viernes, 10 de junio de 2011

3º Parte - Capítulo 2

–II–

Era una noche oscura; sin estrellas ni luna. El cielo estaba cubierto por un manto de nubes negras, que se extendía hasta donde llegaba la vista. La única razón que permitía a uno distinguir entre sombras y figuras eran los faroles de aceite distribuidos a lo largo del muelle, con el fin de evitar accidentes. Bajo una pequeña aura de luz, proporcionada por uno de estos faroles, se encontraba un reducido grupo de hombres de mar, recostados sobre viejos barriles riendo y blasfemando; siendo lo único audible, sin contar el constante ruido de las aguas del río Meriadol chocar contra los postes de madera ennegrecidos con brea que mantenían al muelle en pie. Imbuidos en sus rizas y vozarrones, no se percataron que estaban siendo observados hasta que fue demasiado obvio. Una figura, totalmente cubierta por una capa marrón, ingresó dentro del aura de luz. Todos los hombres que hasta hacía un instante estaban riendo y hablando, enmudecieron por completo ante la sorpresa y empuñaron sus armas con velocidad hacia el desconocido.  
            –Calmaos, sólo quería saber si todo estaba en orden para el viaje de mañana –clamó el sujeto de capa marrón, dirigiendo su mirada a sólo uno de los hombres allí presentes, con una voz firme y de tono grave; pero a la vez poco natural, como si fuese una voz forzada.
            –Ah, erais vos…. Ya os dije que la barca estaría lista para mañana. A primera hora podremos partir –dijo uno de los hombres con voz áspera y corroída por el tiempo.
            –Sólo quería cerciorarme –clamó el sujeto que sólo tenía sus ojos al descubierto. Luego dio la media vuelta y comenzó a alejarse.
            –¡Hey! Recordad traer el dinero si no queréis terminar en el fondo del río –continuó el marinero junto con una risotada. El encapuchado volvió la cabeza hacia él.
Aunque sus compañeros también se le unieron en la risa a modo de broma, todos sabían que, de cierta forma, lo que había dicho podría ser cierto.
            –Tengo el dinero que habéis pedido. No os preocupéis por eso… Mañana a primera hora estaré aquí nuevamente. Buenas noches –terminó diciendo el sujeto de marrón, antes de salir del aura de luz y volver a perderse en la oscuridad.
            En cuanto el desconocido se fue, los marineros volvieron a donde se habían quedado; recostados entre barriles y vociferando entre ellos. Por otro lado, el sujeto de capa se alejó más y más, hasta que las fuertes voces de los hombres de mar se convirtieron en un murmullo, hasta desaparecer por completo. Continuó caminando hasta salir del muelle y escabullirse entre las estrechas calles de Erkelia. Esquivando charcos de orina y vagabundos desparramados, llegó hasta una oscura taberna poco concurrida del sur de la ciudad, en la cual entró.
            Las miradas que se enfocaron en su figura volvieron rápidamente a donde estaban; reconocieron al sujeto con sólo verlo. Aparentemente frecuentaba el lugar o directamente se hospedaba en el. El hombre se acercó hasta la barra del cantinero y, luego de saludarlo cordialmente, le pidió un buen plato de comida caliente. El sujeto del otro lado le respondió el saludo de la misma forma y luego se dirigió a buscarle el pedido. El sujeto permaneció unos instantes a la espera, mientras observaba de reojo al resto de los clientes. Todos portaban rostros dignos de temer, aunque inofensivos; también solían concurrir esa taberna y no hacían más que comer y beber.
            Sin esperar demasiado, apareció nuevamente el tabernero trayendo un plato con el especial del día; estofado de carne con verduras varias. El sujeto encapuchado permaneció allí comiendo y bebiendo, pero al llegar a la mitad de su comida avisó al cantinero que terminaría de comer en su cuarto y que luego le traería el plato. El tabernero, aparentemente acostumbrado al pedido, accedió sin molestarse. 
            La gema sobre su mano mantenía intacto ese brillo, característico de su interior, sin importar que a su alrededor hubiese oscuridad y sombras. Siempre brillaba. Como si una fuerza sobrenatural la obligara a observarla constantemente, Margawse jugaba con la roca girando sus caras y observando cómo la luz de su interior danzaba al compás de los movimientos; mientras, su mente cavilaba incesante. Inesperadamente, la puerta de la habitación se abrió velozmente, despabilando su semblante sereno e ido. Bajo el umbral, cruzó aquel sujeto de capa marrón, junto con un plato de comida que traía en sus manos; luego cerró la puerta detrás suyo.  
