martes, 1 de febrero de 2011

1º Parte - Capítulo I

–I–

<<Las cinco volverán a ser una. Regresará para ver los frutos de su condena, arrepentirse y enmendarlo. Esto es lo que está grabado en el reverso de las almas…>>
Aquello… aquella profecía sembrada en la noche de los tiempos, si es que eso era, también se había grabado en su memoria. Siempre estaba ahí, presente, aguardando en los rincones de su mente el momento preciso, robándole sus sueños por crudas pesadillas sin sentido. Obligándola a ir hasta allí y observarla sin mas fin que perderse en su brillo.
Como en ese preciso momento.
Martinique abandonó las sombras de la Sala de la Piedra para acercarse un poco más, cómo si inconscientemente su cuerpo deseara ser tocado por aquel brillo verdoso y suave. Tan bello, tan pacífico, tan…. tan extraño… Aun así siempre se aproximaba con una timidez injustificada y jamás se rendía a tomarla en sus manos… Sólo una vez, la primera, luego de aquella sensación prefirió no volver a hacerlo.
Desde hace dos años que solía ir allí a solas, desde hace uno mucho más seguido, incluso por las noches, sin embargo aun se sentía como una intrusa, como si estuviese profanando el espacio de algo divino. Cómo si fuese… verdad. Todas esas historias, esos cuentos, esas leyendas… Nunca creyó que fuese posible… ¡La habían encontrado! ¡La prueba! La prueba de que todo aquello era verdad. Por lo menos eso era hasta ahora, los manuscritos no mentían y lo que se había revelado de ellos parecía confirmarlo… Aun así la información era tan escasa como confusa, como todo manuscrito pre dearin…
<<Dos años… Dos años y aun no estamos seguros.>>
Pese a que llevaba sandalias el frio de la piedra pulida del suelo subía por sus pies y le erizaba la piel de todo el cuerpo. Aunque en parte sabía que la Xiremei depositada sobre un cojín en medio de la sala también tenía que ver en ello… Ahora más que nunca.
Aquella roca la estaba volviendo loca.
Lo más asombroso de la piedra, lo primero que le cautivo de ella, era su brillo, único sin lugar a dudas. Sin necesidad de una luz externa la gema emanaba un brillo de su interior, yendo desde un punto blanquecino de su epicentro hasta iluminar de tonos verdosos casi toda la sala. Y, tras cada día, parecía iluminar aun mas…
Ya bajo su luz, la figura y rasgos de la mujer eran perfectamente apreciables,  aun recordaban su beldad juvenil pese a los tantos veranos que había vivido.
Varios segundos pasaron y a estos le siguieron varios minutos más sin que Martinique se moviese, inclusive su respiración era calma y pausada sin siquiera percibirse, parecía tan solo una estatua aguardando por la apreciación de un espectador, y otro después de este, y así sucesivamente hasta que el tiempo decida su fin. No pudo evitar pensar que tanto se parecía ella, todos, a una simple estatua.
<<El tiempo carcome…>>
Un leve chirrido de la puerta oculta entre las sombras de la sala no pareció llamar su atención. Sin voltearse escucho como unos pasos marcaban el ritmo de alguien acercándose directamente hacia ella.
–Madre…
Martinique se volteó bruscamente y torció su semblante enajenado a uno más vívido y sonriente. Como si ver a su hija la hubiese devuelto en sí.
–Magy, no os esperaba. Creí que eras otra persona.
Se dieron un rápido pero sincero abrazo.
–¿Esperáis a Golthor?
La mujer mayor asintió.
–Sí.
Los radiantes ojos carmesí de la joven parecieron sonreír junto con su boca.
–¿Alguna novedad? –dijo al tiempo que inclinaba la mirada hacia la roca brillante.
La mujer mayor dio un suspiro y se tomo unos instantes antes de contestarle.
–No creo, solo le llame para ver cómo iban las traducciones…
–Mmm… ¿Le habéis dicho, no? –los ojos de la joven se volvieron nuevamente hacia su madre.
–¿Qué brilla más? –quiso confirmar.
Su hija asintió.
–Sí, pero ya lo conocéis… Me dijo que podía ser, pero yo sé que no me cree, me da la esperanza de la certeza solo porque me tiene aprecio… Hace mucho que somos amigos hija, lo conozco.
Margawse le tomo la mano.
–Ya descubriréis algo, no os preocupéis –dijo con una sonrisa.
