domingo, 20 de febrero de 2011

1º Parte - Capítulo 7

-VII-

La frágil  madera del suelo rechinó en cuanto Self hincó su rodilla sobre ella para acordonarse con firmeza las botas de cuero que se acababa de calzar sobre los pies. Esa mañana se había levantado junto con el sol, por lo que rápidamente estuvo ataviado con unas ropas de viaje que no eran más que una túnica gastada y una capa de lino sobre sus hombros. Ya estaba preparado para su larga travesía, travesía por la cual perdería todo lo que conoció en esos días, pero que le daba la oportunidad de recuperar todo el resto de su vida… ¿Acaso no valía la pena el riesgo? La respuesta  que se daba era siempre la misma, sin embargo no dejaba de preguntárselo una y otra vez…
            Poco después del cantar del gallo escuchó el llamado de María desde la sala.
            -¿Ya os habéis preparado? -preguntó María al verlo. Self sólo asintió con la cabeza.
            -Jonas ya se encuentra en la puerta con un buen caballo ensillado –continuó la mujer.
            -Gracias, muchas gracias.
            -No hay porqué –dijo acompañando las palabras con una dulce mirada como si ya extrañara la sencillez y humildad del muchacho. Inmediatamente después tomó algunas cosas de la alacena y se las puso a envolver dentro de una delgada tela. Self pudo apreciar con la vista algo de pan y unas cuantas gachas resecas-. Tomad, no es mucho pero os alcanzará hasta la posada más cercana –dijo María mientras le entregaba el bulto con comida.
Self estuvo a punto de agradecer nuevamente cuando el chillido del caballo lo interrumpió cambiando las palabras de su boca.
            -Creo que ya debo irme…      -terminó diciendo el hombre con voz baja y algo tristesina.
            -Así es, mucha suerte en vuestro viaje… -respondió María con igual tono.
            Era obvio que sufría por irse pero más aún por el hecho de que Antonella no estaba junto a su madre para despedirlo. Aunque quiso preguntarle a su madre por ella, no lo hizo; si ella eligió no estar ahí no podía hacer nada al respecto. Simplemente lo aceptó.
            -Por favor, decidle a vuestra hija que nunca voy a olvidarla y que le agradezco todo lo que hizo por mí –exclamó triste al no poder decírselo personalmente.
            -Así lo haré –el caballo volvió a chillar- Vamos, ve, ve.
            Self se despidió por última vez asintiendo con la cabeza y luego dio una media vuelta dirigiéndose hacia la puerta.
            Al salir, el fuerte sol golpeó sobre su cuerpo y, además de incomodarle la visión por un instante, dejó ver que las ropas que antes se acercaban más bien a un verde oscuro eran en realidad un claro marrón en diferentes tonalidades según la prenda. En frente suyo ya se encontraba el noble animal que lo acompañaría junto a su dueño.
            -¿Listo para partir? –le interrogó Jonas mientras sostenía las riendas del caballo algo molesto.
            Self volvió a asentir con la cabeza mientras montaba con cuidado al corcel de un espeso marrón rojizo y desprolijas crines oscuras que le caían hacia un lado y hacia el otro por su largo cuello, un bello alazano. En cuanto se acomodó, el caballo volvió a relinchar.
            -¡He! Tranquilo, tranquilo –se apresuró a decir Jonas aludiendo al animal mientras le alcanzaba las riendas al muchacho-. Tomad chico, por las dudas –agregó al  pasarle, además de las riendas, un objeto alargado envuelto en tela de lino. Self lo aceptó sin preguntas ya que por su peso y forma era obvio que era un puñal, el cual guardo entre sus ropas.
-La dirección que tenéis que tomar es la sureste, cruzando las colinas hasta llegar al bosque Covino, que ya lo debéis conocer. Ahí seguid el camino de tierra que se adentra en el mismo, éste os llevará hasta un puente que os dejará del otro lado del río Kwaih –luego de una pequeña pausa para tomar aire continuó-. Tened mucho cuidado que hace mucho que nadie toma ese camino y no se sabe bien su estado actual ni sus peligros. Saliendo del bosque la ciudad más cercana es Thruma, que estará a unas diez leguas o tal vez más siguiendo la misma ruta; es ahí hasta donde yo conozco, lamento no poder ayudaros más.