            –Mi señora, os he traído algo de comer –clamó el sujeto, aunque con una voz notablemente diferente; mucho más suave y delicada; al tiempo que depositaba el plato y una cuchara sobre la vieja mesa de madera, que ocupaba el centro del recinto.
            –Os agradezco Noelia, pero debo confesaros que no tengo apetito… –clamó Margawse.
            –Mi señora… Por favor, os ruego que comáis algo. Hace días que estáis encerrada en esta habitación y apenas queréis comer… ¿Os sentís bien?
            Margawse dio un suspiro.
            –No, no me siento bien… Todo esto… Esta roca… Lo que mi madre me ha contado… Tener que haber abandonado todo… ¿Cómo podría sentirme bien?  
            –Os entiendo mi señora… Disculpad mi insolencia… –musitó Noelia, bajando levemente la cabeza.
            –Por favor… No digáis eso… Vos no tenéis nada que ver. Es más, gracias a vuestra compañía y protección puedo sobrellevar esta pesadilla que me ha tocado vivir. Ojalá algún día pueda recompensaros por ello.
            –No mi señora, no haría falta. Al igual que el resto de mis compañeras, es mi misión protegerla. Y poder llevarla a cabo es suficiente recompensa.
            –Gracias Noelia, gracias…
            –Por eso es que también me preocupo por vuestra salud o ánimo.
Margawse sonrió inmediatamente y se acercó al plato de comida que su guardiana y amiga le había traído, sentándose a la mesa. Sumergió la cuchara en él y comenzó a comer. Aún estaba caliente y sabroso. Noelia, ya conforme, pasó a quitarse la capa de cuero desvelando el cuerpo de una joven mujer, de rizos castaños. Luego, se sentó a la mesa acompañando a Margawse.  Tras unos instantes de silencio, la charla se reanudó entre ambas mujeres.
            –¿Habéis confirmado el viaje de mañana? –inquirió Margawse.
            –Sí, mañana a primera hora cruzaremos Meriadol –contestó su compañera, quien luego prosiguió– ¿Creéis que Herdenia os ayudará?
            –Sí… Además es la única forma de seguir…
            El silencio volvió  nuevamente al recinto por unos minutos, hasta volver a quebrarse.
            –Os pido disculpas si os molestáis por lo que voy a preguntaros, pero… ¿Creéis que todo esto es lo correcto –clamó Noelia con un tono algo temeroso.
            Margawse no contestó inmediatamente; pensó por unos segundos
            –Creo en mi madre… Y por todo lo que me ha dicho, esta es la única posibilidad que tenemos para evitar que el mal recaiga sobre Agoreth nuevamente…
Noelia quedó sorprendida por la convicción de sus palabras; luego continuó:
–Entonces pensáis que Merithila…
–Ella sabía… –de pronto la voz de Margawse se cortó y sus ojos se volvieron cristalinos–. Ella sabía lo que podía pasar… Al igual que vos… –con la voz entrecortada por una angustia naciente, la joven trato de continuar–. Además… Hoy se vencía el plazo de espera... Si nadie nos ha venido a avisar de lo contrario, es porque todo lo que ha predicho mi madre se ha cumplido. Ahora sólo nos queda seguir… Seguir sin mirar atrás…
El semblante de Noelia se entristeció al escucharla, y sus ojos también se humedecieron…
–Perdonad… no debí preguntar… –terminó diciendo la joven, al tiempo que se levantaba de la mesa y se alejaba hacia una de las dos camas de la habitación. Sin decir más, se recostó y se tapó hasta la nuca con las carcomidas y húmedas mantas.
Margawse la miró entristecida; Merithila era su hermana, su única familia. Sin palabras de consuelo, la joven Margawse también decidió recostarse. Ya era lo suficientemente de noche y debían descansar; mañana les esperaba un arduo viaje.
Al día siguiente, aún muy temprano, ambas mujeres ya estaban despiertas y preparándose para partir. Mientras acomodaban sus ropas sólo el silencio las acompañaba. Cosa que Margawse decidió cambiar.