Ella sabia la importancia que podría tener aquella piedra si era lo que creían que era, pero por sobre todo sabia lo importante que era para su madre, quería volver a verla feliz. Un sentimiento que parecía serle escurridizo desde… desde lo de su padre… Ya dos años de ello… Cuando la encontró.  
–Pero mirad. ¡Qué bella estáis! –clamó Martinique esquivando la preeminencia de la roca como tema de conversación.
            –Ay madre… ¿Vos también?
            –La verdad es la verdad, no reneguéis oírla –le contestó su madre junto con una sonrisa.
            Aquel era el segundo día que llevaba puesto un vestido de mujer y no el de una niña. Los halagos pasaron a ser moneda corriente, y con razón, pese a que parecían molestarle. Aun se sentía bastante ajena a esas ropas. Contraria a la mayoría de sus amigas y compañeras, Margawse no había pasado su infancia deseando vestirse así. Ya ser una mujer era un cambio mucho más allá de lo físico y su madre estaba orgullosa de ella por comprenderlo. Si renegaba, era porque de cierta forma no sabía si quería dejar de ser una simple niña…
            <<La verdad es la verdad…>>
            –Sí pero me siguen sin gustar estos vestidos, son mas apretados e incómodos –se quejó la joven.
            Aquella noche llevaba un largo vestido crema que resaltaba aun mas sus ojos, tan bellos como perturbadores, y el negro de su cabellera, sedosa y larga hasta la cintura que lucía sin ningún tipo de peinado especial o agregado. Pese a que se consideraba muy parecida a su madre en la forma de ser, físicamente se parecía más a su padre. Menos los ojos… Nadie tenía sus ojos… “Una mal formación del iris”, eso fue lo que le dijeron los médicos, fruto de una enfermedad de la vista que tuvo al nacer.
            –Vamos, si es un vestido precioso –le replicó Martinique–. ¿No será que os avergonzáis de las miradas, no?
            –Madre, por favor… –Contestó como si no hubiese sido la primera vez que se lo preguntaba. En realidad más que las miradas a su escote le molestaba que no haya nada que mirar…
            –Bueno, bueno, ya no os molestare mas con eso.
            –Eso espero –murmuro su hija y ambas terminaron por sonreír nuevamente. 
            Sin embargo la verdadera sorprendida era su madre, el día anterior casi no la podía reconocer. Era como si hubiese viajado en el tiempo cinco años hacia delante. Su niña había desaparecido en un cerrar y abrir de ojos. Crecía tan rápido…
            –Contadme. ¿Cómo os ha ido hoy? –preguntó su madre que no hablaba con ella desde la mañana.
            –Emmm… Bien… Ya sabéis de que va, mucha práctica…
            –El segundo nivel de la magia es muy difícil de dominar, solo con practica se consigue –hizo una pausa–. Igualmente escuche por ahí que os está yendo muy bien –terminó por decir sonriendo.  
            Su hija la miro con fijeza y levanto ambas cejas.
            –Quien os ha dicho eso es un mentiroso.
            Martinique rió levemente aunque el eco de la habitación la volvió más sonora al volver a sus oídos.
            –Vamos, no seáis modesta.
            Su madre estaba segura del gran potencial que tenia, aun así Margawse prefería ir a la par de sus compañeros y guardar un perfil bajo. Pero la entendía, ya tenía suficiente carga con su herencia, seguramente no deseaba sobresalir en nada mas…
            –Ya… Emm… Bueno, mejor ya me voy a dormir. ¿Sí?
            –Sí, es tarde, ve tranquila hija, que Los Tres te acompañen en tus sueños.
            –Igualmente madre.
            Tras otro breve abrazo, la muchacha se dio la media vuelta y se alejó lentamente hasta quedar inalcanzable al brillo de la gema. Unos segundos después, tras el sonido de la puerta, Martinique supo que había dejado la habitación, aun así siguió mirando en la misma dirección por mucho más tiempo. Casi sin pestañar y manteniendo la sonrisa con la que la había despedido.
            <<Mi Margawse…>>
            Su melancolía fue interrumpida unos momentos después por un nuevo visitante. Esta vez sí estaba segura de quien era.
De entre las sombras apareció la senil figura de su viejo amigo. Los años lo habían castigado mucho más de lo que a ella pese a tener edades similares. Con aspecto sereno y a lento andar, se acercó a ella arrastrando los pies ayudándose con un ornamentado bastón de roble con cabeza de bronce. Era notorio que de joven fue mucho más alto, conclusión clara al ver su espalda encorvada con una prominente joroba hacia su hombro izquierdo.           
