lunes, 7 de febrero de 2011

1º Parte - Capítulo 3

-III-

La sala no era tan grande como la sala principal del palacio de Tierra Mágica aunque igualmente era de grandes dimensiones. Su forma no era cuadrada o rectangular como debería esperarse, sino que era semejante a un octágono. El suelo era de un hermoso mármol pulido que hasta uno podía reflejarse en el mismo, aunque su color era grisáceo al igual que las columnas de piedra maciza que estaban ubicadas en las ocho esquinas de la habitación. Estas mantenían un diseño similar al de las columnas de la sala principal, sin embargo los dibujos que dejaban ver sus ondulaciones no eran los mismos. En el centro del recinto se encontraba una gran mesa de las mismas formas de la habitación y del mismo material que las columnas, cubierta por un enorme mantel  blanco y, sobre el mismo, uno más pequeño de color rojo. A su alrededor estaban ubicadas ocho sillas de fina madera lustrada estampadas en satín cubriendo cada una de ellas uno de los lados de la mesa.      
Dicha habitación tenía algo particular que las demás habitaciones del palacio no tenían, probablemente ninguna habitación más de todo Agoreth se le parecía. Esta no poseía paredes y las columnas no tenían techo alguno que mantener. Lo que se veía en aquellas direcciones era nada más y nada menos que el mismo firmamento tan puro y tan oscuro que se podían apreciar todas las estrellas que posaban sobre él. Las mismas eran de una luz tan intensa que eran más que suficientes para alumbrar aquella sala. Esta vista era siempre la misma, por más que fuera del recinto fuese de día o de noche, que esté nublado o que lloviese. El estado del firmamento que se apreciaba en aquella habitación era siempre el mismo, inerte ante toda situación. Por lo tanto de más está decir que dicha imagen no correspondía a la realidad, sino que era una inmensa ilusión creada y mantenida por los individuos que se reunían con relativa frecuencia bajo la misma en aquella habitación. Esta era la sala del Consejo de Tierra Mágica.
Siete de las ocho sillas que rodeaban la gran mesa central ya se habían ocupado. Los rostros que allí se podían observar eran bastante heterogéneos, pasando por la mediana edad de uno de los consejeros hasta el senil semblante del más viejo de ellos. Los siete integrantes del consejo permanecieron sin decir palabra aguardando, por lo visto, a que la octava silla sea ocupada. Ese lugar correspondía a su gran maestre por lo que no podían dar comienzo a la reunión sin su presencia.
Luego de unos minutos Martinique se hizo presente surgiendo a través de aquella extraña ilusión. Llevaba puesto un lujoso vestido azul fuerte adornado con un broche de bajo del cuello que poseía una pequeña piedra del mismo color en su interior. Luego se acercó a la silla hasta entonces vacía y pasó a ocuparla. Al hacerlo, todos los consejeros la recibieron con una reverencia de cabeza las cuales Martinique recibió a cada una de ellas efectuando el mismo gesto hacia ellos.
–Ya estamos todos reunidos, por lo que vamos a dar comienzo a esta nueva reunión del Consejo –comenzó diciendo Martinique con vos fuerte y firme–. Antes que todo os agradezco por haber acudido a mi llamado tan repentino –continuó la mujer.
–Los agradecimientos no hacen falta mi señora. Es nuestra obligación como consejeros acudir a todas las reuniones –le contestó el consejero más joven.
–Por favor Dawrt, esa no es forma de dirigirse hacia la Maestre Martinique –clamó el viejo Golthor, presente en aquella mesa, justo a la derecha de su maestre.
–Mis perdones mi señora. Solo me expresaba con sinceridad –continuó Dawrt a modo de disculpas. Aunque en el fondo consideraba que no tenía por qué darlas. No le pareció que haya ocasionado ofensa alguna con sus palabras.
–No os preocupéis Dawrt, aprecio vuestra franqueza –dijo Martinique.
Era más que notable que las miradas que cruzaban los dos consejeros no eran nada amistosas.
–Prosiga mi señora –dijo Vladimiro, otro de los consejeros presentes.
Martinique asintió con la cabeza y dijo:
–La razón principal por la que he convocado dicha reunión es por algo de suma importancia, por lo que probablemente ya están enterados del tema –hizo una pausa para tomar aire y continuó–. Me refiero a los ataques que ha realizado el rey Dagobert I de Thira sobre los territorios del rey Alfer III de Gore sin razón aparente –los consejeros escucharon atentamente la noticia aunque sin sorpresa. Evidentemente ya estaban al tanto–. De esta forma estarían rompiendo el tratado de paz firmado entre ambos hace tan solo dos años.
–Si esos ataques no cesan de inmediato, de seguro son el comienzo de una nueva guerra entre ambos –interfirió el consejero Agharol–. La paz que con tanto esfuerzo se logró conseguir, se va a ver teñida de sangre por el capricho de un rey.
–Hay que hacer algo. No podemos dejar que eso pase –clama el anciano Mortimer, otro de los allí presentes.
Inmediatamente Dawrt dejó salir una risa apenas perceptible pero que fue captada, por lo menos, por el consejero Golthor quien lo increpó:
            –¿A qué se debe aquello? No le veo nada de gracioso a lo que se está planteando en esta mesa.
            –Pero lo es –aclaró el consejero con mirada desafiante a su anciano compañero–. Hace rato que tuvimos que hacer algo. Siempre supimos la oscuridad que habita en los corazones de los hombres comunes –tomó un respiro y pasó a dirigirse a toda la mesa–. Nosotros como seres superiores, al estar bendecidos con nuestras cualidades mágicas, tendríamos que ponernos al frente de estos duques o reyezuelos totalmente impredecibles. Y así nos aseguraríamos de que la paz sea la que reine sobre Agoreth.
            –Se evitarían muchas muertes en vano… –aceptó Agharol.
            –Entiendo tus intenciones Agharol. Pero eso sería equivalente a establecer un imperio, y eso es intolerable –contestó Elías que hasta el momento no había usado la palabra.
–Elías tiene razón. No nos olvidemos de nuestro juramento. Acá no estamos para dominar a nadie, incluso  si es por una buena causa. Tenemos que conseguir que la paz salga de los corazones de las personas. Si las obligamos a ello solo viviríamos en una gran mentira que tarde o temprano se quebraría. Además estaríamos rompiendo con nuestros ideales. Aquellos con los que se fundó este consejo –exclamó Martinique con fuerza y sinceridad en sus palabras.
Todos los  consejeros parecieron estar de acuerdo asintiendo con la cabeza mientras se miraban entre ellos para ver la confirmación del otro, o por lo menos fingieron estarlo para no contradecir, en ese momento, a la gran Maestre que los presidía. Dawrt pareció estar entre estos últimos al no objetar las palabras de Martinique.
–Hoy les propongo que aguardemos a saber con claridad las intenciones del rey Dagobert –continuó Martinique– antes de tomar partido en dicha cuestión.
–Estoy de acuerdo. Lo mejor sería enviar un emisario a Thira y otro a Gore, para contar con los detalles de la situación –clamó el consejero Edorias.
El consejo volvió a acordar con un movimiento de cabeza. Excepto por Dawrt.
–Haga lo que se haga será en vano, la guerra entre Thira y Gore no se puede detener...
–No hace falta ser tan pesimista en el asunto. Además si así lo fuera, sigo creyendo que el paso más adecuado a seguir es el de informarse a fondo antes de actuar –replico Edorias manteniendo su postura.
–Muy bien, creo que lo mejor es que todos expresen su opinión sobre la propuesta de nuestro compañero Edorias sobre si mandar o no emisarios, a través de una votación –exclamó Martinique.
Seguidamente los presentes en la sala pronunciaron su voto  a favor por medio del alzamiento de una de sus manos. Solo dos de los consejeros permanecieron quietos rehusando la propuesta.
 –Ya que hemos tomado una solución parcial, sin poder hacer más por el momento, me gustaría aprovechar esta reunión para tratar otra cuestión de aun más relevancia. En este caso quisiera cederle la palabra a Golthor quien puede hacer mejor uso de ella en esta cuestión –continuó Martinique luego de la votación.
            El anciano agradeció sus palabras con un gesto mientras que los restantes consejeros renovaron su interés y atención al saber de antemano sobre el destino de las palabras de Golthor que luego de un instante comenzó diciendo:
            –La gema divina que se encuentra bajo nuestra protección sigue emitiendo una leve luz que nos mantiene en vilo desde que fue encontrada, puesto que aun no sé a qué se debe... –el anciano hizo una pausa y prosiguió–. Estoy leyendo todas las escrituras con las que contamos pero aún no encuentro nada que se aplique a tal acaecimiento  –dijo Golthor algo preocupado.
            –Tal vez estás leyendo los libros equivocados –contestó Dawrt.    
–¿Vuestras palabras son simplemente una ofensa o estas insinuando algo que no sepamos? –recusó el anciano con un tono similar.
            –Me refiero a que nada ni nadie asegura que dentro de vuestros libros esté la respuesta –contestó el hombre de unos cincuenta y tantos.
            –Ya van a ser dos años desde que poseemos la gema y jamás ocurrió algo similar, y siguiendo la trayectoria de la Tierra Mágica, estamos siendo presentes de uno de los acontecimientos más importantes de su historia, de nuestra historia, de la de todos... –continuó Martinique que luego de hablar mantuvo una fuerte mirada con todos los allí presentes demostrando la importancia de tal suceso.
            –Lo que creo hasta el momento es que probablemente la gema esté reaccionando a algo. Tal vez no tenga nada que ver pero la gema pareció brillar un poco más desde  hace unos días, desde que la tormenta cubrió de agua todo Gore –anunció Golthor.
            –¿Estáis diciendo que cabe la posibilidad de que los poderes de la gema estén ocasionando desastres naturales? ¿No es algo exagerado? –exclamó Mortimer.
            –Tal vez no sea una exageración, no nos olvidemos de la leyenda original de las Xiremei. Si ésta es cierta y si la roca que tenemos es una de ellas, su poder es tan grande como el de todos los magos y hechiceros del mundo. Las cinco juntas fueron utilizadas para dar origen a la tierra que hoy pisan nuestros pies... –contestó Edorias.
            –Por favor, no nos adelantemos. La leyenda de las gemas sagradas sigue siendo tal. Afirmar que la extraña gema que tenemos en nuestro poder es una de ellas, no es más que el deseo de nuestra imaginación. Para llegar a tal punto tendríamos que identificarla de alguna forma más confiable que utilizando las confusas palabras de  escrituras antiguas. Pero hasta no estar seguros preferiría dejar de lado las especulaciones –aclaró Agharol.
            Aprobación, desacuerdo e incluso frustración se vio en los rostros de los allí presentes haciendo evidente la delicadeza sobre lo que se conocía sobre aquella roca.
            –Si acabáis de insinuar que los manuscritos pre dearin no son confiables dudáis incluso de nuestra propia razón de ser. ¿Qué podemos hacer sino confiar en aquellas antiguas palabras? Las Xiremei existieron Agharol, existieron y existen, y una está a tan solo unos metros nuestro, debemos aceptarlo de una vez por todas y comprometernos con la responsabilidad que ello implica –clamó Golthor.
            Nuevamente los murmullos y expresiones contrarias se mostraron. Agharol volvió a hablar pero esta vez dirigiéndose directamente a su maestre.
            –Mi señora, solo digo que debemos estar completamente seguros. Esa es nuestra verdadera responsabilidad.             
            –La gema que poseemos no tiene igual en todo Agoreth, por los que las probabilidades de que corresponda a las cinco gemas sagradas nombradas en las escrituras pre dearin son muy altas. Es cierto también que no podemos estar completamente seguros de ello –dijo a todo el auditorio, luego volvió su mirada directamente hacia Agharol– y todos estaríamos ansiosos de escuchar alguna forma de poder hacerlo más allá de los pergaminos, pero si aun no la hay, no tiene sentido recurrir a ello. No perdamos nuestro tiempo en seguir discutiendo algo que venimos haciendo desde hace dos años, si lo único que podemos hacer es seguir investigando, traduciendo, es lo que seguiremos haciendo –terminó diciendo Martinique–. Doy por finalizado el consejo, podéis retiraros.


No hay comentarios:

Publicar un comentario