Luego ambos se sujetaron los brazos por las muñecas en señal de mutuo agradecimiento. En ese momento Self estaba listo para partir, pero una simple palabra logró retenerlo unos segundos más.
            -¡Esperad! –se escuchó a la par de unos pasos acelerados sobre madera.
            Al ver el rostro sollozante de Antonella cruzando el umbral de su hogar, el joven, sin poder evitar imitarlo, descendió de su montura. Ambos mantuvieron un corto abrazo en el cual cruzan unas palabras al oído, breves susurros que se diluían en el viento luego de alcanzar su destino, palabras que sólo ellos escucharon. La extraña sensación del nunca más volverse a ver irrumpió en ambos cuando sus brazos se separaron y la única unión fue la de sus miradas.
            Self volvió a subir al caballo, el cual dio un giro en círculo al recibirlo. Nuevamente en la silla de montar el hombre miró a las mujeres y a Jonas; tragando saliva se esforzó por mostrar una sonrisa. Un tímido abrir y cerrar de manos fue la respuesta de las mujeres mientras que Jonas permaneció firme. Con vista al frente, Self junto los muslos con fuerza y con presteza el caballo inició un trote veloz por la hierba.
            Ya estaba hecho, decisión correcta o no, poco a poco dejaba atrás Deremi, dejaba atrás  a Antonella, dejaba atrás a las personas que le dieron todo lo que tenía, dejaba atrás lo único que recordaba de su existencia.  Mientras sacudió las riendas del animal, dejó caer de sus ojos toda la tristeza que sentía en donde el único consuelo eran las frías caricias y compañía del viento de primavera. Poco después el fuerte sol terminó por secar los surcos de su rostro.
            Tras pensamientos idos y un veloz galope, se vio nuevamente entre la majestuosa y anciana arboleda de pinos silvestres del bosque Covino, tan sólo pensar que ayer se encontraba en el mismo lugar que ahora pisaban sus pies le provocaba cierto malestar, ya que para ese entonces todavía no había enfrentado el dolor de su decisión de partida.
            Sin entrar al bosque, rodeó los árboles en dirección sur hasta encontrar el camino de tierra que Jonas le había dicho que debía tomar para cruzar al otro lado del río. Se notaba que el camino no se usaba hace mucho. La hierba brotaba en su superficie por doquier. Tampoco había señal de marcas de carretas o herraduras de caballo. Cuanto más se adentraba sobre la tierra boscosa, el camino se diluía con mayor rapidez hasta quedar sólo la certeza del joven de que ahí existió uno.  El leve silbido que provocaba el pasar del viento entre los árboles le trajo un una fría sensación que sólo se esfumo con el sonido del bramante caudal del rió Kwaih que lo guiaba nuevamente hacia su destino.
            Cuanto más avanzaba, el follaje cubría la tierra de igual forma, haciendo la marcha cada vez más difícil al punto que no tuvo más opción que bajarse del caballo y tomarlo por las riendas para seguir adelante, ahora, mucho más despacio. Prontamente la mañana se escabulló entre las copas de los árboles dejando paso a un fuerte sol de mediodía sobre su cabeza, aunque protegido de éste por el entrelazado de ramas y agujas de pino que otorgaban una sombra prácticamente constante sobre él y sobre todo lo que lo rodeaba. Sólo los huecos entre los árboles más distantes dejaban pasar la intensa luz que mostraba el verdadero color de la vegetación, de un frío gris verdoso.
            Pronto el cansancio invadió al hombre haciéndolo tropezar con alguna que otra rama o raíz, cada vez más difícil de evitar por el aumento de arbustos pequeños y medianos a su alrededor. Pero no, no decidió parar la marcha. El susurrar del río lo mantenía esperanzado de que le faltaba poco para alcanzarlo y así era, pocos después el follaje comenzó a descender levemente dejando ante sus ojos la vista de un largo manto cristalino del cual saltaban destellos brillantes según como la luz se reflejara en él. El río Kwaih.
