miércoles, 16 de febrero de 2011

1º Parte - Capítulo 6

-VI-

–Self... Self –una suave voz comenzó a llamarle–. Self, vamos –su nombre volvía a repetirse una y otra vez aunque parecía como si lo pronunciasen desde algún lugar lejano o como detrás de un muro–. Self, levantaos –poco a poco la voz se hacía más cercana aunque poco parecía importar. El reclamo por su persona se hacía constante.
            <<¿Quién, quién es?>>
            La voz que pedía por él comenzó a escucharse tan bien que dio la sensación de que ya estaba a su lado, pero Self no abrió los ojos como para comprobarlo. Sólo siguió preguntándose de quién venía aquella voz que interrumpía su sueño pero sin las fuerzas como para abrir sus parpados y pedir que se calle.
            –Self! ¿Me escucháis? –continuó aquella voz.
            <<Por favor callad, sólo deseo dormir –contestó, pero sólo desde su mente puesto que sus labios no se movieron, por lo que la voz que lo comenzó a fastidiar continuó sobre sus oídos.>>
            Los llamados continuaron al igual que las respuestas, pero estas últimas sin ser oídas.      Repentinamente las palabras que lo reclamaban vinieron acompañadas de unos leves empujoncitos en su hombro.
            –¡Levantaos de una vez!
            Ahora los empujones sobre su hombro se hicieron más intensos sacándolo a la fuerza de su dormir. Poco a poco fue abriendo sus ojos mientras oía su nombre una y otra vez. Lo que vio en cuanto sus párpados se separaron pareció no dejarlo conforme ya que la imagen era bastante borrosa e imprecisa.
            –Al fin, ya era hora, mira que seréis dormilón –dijo la voz que le despertó.
            No contestó, sólo levantó la cabeza y vio la figura de una mujer. Pero aunque forzase la vista no podía distinguir su rostro, ni siquiera el color de su cabello. Frotó su mano sobre sus ojos pero de nada sirvió. Aunque no podía reconocer del todo las formas que lo rodeaban sí podía apreciar, o por lo menos tenía la impresión de ello, la suave cama en la que había despertado y la bella habitación en la que se encontraba. Sin saber porqué sentía una sensación en su interior de seguridad y familiaridad difíciles de explicar.
            –Vamos hijo, el desayuno está servido.
            Su corazón comenzó a latir con una fuerza descontrolada y su respiración se paralizo por completo. Las palabras que atravesaron sus oídos no parecían tener sentido. De pronto la bruma que yacía ante sus ojos pareció comenzar a disiparse, pero las formas que estaban detrás también se esfumaron con ella dejando ante sí un claro e inmenso cielo celeste.
            Un sueño más, solía despertarse siempre con imágenes de uno. Hurgando en ellas en la búsqueda de algún recuerdo dormido. Pero más que soñar con su pasado lo hacía con sus deseos. Como aquel día.
            Parpadeó varias veces aún recostado sobre la base de un árbol de raíces encorvadas, ideal para dormir sobre la suave hierba, que de hecho fue lo que hizo. Se llevó las manos a la cara y se masajeó los parpados para despabilarse un poco. De pronto se vio interrumpido por una dulce e inocente risita. Se quitó las manos del rostro y vio una nena justo en frente suyo que no dejaba de observarlo con una sonrisa de oreja a oreja. Ante tal figura, no pudo evitar contagiarse de su buen humor. Esta pequeña era la sobrina de Antonella que vivía en la casa de al lado, la de su hermana.        
            –¿Te vais a quedar ahí mirando? –dijo Self con algo de ironía.
            –Sí. ¿algún problema? –le contestó la niña.
            –No, para nada –dijo el joven mientras que dejó de prestarle atención a propósito a ver qué hacia su observadora.
            Quedaron así por unos segundos hasta que la nena clamó con fuerza:
            –¡Vamos, atrapadme!
Un instante después se largo a correr por la pradera de las afueras de Deremi.
