viernes, 13 de mayo de 2011

2º Parte - Capítulo 7

–VII–

Dos veces se escuchó golpear sobre la puerta de roble. Al cabo de unos instantes, una voz áspera indicó entrar al visitante. La puerta se abrió suavemente, sin rechinar en absoluto, y por debajo de su dintel apareció Golthor, quien avanzó a paso veloz.
            El recinto al que había ingresado era apenas un habitáculo de escasas dimensiones. A sus costados los gruesos muros de roca, compuestos por grandes bloques uniformes, estaban tan cerca que hasta se podía sentir la humedad y frío que emanaban. En las esquinas superiores de la habitación, dos grandes estanterías llenas de libros enmarcaban un gran ventanal, que prácticamente ocupaba la totalidad del muro que tenía en frente, iluminando todos los rincones de la sala por completo. A través de éste se podía observar las torres menores del palacio, y más abajo se alcanzaban a ver prolijos jardines e imponentes fuentes. En el centro, el lugar se hallaba ocupado por una mesa de madera oscura, trabajada con un tallado sencillo, pero lo suficientemente bello como para embellecerla. Esta tenía una única silla, del mismo material, pero forrada en satín, que miraba hacia el visitante. La silla estaba desocupada, ya que el único presente, además de Golthor, se hallaba de pie y de espaldas, con las manos cruzadas detrás,  observando con atención el paisaje que el ventanal le proporcionaba.
            En tan sólo unos pasos el anciano consejero llegó hasta la mesa y anunció con presteza:
            –Mi señor, tengo importantes noticias que informaros –clamó con cierta exaltación en su tono.
            –Por favor Golthor, no hace falta la formalidad, podéis seguir llamándome por mi nombre si lo deseáis. Para mí, seguimos siendo tan compañeros  como hace unos días.
            En cuanto terminó de contestarle, el hombre de espaldas se volvió lentamente, dejando ver su semblante y el frente de su túnica larga, que lucía finos diseños de colores  oscuros, entremezclados con hilos de oro. Golthor dudó unos segundos y luego  continuó diciendo:
            –Os agradezco la intención, pero son otras vuestras funciones, las cuales merecen el respeto correspondiente.
            –Como gustéis… Ahora bien. ¿De qué se tratan tales noticias que me habéis traído? –respondió Dawrt intrigado.
            –Son de gran importancia mi señor. Justo unas semanas antes de que se nos informara sobre la delicada situación de la frontera entre Thira y Gore; se me había informado de la aparición de una extraña gruta, la cual decidí investigar inmediatamente –Golthor realizó una pequeña pausa, para no sofocar con sus palabras a su oyente.
            –Seguid, por favor.
            –Decidí investigar aquel lugar, ya que recordé que, cuando se encontró la xiremei que está bajo nuestro cuidado –Dawrt instintivamente abrió aún más sus ojos y su interés en la conversación pareció aumentar sutilmente– el recinto en donde se halló  también apareció de la nada. Fue por ello que envié a uno de los más importantes magos, que en ese entonces me ayudaba en lo posible con la investigación de las gemas, a que investigue el lugar, acompañado por soldados de Gore; ya que el lugar se encontraba en sus tierras. La cuestión es que acaba de recibir noticias sobre el resultado de su viaje…
            –Continuad Golthor. Que es cierto que lo que decís, es de gran importancia para nosotros…
            Golthor asintió con la cabeza como primera respuesta y luego siguió con sus palabras.
            –Las noticias que he recibido no fueron dadas por mi compañero y amigo, sino por Herdenia… Según el único testigo sobreviviente, en aquella gruta se encontraban las ruinas de un templo, ubicado en las profundidades del monte Kite. Allí, un caballero y Rashfler, el mago que os dije, encontraron una extraña gema…
            Golthor pauso sus palabras para tomar aire pero Dawrt no tardó en apresurarlo a que siga con su discurso.
            –Continuad, continuad… –dijo el regente con ansiedad.