            –Mis saludos Gran Maestre –dijo respetuosamente el anciano inclinando levemente la cabeza.
            –Hola viejo amigo. ¿Cómo estáis? –contestó Martinique con tono amigable.
            –Bien mi señora, gracias por vuestro interés. ¿Puedo preguntaros lo mismo?
            A pesar de los años de amistad, Golthor siempre había sido muy formal al hablarle, en parte era su forma de ser y en parte siempre tenía muy presente quien era Martinique…
            –Bien, gracias Golthor. Recién estuve con mi hija. ¿La habéis cruzado?
            –Si, tan bella y simpática como siempre.      
            –Y más grande… –acotó la mujer.
            Golthor asintió y seguramente bajo sus tupidos bigotes y barba blanca sus labios sonreían.
            –Decidme mi señora. ¿Para qué me habéis llamado? –preguntó el anciano. Le gustaban las conversaciones claras–. ¿Queréis hablar de ella? –agregó.
            –No, no… –dio un suspiro–. Es por lo que ya os dije de la piedra…
            Ambos se volvieron hacia la gema.
            –He investigado prestando particular atención a lo que me habéis dicho, pero la información traducida no hace alusión alguna cambios a en los brillos de las rocas… –dijo el hombre.
            –¿E información aún sin traducir?
            Golthor primero negó con la cabeza.
            –A pasado muy poco tiempo desde que me lo habéis comentado mi señora… Y sabéis bien lo que lleva traducir tan solo una frase… El estado de los manuscritos me impide ir a la velocidad que deseáis… Lo lamento…
            Otro suspiro.
            –No, no tenéis porqué… Disculpadme vos por haberos pedido resultados ahora, es que… –hizo una pausa–. ¿Vos no me creéis no?
            –Mi señora, si vos decís que consideráis que el brillo ha aumentado…
            –Sé sincero, por favor –le interrumpió la mujer.
            Golthor aguardó unos segundos sin esconderse de la mirada incisiva de Martinique.
            –Os creo, solo que me gustaría poder percibir ese cambio yo también…
            La piedra, allí, en el centro de la habitación sin otra fuente de luz más que su propio brillo, estaba puesta ahí justamente con esa razón, poder apreciar el alcance de su luz. Pero desde que el memorable Demethrio la había encontrado no parecía haber cambios en su intensidad. Hasta ese momento, aunque fuera solo ella quien lo afirmaba. Era la Gran Maestre de la Tierra Mágica. 
            –A mi también, no lo dudéis…
            ¿Por qué estaba tan segura? ¿Cómo podía alegar tan firmemente que la fuerza del brillo de la gema había aumentado si a la vez nadie más lo había notado? La iba a observar seguido, si, pero aun así… Martinique se distrajo unos instantes pensando en ello, dudando un poco de sí misma, aunque sea solo de forma fugaz.
            <<No, estoy segura…>>
            –Sabéis que los trabajos de restauración y protección mágicas están siendo muy útiles… Si los manuscritos no siguen deteriorándose solo es cuestión de tiempo para descifrarlos por completo –dijo el anciano, casi como si se sintiera obligado a animarla sin importar demasiado si creía en sus propias palabras. 
            –¿Cuántas veces me habéis dicho lo mismo Golthor? Porque ya he perdido la cuenta –clamó con un tono claramente más elevado y firme al tiempo que avanzó unos pasos hacia la roca, dándole la espalda al consejero. Sabía que lo hacía con buenas intenciones… Pero no las necesitaba, no las quería.
            El anciano amagó una rápida respuesta con su boca pero termino desistiendo y solo exhalo un débil suspiro.
            –¿Deseáis que me retire? –dijo luego de una larga pausa.
            Martinique despego los ojos de la gema y se volvió hacia él.
            –No, una cosa más. ¿Ya están todos los miembros del consejo avisados  para la reunión?
            –Sí mi señora –dijo con una leve reverencia–. La mayoría muy dispuestos a encontrar una pronta solución a la actitud negligente del rey de Thira…
            La mujer asintió conforme.
            –Es lo esperable. Lo último que queremos es la violencia… –hizo una pausa y luego continuó–. Podéis retiraros.
            –Mi señora… –volvió a decir con otra reverencia pero más marcada.
            Martinique le devolvió el gesto con otra, pero mucho más sutil, y una sonrisa reconciliadora.