            –Ya veréis –contestó Self mientras se levantaba con presteza para seguirla.
            Ambos comenzaron a correr colina abajo en dirección al pueblo. Entre risas y gritos de alegría, ambos corrieron con fuerza mientras disfrutaban de la hermosura del paisaje que sus pies pisaban sin dejar de apreciarlo ni por un momento. El verde claro de la hierba y el celeste del cielo era lo único que sus ojos veían excepto por las Montañas del Norte que con su toque amorronado marcaban el horizonte entre ambos mundos.
Mientras corría, Self se preguntaba si podía existir algún lugar más hermoso; aunque no sabía la respuesta, su corazón le decía que no. Pero sus sentimientos volvieron a recaer en su hogar. ¿Cómo sería su hogar? ¿Sería tan hermoso como Deremi? Al fijar la mirada en las lejanas Montañas del Norte, que a pesar de su lejanía no perdían su magnificencia, comenzó a preguntarse qué habría detrás, puesto que estas eran el límite del mundo que conocía hasta el momento. Mejor dicho no se preguntó que habría detrás sino si su hogar estaría detrás. Esta idea no era nueva, ya estaba rondando sus pensamientos hace varias semanas, a tal punto que comenzó a creerla cierta.
            Cuando volvió la vista al camino que seguían sus pies, se dio cuenta que estaba en las puertas de Deremi, desde las cuales era observado nuevamente por la niña que ya había llegado.
            –¡Os dije que no me atraparíais! –exclamó la jovencita sin perder la sonrisa de su semblante. 
            Inmediatamente después de dichas palabras Self llegó a su lado y puso sus manos sobre sus rodillas.
            –Tenéis razón. Como recompensa te ganaste una tironeada de pelos.
            Con esto lo único que consiguió es que la niña se largue a correr nuevamente.
            –¿Pero es que no se va a cansar nunca? –murmuró el hombre entre jadeos mientras se recuperaba de la extensa corrida.
            Luego de recuperar el aliento, Self se puso a caminar entre las moradas de Deremi. Los caminos eran de tierra ya que solo la plaza central estaba empedrada. Las casas sí eran de piedra aunque con el techo de madera y paja. Todas ellas tenían chimenea de las cuales algunas emanaban un humo gris producto de la madera quemándose. Sus puertas eran de madera al igual que los marcos de las ventanas, algunos de ellos adornados con flores. En los caminos, los chicos se le cruzaban por delante concentrados en sus juegos. Todo esto lo hacía pensar en eso que tal vez tenía pero que no recordaba. Una familia y un hogar.
            Mientras caminaba sin rumbo perseguido por sus pensamientos, se detuvo un instante para agacharse y recoger una bella flor silvestre solitaria a uno de los costados del camino. Mientras la hacía girar entre sus dedos la miraba con vista perdida puesto que su atención no estaba en ella sino en los deseos de su inconsciente reflejados en el sueño que tuvo aquella mañana. Si tenía una familia, si estaba ahí afuera, en algún lugar ¿Por qué no salía a buscarla? ¿Qué se lo impedía? Ya había pasado mucho tiempo desde que llegó al pueblo y aún no recordaba nada ¿Lo haría algún día? ¿Valía la pena seguir esperando algún recuerdo fugaz o la única forma de recuperarlos sería yendo a buscarlos? Si era verdad que era soldado de Gore, ¿Qué esperar para ir a su capital? Todas las preguntas que se hacía lo llevaban a una sola respuesta.
Por un lado parecía que la decisión ya estaba tomada pero por otro no era nada fácil abandonar lo que había logrado, pero si había que elegir un momento para tomar la decisión, era precisamente ese. Los días de siembra ya pasaron y él había ayudado agradeciendo todo lo que habían hecho por él con el trabajo y sudor de sus brazos. Además, si seguía posponiendo su decisión sería a aún más difícil llevarla a cabo. Pero... ¿cuándo decirlo? ¿Cuándo decirle a Antonella y a su madre que las abandonaría?. Sabía que dicha noticia iba a dolerles al igual que a él, aunque por otro lado también era consciente de que tarde o temprano tenía que decirles y que al fin y al cabo ambas mujeres sabían que algún día se iría. Entonces ¿había algo que lo retuviera, algo que evitara lo inevitable? No, la decisión ya estaba tomada y cuanto antes comunicarla mejor.