            –Aparentemente dicha gema es una de las cinco, ya que fue su magia la que hizo perecer a mi amigo y dejar muy mal herido al caballero que lo acompañaba. Según este, fueron atacados por un inmenso golem de fuego, justo después de posar sus manos sobre la roca.
            –Un Mirkhenin… –dijo Dawrt con voz apenas perceptible, casi como para sí mismo.
            –Posiblemente… –anunció Golthor.
            –¡La gema! ¡¿Donde está la gema?! –clamó Dawrt con fuerza, apoyándose con las palmas extendidas sobre la mesa de madera e inclinándose levemente hacia delante.
            Antes de contestar el consejero lo miró fijamente, contemplando la ansiedad de sus facciones, sin saber qué palabras usar.
            –Hablad Golthor. ¡Respondedme!
            –No… La gema no está… Según el caballero, la gema fue perdida de vista en el transcurso de la batalla, pero luego, cuando volvió a buscarla, ésta ya no estaba. El recinto en donde la había encontrado se hallaba completamente vacío –confesó el anciano.
            Dawrt no dijo nada, simplemente se volteó velozmente hacia el ventanal, probablemente para evitar que Golthor viera su rostro deformado por la furia e ira que le provocaron sus palabras.
            –¿Cómo que no está...?
            –No mi señor… Pero el problema más grave es que no se puede seguir buscándola. O por lo menos, sin correr el riesgo de perecer… Dicha zona ha sido abandonada y probablemente sea escenario de pillaje por parte de soldados Thirianos, o simples bandidos del lugar con libertad de actuar. Tal vez hasta las ruinas de aquel templo ya hayan sido profanadas –dijo Golthor describiendo un panorama poco favorable.
Luego de unos segundos, habiendo recuperado la placidez de sus facciones, Dawrt se volvió para inclinarse nuevamente sobre la mesa.
            –No me importa lo que allí suceda. Hay que buscar nuevamente hasta encontrarla –la mirada del regente fue tan penetrante y perturbadora que Golthor prefirió no contradecirlo y sólo asintió con la cabeza en señal de acuerdo.
            –Mi señor. Igualmente debo deciros que por más que no poseamos esta nueva gema, el simple hecho de saber de su existencia, ha confirmado años de investigaciones y esfuerzo…  –clamó el anciano.
            –Lo sé… Por eso es que me preocupa no saber dónde se encuentra en estos momentos… –respondió el regente con seriedad.
            –Nuestros cuidados de ahora en más deben ser aun mayores en cada movimiento que hagamos al respecto. No nos olvidemos que al encontrar la gema que poseemos no apareció ningún Mirkhenin.
            –¿Qué es lo que estáis sugiriendo Golthor…?
            –Mi señor, creo que la gema que tenemos aún no está despierta. Por eso su poder no se hace visible a nuestros ojos, ni ningún Mirkhenin aparece para defenderla. Es por ello que fuimos gratamente favorecidos, oportunidad que no debemos perder… Si la gema llegase a despertar aquí, en medio de la Tierra Mágica, podría hasta destruirla… –clamó el consejero con aire de preocupación en su hablar.
            –¿A dónde queréis llegar…? –indagó  Dawrt.
            –Creo que sería prudente acudir a la bendición de las doce sacerdotisas de Ishk…
Dawrt lo miró intrigado y no dijo palabra alguna, sólo esperó a que Golthor termine lo que tenía que decir.
            –La bendición de las doce sacerdotisas sería de gran importancia para evitar que el poder divino de la roca se vuelva en contra de sus portadores… O sea la Tierra Mágica. Si la fuerza sagrada del templo de Ishk es suficiente para ello, es algo que escapa a mi saber y comprensión. Pero insisto; creo que no vale la pena arriesgarse. Cada momento que pasa es vital. La gema debe ser sumergida bajo las lágrimas de Ishk, en la gran fuente central de su templo y luego besada por doce mujeres vírgenes. Las doce sacerdotisas –terminó diciendo el consejero.