            El anciano abandonó la sala pero ella permaneció allí unos momentos, mirándola con atención una vez más, esperando aquella respuesta, aquella señal de que tenía razón, de que algo estaba pasando… Pero esta no llego, nunca lo hacía.
            Sin más que hacer ahí, abandonó la Sala de la Piedra. Fuera había cinco mujeres vestidas con hierro y acero, brillantes bajo la luz tremola de las antorchas adosadas a los muros. Una se acercó hasta ella y el resto permaneció de pie a los costados del portón haciendo honor al lugar que vigilaban. Sin palabras de por medio, Martinique avanzó por el extenso pasillo seguida de cerca por la joven armada.
Más de una vez pensó en lo irrisorio que era tener una escolta armada. Si alguien deseaba hacerle daño, no podría hacerlo esgrimiendo una espada, solo la magia pura y cultivada por muchos años podría hacerle frente. Aun así aceptaba la costumbre que los maestres respetaban desde hace más de ochocientos años. “El culto a las costumbres es lo que mantiene cuerdas a las civilizaciones” Siranna, tomo XII, era el pasaje que le había hecho recordar su marido cuando le había dicho lo que pensaba de la Guardia del Maestre.
<<Ojala estuvieses aquí, a mi lado…>>
            Siempre tenía una respuesta, no importaba la pregunta…
            Continuó avanzando hasta distraerse con el débil sonido de las gotas estampándose contra el cristal de un ajimez. Acababa de empezar a llover. Se acercó y miró hacia el otro lado. La abertura estaba por arriba de sus hombros, por lo que no podía ver más que hacia arriba, hacia la luna que luchaba por mostrar su luz a través del pesado manto de nubes negras que ya había dejado el firmamento sin estrellas. Una intensa luz repentina cegó por un instante los ojos perdidos de Martinique; un segundo después las nubes dejaron escuchar el crujido de su encuentro, volviendo en sí a la pensativa mujer…
            –¿Mi señora se encuentra bien? –preguntó su acompañante.
            –Si, continuemos…

<<Si no me doy prisa enfermaré… –pensaba la chica mientras su marcha se aligeraba aun más–. Seguro que ya está en casa y yo aun aquí, empapada…>>
            La muchacha siguió su camino por varios minutos sin que el temporal cese y prácticamente sin ver nada, puesto que la luz que ofrecía la luna ya no era suficiente como para ver a través de la fuerte tormenta. Por suerte el camino era recto, aunque no estaba segura que tan lejos estaba aún.
           Súbitamente cayó hacia delante hundiendo sus brazos en el lodo. Primero se asusto un poco al pensar que podía haberse lastimado con la caída pero al ver que no solo gruño dentro de sí. Luego, al ponerse de pie, giró para  ver con que se había tropezado. Esperando ver una rama o una piedra, se sorprendió fuertemente al ver un gran bulto enterrado en el barro. La curiosidad le hizo olvidar el temporal obligándola a acercarse al extraño objeto, ya a su lado se agachó y con una mano corrió la capa de lodo que lo cubría.
            –¡No puede ser! –exclamó la joven a los oídos sordos de la tormenta al tiempo que se paraba y llevaba  una mano a su pecho, asombrada por lo que sus ojos habían visto…
            En el suelo yacía tendido un cuerpo.
La joven quedo petrificada por unos segundos sin dejar de pensar que estaba al frente de un cadáver. Su corazón se agito bruscamente mientras el deseo de salir corriendo comenzó a dominarla. No lo hizo, tomo aire y decidió comprobar sus desdichados pensamientos.
            –¿Se encuentra bien? –preguntó tímidamente. Ni siquiera ella llego a escucharse, la lluvia había silenciado su voz.
Las gotas seguían cayendo sobre la tela de su ropa, cada vez mas embarrada.
            –¡¿Se encuentra bien?! –volvió a preguntar con más fuerza y cerca de su cabeza.
            Nada, el hombre no contestó.
Volviendo a tomar aire para aumentar su valor, llevo una mano hacia el hombro para sacudirlo, noto que su piel desprendía un sutil calor. Sin pretenderlo una sonrisa se dibujo en su rostro. Rápidamente lo volteó boca arriba y le limpio la cara enmascarada por el barro. Sintió sobre sus dedos como inhalaba y exhalaba débilmente.
–¡Eh, despertad, despertad! –gritó al tiempo que golpeaba las mejillas del sujeto –. ¡Vamos, arriba! –siguió. Continuó intentándolo varias veces más, todas en vano.