            Self parecía decidido pero aún seguía remordiéndole la conciencia el destino de su conclusión. Así camino jugueteando con la flor púrpura que recogió del suelo. Es ahí cuando la ve, cuando ve a Antonella con un canasto de mimbre lavando algo de ropa en un surco de agua proveniente de los tantos brazos del rió Kwaih. Junto a ella se encontraba la nena que hace unos segundos lo había retado a esa carrera tan extensa, que por lo que parecía no la había cansado en nada puesto que seguía saltando y jugando alrededor de su tía.
            Antonella estaba agachada, fregando la ropa con sus manos tarareando alguna canción mientras su sobrina le revoloteaba alrededor. De pronto una sombra la cubrió por lo que levanto la cabeza para ver de qué se trataba. Al hacerlo esbozó una sonrisa de inmediato.
            –Self, cómo andáis –dijo la joven con un brillo particular en la mirada que mostraba su alegría al verlo.
            –Tomad, es para vos –dijo mientras extendía su brazo con la pequeña flor en su mano.
            –Gracias –contestó sin poder decir otra cosa, mientras la tomaba y se la ponía entre los cabellos a un costado de su oreja izquierda.
            –¡¿Y para mí no hay nada?! –exclamó algo molesta la pequeña joven que vio el regalo.
            –¿Para vos? –dijo Self irónicamente–. Para vos hay un abrazo enorme –terminó diciendo mientras que la alzaba en sus brazos y la hacía dar vueltas.
            La niñita no pudo evitar estallar de alegría al verse girar en el aire por lo que luego de un par de volteretas se lo agradeció respondiéndole el abrazo.
            Antonella que se los había quedado observando dijo con simpatía:
            –Sois una persona muy buena –refiriéndose al muchacho–, sea cual sea vuestra familia de seguro debe estar extrañándoos...
            Ni bien escuchó sus palabras, Self se volteó hacia ella con una mirada algo tristesina.
            –Sí, puede ser. Justamente de eso quería hablaros.
            Sin saber porque, la mirada de Antonella tomó el mismo parecido que la de Self.
            –Os escucho –dijo la joven con un tono de voz más bajo.
            –Ahora no, es algo que vuestra madre también debe escuchar. ¿Qué os parece en la cena?
            –Sí, está bien –contestó Antonella con una voz aun más baja.
            Self bajó a la niña, que aún estaba aferrada a su cuello, y se despidió de ambas con una sutil sonrisa.
            Antonella se quedo inmóvil observando como el muchacho se alejaba de ellas. Unos instantes después su malestar pareció ser percatado por su sobrina quien preguntó inocentemente:
            –Tía ¿Qué pasa? –dijo la jovencita mientras le tironeaba suavemente del vestido para recuperar su atención.
            –Nada, no me pasa nada.

Ese día Self no volvió a ver a Antonella hasta la hora de cenar, no sólo eso, tampoco se apareció por Deremi. Sencillamente salió a caminar por las afueras sin destino en sus pies. Sin querer aceptarlo, le dolía haberle dicho a Antonella las escasas palabras que insinuaron su retirada. Para que engañarse, no quería irse, pero sentía que debía hacerlo. Era consciente que el mundo que estaba viviendo y del cual no se quería despegar era solo algo provisorio y que no podía seguir durando. Su destino estaba más allá de las Montañas del Norte.