–Sabéis… Por la noche estuve pensando… –musitó la joven, lo suficientemente fuerte como para que Noelia se volviese hacia ella para escucharla–. Estuve pensando que seguirá siempre a vuestro lado, al mío y al lado de todos los que la conocieron. Porque sigue viva en el recuerdo que se cobija en nuestros corazones y siempre permanecerá allí…
–Recuerdo al cual no se puede hablar ni abrazar o cualquier otra cosa que solía hacer junto a mi hermana, porque es sólo eso, un recuerdo –clamo Noelia, aún triste y molesta.
–Merithila fue muy valiente y, aunque ya no podáis hablarle o abrazarla,  recordad esto y ella siempre seguirá acompañándoos –dijo Margawse, tratando de traer consuelo a su compañera y a sí misma.
Noelia miró a Margawse con fijeza por unos segundos y luego asintió con la cabeza al tiempo que dijo:
–Sólo espero tener el mismo valor cuando llegue el momento...
–Lo tendréis… 
Luego de la breve charla, ambas mujeres abandonaron la habitación y cruzaron la taberna, aún con algunos clientes desparramados sobre las mesas y la mayoría sin sentido. Al salir del lugar se encontraron con un día que no terminaba de nacer. El sol  no salía y el cielo apenas había aclarado su azul nocturno. La leve luz apenas dejaba ver los densos mantos de niebla que cubrían por completo las estrechas calles de Erkelia.
  Resguardadas en su totalidad por amplias capas de cuero marrón, las mujeres comenzaron seguir el camino que las llevaba hasta el puerto, evitando la basura característica de las ciudades o a cualquier sujeto que rondase por aquellas horas. Manteniendo un buen paso, no tardaron en pisar los tablones del muelle. Avanzaron por éste hasta que, entre la niebla, se divisaba una única figura de pie junto a uno de los faroles de aceite ya apagado. Se acercaron con cautela, hasta que la niebla dejo de cubrir sus rasgos; era el mismo marino al que Noelia había visitado el día anterior.    
–Bien, bien… Habéis venido a tiempo –clamó el hombre con su voz gruesa y ronca–. Pero quien… –terminó diciendo, al tiempo que dirigía su vista  a Margawse, que para ese entonces no era más que un sujeto encorvado, con el rostro bien cubierto y mirando al suelo.
–Es mi compañero de viaje –se adelantó a decir Noelia, modificando nuevamente el tono de su voz, que al tener la mayor parte del rostro cubierto, pasaba perfectamente por la voz de un joven.
–Bien… pero… ¿Os encontráis bien? –continuó el hombre de mar, dirigiéndose hacia la encorvada Margawse al notar su extraña postura.
Margawse notó que se dirigía hacia ella y, al no poder decir palabra alguna por temor a ser descubierta, simplemente tosió varias veces, al tiempo que seguía encorvándose.
–Está algo enfermo… Aún no recupera su voz y dudo que pueda decir palabra alguna durante el viaje –Clamó Noelia.
–¿Enfermo? –inquirió el hombre de mar, al tiempo que daba unos pasos hacia atrás, alejándose del sujeto encorvado– ¡Alejaos, no acerquéis vuestra peste hacia mí!
Antes de que pudiera seguir alejándose y gritando, Noelia lo tomó por el brazo con presteza diciéndole firmemente:
–¡No es peste! Si estaría contagiado de la enfermedad negra ni siquiera podría mantenerse en pie. Es sólo una tos crónica, os lo aseguro.
–No, vuestro amigo no viajará en mi barca. Sólo vos o nada –clamó el marino, manteniendo distancia.
–No, no entendéis. Este viaje es para los dos. Por ello os pagaré. Si no, el viaje se cancela –continuó Noelia.
Bajo la oscura capa de cuero, Margawse comenzó a sudar de los nervios al no entender el curso que su compañera le estaba dando a la conversación. Ese viaje era su única oportunidad y, si se cancelaba, quedarían varadas en aquella ciudad.
–¿Estáis dispuesto a perderos el dinero del viaje por miedo a una simple tos? –continuó Noelia, jugando con la avaricia del marino que en cuanto la escuchó, su semblante comenzó a mostrar vetas de indecisión en sus expresiones. Margawse entendió inmediatamente las intenciones de su compañera y se tranquilizó.
