lunes, 2 de mayo de 2011

2º Parte - Capítulo 6

–VI–

Sus delicados dedos sostenían con sutileza una fina pluma con la cual, luego de haberla mojado en el tintel, trazaban cortos versos con gran dedicación sobre papel amarillento, pálidamente iluminado por la luz del  crepúsculo, que entraba por el ajimez que tenía enfrente de su escritorio. Su mirada, posada sobre la hoja, seguía el delinear de la pluma con suma atención. Luego de escribir por varias líneas, su mano se alzó y la pluma se despegó de la hoja, pero sus ojos siguieron posados en ella.
Al leer sus propios versos, sus ojos celestes resplandecieron, cargándose de lágrimas que no llegaron a caer. En cuanto depositaba nuevamente la pluma en su tintel, una seguidilla de pasos aproximándose alteraron la calma de su pensar y la obligaron a volverse hacia la puerta, la cual se abrió un instante después.
            –¡Mi señora, acaban de llegar noticias de la Marca Norte! –irrumpió bruscamente una de sus damiselas.
            Dana se levantó con vigor de su asiento y se acercó con presteza a su damisela, para tomarle los brazos e interrogarla.
            –¿Qué ha pasado? ¿Cuáles son las noticias? –preguntó la dama, sin gritar pero manteniendo un tono fuerte y firme.
            –No sabría deciros, pero temo que no son buenas. El mensajero acaba de hablar con vuestro padre.
            Dana dejó caer una de las lágrimas que enjugaban sus ojos y continuó:
            –¿Por qué teméis, qué es lo que sucede? –dijo Dana, al tiempo que sus ojos brillaban con un fuego celeste, que parecía no apagarse con las lágrimas; sino alimentarse de ellas.
            –No os preocupéis mi señora, las noticias sobre la Marca tal vez no sean buenas, pero el mensajero, además, trajo consigo una carta cerrada, firmada por sir Self de Gore.
            Dana dio un suspiro de alivio y tragó saliva para calmar el nudo de su garganta. Estas últimas palabras apaciguaban el pesar con el que convivía desde la partida de su amado. 
            –Debo ir a ver a mi padre ya mismo… –clamó la dama.
            La damisela se hizo a un lado para dejarla pasar, pero justo antes de que Dana abandonase su habitación la retuvo con nuevas palabras.
            –Frenad el caer de vuestro sufrir; por lo menos si no queréis que se sepa la  razón…
            Dana la miró e inmediatamente secó sus lágrimas con  el reverso de su mano. Aunque  el rojo de sus ojos delataba su consternación.
            –Sí; debo lavarme el rostro antes…
            Dana se volteó y se dirigió a una pequeña fuente metálica que había en su habitación y hundió sus manos en ella, para luego quitarlas rebosantes de agua, que se llevó al rostro para borrar las marcas de sus lágrimas. En seguida secó sus mejillas con un lienzo dispuesto para ello y abandonó la habitación, seguida por su damisela.
            –Está bien Beatriz, podéis volver a vuestros quehaceres –dijo la princesa al ver que la damisela seguía sus pasos.
            Beatriz asintió con la cabeza y cambió el rumbo de sus pies. Dana, en cambio, aceleró su paso hacia el aula mayor, donde supuestamente su padre acababa de recibir al emisario. En el extenso pasillo que recorría, sólo el eco de su pisar era lo que se oía. Al llegar al extremo, el pasillo daba a una escalera caracol, por la cual Dana descendió velozmente, aferrándose al husillo para no caer. Avanzó por otro de los pasillos del castillo y cruzó el arco de la antesala. Es ahí cuando tropieza con la presencia de su hermano, Octavio. Dana perdió el equilibrio, pero su hermano la sostuvo por el brazo para que no caiga.
            –A dónde vais con esa prisa, querida hermana… –dijo el hombre, sin soltarle el brazo.
            –A ver a nuestro padre –respondió la princesa secamente.
            –No veo la urgencia… Casi os desnucáis  por andar así –continuó el príncipe, manteniendo una mirada insidiosa sobre su hermana.
            –Una de mis damiselas me ha informado sobre las importantes noticias que han llegado de la Marca Norte. Deseo saber de qué se trata.
            –Así es, el rey las acaba de recibir junto conmigo. Lo que no sabía era que teníais un interés tan vivaz por la política… –las palabras de Octavio se volvieron más pesadas e insinuantes.
            –¿Cómo no me interesaría el destino de Gore? Mostrarme desinteresada por la guerra contra Thira es impensable y mucho menos como princesa del reino –repuso la dama, acompañando sus palabras con una firme mirada.
            Un instante después, Dana retiró su brazo de las manos de su hermano con brusquedad.
            –Sé que os importa. Vuestros ojos ya no pueden esconderlo… –terminó diciendo Octavio, al tiempo que se hacía a un lado para dejar pasar a su hermana, la cual en cuanto vio el espacio se alejo de él, sin nada más que decir. Su hermano permaneció unos segundos viéndola partir, y luego dio la media vuelta y abandonó el lugar.
            Dana llegó hasta el portón del aula mayor, el cual estaba protegido por varios guardias. Todos saludaron a su princesa e inmediatamente abrieron el portón, sin que la dama ni siquiera tuviese que frenar la marcha para esperar a que se separasen las placas de madera. En su interior, el aula mayor estaba finamente adornada con inmensos tapices, que representaban el blasón de Gore en varios tonos y colores, con la prominencia del azul. En el centro de la sala se hallaba su padre, sentado en su sitial, apoyando sus brazos sobre la gruesa tabla de madera de la mesa central del recinto. A su lado se hallaba un guardia, que no sólo estaba para defenderlo; sino también para asistirlo en lo que necesite. El rey sufría de cierta reducción motriz, debido al paso de los años y fríos inviernos que arrastraban su cuerpo. Éste lucía un rostro mucho más abatido y apesadumbrado de lo que acostumbraba a uno al verlo. Sus dedos, torcidos por la leve deformidad de sus huesos traída con la edad, se movían intranquilos; frotándose entre sí sin cesar.
