domingo, 13 de febrero de 2011

1º Parte - Capítulo 5

-V-

El sol todavía no se había asomado, simplemente teñía de naranja los pies del azulado cielo sobre la franja del horizonte. Dicha mañana Martinique se hallaba sentada sobre uno de los bordes de la fuente central de la plazoleta interna del palacio de Tierra Mágica. Sin importarle el frío que transmitían los adoquines que conformaban la fuente, Martinique placía sobre ellos vistiendo un fino cendal tornasolado, sin tener cuidado de arruinarlo o ensuciarlo, ya que dichas piedras parecían lustradas de lo bien mantenidas que estaban. Como mucho, las pequeñas gotas del salpicar del agua que caía del jarro de bronce sostenido por tres pequeños ángeles de piedra podría llegar a molestarle a alguien que mantuviese tan corta distancia, pero no a ella.
            La fuente se ubicaba en el centro de un majestuoso jardín de unas cien varas de largo y otras tantas de ancho dividido en cuatro partes por corredores de tierra cubiertos por cantorrodados, todos ellos bordeados con flores amarillas destacándolos sobre el resto del verde de la hierba del jardín. En el centro de cada sección crecían rosales de distintos tonos según correspondiese: rojos, amarillos, blancos y rosas. Cubriendo el perímetro de la plaza se encontraban decenas de pinos soldado que tapaban los bloques grisáceos de los muros internos del palacio de Tierra Mágica, aislando así aún más la pequeña plaza en la que Martinique se hallaba.
            La dama, imbuida en tal paisaje, estaba sumamente concentrada en el flujo constante del agua que caía de la vasija y como este causaba continua movilidad entre los peces de colores que se hallaban cerca. Llamada por tal efecto, la mujer comenzó a jugar con sus dedos sobre el agua la cual a su sorpresa no estaba fría sino más bien tibia, deshaciendo una y otra vez el reflejo de su rostro en el agua. Así permaneció unos cuantos minutos más sin prestar atención a cualquier otra cosa. 
            –¿Madame? –preguntó Golthor al acercarse a su gran maestre.
            Evidentemente Martinique no se percató de su presencia hasta que oyó su voz cerca suyo, puesto que le echó una mirada de asombro.
            –Decidme Golthor –contestó con su particular calma. A esto, Golthor percató en su rostro una palidez preocupante y un agotamiento similar  aunque prefirió no hacer comentario a los mismos, sabía lo sensible que era su señora.
            –O la vejez ha puesto más sigilosas mis piernas o su merced placía en un sueño del cual la acabo de despertar –insinuó el anciano abusando de su amistad con la dama.
            Martinique respondió con una sonrisa y luego volvió a cuestionarlo por su visita:
            –¿Y debo suponer que sólo habéis venido hasta aquí para despertarme?
            –Eso desearía mi señora… –el tono y expresión de Golthor cambiaron notablemente–. Lo que aquí me trae es lo sucedido con los emisarios enviados a Thira y a Gore.
            Martinique sabía que enviarlos había sido en vano, los dos emisarios habían vuelto hace pocos días con cálidas palabras de no violencia y paz por parte de los gobernantes de Thira y Gore, pero este último seguía sufriendo los ataques del rey  Dagobert I, uno hace cuatro días, del cual la noticia acababa de llegar a sus oídos esa misma mañana...
            –Sé lo que pasó –dijo Martinique bajando un poco la vista del disgusto que le ocasionaba hablar de ello–. Ahora el tratado de Doria pende de un hilo… –continuó diciendo.
            –Eso me temo. Además Alfer de Gore ha declarado a nuestro mensajero su firme respaldo al tratado firmado en Doria dejando en claro que su atacante no tiene razón ni sentido al dirigir sus tropas sobre sus fronteras –hace una pausa y sigue–. Por otro lado pidió apelar a Tierra Mágica como garante del mismo.
            –Pide que actuemos militarmente… –contestó la mujer dirigiéndose a sus ojos.
            –No hay otra posibilidad, al romper sólo una de las partes con lo acordado en Doria, el árbitro de dicho trato tiene que actuar sobre la parte desertora –habló el anciano sin dejar salir de su boca otra posibilidad.