            Caminó y caminó, recorriendo los caminos de tierra y las verdes praderas que parecían nunca terminarse, con la cabeza baja y con vista al vacío sin poder dejar de pensar lo que dijo y más aún lo que iba a decir esa noche. Sólo el pensar acercarse a aquellas dos mujeres a las cuales tanto se había encariñado le humedecía los ojos, por lo que prefirió caminar todo el día sin rumbo sin comer ni beber antes que ir a Deremi. Sentía que si volvía a mirar a los ojos a Antonella, lo más probable es que se arrepintiese de su decisión. ¿Pero si le dolía tanto su partida por qué no se echaba a atrás y listo? Si al fin y al cabo aún no había dicho  nada. No, su determinación era tan fuerte que ahogó a la fuerza los cálidos sentimientos de arraigo que sentía por aquel lugar perdido en el mundo.
            Luego de andar y andar, sus pies lo llevaron en frente de una extensa arboleda que aunque aún estaba a cierta distancia de ésta, comenzó a escuchar un leve sonido que provenía de la misma. Unos leves golpes que se repetían una y otra vez llenaron de interés al muchacho que era lo primero que escuchaba desde que había salido a caminar, logrando atrapar su atención y sobre todo su curiosidad. Caminó hacia dicha dirección sintiendo como a cada paso los sonidos se volvían más fuertes y más apreciables. Parecían ser los golpes de un hacha de mano. Al llegar en frente de las primeras hileras de árboles el joven confirmó lo que sus oídos creyeron oír: un hombre cortando algo de leña sobre el cabo de un tronco viejo. Era Hermes, el leñador de Deremi.
            –Hola Hermes. ¿Cómo anda eso?
            –Hola muchacho, que hacéis por estos lugares. ¿No estáis muy lejos del pueblo? –contestó el hombre con su característica voz grave.
            –Sí, puede ser, sólo andaba caminando.
            –Lo mejor es que volváis a casa, está oscureciendo.
            <<¿A casa? Justamente eso es lo que pienso hacer...>>
            –Sí, ya pensaba ir volviendo. ¿Y vos, os pensáis quedar aquí talando en las sombras?
            –No os preocupéis por mí, sé cuidarme solo –dijo mientras mostraba una amarillenta sonrisa–. Aparte vine en caballo. ¿Sino cómo pensabais que volvería con la leña?
            Self no contestó a su pregunta pero sí fue él quien continuó hablando.
            –¿Y ese sonido lejano? –preguntó sobre unas leves vibraciones que sentía a distancia.
            –Os debéis estar refiriendo al río Kwaih.
            –¿Pasa por el bosque?
            –Sí, lo cruza de punta a punta, aunque su caudal es menor hacia el sur ya que se abre en varios brazos.
            Self, satisfecho en su curiosidad saludo cordialmente al leñador y se dio la vuelta para volver a Deremi. Ya era tarde, de seguro que ya lo estaban esperando.
           
            La inmensa oscuridad tiñó de gris la hierba que Self pisaba aceleradamente mientras las copas de los altos pinos silvestres del bosque Covino se hundían detrás de las colinas abandonadas. Tras la poco más de media legua de camino el joven pudo apreciar la luz trémula de las candelas de junco que se escapaba de las ventanas de la casa de Antonella, la primera que se veía desde la dirección de donde venia Self. Lo estaban esperando…
En cuanto llamó a la puerta el sonido de la barreta corriéndose hizo presencia.
            –¡Vamos, entrad que se enfría! –pronunció María, la madre de Antonella, haciendo alusión al estofado ya servido sobre la mesa que aún emanaba un sutil vapor.
            –Perdonadme, me alejé más de lo debido –balbuceó Self mientras se acercaba a la mesa en la cual Antonella ya se encontraba.
            La culpa por decir algo que todavía no había salido de su boca le incomodaba y casi no podía mirar directamente a los ojos a Antonella, esquivándolos cuando se encontraban sus miradas.
            –Dinos Self, que es lo que teníais que decirnos –dijo Antonella con mirada apacible pero lejana a la vez, mientras su madre se acercó para acompañarlos a la mesa.
            Self la miró fijo, esperó unos segundos y luego miró a María.