El sujeto no respondió hasta el cabo de unos segundos.
–Pagadme más… Cuando os dije el  precio no sabía que traerías a un enfermo con vosotros.
–¿Cuánto?
–El doble –se apresuró a decir el marino.
–Estáis loco, es demasiado por el riesgo de contagiarse una tos. Os ofrezco un tercio más.
–¿Tos? Sólo tengo vuestra palabra. ¿Por qué debería confiar en vos? La mitad más a la cifra que os dije y haremos el viaje.
Noelia accedió, asistiendo con la cabeza, y el hombre de mar no hizo más que estirar la mano.
–¿Ahora?
–¿Queréis viajar o no?
Noelia lo observó fijamente con mirada reacia, al tiempo que metió su mano derecha entre sus ropas y tomó a una pequeña bolsa de cuero. Hurgó dentro de ella y sacó la cantidad justa de monedas que aquel sujeto le requería, luego volvió a guardar la bolsa y le entregó el dinero. El sujeto se regocijó al palpar las brillantes monedas ahora en su poder y, luego de esconderlas dentro de uno de los bolsillos de su camisa, dijo:
–Adelante entonces. Pero os advierto. Si vuestro compañero comienza a vomitar sangre o algo parecido lo arrojaré de la barca y a vos también si intentáis impedirlo.
Noelia volvió a arrojarle la misma mirada desaprobadora.
–No os preocupéis, no vomitara sangre. 
Sin más que decir, los tres sujetos se acercaron a una pequeña barca que flotaba sobre las calmadas aguas del Meriadol. Noelia y Margawse se dignaron a subir, mientras el marinero desataba los cabos de las sogas que sujetaban su pequeña barca al muelle de Erkelia. Al terminar, él también subió a la barca; tomó uno de los remos y colocó su extremo sobre unos de los postes del muelle, para luego impulsarse sobre éste, separando la barca lo suficiente como para poder utilizar los remos con comodidad.
Luego de paletear varias veces, la barca se adentró por completo en las aguas del Meriadol en dirección oeste, siguiendo la corriente. La niebla era tan espesa como sobre la ciudad pero sobre el río, al no ver nada más que agua, no había punto de referencia alguno; para donde uno mirase, no había más que niebla haciendo parecer a su manto mucho más denso y hasta infinito.
–¿Siempre es tan densa la niebla a estas horas? –clamó Noelia, luego de varios minutos de silencio.
–A veces… –respondió el marino secamente.
–¿Tardará en disiparse? –volvió arremeter la joven, como si aquel  manto gris la pusiera nerviosa.
–Algo… Aún es muy temprano –dijo el hombre, que luego de una pausa continuó–. Si no queremos chocar contra nada indebido debemos mantener una marcha lenta, hasta que se disipe un poco esta neblina y haya más luz…
–Veo…
–Creo que no hace falta recordaros que fue vuestra merced la que insistió viajar a estas horas…
–No, no hace falta. Ya lo sé. Lo único que espero es llegar a destino antes que anochezca. 
El hombre no contestó, dejando escuchar con detalle a sus remos hundiéndose en el agua para luego emerger una y otra vez, siendo lo único que evitaba que el silencio fuese total.
Margawse seguía con la vista baja sobre la madera de la barca, escuchando con atención todo lo que sus compañeros de viaje tenían que decir, pero al cabo de unos minutos de silencio reinante, la mente de Margawe volvió a perderse en pensamientos futuros; volviéndose a llenar de dudas sobre lo que estaba haciendo y su posible éxito en ello. Sobre todo pensaba en la verdadera naturaleza de aquella gema que portaba. En cuanto la imagen de la piedra ocupó su cabeza, no pudo resistir el anhelo por volverla a sentir en sus manos. Sin que nadie lo notase, hurgó entre sus ropas hasta dar con la pequeña gema. Palpar sus delicados lados, tan suaves como fríos, la tranquilizaba. Aunque no podía verla, la joven comenzó a hacer el mismo movimiento con sus dedos que solía hacer para mirar el brillo cambiante de su interior. Así permaneció largo rato, tal vez hasta horas.