            –Sé lo que el quiebre del tratado implica Golthor. ¿Pero os dais cuenta de lo que ello significa…? –dijo Martinique también elevando su voz. Golthor permaneció callado al no saber exactamente qué decir por lo que fue ella quien continuó hablando unos instantes después–. Estaríamos dando nuestro aval para que estos ataques sin razón se terminen por convertir en una sangrienta guerra. Una guerra que sólo se llevará miles de vidas sin traer beneficio alguno para nadie… Y vos sabéis eso tan bien como yo Golthor. Es algo que no podemos permitir –clamó la mujer. Sus propias palabras parecieron alterarla.
            –Lo sé, mi señora. Pero tal guerra se efectuará igual si no actuamos defendiendo nuestra palabra escrita. Y, si no lo hacemos, no sólo morirán miles de personas inocentes sino que también la diplomacia por tanto tiempo trabajada por Tierra Mágica  como medio de paz. Se vería hecha añicos al no responder por la misma actuando como garante del tratado de Doria como de muchos otros. Todos nuestros esfuerzos se verían desvalorados por todos los reinos si hoy se decide no actuar sobre Dagobert… –dijo Golthor dejando en claro su entender de la cuestión.
            Martinique sólo logró entristecer su mirada al ver arrinconados sus valores.
            –Golthor, no quiero llevar a mi gente a la muerte. ¿Cómo no podéis entender eso…?
            –Sé que es duro, pero sinceramente no veo otra posibilidad –la mirada de Golthor también se deprimió al no poder ofrecer a su Gran Maestre otro consejo.
            El rostro de Martinique buscó refugio entre sus manos, ocultando así la tristeza de sus ojos en las sombras.
            –No puedo Golthor… No quiero… –volvió a decir la dama con un tono cortado sin despegar las manos de su semblante.
            <<Él si podría. No era débil, como yo…>>
De repente Martinique alzó su mirada dejando al descubierto unos ojos húmedos pero decididos.
–Hablaré yo misma, en persona, con Dagobert I de Thira lo antes posible. Debo persuadirlo de su actuar.
–No mi señora, por favor, eso no corresponde, sería tomado como sinónimo de debilidad y además del  gran peligro que eso implica. Ambos sabemos que Dagobert parece capaz de cualquier cosa. ¡Podría hasta raptaros! –clamó Golthor aireado por la locura que pretendía efectuar su maestre.
–Prefiero arriesgar sólo mi vida antes que decidir la muerte de miles.
            –Me gustaría creer que su visita al rey Dagobert I sirviese de algo, pero creo que nada hará cambiar de parecer a tal hombre, sus acciones respaldan mis palabras… –Golthor continuó con voz pausada–. Como dije, lo único que ocasionaría es poner en peligro su vida y a la Tierra Mágica.
            Martinique ya no encontraba palabras para defender su postura, o por lo menos su tristeza no la dejó continuar buscando.
            –Avisad a lord Aaidel y lord Kanavos para que sólo preparen nuestras defensas, sólo los Tres saben cuáles son los límites de Dagobert… –Martinique, luego de unos instantes, agregó rápidamente–. Pero Tierra Mágica no actuará sobre Thira hasta el último momento posible, hay que retrasar la guerra todo lo que se pueda. Voy a mandar un nuevo emisario especial ante el rey de Thira con una carta escrita por mí, y hasta no recibir su respuesta no se hará ningún movimiento.
            –Así será, gran maestre  –asintió Golthor conforme por la palabras de su señora.
            La decisión preventiva que acababa de tomar Martinique fue lo último que quiso haber hecho, pero… ¿Había otra salida? Ambos sabían que no y que la sangre tarde o temprano terminaría por correr nuevamente en Agoreth…
            –Decidme, viejo amigo ¿la xiremei sigue igual? –apuntó Martinique cambiando a un tema menos perturbador.
            –Sí mi señora, no ha habido cambios –dijo Golthor algo sorprendido por la pregunta–. Seguido me hacéis la pregunta y lamento dar seguido la misma respuesta… Los pergaminos antiguos parecen un callejón sin salida, el predearin tiene una estructura mucho más compleja que hace muy difícil dar con el sentido concreto de los textos –terminó decidiendo el anciano algo desconsolado.