            Dawrt se cruzó de brazos y rodeó un par de veces la silla que tenía  su lado; luego se dirigió nuevamente a Golthor.
            –¿Estáis diciendo que sería conveniente sacar la gema de la protección que le otorga este palacio, sabiendo su importancia y de lo desastroso que sería perderla? –clamó el regente con cierta arrogancia en su tono de voz.
            –Sí mi señor. Es justamente porque sé su importancia y su poder, por la que os digo esto –contestó el consejero, con firmeza y seriedad en sus palabras al notar su ausencia en las de Dawrt. 
            –Golthor, aprecio tus intenciones, pero la verdad que no estoy de acuerdo en poner en riesgo de esa forma la roca divina, que por gracia de los dioses hoy se halla en nuestras manos… Además, sino me equivoco, la bendición la tiene que solicitar la Gran Maestre en persona, para que sea válida para toda la Tierra Mágica… Y ambos sabemos que, por desgracia, no está posibilitada para ello… –clamó el regente, escondiendo tras la enfermedad de su maestre su rechazo por la propuesta del consejero.
            –Estáis en lo correcto mi señor… Es la gran Maestre quien debe requerir de la bendición de las doce sacerdotisas de Ishk. Pero al verse ésta imposibilitada, la señorita Margawse está en todo su derecho de solicitarla, al ser la heredera a la maestría. 
            –Margawse…
            –Sí mi señor, el viaje sólo duraría catorce días y trece noches si no surgiese ningún imprevisto en el camino…
            –Igualmente Golthor… catorce días en mucho tiempo. Debéis reconocer que sería un gran riesgo, tanto para la gema como para la señorita Margawse; poniendo en peligro todo lo que hemos conseguido hasta ahora y a la futura Gran Maestre de la Tierra Mágica.
            –Pero señor…
            Las palabras del consejero fueron interrumpidas en cuanto Dawrt alzó su mano en señal de que se detenga.
            –No os excuséis. No hace falta, ya que también reconozco que tenéis razón es vuestras palabras… Conseguir la bendición de las doce es de gran importancia…
            –Mi señor ¿Habéis reconsiderado? –inquirió Golthor sorprendido y con cierta esperanza.
            –La única forma que permitiría tal viaje sería bajo una estrecha vigilancia de la mayor cantidad de guardias posibles… –advirtió el regente, como si no supiera que sus palabras eran obvias.
            Golthor se sorprendió por sus inesperadas palabras, aunque trató de no mostrarlo en sus facciones.
            –Me alegra escuchar eso, mi señor. Y por ello no debéis preocuparos. Si la señorita Margawse marcha con la gema,  sería acompañada por su guardia personal.
            –Comprendo. ¿Cuándo recomendáis que se realice el viaje? –preguntó Dawrt al anciano.
            –Cuanto antes parta la señorita Margawse, si así lo permite vuestra merced, mejor será para la Tierra Mágica.
            –Entonces tenéis mi consentimiento.
            –Os agradezco por haber aceptado mi sugerencia. Os mantendré informado –terminó diciendo Golthor al tiempo que inclinaba levemente su cabeza en señal de saludo. El consejero giró su gastado cuerpo y atravesó el umbral de la puerta, dejando atrás la figura del regente y la pequeña habitación en la que se encontraba.
Golthor no tardó en informar de esto a su señora Martinique y al resto de los consejeros; los cuales estuvieron todos de acuerdo. A los dos días del aval otorgado por el regente, la hora de partir había llegado. Ya todo estaba listo. Ese día, Margawse despertó junto con el alba y se vistió exquisitamente con un largo vestido de seda, con pequeñas incrustaciones de piedras preciosas sobre el escote y a la vez delineado con hilos de oro.
