientos fríos que bajo esta se resguardaban azotaban las frágiles viviendas de los mineros de Timun, y helaba los huesos de sus ocupantes. Aún era verano; el frio de aquella noche estaba completamente fuera de lugar. En una de la viviendas, sir Self de Gore yacía arropado bajo gruesas pieles de cordero, en una cama de pino; sin lograr conciliar el sueño. Mientras su cuerpo se paralizaba del frío, su cabeza deliraba del calor, haciendo que el sudor brotase de su frente como si fuese una fuente. Apenas alumbrado por las débiles llamas de unas velas distribuidas en la habitación, se mantenía despierto esforzándose por no perder la razón ante el avance de una fiebre que no parecía cesar. El martillar de su cerebro contra su cráneo era tan fuerte y doloroso que apenas podía escuchar otros sonidos, como los vientos nocturnos o hasta el mismo chasquido de sus dientes temblar. Por lo menos el frío y la fiebre lo distraían del dolor de sus huesos rotos. La parte superior de su torso se hallaba completamente envuelta en vendajes, mientras que justo detrás de su omóplato izquierdo tenía una fina, pero resistente, tablilla de madera que mantenía su brazo en la posición correcta. Durante el día el barbero del pueblo había tratado sus fracturas lo mejor que pudo y le puso un ungüento de raíz de valeriana para reducir el dolor de las primeras horas. Mientras que para la fiebre, la cual apareció inmediatamente, le dejó  preparada una infusión de genciana, mezclada con germandrina, pero evidentemente no había logrado el efecto deseado.  
            La puerta de la vivienda se abrió bruscamente, cruzando por ella uno de los cadetes que respondían a Self. Éste avanzó a paso firme hasta la cama en la que su líder reposaba.
            –Mi señor, hemos terminado de realizar la tercer búsqueda en el interior de las ruinas y no hemos podido dar con la roca que vuestra merced nos ha descripto. La cámara final que nos indicó del templo oculto, se encuentra totalmente vacía…
            Self no contestó inmediatamente. Tratando de que las palabras que sus oídos escucharon no pierdan el sentido debido a la fiebre, ordenó un poco sus ideas y luego respondió:
            –Al alba, en cuanto el sol se asome, volved a buscar… La roca debe estar allí… No puede haber simplemente desaparecido… –dijo con notoria preocupación al no encontrar la gema por la que el erudito de la Tierra Mágica había dado su vida. Gema que le había confiado y el perdió en la batalla…
            –Así se hará. ¿Vuestra merced desea otra cosa en la que pueda servir? –clamó el cadete de Kirkhia.
            –No, estaba bien, podéis iros.
            El muchacho dio la media vuelta para retirarse, pero sus pasos se vieron frenados por un ligero galope a la lejanía, que percibían sus oídos. Giró su semblante y volvió a mirad a Self.
            –Un jinete…
            –Sí… Cada vez se escucha con más claridad. Averiguad de quien se trata y si me concierne, avisadme; sino, podéis ir a dormir tranquilo –repuso Self.
            El cadete asintió con la cabeza y se dispuso a abandonar la habitación. Justo antes de salir, un claro grito llegó a sus oídos.
            –¡Despertad pueblo de Timun! ¡Despertad pueblo de Timun! –los alaridos del jinete eran lo suficientemente fuertes y constantes como para lograr el cometido de sus palabras.
            El joven cadete inmediatamente desenfundo su espada y salió al encuentro de aquel inesperado visitante.
            –¡Despertad pueblo de Timun! ¡La Fortaleza de la Marca Norte está bajo asedio! –seguía gritando el hombre sin agotar su garganta.
            Pronto las teas y los faros de aceite comenzaron a brillar como estrellas sobre la tierra, alumbrando la plaza central de Timun. La mayoría de los habitantes se acercaron nerviosos y atemorizados al extraño, por lo que sus gritos les significaban.
            –¡Despertad pueblo de Timun! ¡La Fortaleza de la Marca Norte está bajo asedio! ¡Debéis abandonar vuestros hogares y aguardar detrás del río Then, en Urthia!
            La masa de pueblerinos apiñados junto al orador comenzaron a gritar, negándose a abandonar sus viviendas y cuestionando la veracidad de sus noticias. En medio de la muchedumbre, el cadete de Gore se abrió paso y con la espada en alto le exigió al extraño que baje de su caballo y pruebe sus anuncios ante el juicio de su espada.
            –Calmaos, yo también soy hombre de la orden de Deriven –clamó el mensajero al ver las ropas de su inquisidor. Paso continuo, apartó su capa de cuero a un costado y dejó al descubierto el brial con el blasón de la orden en su centro, el mismo que el de la familia real–. Veo que aún eres cadete en Kirkhia. ¿Quién os manda? –continuó diciendo el hombre, al tiempo que descendía de su caballo. La muchedumbre que los rodeaba aguardó en silencio al ver que de un soldado de Gore se trataba, por lo que probablemente sus palabras sobre la Marca eran ciertas.