            La princesa fue anunciada ante el rey, éste asintió, pero se mantuvo en silencio unos segundos… Con la vista totalmente ida, sin dirigirla a su hija; haciendo caso omiso de ella hasta que Dana se hizo notar.
            –Padre…
            Alfer alzó su débil mirada, semi cubierta por gruesos y pesados párpados y estiró una de sus manos, para indicarle que se acercara hacia él.
            –Padre, he escuchado que acabáis de recibir noticias de la Marca Norte… Por favor, contadme lo que sucede –clamó la joven.
            –Así es hija… Las noticias que he recibido acortan los minutos de vida que le quedan… Thira tomó por sorpresa a la Marquesa Tynide y se apropió de los asentamientos del puente sobre Meriel e inmediatamente después inicio el asedio sobre la fortaleza de la Marca…
            –Padre… –dijo al tiempo que la piel se le erizaba… Dana comprendió inmediatamente la gravedad de la situación– ¿Qué es lo que haréis ahora…?
            El cansado semblante, cubierto por blancos cabellos, dudó unos segundos y luego dijo:
            –Quisiera poder responderos sin que mis palabras suenen dudosas… Pero no puedo… Ahora la Marca espera que Herdenia organice un ejército considerable que la libre del asedio, pero a la vez necesito preparar cientos de soldados que sólo se ocupen de mantener el control y la seguridad en los poblados y ciudades de todo Gore que posiblemente sufran el ataque de pequeños grupos enemigos que se infiltren por el puente Meriel… –el rey hizo una pequeña pausa y miró sus manos moverse nerviosamente, luego continuó–. Yurkea ya se está preparando para ser la nueva barrera contra Thira y apoyar al ejercito de Herdenia que libere a la Marca cuando sea necesario… –terminó diciendo el anciano rey, con voz débil y entre cortada.
            –Padre… Debéis organizar el ejército que la Marca solicita… Por favor... No dejéis perecer a vuestros nobles hombres, que allí resisten la muerte detrás de débiles muros –dijo Dana con vigor, abandonando la serenidad de su talante.
            El rey fijó la vista en su hija por unos segundos, sin ni siquiera parpadear.
            –Vuestra fuerza es grande, hija mía; grande como la de vuestro hermano, que también me aconsejó con palabras similares. Él mismo se ofreció a comandar las tropas… –el rey dio un suspiro y siguió sus palabras–. Tenéis una fuerza que ya no creo tener… Los años no sólo atrofian mis músculos; también mi juicio… –el rey hizo una pausa para llevarse con presteza una de sus manos a la boca, para contener una repentina tos, tan fuerte que hizo vibrar sus huesos.
            –No os esforcéis, por favor… –clamó su hija al verlo.
            –No… Está bien, no os preocupéis… –contestó el monarca, al tiempo que agitaba su dedo índice derecho–. Comenzaré a organizar las fuerzas disponibles… Varias semanas serán las requeridas para alcanzar un número considerable…
            Dana dejo escapar una sutil sonrisa y se ubicó a un costado de su padre, para rodearle los hombros con sus brazos. El rey respondió acariciando sus manos con las suyas.
            –Disculpadme si no corresponde, pero he recordado que habéis enviado a un caballero en una importante misión a la Marca. ¿Habéis recibido noticias de ello también? –clamó Dana lo más disimuladamente posible, sabiendo de antemano la respuesta.
            –He recibido… Sir Self se encuentra en Yurkea, desde donde me ha escrito con los detalles de la misión… La cual lamentablemente fue un fracaso… O por lo menos así lo considerará la Tierra Mágica cuando sea notificada…
            Dana calmó su corazón al oír el nombre de su amado fuera del peligro de la guerra. Pero en parte, aún no podía lograr la tranquilidad de sus emociones.
            –Padre, yo he estado presente cuando habéis informado al caballero de los términos de vuestra encomienda y debo admitiros que he quedado con curiosidad desde entonces… ¿Me dais vuestro permiso para leer lo que os ha escrito sir Self? –inquirió la muchacha, impulsada por la ansiedad de su ser.
            El monarca la observó con el rabillo del ojo, ya que la tenia de costado, y luego hablo:
            –Sí, podéis leer lo que el mensajero ha traído. No sabía que os había interesado aquella misión…
            Dana agradeció con un gesto de su cabeza y tomó la carta de la mesa que su padre le indicaba con su mano. Sus ojos recorrieron las líneas trazadas sobre la hoja con  gran velocidad; su ser se estremeció por dentro al conocer el estado de Self, pero su rostro se mantuvo firme e inerte, sin dejar escapar expresión alguna que debelará su preocupación. Se alegró de sobremanera al saber que se encontraba fuera de peligro. 
           Corrompida por el egoísmo del amor, sólo deseaba volver a tenerlo entre sus brazos más que cualquier otra cosa, más que recuperar la Marca; cosa que avergonzaba a su conciencia, no así a su corazón.  
   

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