Lo primero que hizo al salir de su cámara fue ir a despedirse de su madre, quien se encontraba gravemente enferma, sin poder si quiera levantarse de su lecho. Ambas mujeres permanecieron por largo rato abrazadas una a la otra; sollozando continuamente, apenas pudiendo hablar. Cada palabra de afecto era espaciada y entrecortada, ya que la voz de ambas se esforzaba por cruzar el nudo de angustia de sus gargantas cada vez más ajustado, como si esos días de viaje que Margawse tenía por delante significaran toda una vida sin verse. Luego de varios minutos, sus lágrimas dejaron de caer, y la angustia que padecían dejó de sujetar con sus garras los frágiles cuellos de las damas, dejándolas hablar.
–Hija… Debéis saber que os amo con toda mi alma y que sois todo para mí… –pronunció Martinique con voz débil y sincera.
            –Lo sé madre… Yo también os amo de la misma manera. ¡Por favor, no quiero separarme de vos! –clamó la joven, al tiempo que sujetaba con fuerza a su madre entre sus brazos.
            –Así debe ser, mi querida… Si os he pedido en un principio que realicéis este viaje, es sólo porque quiero lo mejor para vos. El viaje que os aguarda es de suma importancia no sólo para la Tierra Mágica, sino también para cada uno de los hombres sobre Agoreth –dijo la dama, quien no pudo terminar correctamente sus palabras, al verse atacada por una fuerte tos que apenas la dejaba respirar.
            Margawse la siguió abrazando y dijo:
            –Madre, pero no deseo ser yo quien tenga tal tarea. Deseo permanecer a vuestro lado ahora que me necesitáis más que nunca  –exclamó la jovencita, dejando que sus mejillas vuelvan a ser surcadas por lágrimas cristalinas.
            –No debéis preocuparos por mí… Mi suerte está marcada y nada podéis hacer al respecto. Ni nadie puede… Por favor… Escuchadme y recordad estas palabras… Siempre estaré a vuestro lado, en vuestro corazón y en cada recuerdo que tengáis de mí…. Pero ahora, debéis partir y proteger la gema que te será entregada.
            –Lo haré madre, os lo prometo… –dijo Margawse, con voz entrecortada por la angustia que la inundaba.
            Martinique abrazó fuertemente a su hija, y luego estiró uno de sus brazos hasta una pequeña mesa de madera que tenía junto a la cama. De ella tomó un pergamino, cerrado y sellado con la insignia de la Tierra Mágica.
            –Cuando lleguéis a destino, entregad esta carta para que no duden de la pureza de vuestra sangre.
            –Así lo haré… –repitió la muchacha, tomando el rollo de pergamino que le entregaba su madre.
            La joven y su madre siguieron mostrándose su afecto entre abrazos, lágrimas y dulces palabras, haciendo más difícil la despedida para ambas. Así permanecieron largos minutos, hasta que fueron interrumpidas por una de las mujeres de la guardia personal de la maestre, ahora heredada por Margawse.  Luego de inclinarse con una reverencia hacia ambas mujeres, anunció a la más joven que ya era el momento de abandonar aquella recámara. Los altos consejeros de la Tierra Mágica junto con su regente, la estaban aguardando en la Cámara de la Piedra; para entregar la roca divina a su cuidado.
            Las manos de madre e hija se estrecharon por última vez, al igual que sus ojos dieron una última mutua mirada. Margawse abandonó la habitación y se dirigió a donde se le indicó, acompañada de dos de las mujeres de su guardia. La dama de sólo catorce veranos se veía acorralada por una gran tristeza, que le provocaba separarse de su  madre; y a la vez por el gran peso que significaba la tarea que se le había encomendado.