El tiempo pasaba y los tres ocupantes de la barca parecieron haberse acostumbrado al silencio. Nadie abrió la boca más que para bostezar. Pronto el cielo dejo aquel azul claro previo al alba para volverse celeste y luminoso; indicio de que el sol había nacido sobre el horizonte. Aunque la claridad aumentaba considerablemente con el paso del tiempo, los espesos mantos de niebla no parecían disiparse. La única modificación perceptible fue en su color; de ser una niebla oscura y grisácea a ser tan blanca como las nubes.  
–¿Cómo vamos de tiempo? –inquirió Noelia recordándole a los demás el sonido de su voz que hace horas había permanecido ausente.
–Bien… Aunque la niebla persista, igual llegaréis antes del anochecer; la marcha es lineal, así que no hay problemas de perderse por algún brazo del río…
Luego de un nuevo periodo de silencio, aunque mucho más corto que el anterior, el sujeto que maniobraba los remos retomó la conversación.
–Veo que vuestro compañero ya se siente mejor… No ha tosido ni una vez desde que partimos…
–Visteis, os dije que no había por qué temer, era sólo una tos –contestó Noelia, con ciertas dudas sobre las intenciones del comentario del marino.
Tan sólo escuchar que la nombraban llenaba de nervios a Margawse, quien no tardó en sentir las palmas de sus manos húmedas de un leve sudor.
–Bien, bien, eso me tranquiliza. Pero no penséis que por ello os devolveré algo de vuestro dinero –se detuvo por un segundo y continuó–. Perdón, mi dinero –terminó diciendo el marino, echando una carcajada que no tuvo afiliación en el resto del grupo.
 Luego de apaciguar su humor, le dio unas palmadas en el hombro al sujeto enfermo y volvió su atención a los remos. Unos instantes después, la tranquila marcha por el Meriadol sufrió un sobresalto inesperado. El barco chocó contra algo y se tambaleó hacia un costado. Margawse perdió el equilibrio y la pequeña roca que traía se resbaló de sus delicados dedos para comenzar a rodar sobre los maderos de la barca. Inmediatamente, los ojos del hombre de mar se abrieron desmesuradamente al ver a semejante joya rodar hacia sus pies. Tras chocar contra la suela de sus botas, la gema se detuvo y el sujeto se inclinó para tomarla entre sus dedos. Poseído por el brillo intrínseco de la joya, sus ojos se negaban a parpadear. Noelia observó todo desde la otra punta de la barca y creyó que no había más solución que desenvainar su espada, pero antes que llegara siquiera a apoyar la mano sobre la empuñadura del arma, Margawse se irguió inmediatamente y le quitó la gema de un veloz manotazo al marinero, para luego volver a su posición. Instintivamente, el sujeto se enfureció por el vil acto de aquel enfermo, al punto de dejarse llevar y desear abalanzarse sobre él y quitarle aquella preciosa joya. Pero tras una fracción de segundo, recordó que no estaba solo y miró de reojo al otro hombre, quien tenía su mano derecha peligrosamente cerca de la empuñadura de su arma. Tranquilizó su enojo interior y volvió a ubicar sus manos sobre los remos, mientras sus ojos comenzaron a recorrer los laterales de su barca, buscando algún indicio de aquello que los había hecho tambalear. La niebla seguía siendo lo suficientemente espesa como para impedirle divisar cualquier cosa que no fuese el agua que chocaba contra su bote.
–¡¿Qué fue eso?! –inquirió Noelia, prefiriendo dejar de lado el breve incidente con la gema.
El marinero recuperó su postura y volvió a mirar a Noelia.
–No sé… Aunque es probable que haya sido un cuerpo…
–¿Un cuerpo? –volvió a preguntar la joven con cierto asombro.
–Sí, un cuerpo. De Erkelia… Y seguro que fue la corriente la que lo arrastró hasta aquí. Recordad que es una ciudad muy peligrosa por las noches…
Tras la breve explicación, el asombro de Noelia se diluyó por completo, ya que lo que decía tenía bastante sentido.
–¿Lo visteis? –continuó preguntando la joven.
–No… La niebla sigue siendo muy densa…
–Espero que no vuelva a pasar… –dijo Noelia, fijando sus ojos en los mantos de niebla.
–No, no creo…
Luego el silencio los volvió a invadir, pero de una forma más rígida, que tensaba los nervios. Luego de un rato el marino volvió a hablar.