Al llegar a la orilla el vivo brillo se tornó mucho más claro y transparente dejando ver por completo su interior, pudiéndose apreciar su escasa profundidad, aunque la suficiente como para no poder cruzarlo sin un puente que lo cubra. Sin esperar más se arrodilló a su lado y dejó correr un rato el agua entre sus dedos, luego, juntó sus manos para poder beber de su caudal. El caballo también bebió. Además, se mojó la cara y todo el resto de la cabeza sacándose, por lo menos, algo del sudor  ganado en el viaje. Luego de recomponerse de la tortuosa caminata, miró a sus costados buscando el puente que lo llevaría al otro lado. Forzando algo la vista vio a lo lejos una estructura de madera que probablemente fuese lo que buscaba. Por su distancia era obvio que se había desviado del camino original, aunque no tenía la culpa, el mismo se había diluido no mucho después de adentrarse en el bosque.  
            Al llegar a lo que sus ojos habían divisado a la distancia, se encontró con un enmohecido puente de la misma madera de la que eran los árboles de aquel bosque olvidado. Los tablones que atravesaban el río eran gruesos y firmes aunque la cuerda que los amarraba unos a otros parecía no haber resistido muy bien el paso del tiempo, dejando en duda si podía seguir cumpliendo por mucho más la tarea por la cual allí fue puesta.
            Luego de analizar la firmeza del puente, no encontró más remedio que cruzarlo. Por más carcomida que le pareciese la estructura, era la única vía para seguir su camino. Volvió a bajarse del caballo para cruzarlo a pie. Dando pasos cortos, el joven fue avanzando junto con el animal, sujeto por la riendas. Aquel desgastado puente que cada vez desmerecía aún más su confianza al crujir en cada paso que daba. Con la mano izquierda sobre el barandal de soga y con la vista sobre sus pies para ver donde pisaba,  terminó de cruzar dando un pequeño suspiro de tranquilidad.
            La situación de ese lado del bosque no era muy diferente a la anterior, la hierba y las gruesas raíces habían cubierto por completo el camino que ya no existía. Los grupos de árboles y arbustos parecían aún más densos y cerrados. Self maldijo mentalmente al verse privado nuevamente de la montura de su animal que, como antes, tenía que arrastrar por las riendas.
            Sin más, reanudó su caminata tratando de mantener una línea recta en dirección sureste, la cual seguiría el ya no presente camino, manteniendo la esperanza de que su ruta no fuese serpenteante. Si lo era, de seguro  se terminaría perdiendo. El sudor sobre su piel y el agobio a su mente no tardaron en reanudarse luego de una o dos horas de lento andar entre los árboles. El tiempo seguía pasando y él parecía estar siempre en el mismo lugar, rodeado por una vegetación uniforme. Lo único que afirmaba que no estaba caminado por un cementerio arbolado, eran los repentinos despegues de pájaros y alguna que otra aparición de animales silvestres.
            A cada paso que daba, el verde que lo acorralaba se tornaba más y más oscuro. Cosa que iría en aumento ya que el sol ya no estaba por encima de él sino de costado, siéndole mucho más difícil ingresar su luz por la espesa arboleda de Covino. La tarde se hacía presente y lo último que quería Self era estar en el bosque para cuando anocheciera, aunque por los comentarios de Hermes, el bosque era muy extenso además de tener una notoria dificultad de suelo. Probablemente no haya avanzado mucho realmente desde que se adentró en él. Sin desperdiciar más su tiempo en conjeturas, aceleró la marcha lo más que pudo, aunque no era mucho lo que le permitían las enredadas raíces y desniveles de la tierra.
            La abrumadora atmósfera del lugar lo sofocaba. No dejaba de sudar y dar traspiés debido al cansancio. Cuánto le faltaría para atravesar el bosque nadie lo sabía, o por lo menos nadie ahí presente. No contaba más que consigo mismo.
No mucho después el leve sonido del crujir de las hojas sobre la tierra rompió con el mortuorio silencio del lugar, aunque también tensionó sus nervios ya que no era por su causa. Inmediatamente dirigió la vista hacia donde creía que provenía el sonido, unos pequeños arbustos a pocos estadales de distancia. Precavidamente freno la marcha y espero a oír más. Unos segundos pasaron… Nuevamente el crujir empujó a Self a desenfundar el puñal que llevaba en el cinto. Arma en mano dio unos pasos sigilosos hacia los arbustos, preparado para lo peor…
            Pronto el misterio se disipo:
            <<Una ardilla…>>
Dijo el joven dentro de su cabeza mientras que sus labios sólo soltaron un suspiro de alivio. El pequeño animal de tez marrón se escabulló entre sus pies y se terminó perdiendo nuevamente entre otros arbustos de la zona.