            Al llegar a la sala, se encontró con todos los consejeros y su regente alrededor de un pequeño pedestal, de apenas un metro de alto, que alzaba sobre su ábaco un cojín de terciopelo rojo. En su centro, la dama percibió la fuerza y luz de la roca verdosa que ahora debía portar. El pedestal se encontraba permanentemente iluminado por una luz clara y pura, que no parecía venir de ninguna cavidad en especial, sino que parecía emanar de la roca misma, dejando en la sombra al resto de los presentes; que aguardaban tiesos, observando a la jovencita acercarse hacia ellos. Margawse se detuvo enfrente del pedestal y Dawrt se le acercó para saludarla con una sutil reverencia de su cabeza. La  dama respondió de la misma forma. Su regente tomó entre sus manos la fría e inerte roca sin vida, para colocarla en un pequeño cofre trabajado en oro y plata que le alcanzó uno de los consejeros. Luego el hombre entregó el cofre a las delicadas manos de la joven, aún perpleja por lo que sucedía.
            –En vuestras manos os entrego la roca divina. Posiblemente una de las cinco xiremei que originaron el suelo que pisamos, el agua que bebemos, el aire que respiramos y el cielo que contemplamos. Debéis portar esta gema hasta el templo de Ishk donde recibiréis la bendición de las doce sacerdotisas en nombre de toda la Tierra Mágica, como heredera que sois de su maestría  –clamó Dawrt con vigor y firmeza, mientras miraba fijamente a Margawse.
            –Cumpliré con la misión que se me ha encomendado –terminó diciendo la joven.
            Todos los presentes despidieron a la joven, deseándole buenos augurios en su viaje, aunque más de uno no pudo evitar mostrar cierta preocupación en sus ojos al ver a tan frágil doncella portar tan valioso objeto fuera de la Tierra Mágica, por más que sean pocos los días de ausencia. Aunque consideraban correcta la decisión tomada, el temor no los abandonaba y probablemente no lo hiciese hasta ver nuevamente a la gema colocada sobre su pedestal; dentro de largos quince días…
            La señorita Margawse abandonó la Cámara de la Piedra portando el pequeño cofre en sus manos, acompañada por las mismas dos mujeres de su guardia que la habían llevado hasta allí. Ahora sus pasos se dirigían al portón central del palacio de la Tierra Mágica, allí abandonaría su hogar y a su madre: su única familia. Mientras caminaba sus ojos volvieron a dejar caer débiles lágrimas, que surcaban sus delicadas mejillas hasta estamparse contra la dura roca del suelo húmedo. Al llegar a destino se encontró con un noble carruaje, aunque sin lujos ni ostento en sus formas o detalles. Éste estaba rodeado por doce de las mujeres de su guardia personal; todas ellas armadas y vestidas con los colores distintivos de la Tierra Mágica, los mismos  también se podían apreciar en las gualdrapas de sus monturas o en el estandarte que portaba una de ellas.
Al ver este escenario, la joven Margawse se sintió impactada por la imponencia de la imagen que veían sus ojos, pero a la vez le recorrió un escalofrío breve por la espalda. No pudo evitar pensar que tantos símbolos y distintivos no hacían más que atraer a indeseados o hasta bandidos… Como si su escolta fuese una mano señalando hacia ella y a la gema que portaba.
Hace muchos años que Margawse no salía del palacio, el solo motivo de abandonar la Tierra Mágica era suficiente para ponerla nerviosa. La última vez que había ido fuera del palacio no fue por voluntad propia sino por la de su madre, Martinique. Ésta la había llevado por el mismo camino que ahora ella debía recorrer sola, al templo de Ishk, para que las doce sacerdotisas la bendijeran al cumplir los tres años. Ya hace once inviernos de ello… Margawse se había acostumbrado inocentemente a un mundo aislado del que vivía el resto de los hombres y ahora que debía abandonarlo, el temor y la incertidumbre por lo que le esperaba se aferraban a su cuerpo erizándole la piel pero, a la vez, también era totalmente consciente que no tenía otra opción.
Margawse permaneció unos instantes enfrente del carruaje sin subir a él, como si al observarlo le ayudara a cuestionar su destino. Justo cuando su mente dejó de dar vueltas y se disponía a abandonar la Tierra Mágica, una voz detuvo sus pasos y la obligo a voltearse. Era Golthor que se acercaba hacia ella.
–Mi señora, simplemente quería despedirme de forma más personal y menos protocolar…
Estas simples palabras bastaron para robarle una sonrisa a la jovencita.