–No os disculpéis, es cierto que conocer más sobre la naturaleza de la roca es fundamental para Tierra Mágica, pero también es cierto que habéis estado haciendo todo lo posible por conseguirlo –aclaró la mujer.
–Gracias por vuestra comprensión, pero lamento deciros que no me tranquiliza… La magia de las rocas legendarias es… es… –de pronto el anciano se quedó sin palabras para describir aquello que, sin buscarlo, terminó por hacer con su silencio: era indescriptible. Luego de una pausa siguió–. Agoreth corre el peligro de padecer cosas mucho peores que la guerra…
–O mucho mejores –terminó la frase Martinique.
–Ojalá mi señora, ojalá Los Tres escuchen sus palabras benevolentes.
El sol todavía no se alzaba sobre sus cabezas cuando el paso acelerado de otro sujeto se dejaba oír detrás de los altos pinos que los rodeaban por todos los flancos. El fuerte sonido y la firmeza del caminar le eran familiares a Martinique, esperando inconscientemente a quien imaginaba. Golthor también se percató y se giró de inmediato. Dawrt apareció desde el extremo sur de la plazoleta con expresión seria y seca.
Sin hacer caso a la compañía de la Gran Maestre, el consejero dirigió su mirada directamente hacia ella, teniéndola como guía de la dirección que seguían sus pies.
Martinique, al verlo, se levantó inmediatamente de la fuente; ya no era un amigo quien se acercaba.
El semblante sombrío y misterioso del consejero llegó hasta Martinique e hizo una reverencia con su cabeza:
–Gran Maestre Martinique, debo hablar con vuestra merced de inmediato –una sutil prepotencia fluía de su tono de voz.
–Por supuesto, hablad Dawrt –respondió la dama con su particular serenidad. Dawrt levantó la cabeza mientras oía tales palabras.
Martinique tenía claro la razón de la presencia de aquel hombre. La fresca noticia del fracaso de los emisarios disgustó a todo el Consejo de Tierra Mágica, la misma razón por la que Golthor también estaba a su lado en aquel momento.
–Dagobert I ha quebrado el tratado de Doria, por lo que se debe actuar con presteza haciéndole sentir todo el poder de Tierra Mágica… Se arrepentirá de lo que hizo.
–Calmaos, sé lo grave que son los ataques injustificados del rey Dagobert y lo que Tierra Mágica tiene que hacer al respecto.
–¿Cuándo será el ataque mi señora? –preguntó Dawrt al entender un obvio proceder.
–No habrá ningún ataque, consejero. Todavía es muy prematuro para tal acción. –aclaró Martinique inmediatamente.
–¿Prematuro? –la cara de Dawrt se retorció involuntariamente– ¿Ese miserable sigue asediando Gore con sus ataques de vandalismo en la frontera y consideráis que es prematuro castigarlo por sus acciones? –Dawrt recupero la normalidad de sus facciones–. Exijo una inmediata explicación –terminó diciendo con abierta prepotencia hacia su señora.
–Cuidad vuestro tono, no olvides a quien habláis –contestó Martinique endureciendo su mirada y voz–. Si he tomado tal decisión es para no desembocar en una sangrienta guerra de la cual no se podrá regresar. Antes voy a mandarle una carta de mi puño y letra al rey de Thira.
Dawrt esquivó continuar con palabras para no dejarse llevar por su enojo y frustración, simplemente cerró los puños con fuerza sin dejar de mirar a la dama con sus ojos penetrantes. Martinique respondió la mirada aunque luego de unos segundos cerró los ojos y bajó la cabeza.
–Como digáis.
Dawrt dio la media vuelta y se marchó del lugar.
–¿Os encontráis bien mi señora? –dijo Golthor al ver que la dama seguía con la cabeza baja y una mano sobre la frente.
–Sí, estoy bien. No es nada, sólo me duele un poco la cabeza. Es por todo lo que está sucediendo, no os preocupéis –respondió Martinique.
–¿Desea que la acompañe a sus aposentos? –continuó el anciano al no convencerle las palabras de su señora.
–No, en serio, estoy bien. Sólo me mareé un poco –dijo la mujer sin dejar de sostenerse la frente con las manos.
           Repentinamente Martinique se toca la nariz y observa sus dedos. No tardó en  percatarse de que la humedad que sentía sobre sus labios eran gotas de sangre. Un instante después se desvaneció.


No hay comentarios:

Publicar un comentario