            –Ya pasó mucho tiempo y sigo sin recordar nada sobre mi hogar… –pronunció lentamente sin poder evitar bajar la vista como si lo que dijo estuviese mal, incorrecto.
            –¿Os queréis ir no? ¿Es eso…? –Interrumpió Antonella con presteza y mirada aguda.
            El rostro de María tampoco mostró sorpresa, se ve que su hija ya le había comentado los malos augurios que percibió la última vez que habló con él.
            –Por favor, os pido… Dejadme terminar –continuó diciendo el hombre, ahora sí totalmente excusado de sentir culpa y menos nervioso al no tener que decir las palabras concretas.
            –¡Visteis madre! Yo os dije, nos quiere abandonar –dijo Antonella sin hacer caso a las recientes palabras mientras se giraba hacia su madre buscando una mirada cómplice que aprobara su enojo contra él.
            –Basta hija, está en todo su derecho. Debe buscar su hogar. Justamente todo lo que hicimos por él fue para que pueda lograrlo y es ahora más que nunca que debemos estar con él –dijo María algo irritada por los berrinches de su hija.
            –Pero…
Los ojos de Antonella de repente se convirtieron en cristales luego de una larga lluvia.
            –Nada hija, es así como debe ser.
            Mientras las dos mujeres se miraban una a la otra Self permaneció tieso sin poder decir nada más por el nudo de su garganta que apenas lo dejaba respirar. Tal escena le trajo una extraña sensación, incluso por un momento dudó de la realidad de aquella situación. Como si en parte la viviese desde lejos, como un simple observador, pero a la vez que otra parte de sí quería gritar arrepentido.
Sus labios permanecieron cerrados y sus ojos también se volvieron cristalinos.
            Inmediatamente Antonella volvió su rostro hacia Self buscando su mirada, pero no sus ojos… Lo que había detrás de ellos.
            –¿Enserio no hay nada por lo que quieras quedarte? –terminó por decir Antonella con voz entre cortada y mirada que dejaba correr sinceridad y dolor en forma de gotas sobre sus ojos sin terminar de caer de ellos…
            Self no dijo nada, sus labios siguieron soldados y su semblante cabizbajo. Ya no se podía echar atrás… No si quería volver a reencontrarse con su pasado.
            Antonella, perpleja al no recibir respuesta del joven ni consuelo de su madre dejó caer su sufrimiento y salió corriendo fuera de la sala.
            –Hija, por favor… –atinó a decir María, aunque sin esperar que la escuchara, mientras la miraba alejarse de la habitación.
            –Todo es mi culpa, nunca debí esperar tanto tiempo –dijo Self con la mirada baja fijada a al plato de comida que nunca tocó.
            Luego de un instante, el necesario como para cuidar las palabras, María continuó:
            –Eres un buen hombre… Por eso es que es difícil despediros, tanto para mi hija como para mí –Self, al escucharla, levantó la mirada por sobre las candelas de junco consumiéndose hasta que su luz ilumino de lleno sus ojos vidriosos–. Mañana levantaos temprano para preparar tus provisiones y ver si alguien os presta un buen caballo –terminó diciendo la mujer.
            –Me gustaría agradecer más que con palabras todo lo que ambas hicieron por mí durante todo este tiempo –musitó.
            –Ya lo habéis hecho, ayudasteis a recuperar las herramientas para no perder el cultivo del año. Y además todo lo que hicimos fue porque así lo quisimos, nunca esperamos nada a cambio. Por favor, no os sintáis en deuda –dijo María con firme tono de voz. Dicho esto la mujer se levantó de su lugar dispuesta a ir a hablar con su hija–. Que descanséis –agregó mientras la puerta de la sala se cerraba detrás de ella con un leve chirrido.
            Self se quedó solo, viendo el débil vapor que todavía emanaban los platos sobre la gruesa mesa, todos intactos. Largos minutos se negó a irse a dormir, sin pensar en nada específicamente, solo mirando como los platos se enfriaban; hasta que la luz que se lo permitía murió sobre la base del junco ya consumido…

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