–¡Gracias! –clamó la joven, dejando de lado la sobriedad que la incertidumbre sobre lo que le esperaba le traía. Al mismo tiempo, abrazó con delicadeza al anciano, a quien a lo largo de su vida  consideró siempre como si fuese parte de su familia.
–Por favor mi señora, no hace falta –contestó el anciano con dulzura en su voz, al tiempo que respondía el abrazo apoyando sus manos sobre los hombros de la joven. 
–Tal vez vuestra merced no lo necesite. Pero yo sí… –dijo Margawse, sin soltar a su amigo.
Al escucharla, Golthor sintió cómo la angustia lo alcanzaba y se arrepintió de sus anteriores palabras, pero tampoco supo por cuales reemplazarlas… La sinceridad de la joven le recordó inmediatamente a su madre. Al cabo de unos segundos, ambos se separaron y Margawse lo miró fijamente a los ojos.
–Golthor… Cuidad de mi madre, por favor… Ella os necesita más que nunca…  –clamó la joven.   
–Lo sé…
Sin más que decir, Margawse se despidió con una última sonrisa y se dirigió hacia su carruaje. Ya adentro observó por la ventanilla cómo el consejero aún aguardaba allí, agitando su mano en señal de saludo. La joven respondió de la misma forma, e inmediatamente se escuchó la orden de “adelante” de la líder de su escolta y la compañía inició la marcha al paso. El palacio de la Tierra Mágica se encontraba en tierras altas y rocosas, por lo que su acceso era elevado y dificultoso. Fue así que Margawse y su guardia avanzaron lentamente sobre estrechos caminos hasta llegar a tierras más llanas.
Poco a poco, el imponente palacio iba quedándose en la lejanía. Fue ahí cuando Margawse notó la beldad de la Tierra Mágica, cubierta bajo el rojizo brillo del sol que se alzaba lentamente sobre el horizonte. Y aunque apenas había partido ya sentía melancolía al ver desaparecer su hogar entre las lomas de las colinas que iba dejando atrás; aunque su torre más alta parecía mantenerse siempre erguida y visible como un faro en las costas de un mar tempestuoso. Luego de un suspiro volvió su cabeza dentro del carruaje y tomó entre sus manos el fino cofre dorado,  el cual acarició  lentamente mientras su mente cavilaba incesante. Tras unos minutos abrió la tapa de la pequeña caja y observó con atención la gema que yacía dentro, apoyada sobre fina seda. Sus ojos quedaron prendados por el constante brillo de su interior, brillo que recorría cada facción de la roca una y otra vez sin que luz alguna se reflejara en ella. Con la yema de los dedos fue delineando cada lado de la gema siguiendo los surcos de luz que emanaban de ella.
La joven aún no podía comprender la importancia que traía en manos, simplemente confiaba ciegamente en las palabras de su madre. Mientras en su cabeza seguían rondando los mismos pensamientos, la compañía seguía avanzando por la ruta que dirigía a los puentes neriteles. Puentes que permitían el paso sobre los numerosos brazos del río Neritel; uno de los más profundos y bruscos de aquellas tierras. Estos puentes se encontraban distribuidos en las secciones más tranquilas y menos profundas pero a la vez más alejadas, río arriba. Antes de llegar allí debían lindar los límites del bosque Selika, a unas treinta leguas de distancia. El día aún era joven, por lo que contaban con el suficiente tiempo para llegar hasta allí. Además, ya abandonado el monte en el que se alzaba la Tierra Mágica, las tierras por las que pasaban eran llanas, sin dificultades para la marcha.
El tiempo pasó serenamente sin complicación alguna. Tras los arbustos a veces se veían miradas ocultas y rostros misteriosos; probablemente campesinos que recorrían la misma ruta que ellos, pero al ver al escuadrón armado prefirieron esconderse entre los árboles; o también podrían haber sido bandidos que optaron no salir al encuentro, al ver que no tenían posibilidad alguna ante tal escuadra de soldados. En fin, parecía que los temores que la joven traía consigo desde que abandonó su hogar eran infundados y no debía seguir temiendo. Evidentemente estaba muy bien protegida.