Self bajó la guardia y se dispuso guardar el puñal. De repente el crujir se repitió pero mucho más fuerte. Se giró y una enorme bestia de más del doble de su altura se alzó ante él con los brazos abiertos y con las garras al descubierto. Sin darle tiempo a reaccionar, recibió una feroz embestida del salvaje oso pardo, lanzándolo al suelo sobre sus espaldas. El caballo, ya fuera del control del muchacho, también se alzó encabritado  desapareciendo entre la maleza un instante después. Self abrió los ojos sobre el suelo algo aturdido y aún sorprendido, un inminente rugido del oso lo hizo volver en sí y se percató que ya no poseía el puñal en sus manos. Al ver al animal nuevamente abalanzándose sobre él, giró hacia un costado, pero la rapidez de su oponente lo volvió a sorprender. Un zarpazo lo golpeó en el hombro izquierdo cortándole la carne gravemente… Todavía en el suelo, se tomó la herida gritando del dolor mientras sus ojos se cerraban con fuerza. El animal ya estaba encima suyo dispuesto a descabezarlo. Si seguía así, el destino de todos los mortales no tardaría en hacerse presente.  Los hilos de saliva que colgaban de los afilados dientes del animal hicieron contacto con su rostro, él volvió a reaccionar rápidamente esquivando la mordida al rodar entre las patas del oso. Se puso de pie a duras penas e inicio la carrera tratando de escabullirse entre los árboles, pero una raíz le jugó una mala pasada haciéndolo tropezar hacia un desnivel que lo hizo girar sobre sí mismo unas cuantas veces en el suelo. La fuerte caída sólo se detuvo cuando el muchacho dio su cuerpo contra un árbol. Estaba muy mareado y sintió que la cabeza le iba a explotar, su cuerpo terriblemente adolorido parecía ya no responderle.
Luego de intentar algunos movimientos por ponerse en pie y no poder conseguirlo, Self quedó aferrado a la esperanza de que esté lo suficientemente alejado como para que el oso no intente atacarlo nuevamente. La desesperación de sus ojos dejó verse al  notar que se equivocaba.
Invadido por el temor, logró impulsar sus músculos nuevamente. Ya de rodillas divisó a lo lejos algo brillando… ¡Su puñal! Rápidamente utilizó todas sus fuerzas para alcanzarlo. Rengueando sobre su pata derecha, llegó a su arma antes que el oso a él, ahora sí había una oportunidad.
Ni bien tomó el puñal del suelo, no llegó a voltearse para usarlo. Otro zarpazo lo alcanzó por la espalda, derribándolo nuevamente sobre el polvo. Sin esperas, el oso se puso sobre él dispuesto a comprobar la fuerza de su mandíbula con su cráneo.
Un instante después la sangre comenzó a brotar de su cuello… Los ojos se le fueron hacia arriba y su cuerpo perdió por completo las fuerzas. Había muerto… Self seguía tieso con el puñal en alto. Ahora, todo cubierto de rojo. Un ágil movimiento de sus manos logró que su cuchillo termine degollando a su oponente. Ya estaba a salvo, aunque a un gran costo.
Miró hacia su costado y al ver a la bestia tendida a su lado recordó la extraña sensación de satisfacción que tuvo al asesinar al animal. Aunque fue un sentimiento momentáneo, Self no pudo evitar sentirse incomodo con su conciencia… Sin esperar más, se puso en pie a duras penas ayudándose con la corteza de uno de los tantos árboles. Apoyado contra el pino, limpió el puñal con el reverso de su túnica y volvió a ponerlo en su cinto. Cuando dio el primer paso el dolor se reavivó de nuevo, especialmente la herida de su hombro izquierdo, que sólo dejó de sangrar al taparse con polvo y tierra. Por suerte el zarpazo que el oso atinó a su espalda sólo rasgó sus ropas apenas infligiéndole algún daño a su piel; por otro lado tenía un fuerte dolor en las costillas, debido a la fuerte caída que sufrió. Así de dolorido dio unos pasos, aunque maldiciendo una y otra vez interiormente, maldiciones que se multiplicaron al recordar la huida de su compañero, que además de ser su único transporte, tenía las provisiones que María le había entregado para su viaje. 