–Así que… ¿Transportáis un pequeño tesoro?  
Ambas mujeres se pusieron muy nerviosas al escucharlo, pero Noelia supo ocultarlo y contesto serenamente:
–Es una reliquia familiar… 
–Sólo preguntaba…
El sujeto continuó remando rítmicamente, sin bajar la vista, la cual estaba puesta sobre los dos sujetos que lo acompañaban, pero sobre todo encima del que lo había contratado; quien se encontraba en el otro extremo del bote, fijando sus ojos sobre él sin decir palabra alguna. Noelia había quedado particularmente intranquila tras la simple pregunta y enfocó toda su atención a cada movimiento del marinero mientras su mano derecha, sin que aquel se percatara, ya estaba sobre la empuñadura de su espada.
Mientras se medían con la mirada, en la mente del marinero sólo se encontraba el recuerdo de aquella gema sobre sus manos. El recuerdo retornaba continuamente, excitando el pulso de su corazón. No tardó en calcular todo el dinero que podría conseguir a cambio de aquella joya y comenzó a imaginarse a sí mismo gastándolo. Tesoro que sólo se encontraba a un  paso de él, sobre las manos de un hombre enfermo e indefenso. En ese caso, la decisión no debería ser difícil; pero el escenario aún no estaba completo. También estaba aquel otro sujeto que no dejaba de mirarlo. ¿Era la espada que traía envainada en su cinto razón suficiente como para perderse aquella joya?  Las mismas imágenes se repetían en su cabeza una y otra vez con aquella pregunta como música de fondo. Sus músculos se tensaron y gotas de un sudor frío comenzaron a recorrerle las marcas de su rostro.  
–¿Algún problema? –Preguntó Noelia quien notó las gotas sobre su piel y la mirada ida de sus ojos.
–No… Ninguno… –contestó.
Con increíble presteza, el marinero dejo de remar y se abalanzó sobre el sujeto al otro extremo del bote, al tiempo que sacaba de entre sus ropas una larga daga curvada. Noelia reaccionó inmediatamente como si fuese un espejo de su enemigo y echó su capa de cuero hacia atrás, dejando que su mano derecha desenfunde con libertad la espada corta que llevaba en el cinto. Veloces como un rayo, ambas armas cortaron el aire hasta que alcanzaron sus objetivos. La sangre estalló en torrentes por toda la barca. Margawse alzó la vista y comenzó a gritar sin consuelo al presenciar a su amiga y protectora, Noelia, dejando caer la espada que portaba para tomarse con ambas manos su garganta abierta de oreja a oreja. Sin poder evitar que la sangre se le escurriese a borbotones entre los dedos, pronto perdió las fuerzas y el sentido. Al cabo de un instante, se desvaneció cayendo pesadamente sobre las aguas del Meriadol. Margawse continuó gritando sin descanso, mientras gruesas lágrimas caían de sus ojos, mezclándose con las manchas de sangre de su amiga que le cubrían  el rostro. Pero el terror y la desesperación la paralizaron por completo al ver a su asesino. Éste se encontraba de pie sobre la barca, tomándose el estomago abierto por la hoja de Noelia, mientras que con la otra mano seguía sujetando la fina daga curvada repleta de sangre, sin contar con las fuerzas para volver a usarla. Agonizante, su cuerpo comenzó a tambalear a punto de desplomarse en cualquier momento.
El tiempo pareció congelarse y los segundos se volvieron eternos. Miles de ideas, imágenes y valores invadieron la mente de Margawse hasta que ésta recuperó la voluntad. Sin dejar de llorar, se inclinó hacia un costado para tomar la espada de Noelia, que se encontraba a sólo un paso de ella, y se lanzó de lleno con el arma nuevamente sobre el estomago del marinero, enterrándole la hoja hasta que su extremo salió por el costado izquierdo de su espalda. El sujeto cayó hacia atrás junto con el arma incrustada, sumergiéndose en las aguas del río, para luego reflotar y perderse entre los densos mantos de niebla.
Margawse cayó rendida sobre la barca, ahogándose en su propio llanto y desesperación. A pesar de que su boca estaba abierta y mantenía los músculos de la garganta tensos, no emitía sonido alguno. Eran gritos mudos, gritos de eterno dolor sólo escuchados por el propio corazón, atormentado y sin consuelo.


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