La dama continuó su travesía mientras el sol se alzaba sobre su cabeza, iluminando un magnífico cielo despejado; para ese momento ya debía ser mediodía  o una hora cercana a este. El viaje era largo y no tenía con quien vencer el aburrimiento de la soledad, ni cómo romper el monótono sonido de los cascos de los caballos, sin decir que el trayecto de su viaje recién comenzaba y aún quedaba mucho por delante. Margawse especificó que prefería ir sola, sin la compañía de ninguna de sus damiselas o amigas.
Para entonces el hambre comenzaba a cosquillear en su estomago, por lo que no dudó en tomar una hogaza de pan blanco que había entre las provisiones de la compañía para tan largo viaje. Comiendo tranquilizaba su estomago y olvidaba un poco el aburrimiento y por sobre todo la responsabilidad con la que cargaba. De cierta forma Margawse asimiló con bastante madurez la tarea que se le encomendaba, aunque siempre estaba la posibilidad que así lo hacía porque no llegaba a comprender la verdadera dimensión de lo que debía enfrentar…
El sol comenzaba a descender lentamente cuando una de sus escoltas le anunció que ya habían recorrido aproximadamente unas dieciocho o veinte leguas de camino. Sobre el horizonte de la ruta que seguían, ya se podían ver alzarse las copas de los árboles del bosque Selika, al cual no tardaron en llegar. Mirando por su ventanilla, Margawse apreciaba el paisaje de árboles espaciados y frondosos. Se podía andar en él a pie, sin sentirse atosigado por el abarrotamiento de ramas o raíces, ya que los árboles estaban lo suficientemente separados uno del otro.
Al cabo de unos minutos, la dama llamó la atención de una de sus escoltas, específicamente a la misma que antes le había dado aviso de la distancia que habían recorrido y que para ese entonces se hallaba cabalgando justo al lado del carruaje.
–Yazmín…
–Si mi señora, decidme –contestó con cortesía la escolta aludida.
–Debéis deteneros, he bebido mucho líquido antes de partir y la naturaleza me requiere. Por favor avisad al resto.
  La escolta asintió con la cabeza e inmediatamente fue a dar aviso a la líder de la escuadra, quien no tardó en alzar su mano derecha y dar la señal para detenerse. Los caballos detuvieron su paso y todas las mujeres permanecieron en sus monturas a excepción de Yazmín quién se bajo para acompañar a Margawse entre los árboles del bosque Selika. Ambas mujeres se adentraron rápidamente en la maleza, escabulléndose entre los robustos troncos de los árboles y demás arbustos.  Sus pies recorrieron el suficiente camino como para que la vista del resto de la escolta ya no pudiese alcanzarlas. Yazmín se detuvo y miró unos segundos a su alrededor.
–Hacia allí mi señora ¡Apuraos! –clamó la chica.
Margawse no contestó, sólo aceleró sus pasos hacia la dirección recién indicada por su escolta. Continuaron avanzando unos metros hasta que volvieron a detenerse y contemplar su derredor. Al cabo de tan sólo unos instantes, una figura apareció entre los árboles, totalmente cubierta por una capa de cuero larga, con una capucha lo suficientemente profunda como para impedir ver el rostro de su portador. 
–Aquí… –clamo una voz femenina proveniente del interior de aquella oscura capucha.
Tanto Margawse como su escolta no se sorprendieron en absoluto al verla, sino todo lo contrario; se acercaron a ella velozmente hasta estar frente a frente.
–Temía que no vendríais… –clamó la joven heredera de la Tierra Mágica, con la voz algo agitada por el breve trote hasta allí.
–Cumpliré mi palabra tal como se ha dicho, mi señora –clamó la desconocida al tiempo que corría hacia atrás la capucha de su capa.