            –Sir Self de Gore es quien está al mando. Acompañadme e informadle personalmente vuestras noticias –respondió el muchacho mientras guardaba su arma.
            El mensajero asintió con la cabeza e hizo una seña para que le indicasen el camino.
            La puerta de la vivienda en la que Self se encontraba rechinó al abrirse lentamente, luego se escucharon los pasos de dos hombres pisar la desgastada madera del suelo. En pocos pasos los dos sujetos llegaron en frente del caballero postrado en la cama. Self miró al visitante desconocido, pero sus facciones se escondían bajo la capucha de cuero de su capa, impidiendo que la débil luz de las velas tocara su rostro.
            –No puedo creerlo… Pareciera que los dioses jugaran con nuestras vidas…
            –¿Qué habéis dicho? –preguntó Self entre jadeos, sin entender a lo que el mensajero se refería.
            El cadete tampoco comprendió sus palabras y lo miro fijamente, esperando que volviese a hablar, pero éste no lo hizo. El visitante aguardó un segundo y luego se corrió la capucha velozmente con su mano derecha. Una oscura cabellera recortada y prolija  brilló con la débil luz, enmarcando un rostro que Self distinguió inmediatamente. Rápidamente ambos sonrieron, casi soltando carcajadas por el gusto que les producía reencontrarse. Self, revitalizado, estiró su brazo derecho, el cual fue raudamente tomado con firmeza por ambas manos de Alexfre.
            –¡Alexfre, estáis vivo! Cómo me alegra veros en una pieza –clamó Self entre risas.
            –¡A mí también me alegra veros, camarada! Pero veo que no estáis en buen estado ¿Estáis bien, sir Self?
            –Podría estar mejor… Apenas me estoy recuperando de una dura batalla...
            Self y Alexfre soltaron sus manos y este último se alejo unos pasos para no atosigarlo en su reposo.
            –¿Batalla? ¿Habéis estado en el frente? –inquirió Alexfre.
            –No, por suerte no. Hemos venido en misión especial que nada tiene que ver con la Marca y su enfrentamiento directo con Thira. Ya os contare lo que me ha pasado. Ahora por favor, decidme que son esas malas que habéis traído a mitad de la noche.
            El rostro de Alexfre se ensombreció repentinamente y la alegría que hasta un segundo alumbraba su rostro se desvaneció por completo.
            –La Fortaleza de la Marca Norte está bajo asedio. Se me ha ordenado avisar a todos los pueblos sobre el monte Kite para que abandonen inmediatamente sus hogares, llevando sólo lo mínimo. Los hombres deberán quedarse en Yurkea como voluntarios y sus familias aguardaran detrás del río Then, en Urthia –explicó Alexfre.
            El semblante del resto de los presentes también se ensombreció, al escuchar nuevamente al mensajero. La guerra se hacía sentir con fuerza y parecía acariciarle las espaldas a todo Timun.
            –¿Esas medidas no son demasiado apresuradas? ¿Cuál es el estado de las fuerzas de la Marca? –cuestionó Self, alarmado por la inminencia de las medidas tomadas por la marquesa.
            –Debo deciros que su estado es pésimo. La marquesa acaba de perder el puente del río Meriel, en donde también perdió el grueso de las tropas. Yo estuve presente… El enemigo por lo menos nos duplicaba en fuerzas… Por eso al veros pensé que habíais estado en esa batalla. El ataque a la fortaleza sólo llego un día después…
            La mirada de Self parecía abatida y sus labios permanecieron cerrados sin saber que decir; en su mente se mezclaron el avance repentino del enemigo y las palabras que el erudito no dejaba de repetir sobre aquella gema que aparentemente se había esfumado de aquel templo. Ya no podía hacer nada al respecto… Sólo rogar que haya desaparecido realmente de la faz de la tierra.
            –El asedio va a ser corto, las tropas de Gore no podrán defender la fortaleza por mucho tiempo. Es por eso que hay que organizarse en Yurkea y avisar inmediatamente al rey de lo sucedido –continuó Alexfre.
            –Entonces debemos partir cuanto antes… –dijo con la mirada perdida; un segundo después ésta recuperó su rumbo en el rostro del cadete de Kirkhia–. Llamad inmediatamente al resto de los cadetes y ayudad a los pueblerinos a organizarse ordenada y velozmente, también fijaos si podéis conseguir una carreta lo suficientemente grande como para que yo pueda viajar recostado en ella.
            –Así será mi señor –clamó el cadete, que partió inmediatamente del lugar.
            Luego Self miro a Alexfre y continuó:
            –Yo también debo informar al rey…

No hay comentarios:

Publicar un comentario