Pensó en esperar por si el caballo volvía, aunque era muy probable que no lo hiciese le servía como excusa para descansar de su inesperado combate; pero terminó resolviendo continuar avanzando. Aguardar cerca del cadáver del oso era más que peligroso. Su fuerte hedor no tardaría en atraer a otros peligros que, en su actual estado, no podría enfrentar.
Sin atender sus heridas, reanudó la marcha ayudándose con las manos entre los árboles, para no tambalearse. Ya era tarde, en el entrelazado de hojas de las copas de los árboles ya no pasaba ningún rayo de luz, sólo era un hueco por el cual uno podía ver el cielo azulándose a cada minuto.
El hambre no tardó en aparecer en su estomago. No había comido nada desde la mañana, y todo lo que se había traído para calmarla ya no estaba a su alcance. A pasos cortos, llegó a una zona del bosque que poseía  arbustos repletos de frutos silvestres, sin quedarle claro si eran particulares del lugar que pisaba o si siempre estuvieron a su alcance, percatándolos recién por el constante aviso de su barriga. Sin importarle aclarar su duda, se acercó a uno de dichos arbustos y arrancó una fruta. Su color era rojizo y su consistencia era firme. Luego de observarlo unos segundos se lo llevó a la boca para comprobar si sabía lo bien que lucia. Decepción fue la suya al ver que sus ojos se equivocaron. La fruta era horrible, sin decir algo peor. Inmediatamente luego de tocar su paladar, escupió lo poco que había mordido y tiró con fuerza de vuelta a los arbustos el resto de la fruta que llevaba en la mano. Luego de aquella experiencia, se abstuvo de seguir probando con otros ejemplares. Lo mejor que podía hacer era pensar en otra cosa y resistir el hambre lo más posible.
El anochecer no sólo se hizo sentir por la escasa luz, sino también por las ráfagas de viento cada vez mas heladas dejando tiritantes sus músculos. A pocos pasos el suelo se terminó volviendo intransitable. Había tan poca luz que apenas podía mirar lo que pisaba. Teniendo en consideración tales circunstancias era evidente que continuar a oscuras no sólo no tenía sentido, sino que también era bastante peligroso y lo último que buscaba era perecer en un estúpido accidente. Es así que tomó la decisión de aguardar a un nuevo amanecer para continuar con su marcha.
Lo primero que se le vino a la cabeza fue levantar algunas de las ramas del suelo para hacer un pequeño fuego que lo protegiera de aquel intenso frío nocturno. Acción que desistió al darse cuenta que estaba solo, sin nadie que hiciese guardia y controlara el fuego mientras él dormía. Lo único que conseguiría haciendo un fuego era atraer bandidos, si es que había, o hasta quemarse dormido. Aunque por otro lado la ventisca era tan fuerte que casi se olvidaba de aquellos peligros con tal de no sufrir el frío. Sin embargo sus ojos divisaron unos árboles lo suficientemente juntos como para que sus gruesas raíces sirvan de cobijo, por lo menos por esa noche. Ya en el lugar recogió la mayor cantidad de hojas secas posibles y las colocó entre las raíces para amortiguar la dureza de la tierra carente de hierba sobre la que se iba a recostar. En cuanto se apoyó en su humilde refugio pasajero, la zona lumbar de su espalda comenzó a dolerle terriblemente, evidentemente le costaba a sus músculos relajarse de un día tan abrumador. Tratando de acomodarse, apoyó sus manos sobre una enorme capa de resina  que brotaba de la corteza de uno de una de las raíces, produciéndole algo de asco, no vio mejor solución que tumbarse de lado contrario y listo.
              Justo antes de rendirse al cansancio, el dolor de su hombro le recordó su grave herida, la cual no se había tratado. Tomó su cantimplora de cuero y, luego de beber un poco de su interior, echó algo del cristalino líquido sobre su hombro, limpiando la carne abierta de toda la tierra y polvo que se le había adosado. Rompió algo de la camisa de lino que llevaba debajo de la túnica y la uso para envolverse la herida, pasando la improvisada venda por la circunferencia de su brazo una y otra vez ajustadamente para asegurarse de darle la presión suficiente como para que no siga sangrando. No era el trato ideal, pero le alcanzaría hasta llegar a un pueblo o ciudad. Luego puso su mano derecha sobre el pomo de su puñal y echó la cabeza hacia atrás. Sus pensamientos comenzaron  a deformarse por el cansancio hasta desaparecer en la nebulosa de un profundo sueño.

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