–¿Y Noelia?
–Está en aquella dirección cuidando los caballos, mi señora –dijo nuevamente la encapuchada, señalando el camino por donde había aparecido.
La joven sin nombre tenía un rostro pálido y delicado como el de Margawse, ojos grandes como ella aunque obviamente de otro color, avellana. Sorprendentemente el color de su pelo también era tan oscuro como el de Margawse y se encontraba peinado con el mismo tocado. La similitud era impresionante.
Las tres mujeres se miraron unos segundos sin decir palabra, luego Yazmín rompió el silencio.
–Disculpadme mi señora, pero debéis apuraros.
–Lo sé… –clamó la dama, luego dirigió su vista a la desconocida– ¿Estáis segura de esto, Merithila? 
–He jurado protegeros con mi sangre y con mi espada. Si ésta es la mejor forma en que puedo hacerlo, así lo haré…  –clamó la joven de capa.
Margawse asintió con la cabeza y luego dejó escapar una pequeña lagrima de sus ojos brillosos, conmovida por la decisión de una de sus más valientes guardianas.
–Gracias…. Muchas gracias…
–Por favor mi señora, no hace falta que me agradezcáis; os aseguro que no pasará nada. No temáis… –clamó Merithila al mismo tiempo que se quitaba la capa que traía.
Cualquier testigo se hubiese asombrado increíblemente; pero ninguna de las tres mujeres se inmutó al respecto. Merithila traía puesto un vestido exactamente igual al de su señora. Ahora el parecido entre ambas era increíble. Quien no la viera directamente de frente juraría que era Margawse, sin titubear, por más que la conociese de toda su vida. La joven impostora entregó la capa de cuero a Margawse, quien la tomó entre sus manos.
–Mi señora ¿Habéis traído la roca con vosotros? –pregunto Merithila al ver que ambas manos estaban vacías a excepción de la capa.
Margawse no contesto con palabras, sino que metió su mano entre su escote y saco una gema un poco más pequeña que su delicado puño. 
–¿Vos? –preguntó ahora la dama, mientras secaba las marcas que habían dejado las pocas lágrimas que acababa de derramar.
–Sí –se limito a contestar, al tiempo que se volteó para recoger detrás de uno de los árboles una bolsa de viaje hecha en cuero. Metió su mano dentro y luego de revolver un poco en su interior sacó una piedra similar a la de Margawse, pero sin ese brillo especial tan característico.
–La llevaré hasta el carruaje en el escote, como bien supo hacer su merced… En ese bolso he dejado suficientes provisiones de comida y agua como para tres días, espero que sea suficiente. También hay una daga que espero que jamás necesite usarla, mi señora… –continuó la impostora.
Margawse, inmediatamente abrazó a sus compañeras sin que estas lo esperasen, pero respondieron el gesto de la misma forma y alegres por ello, dejando que sus ojos brillen cubiertos por lagrimas que no llegaron a caer.
–Gracias… Muchas gracias por la confianza que tenéis sobre mí y mi madre. Estaré eternamente agradecida…
Las mujeres no contestaron, sólo mantuvieron el abrazo unos instantes más hasta que Yazmín recordó nuevamente que el tiempo los apremiaba y debían volver inmediatamente, sino querían despertar sospechas. Las dos mujeres asintieron y Merithila comenzó a alejarse de su señora secundada por Yazmín. Luego de despedirse con una última mirada, comenzaron a alejarse con más prisa hasta perderse en el camino que volvía hacia el carruaje.
Margawse permaneció inmóvil, observándolas hasta que su vista ya no las pudo distinguir. Luego estiró la capa que traía en manos y la extendió sobre su espalda para colocársela adecuadamente. En un instante, el bello vestido quedó cubierto por completo por el harapiento cuero, al igual que su rostro por la profunda capucha. Luego se inclinó para tomar la bolsa de viaje que le habían dejado y se volteó para perderse bajo las sombras de los árboles del bosque Selika. 

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