            No había que pensarlo demasiado, si lo dejaba allí moriría.
            Sin perder más tiempo la joven se saco la capa que la cubría y la colocó sobre el fango al lado del hombre tendido, luego se puso del otro lado y lo empujó sobre su capa,  colocó los sobrantes sobre su torso y juntando las puntas con las dos manos se dispuso a arrastrarlo.
            Era inútil. El bulto que empujaba era más pesado de lo que creía y aun mas a cada paso. Al cabo de unos minutos las fuerzas ya no le fueron suficientes y soltó la capa para respirar hondamente. Miro hacia atrás, la distancia recorrida no eran más que unos metros, aun se veía el pozo en el fango donde hasta hace unos momentos estaba el sujeto.
            Volvió a tomar la capa y tiro de ella con muchas más fuerzas. La piel se le enrojeció y hasta el rostro se retorció del esfuerzo. Mientras la tormenta lo único que hacía era empeorar, castigando la tierra sobre la que caía, mutando el camino a prácticamente un rio de fango. La mujer notó rápidamente como sus pies comenzaban a hundirse hasta llegar a sus pantorrillas. No le importaba, continuó jalando y jalando varios metros más.
            <<¿Donde están las luces...? Ya deberían verse…>>
La noche se tornó tan oscura y la tormenta tan pesada que sus ojos dejaron de distinguir camino alguno. Sabía que debía caminar recto y nada más, aun así la  sensación de que pudo haberse desviado estaba allí, creciendo.
Comenzó a ladear su cabeza hacia los lados para ver si divisaba alguna señal que confirmara que estaba cerca de su hogar. Pero no, sus pensamientos  temerosos parecían más acertados que otra cosa. A través de la fuerte tormenta no se veía nada más que oscuridad, un vació de profunda negrura que cada vez sentía más cerca, como si la acorralara más y más.
Soltó el cuerpo bruscamente y tosió con fuerza, el aire parecía escasear a su alrededor por más que inhalara con todas sus fuerzas. Tras unos instantes volvió a tomar la capa y a tirar de ella. O lo intentó. Ya no pudo más, no tenía más fuerzas. Se rindió y cayó de rodillas al lodo. Sus ojos se humedecieron y un nudo comenzó a formarse en su garganta al entender que su voluntad no alcanzaba para sacarlo de allí.
            Luego sacó sus brazos del lodo y se dio vuelta quedando boca arriba para observar el corazón del fuerte temporal. Se quedó unos segundos inmóvil, la desesperación pareció invadirla llenando sus ojos de lágrimas. Todo estaba perdido para el muchacho tendido en la capa. No lograría sacarlo de allí… Cerró los ojos y se abrazó a la esperanza de que en cuanto los vuelva a abrir toda esa pesadilla hubiera terminado. No fue así.
            No tenía otra opción, se incorporó y miro sobre sus hombros buscando algún árbol cercano, buscando con la vista hacia arriba copas negras que se distinguiesen del gris oscuro del cielo. Aunque no sirviese para protegerlo de aquella lluvia por lo menos estaría alejado del camino fangoso. Recordó lo que le habían enseñado sobre los arboles y los rayos, aun así seguía siendo el mejor refugio. Además, sería solo por unos momentos…
            Volvió a tomar las puntas de la capa, les dio una vuelta alrededor de su palma y respiro hondamente. Una vez más, solo le hacía falta arrastrarlo una vez más. Su expresión volvió a mutar en labios fruncidos y parpados apretados, el cuerpo se movía lentamente tras ella. Un atisbo de alegría la sorprendió al notar que cuanto más se alejaba del centro del sendero la tierra era más firme. Pronto estuvo frente al extenso tronco de un pino solitario y de un fuerte tirón acercó al hombre hasta su base. Lo soltó para luego tomarlo por las axilas y ubicarlo contra la corteza, como si estuviese sentado. Lo cubrió con la capa y se inclino sobre uno de sus oídos.
            –Iré por ayuda… Os lo prometo.  
            Se dio la vuelta e inmediatamente echó a correr, al cabo de unos instantes la fuerte tormenta devoró el choque de sus pasos y envolvió su figura.

4 comentarios:

  1. un excelente capitulo, me encanta las descripciones que realmente me transportan, los personajes algunos misteriosos y otros que ya empiezan a gustarme

    ResponderEliminar
  2. Gracias ALLOSAURUS!. Disculpa que no te respondi antes; debí haber borrado el mail de aviso por error.

    ResponderEliminar